Ese día la atmósfera estaba más que rara. Ya lo había sentido antes, por aquellos tiempos en los cuales anduve por ese gran bosque, sometido al infortunio, a las peleas, la escasez de las presas todo en busca de un territorio para asentarme. Esa energía que me hizo estar siempre alerta, listo para el ataque, la volví a sentir esa noche, pero con más intensidad. Tuve que merodear más de lo común, estaba intranquilo. Me pose sobre esa caja rara, que a la cría de mi proveedora le gusta ver horas y horas, aquella está rodeada de tres montículos muy suaves, muy delicados, a la proveedora no le gusta que me quede ahí. En el centro hay una especie de roca muy fría, que detesto por dicho motivo. Desde la caja se ve hasta el último rincón de mi zona, cuidándome de intrusos que quieran quitarme esta posición privilegiada que obtuve. Además veo los confines del gran y bullicioso bosque, infestado de peligros y eso inmensos árboles. Tan fríos como la roca al centro de los montículo. Desde la caja podré divisar si un enemigo se acercara para desafiarme y tomar mi camada. Fue entonces que sonó ese zumbido, tan detestable para mí, pero que me avisa que la proveedora y su cría saldrán de la madriguera para iniciar su turno de vigilar la camada. La proveedora se dirige al lugar del agua y luego al de la comida, eso me indica que comeré. Descendí de la caja, sobre la mesa y después al suelo. Me dirigí a la comida, ella estaba comiendo. Fue cuando me puso su pata sobre mí y me acaricio, me gusta que haga eso, se siente bien. Luego llego la cría, me alzo, no me gusta por que no sabe tratarme como la proveedora, me bajo y me dio la comida, eso era lo que deseaba. Esta camada era lo mejor que me había pasado, aun no recuerdo como llegue aquí, pero fue un día de lluvia, eso es todo lo que recuerdo. Pues, las dos se fueron, era su turno de vigilar el territorio y lo harían desde afuera, yo me fui a dormir a la madriguera mi turno de noche estuvo muy atareado. La atmósfera sigue igual. Me puse a dormir pero fue poco lo que descanse. Fue cuando lo oí, ese zumbido tan estruendoso ¿De dónde viene? ¿De dónde? ¿A dónde va? Tengo que ver, pensé, ¡la caja! De ahí veré. Se acerca algo eso estoy seguro ¿Un intruso? ¿Un enemigo? Tengo que llegar a la caja, salte sobre el montículo, sobre la roca, ya llego… (Sonido intenso, primer impacto) ¡Qué fue eso!, pensé, ese estruendo me hizo retornar a la madriguera de un golpe, que incluso me di cuenta de que no percate de una ruta de escape alterna, eso fue muy imprudente. Pero qué fue eso, acaso alguien había entrado a mi territorio, un intruso. No saldré de aquí, pensé, mejor desde acá vigilaré la madriguera y atacaré si se acerca algo. Nada pasa, está muy quieto. Fue cuando me decidí a salir, me percate que la atmósfera seguía igual, aun no termina. Pero nadie ha entrado, camine por detrás de los montículos, me asome al cuarto de la comida, está igual. Pensé que desde abajo no veré nada y me dije entonces que tenía que llegar a la caja. Era el mejor sitio para cerciorarme que todo está normal. Fue en ese momento que paso otra vez. El sonido, lo turbio del aire, de dónde viene, a dónde va, qué es, tengo que ver… (Sonido intenso, segundo impacto) Fue peor que el primero, qué está sucediendo, de nuevo me retorne a la madriguera, es acaso ellas no están cumpliendo su papel de cuidar la madriguera. En ese entonces sentí que algo había cambiado. La atmósfera y el aire dejaron esa turbia energía que sentía en aquellos tiempos errabundos. Qué era esta energía tan rara. No la había sentido antes. Me percate que nada había pasado. El intruso no apareció nunca. Fue cuando me decidí a salir de la madriguera. Camine despacio, siguiendo el mismo camino que la primera vez. Los montículos solo tenían mis huellas, una prueba que nadie había entrado. El resto del territorio sigue normal, la caja, me dije, de ahí veré lo que esta posando. Me pondré en riesgo ya que desde ahí me podrá ver el intruso, si es que está escondido, pero debo proteger mi camada. Subí sobre los montículos, de ahí a la roca, es ahora a la caja. Todo estaba tranquilo, mucho silencio. Pero afuera no era lo mismo. Qué sucede afuera, me pregunte. Vi como si los árboles esos grandes y fríos hubiesen cambiado. Ahora eran inmensos, tan altos que no podía ver donde acababan e irradiaban mucho calor, lo sentía. Eran ahora muy calidos. Desde ahí, creo, venía esa energía nueva. Qué era eso. Se sentía como miles de zumbidos, muy parecidos a los que producen la proveedora y su cría cuando me acercan a sus ojos, pero estos buscaban algo. No se que era, lo que sí sabia era que la atmósfera estaba infestada de aquellos. Me percate que mi angustia había desaparecido y fue reemplazado por algo que no conocía, pero era producto esos sonidos que emergían de los árboles gigantescos. Después de unos momentos vi como desaparecían los árboles y junto con aquellos los miles de sonidos que sentía. La atmósfera quedo impregnada de ellos el resto del día. Me puse a pensar que era esa energía nueva que sentí esa mañana. A caso era un aviso, una alerta. Lo único de lo que me di cuenta es que esa energía me hizo recordar a la proveedora y a su cría, no sé por qué. Pero quise que volvieran, no solo porque tenía hambre, sino era por algo más. Producto de esa energía. Llegaron a la hora de siempre, pero algo no era lo de siempre. La atmósfera estaba más que rara. La cría me alzo y me apretó, esta vez no me molesto, y pude sentir esa nueva energía dentro de ella y de la proveedora también. Esa noche no realicé la vigilancia de siempre, me que de en la madriguera con ellas. Desde ese día no me preocupo mucho por los intrusos y peligros de afuera, sé que aquí dentro estaré bien, lejos de esos sonidos que nunca se acabaron, que siguen ahí en el aire. Ahora lo único que quiero es pasar más tiempo con le resto de mi camada y, en especial, que dichos sonidos se callen
“El temor” por Mijaíl Castillo
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