“El fuego le parece horrible” por Abril Cárdenas

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La intensidad con la que el sol quemaba su piel hizo que Adriana imaginara un pedazo de tocino friéndose en la sartén con su propia grasa. El tocino, recordó, no necesita aceite para freírse, se basta por sí solo. Es bueno en sí mismo, como algo que le habían enseñado en Filo el bimestre anterior.
Estiró un poco las piernas mientras recordaba a su profesor escribiendo palabras en griego sobre la pizarra. Eudaimonía, Aristóteles, psyché. ¿Por qué el colegio había contratado a un estudiante universitario afanoso como profesor?
Felizmente ya no lo iba a ver.
-Adriana, me quema mucho la espalda- la vocecita somnolienta de su hermana menor la distrajo.
-Arrímate más a la sombra- respondió Adriana, cortante y mirando al cielo. Le molestaba que María Teresa la distrajera siempre.
Teresa siempre hablaba de sus dolores, de sus desgracias, de sus problemas personales como si fuera una mujer de cuarenta. Adriana le echaba la culpa a su madre por obligarla a ver novelas desde la panza. Ella detestaba las novelas, jamás había visto una completa en sus dieciséis años de vida y le parecía horrible que su hermana, de doce, fuera capaz de contar de principio a fin trece novelas… pero sucedía. También le parecía horrible que su familia hubiera decidido ir a la playa en vacaciones y también sucedía; le parecía horrible la arena y estaba sobre ella. Ese era el origen de una de sus mayores frustraciones: a ella y solo a ella (o eso pensaba) todo lo que le parecía horrible le sucedía, de ley. “Ese tema me parece horrible”, lo tomaban en el examen; “Esa rubia me cae horrible”, al día siguiente la rubia le insinuaba que quería ser su amiga; “Ese color me queda horrible” y el color era elegido para su camiseta de las olimpiadas.
Pero por alguna razón tenía la certeza de que ya no le iba a pasar.
-¿Adriana De María?- la voz de Doña Julia, su madre, sonaba distante.
-¿Mamá?-
-¿Tu hermano está a tu lado?-
-Sí mamá- Al otro lado de Maria Teresa. José María estaba desparramado con los brazos abiertos, uno de ellos sobre el abdomen de Adriana.
-¿Cómo está? ¿Puedes fijarte?-
-No, no puedo- muy cierto, no podía voltearse- pero hace rato lo escuché roncar, seguro se ha quedado dormido-
Movida por una extraña pena, Adriana tuvo que mentirle. Sabía que su mamá se desesperaría si no le daba noticias de José, lo adoraba demasiado, lo protegía como a un bebé a pesar de que tuviera 25 y estuviera a punto de casarse.
¿Por qué su mamá lo protegía tanto? ¿Por qué siempre esperaba que fuera ella la que se hiciera cargo de los demás? ¿La quería? A veces dudaba y por eso las dos siempre se peleaban, pero en ese momento Adriana no podía dudar, la arena caliente hacía humo sus resentimientos.
-¿Mami?- la llamó con miedo.
-¿Hija?-
-Te quiero-
Su mamá no respondió y eso no le importó mucho. Es más, ni siquiera le importó mucho decirle te quiero. En ese momento estaba absorta en otro recuerdo, ninguna fecha en especial: estaba ella en su cama, llorando de dolor y su mamá a su lado, sobándole la cabeza y aunque el dolor fuera el de su pierna rota, sentía que caricia tras caricia iba calmando.
-¿Mamá?- volvió a llamar, cuando un recuerdo más interrumpió súbitamente su inusual estado de ternura- ¿Mi papá?-
Adriana amaba su padre más que a nada y acababa de recordarlo sentado en su escritorio, leyendo a Arguedas con luz baja y los lentes a media nariz. Era el hombre más maravilloso del mundo.
-No salió del carro…-
Sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a gritar el nombre de su padre. Cada inhalación, cada pausa que hacía para gritar más fuerte la volvía más consiente de lo que ya sabía: Que cruzaban un desierto camino a la playa cuando un camión se atravesó, que el auto dio vueltas de campana, que su madre, sus hermanos y ella habían sido disparados fuera, que la sangre proveniente de su espalda ya no refrescaba la arena ardiente bajo ella, que su hermano yacía muerto a su lado y su hermanita respiraba con menos frecuencia cada vez. Que su madre, metros más allá, tenía el rostro sumergido en un charco de su propia sangre y que su papá se consumía junto con el resto del auto, atrapados en el fuego.

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