No doy más que el primer paso, apresurada para entrar a la pasarela, cuando a lo lejos veo dos ojos, hermosos, nunca había visto ojos de esta clase en mi vida. Ya acercándome cada vez más, la figura del hombre más precioso del mundo se va armando progresivamente. A cada paso, un detalle más de belleza es agregado a su completo físico. Paso frente a él, se que él me está mirando, siento sus ojos perseguir cada paso que doy.
Tengo que hallar alguna forma para entregarle mi número de celular y el número de habitación en la que me quedaré. No me rechazará, tiene pinta de soltero, tiene pinta de tener plata. No hay duda en que este hombre irá a mi habitación en cuanto sepa cuál es.
Se acabó mi primera pasada, me quedan seis intentos más, seis posibilidades para darle mis datos al misterioso hombre. Por un lado, no parece ser un trabajo complicado, aquel hombre está sentado en la primera fila, justo en un extremo de la pasarela. Por otro lado, todos tienen los ojos fijos en mí. No puedo decepcionar a mi agente de ninguna forma, no puedo decepcionar al diseñador. Se darán cuenta si me agacho y le alcanzo el papel a este extraño. Se darán cuenta si arrojo un papel.
Cojo un papel, un lapicero cualquiera, apunto mi número de celular y el número de habitación, no puedo olvidarme de mi nombre tampoco (aunque hay que admitir que soy famosa, él sabrá mi nombre).
Segunda pasada, primer paso. Todo tranquilo hasta el momento, en este primer intento de darle mi número. Tengo el papel arrugado en mi mano, mi mano puesta en puño, como siempre lo hago, no siendo tan agraciada, ya que ahí radica mi belleza, en los rasgos fuertes, marcados, un tanto masculinos, pero que aún así son de una de las mujeres más bellas del planeta. Claro, mi fotografía emerge en cada calle, ya sea posando en lencería o alguna marca de jeanes. Quien no quisiera pasar una noche conmigo, justo esta, le daré la oportunidad a un extraño (será extraño, pero es hermoso).
Estoy frente a él, tomando cada fracción de segundo para pensar mis movimientos, no podré arrojárselo, mi agente me ve fijamente. No puede dejar de verme, no se si será porque me ve como un producto, o porque en verdad admira la hermosura, gracia, garbo, clase, que puedo irradiar a través de cada uno de mis poros. El primer intento es fallido, no he podido arrojarle el papelito, todos me ven.
Me preparo para una tercera pasada. Poniéndome este nuevo vestido (que calza perfectamente en mí. También, qué vestido no calza en mí, mi figura es espectacular. Soy la envidia de cualquier mujer, y la mujer que todo hombre quisiera tener. En verdad, que hermosa soy y el espejo lo dice), caigo en cuenta de que necesito fuerzas, sorbo un largo trago de vodka puro, servido en una gran copa de cristal, digna de princesas y damas de alcurnia como yo. (No he comido nada desde ayer, ya estamos de noche. De niña, mi madre me dijo que nunca tome alcohol con el estomago vacío, decía que se subía más rápido). Antes de salir a la pasarela, guardo el papelito entre la planta de mi pie derecho y el zapato de taco, supongo que si logro mover con clase mi pantorrilla, el papelito saldrá volando directamente hacia mi hombre misterioso.
Tercer intento, nuevamente decidida. Muevo mi cabeza con elegancia, muevo mi cuerpo con elegancia, todo en mi se mueve como elegancia. Aunque ese trago de vodka ya está causando sus primeros estragos, mi cabeza empieza a sentirse más liviana, siento como se va con el viento. Igual, qué importa, soy hermosa y todos se fijan en eso. Frente al extraño una nueva ocasión, lo veo y el me ve, trato de arrojar mi pie hacia él, pero el papelito no sale despedido, no encamina su trayectoria hacia el blanco que yo le había propuesto. Mi agente me ve de lejos, noto rabia en sus ojos, está enojado por haber hecho un paso tan brusco, pero todo sea por mi hombre misterioso.
Otro cambio de vestido. Ya me está dando calor. Pido que me limpien el sudor de la frente, como tengo esclavos, ellos se encargan. El alcohol ya me está mareando cada vez más. Se acerca mi agente, me amenaza, me ha dicho que no vuelva a dar un paso tan brusco y que si el alcohol sigue subiendo por mi sangre, me despedirá y se encargará de sepultar mi carrera como modelo. Cómo se atreve a amenazarme de esta manera, no sabe con quién se ha metido. Si me despide, pérdida para él. Soy la mujer más hermosa de la historia, cualquiera me contrataría
Un trago más, esta vez un vaso de gin, luego, apurada logro ponerme el vestido encima. Coloco, una vez más, el papelito debajo de la planta de mi pie, esta vez un tanto más cerca al borde. Sé que esta vez, el mi número de celular, mi número de habitación y mi nombre, volarán hacia mi hombre misterioso. Él lo leerá y en la noche tocará mi puerta y me tomará, tendrá sexo conmigo, exquisito sexo. Que suerte la de este hombre, podrá tener entre sus brazos a alguien tan bella como yo.
Primer paso de la cuarta pasada. Siento torpeza en mis movimientos. ¡Maldito sea el alcohol! Me siento muy mareada, se refleja en cada uno de mis pasos, que torpeza. Me es muy difícil distinguir el resto de camino que me falta por recorrer, me es muy difícil reconocer a las personas de la audiencia (pero, aún así diviso a mi hombre a lo lejos), me es muy difícil concentrarme en dar un paso tras otro.
Me encuentro frente a mi hombre misterioso. Sacudo un tanto mi pie, pero… ¡Carajo!, mis pies se traban, siento que me voy a caer.
Todo se torna en cámara lenta, siento como me voy hacia el piso. Esto no puede estar pasando, soy la mujer más hermosa del mundo. Pero cada vez veo el piso más de cerca. Estoy cayéndome justo al costado de mi adonis. ¡Qué vergüenza! Lo miro, él me mira, y veo su rostro. Veo una sonrisa, veo más que una sonrisa. Se está riendo de mí, la mujer más hermosa del mundo. ¡Que se joda, no le daré mi número! ¡Que se jodan todos, despídanme!
“Me miras, te miro, ríes, lloro” (por Álvaro Bretel)
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