“S/T” por Enrique Vilcapuma

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Comenzó un miércoles, antes de que amanezca, salió de su casa y se dirigió hacia su jardín, sólo llevaba una pala con él y unos guantes de cuero. Cavó durante horas, sin que las miradas de sus confundidos vecinos pudieran perturbarlo en lo más mínimo; sin embargo, la impresión que causaba en las personas que lo veían era tan sólo de unos cuantos segundos, pues ya los tenía acostumbrados a acciones poco comunes. Muchas veces lo vieron salir de su casa en pijama, barrer su vereda durante horas sin interrumpirse siquiera para comer o beber algo, incluso lo habían visto esforzarse toda la mañana para preparar una exquisita comida y suficiente para dos personas y luego dejar una porción en la mesa, sin tocarla durante todo el día, y darle la otra a su perro, que le estaba acompañando hace muchos años. “Desde que murió su hijo por esa bala perdida, ya nada le importó. Dejó que su esposa se vaya y se lleve todo el dinero que tenían ahorrado. No es raro que el pobre hombre se haya vuelto loco” decían los vecinos, intentando dar una respuesta a por qué Carlos se comportaba de esa manera.

Cuando por fin terminó, su pequeño cubil era tan grotesco como el mismo, pequeño, sucio, sin importancia para nadie. Pasó el resto de la noche en su techo, mirando a las estrellas, pensando talvez en lo que estaba por hacer al día siguiente, o recordando a su hijo que se había ido de su lado hace apenas diez meses.

No lo vieron durante toda la mañana del jueves, a nadie le importó. “Al fin decidió suicidarse” se burlaban algunos que no soportaban la presencia de Carlos en el vecindario, ya que le daba un aspecto aún más triste a esa oscura calle del distrito del Rímac.

Pero grande fue la sorpresa de todos al verlo regresar en la tarde, pues traía consigo un gran paquete, de más o menos un metro de alto. Llegó hasta su casa, dejó el paquete en la sala y fue en busca de su perro, ese que le había echo pasar tantas alegrías a el y a su hijo. Cuando al fin lo encontró lo cargó en un brazo y lo llevó hasta el agujero. Lo metió y cubrió la salida con una plancha de cartón que había sacado de una improvisada pared de su cuarto. Finalmente, entró a su casa y se echó en su cama y durmió.

Esa misma noche salía en todos los noticieros de las ocho el extraño caso de un atentado terrorista que había ocurrido en la calle La Concepción del distrito del Rímac, donde una explosión había destruido por completo una casa, dejando como único sobreviviente a un perro, que inexplicablemente se encontraba en un agujero en el jardín.

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