Tiempos difíciles, violentos e insensibles. Dicen que los años curan heridas, quizás eso se pueda decir en el amor, quizás lo pueda decir Sabina, quizás lo puedan decir las mismas heridas derrotadas si hablaran, pero no lo dirán los labios de Sonia. Para ella lo años pasan y el ardor no se apacigua, se vuelve incandescente, ataca desprevenidamente y es manipulador y las heridas empiezan manifestarse cuando a las 6:30 de la tarde la luz ya no entra a su casa y no hay nada que la salve de la deprimida oscuridad. Salí de mi casa a comprar leche, ustedes saben que en ese tiempo todo estaba muy caro, a la tienda de la esquina y 3 policías empezaron a seguirme, hasta que me cerraron el paso y me dijeron que estaba denunciada y que debía acompañarlos, yo me resistí porque no podía dejar a mi hijo de 2 años solo en la casa, pero, me agarraron fuertemente de los brazos y me metieron a una camioneta negra que estaba más allacito nomás. -Véndale los ojos- dijo uno de los policías y me pusieron una tela negra que no me permitía ver absolutamente nada, luego sentí que arrancó la camioneta y pusieron música bien alta para que no escuche lo que conversaban. Me calmé un poco, pero seguía llorando dentro de mí, de pronto escuché una voz diferente –identificación, el oficial los espera. Ya cayó esa terruca de mierda- sabía que había llegado a la base. Dimos vueltas y vueltas, la camioneta retrocedía y volteaba a la derecha, luego retrocedía de nuevo y volvía a girar a la derecha, todo terminó por desorientarme, eso era lo que buscaban ellos. Me bajaron de la camioneta, abrieron una puerta y me sentaron en el suelo, me quitaron la venda y una luz intensa me cegó. Estaba sola en un cuarto muy sucio, escuchaba chillidos de ratas y todo apestaba muy feo, muy horrible. Lloré nuevamente ahí sentada en el piso, me puse a pensar en mi hijo y cerré los ojos. -Levántate carajo- dijo Raúl – ¡el despertador te lo he comprado por las huevas! Santiago se levantó lentamente y mirando con el seño fruncido a Raúl, lo detestaba, pero qué iba a hacer era su padre y era militar. Vivía solo con él desde que su madre lo abandonó, al menos eso fue lo que siempre le dijo su padre, pero Santiago sabía que eso no era muy cierto y que su padre le ocultaba la verdad. –Así que tu financiabas a esos terrucos ¿no?- me dijo el Mayor Pérez- aquí no te vas a hacer la pobrecita, me vas a dar nombres si no te quieres pudrir en la cárcel. Yo no entendía cómo me podía decir esas cosas de las que yo no estaba ni enterada, no sabía nada, no se de dónde habían sacado que yo financiaba a Sendero ni todas esas tonterías. Le explicaba y le rogaba al Mayor, pero me dejó impresionada su incredulidad y frialdad, ¿cómo podía haber personas tan malas? Diosito las va a castigar, yo lo se. El cuarto estaba muy desordenado y sucio, la ventilación era escasa y la luz natural no existía. Santiago debía ordenar todo si quería ir a jugar pichanga, eso era lo que había dicho, porque en realidad se iría a una conferencia acerca de Derechos Humanos, pero imposible que le dijera a su padre que asistiría a eso, -son cojudeces- solía decir cuando escuchaba alguna noticia o comentario sobre Derechos Humanos- malagradecidos carajo, gracias a nosotros ustedes se salvaron, maricones a ver si ustedes pelean pues, a ver si son tan valientes y encima ¿exigen derechos humanos? ¡no me vengan con huevadas!. -Entonces quieres hacer todo más difícil, por lo que veo- decía el Mayor Pérez -a ver si recapacitas después de escuchar esto. Me puso una grabación en la que se escuchaba a un bebe llorar, llorar desesperado, un sollozo que sólo una madre puede reconocer, un sollozo de hambre, terror y miedo, no, no me haga esto le decía al Mayor, le rogaba, me arrodillé, disculpen es que esto es muy difícil de contar, es muy fuerte volver a recordar todo esto para mí, ustedes ni se imaginan, no lo han vivido, no se imaginan el dolor, la impotencia que uno puede sentir. – ¿Ya carajo? hasta cuando voy a esperar, ¿crees me sobra el tiempo?- decía un exaltado Raúl, las pastillas lo habían vuelto así, sin familia, bueno, un hijo que ya no lo soportaba, se había refugiado en las pastillas quita-sentimientos que al parecer daban resultado. –Es difícil estar aquí ¿no?- dijo Maritza –ya veremos alguna manera de salir de este lugar, yo tampoco tengo ni idea de lo que me acusan, pero, como a muchas, me hicieron firmar un papel en el que me declaraba culpable, ¡me iban a violar qué iba a hacer! – tengo un hijo pequeño y su padre está de viaje, se ha ido a allá donde se están matando todos y encima a mí me acusan de ser la que financia a Sendero, ¡esto no tiene lógica!- se quejaba Sonia. Ahora que recuerdo todo, a veces hasta me da risa de las cosas que me decían, que yo financiaba a Sendero y era la encargada de llevar las cuentas de los gastos que se hacían, que era el cerebro económico de la organización y que así había robado el banco capital, ¿se dan cuenta? Yo ni había acabado el colegio, vendía algunas ropitas que tejía y a lo mucho hacía cuentas, pero nada que ver con lo que me decían esos abusivos. Santiago salió de su casa y era un típico día de quincena de julio, gris y con poco viento. El cielo siempre había sido gris para él. Sonia se encontraba en el pabellón A, donde estaban las reclusas sin condena y tenían 20 minutos semanales para pasearse en el patio, los demás días los pasaban junto a las ratas libres en prisión. Por fin respiro algo de aire puro, ese hueco apestoso ya no lo soporto. Qué iba a hacer, ese era el cuarto en el que viviría hasta que su padre sea tocado por la dama negra, dama negra que Santiago solía invitar e invocar para que se lo llevara, pero todos los intentos sin éxito. A veces así pasa, la muerte se vuelve esquiva, porque es malcriada e irrespetuosa, porque es temida pero bienvenida, porque es una salvaje, una dama, una dama hiriente, sucia pero necesaria para uno, para todos. Me llevaron a juicio y en menos de 20 minutos ya estaba sentenciada a 30 años de prisión, mis ojos y mi boca se quedaron abiertos por horas, las lágrimas se habían acabado así que llorar estaba de más. Y el tiempo pasa, el tiempo corre, corre como una liebre que está siendo cazada por un puma, corre desesperado y uno ni cuenta, ya habían pasado 15 años y de pronto un joven abre la puerta de mi celda, me da mis cosas en una bolsa y me acompaña hasta la puerta de salida del penal, me entrega un sobre cerrado y me empuja. No dijo ni una palabra, sus labios ni se movieron, sólo me miró desconfiado- le dijo Santiago a Claudia- ya estará por empezar la conferencia, ¡vamos!. Salí y todo era muy diferente, fui a una esquina a llamar por ring y la moneda no entraba, -ya no funciona así, qué cavernícola- dijo un juguetón niño que pasaba por ahí –toma- dijo y me dio una moneda de 50 céntimos para que pueda llamar. Marqué todos los números que recordaba, ninguno existía. Estaba desorientada, no sabía a donde ir, no tenía información de nadie, seguro que me creían muerta y aún sigo así. No pude rehacer mi vida, disculpen la palabra, pero me jodieron. Dicen que el tiempo cura las heridas, pero estoy seguro que eso no sucederá, aún me preguntó que habrá pasado con las demás inocentes, si siguen ahí o si ya no están con nosotros. Me quedé sin familia, no tengo noticia de nadie, perdí todo una vida y nada podrá cambiar eso, ninguna indemnización, ningún perdón, nada. -Muchas gracias Sonia por tu testimonio, se que es muy difícil pero es necesario conocer estos casos para encontrar culpables y seguir liberando presos inocentes, ¿alguien tiene alguna pregunta?- dijo Augusto, el moderador de la conferencia –a ver usted, ¿cual es su nombre?- dijo. –Soy Santiago- se escuchó una voz tímida. -Si, diga su pregunta. -Joven estamos esperando. -Joven otros también quieren…- decía Augusto algo inquieto. -¿Mamá?-.
‘Los años curan heridas, dicen’ por Camilo Clavijo
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