“Un vacío eterno” por Pamela Quintero

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Recuerdo que el alma se me heló cuando me dijeron que estaba muerta. Habíamos estado planeando un paseo durante toda la semana. Aquel día me levanté muy temprano para ir a clases. Fue raro, pues siempre me había costado mucho llegar a tiempo al colegio.

Mientras caminaba hacia el colegio pensaba en ella. Nela, así le gustaba que la llamaran y yo amaba llamarla así, pues éramos las inseparables “Nela y Mela”, tenía unos ojos grandes y negros que armonizaban perfectamente con sus cabellos oscuros y algo rebeldes. Ya ni puedo recordar cuántas veces la vi renegar mientras intentaba peinarse. Su cuerpo era delgado. Yo le repetía constantemente que estaba muy flaca y que debía comer más, pues toda su ropa le quedaba muy holgada, pero ella sabía construir muy buenos argumentos que al final terminaban convenciéndome de lo contrario. Fue una de las pocas personas que había logrado dibujar una sonrisa en mi rostro con las cosas poco usuales que decía. Aún recuerdo el día que me preguntó – ¿para ir al polo norte se tiene que sacar visa?

Cuando entré al salón de clases pensé que la encontraría como siempre sentada en la tercera fila de la segunda columna del lado izquierdo del aula, pero su sitio preferido estaba vacío.
– ¡Es temprano, ya llegará!, me dije mientras dejaba mis cosas en la carpeta que estaba al lado de la suya y me acercaba a saludar a algunos compañeros que, al parecer, al igual que yo se habían esforzado por levantarse más temprano de lo habitual. ¡Sus bostezos los delataban! Aunque trataban de disimularlos lo mejor que podían, eran demasiado evidentes.

A las 7.35 el profesor de Filosofía hizo su ingreso triunfal. Todas las veces que lo había visto me había hecho gracia su forma corporal. Su cabeza era grande y redonda, mientras que el resto de su cuerpo era delgado y largo. ¡Parecía un chupetín! Quizá por eso se tenía bien ganado el apodo de “globo pop”, una marca muy conocida de chupetines. Con un “Alumnos, buenos días” empezó su habitual y aburrida clase. Siempre me pregunté porqué no hacían una mejor selección de profesores. La mayoría de ellos eran unos viejitos arrugados como pasas y sin gracia.

Los segundos se volvieron minutos y los minutos horas y yo seguía perdida en mis pensamientos. Solo el timbre del esperado recreo me hizo reaccionar. Giré la cabeza, casi instintivamente, y vi que su sitio aún continuaba vacío. Quise explicarme de mil formas su ausencia, pero ninguna llegaba a convencerme. Siempre había sido muy responsable. Tal vez por eso me costaba entender que no estuviera allí copiando las clases de manera tan dedicada como solía hacerlo. Entonces, no lo pensé ni un minuto más y corrí a buscar un teléfono. A la cuarta timbrada una mujer contestó mi llamada.

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2 pensamientos en ““Un vacío eterno” por Pamela Quintero

  1. Anónimo

    A mi parecer, un buen cuento. Me gusta el empleo de la duración de éste, así como también me llamó mucho la atención la técnica que utilizaste del juego de los nombre:"Nela y Mela".

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  2. Anónimo

    Algo que me gustaría agregar al cuento es la parte final que fue obviada ,y es:

    …A la cuarta timbrada una mujer contestó mi llamada. En el salón de clases su carpeta, junto a la mía, estaba vacía y siempre estaría así.

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