Esa noche Jimena había tomado de más. Siempre fue la chica más deseada en las fiestas, pero siempre estuvo como en un altar, ningún hombre se atrevía a intentar algo con ella. Esta noche era diferente, estaba en la mira de todos los hombres, pero los hombres hoy estaban dispuestos a disparar. Todos notaban lo mareada que estaba (ella nunca pasa desapercibida) y la blusa medio transparente que llevaba puesta hacía imaginarla en baby doll jugueteando bajo las sabanas.
El primer valiente fue Tomás. Vio en Jimena a una presa fácil para poder recuperar, sin mucho palabreo, el status que había perdido. Esperó que su amiga vaya al baño y se sentó a su mesa y le invitó un trago. El tomó casi todo su vaso, ella solo se mojaba los labios. Cuando notó que Jimena ya no podía mantener los ojos abiertos la invitó a bailar. Quería que se quedara dormida sobre él en la pista de baile, para tener la oportunidad de ofrecerse a llevarla a su casa. Y así fue como sucedió. Jimena cayó sobre su hombro, casi a punto de perder el conocimiento. El bajaba las manos por su espalda, jugueteaba con su ropa interior y por momentos la besaba en los labios.
Tomás extrañaba estas situaciones. Extrañaba sentirse admirado por todos. Sentía que volvía a las épocas de secundaria, donde hacía lo que quería con las chicas más deseadas de Lima y al día siguiente solo eran un nombre más en su lista de teléfonos. Toda la secundaría la había pasado así. Amanecía en automóviles, en diversos hostales, en lujosos cuartos de lujosas casas de San Isidro, Miraflores, La Planicie y algunas otras zonas residenciales limeñas y hasta en alguna playa; pero siempre acompañado por las mujeres más deseadas del país.
Estas muy mal, no quieres ir a tu casa – le dijo Tomás al oído. Jimena aceptó y él sintió un revoloteo de hormonas que no sentía hace mucho tiempo. Ella lo tomo del brazo fuertemente (si no lo hacía probablemente se halla desplomado hacia el piso). El prendió un cigarrillo con la otra mano y ambos salieron juntos.
Esa caminata, del brazo de una hermosa mujer, lo hizo recordar su fiesta de promoción. Habían pasado ya cinco largos años y desde ese momento su reputación de casanova había quedado en el olvido. Nunca más se le vio abrazando a las mujeres más deseadas, besuqueando a cinco chicas diferentes en una noche o metiendo la mano por debajo de una falda en plena pista de baile.
Juntos bajaban las escalares ante la admiración de todos. El recuerdo de Tomás estaba presente en todos. El fue un hito, un ejemplo a seguir para toda una generación de adolescentes limeños con las hormonas revoloteadas. Llegaron a la cochera y dieron un par de vueltas hasta encontrar su carro. No era un carro lujoso, ni uno del año, pero cualquier otro carro lo envidiaría por lo que solía pasar en el asiento de atrás. Le abrió la puerta, la acomodó en el asiento del copiloto y le puso el cinturón de seguridad. Ella ya casi había perdida el conocimiento. Se movía por inercia y solo atinaba a decir: “aaaja”, “no eshtoy bodacha” o “no quiero ir a mi jaato”. El se subió al auto y lo puso en marcha. Solo había tomado un par de copas, así que se sentía seguro para manejar. Como ella no quería ir a su casa, él la invitó a dar una vuelta por la Costa Verde. Ella respondió con un sonido medio extraño, que el interpretó como un sí.
Todo salía muy bien, como aquella noche de su fiesta de promoción. Fue la mejor fiesta y fue con la mejor pareja. Al final, quiso coronarse como el mejor. Llevo a Andrea, su pareja de aquella noche, a dar una vuelta por Lima y el paseo terminó en una playa de la Costa Verde también. Se fueron al asiento de atrás y sin mucho palabreo le sacó el vestido y sucedió lo que tenia que suceder. El siguiente día invito a todos sus amigos a su casa para contarles su hazaña. Pero su momento de gloria finalizó cuando a las 6 de la tarde un policía tocó el timbre de su casa y lo arrestó por violación a una menor de edad. Andrea estaba arrepentida de haberle entregado su virginidad a un casanova como Tomás y le contó todo a su padre, modificando algunas partes de la historia. Como Tomás ya había cumplido los 18 años, su padre no dudó en presentar cargos.
Todo le estaba saliendo perfecto. Volvía a ser el mismo de antes. Se detuvo en la misma playa de hace algunos años y apagó el carro. Puso un disco con música suave y relajante y empezó a besar a Jimena. Ella tenía los ojos semiabiertos y parecía más dormida que despierta. Pero como no se resistía a las manos de Tomás, él lo interpretó como una aprobación.
Tuvo que casi cargarla hasta el asiento de atrás. Se demoro unos cuantos segundos en retirar la blusa y el brasier. Siguió besándola. Ella simplemente estaba echada en el asiento. Tenía problemas en sacarle los jeans, estaban muy apretados y ella no ayudaba. Pero luego de una ardua lucha lo consiguió. Sentía que había recuperado la confianza. En ese momento ella abrió los ojos y lo miró fijamente, aunque sin imponer resistencia física alguna. Simplemente una mirada para que él se detuviera por si solo. Abrió la puerta del auto, salió, se sentó junto a la llanta y empezó a llorar.
Todavía no había podido superarlo. En la cárcel había sido violado por tres presidiarios. No había podido hacer nada para defenderse. Simplemente trató de cerrar los ojos y olvidar todo lo que estaba pasando. Pero cuando todo termino, abrió ligeramente la vista y vio a uno de los violadores sonriéndole. Abrió los ojos completamente y siguió mirándolo por unos cuantos segundos, hasta que este se fue sin perder aquella sonrisa de los labios. Sonrisa que le hizo refugiarse en un mar de lágrimas. Sonrisa que lo agobia desde ese día en adelante. Sonrisa que nunca pudo olvidar.
Al parecer la mirada de Jimena lo había hecho recordarse a sí mismo. Echado, indefenso y con los pantalones abajo. Esa escena lo había hecho estallar en lágrimas y acobardarse como nunca lo había hecho. Quizá ya nunca más podría tocar a una mujer.
Decidió sacar a Jimena del auto, recostarla en la playa y dejarle su casaca para que pueda soportar el frío de la madrugada limeña. Las lágrimas no paraban. El subió al auto, lo encendió, miro fijamente adelante, ya se podían ver las olas iluminadas por los primeros rayos de sol, y pisó el acelerador a fondo.
Secuencias narrativas en paralelo con restrospección y dato escondido.