Curioso resulta hablar de este animal pues todos lo conocemos. Sus ojos son casi invisibles por la opulencia de sus adiposidades faciales. Su hocico, profundo y viscoso, es la entrada a aquel dinámico muladar que tiene como estómago, donde deprava la interminable cantidad de sueños que consume.
Su redondo y descomunal cuerpo, revela la inestabilidad y corrupción con la que vive. Su codicia parece no tener fin, migaja tras migaja ésta aumenta y mientras gruñe revolcándose en la misma mierda que ha creado se mantiene insaciable. Lo que esta bestia ignora es que algún día amanecerá colgado, con el hocico apuntando al suelo y decorando con su cuerpo tieso las macabras paredes de una carnicería, por no haber alimentado al pueblo que sí le dio de comer.
“El puerco gubernativo” por Rafael Vallejo
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