‘El´día más caluroso del año’ por Diego Alva

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El día más caluroso del año, el día en que las decisiones y la temperatura están más ardientes que nunca. “Presidente Smith, el mandatario del país africano ha llegado”, dijo casi reverenciándose uno de los asesores del presidente. “OK, muchas gracias, puedes retirarte”, respondió el mandatario americano mientras dejaba caer sobre el piso cenizas del nuevo puro que le había llegado desde La Habana. “Empezó la hora decisiva”, pensó Smith.

El frío que se vivía en una de las ciudades de Kenya era mortal, sentías como la sangre se quedaba inmóvil por tus venas. “Tengo frío”, dijo la vocecita de una niña que a su corta edad ya vivía los estragos del feroz cambio climático que azotaba muchas partes del mundo. “Es extraño como el mundo puede cambiar en tan corto tiempo, ven aquí, abrígate conmigo”, dijo Djafary mientras recorría con sus manos las partes más vulnerables del cuerpo de la niñita. “Uf, mejor no puedo sentirme”, exclamó con satisfacción Connery, el presidente de Uganda, luego de haber sido tratado como todo un rey por la servidumbre de Smith. “Qué bueno que todo sea de sus agrado, Sr. Connery, siéntase parte de mi país”, le dijo Smith extendiendo la mano dando la bienvenida.

Días antes hubo una reunión de muchos gobiernos para analizar la situación de los países devastados por la intromisión del cambio del clima en la vida de la gente del mundo. En esa reunión se habían acordado sendos beneficios para los países víctimas del clima, siendo EE.UU. el país que se iba a beneficiar de forma ilícita, ya que desde dentro de la esfera política se había tejido un manto de corrupción para adueñarse de partes del dinero que era destinado para esos países en crisis. El Presidente Connery no pudo asistir a esa reunión por fallas en su avión antes de despegar, por lo que tuvo que posponer su visita hasta ese instante. “Mi querido y muy estimado Sr. Connery, ¿sabe una cosa?”, preguntó Smith quien estaba sentado al lado de Connery, bebiendo unos de los millonarios tragos de esa sala, “me alegra mucho que no haya llegado el día de las reuniones, ya que ahora podemos conversar de intereses mutuos, a solas”, dijo el americano al africano. “¿Intereses mutuos?”, preguntó Connery con aires de curiosidad. “Intereses de los que hablaremos en una rato, vamos. Tómese esta copa de coñac, verá usted que no querrá dejar de probar”, dijo riéndose Smith mientras le servía una copa llena al africano.

Luego de haber bebido esa incandescente taza de té, Djafary dejó durmiendo a la niña en el sofá en el que él tantas veces había estado con menores de edad satisfaciendo sus impulsos. No pudo permanecer en ese sitio y salió a la calle para que el aire gélido congelara sus impulsos. “No puedo hacer eso”, dijo Djafary mientras descargaba sus deseos con una certera patada a un pedazo de madera que se encontraba tirado en el piso. Djafary era buscado por la policía por actos pedofílicos, pero él se había guarecido en un lugar en el que ni Dios podía encontrarlo. El frío del lugar calmó lo impulsos que tenia Djafary por tener a la niña tan cerca de él, en su misma casa. “No puedo hacerlo, soy incapaz de hacerlo, mierda”, se dijo Djafary a sí mismo. “Claro que puede, Sr. Presidente”, le dijo uno de sus asesores al presidente americano, que había salido de la sala en donde estaba Connery. “Nadie se enterará, todos aquí dentro lo apoyamos”, siguió el asesor. “Esto está mal, no debería hacerlo, ya hemos obtenido muchos beneficios, deberíamos dejar a este pez que siga su curso”, dijo Smith casi sin creer en sus propias palabras. El ambiente que vivía Smith de poca tranquilidad era evidente, todos en su partido lo instigaban para que caiga sobre Connery también.

Connery era uno de los presidentes más ingenuos del mundo y esa era una magnífica oportunidad. Uganda era uno de los pocos países africanos que había sabido sacar oro de la crisis reinante. “Mister President, venga conmigo a disfrutar de esta copa de coñac tan buena”, dijo Connery con una sonrisa en los labios y con los ojos adormecidos por el alcohol que había actuado en su organismo de manera súbita. “Sr. Smith, solo necesitamos que firme el africano firme el documento”, dijo uno de los asesores del presidente.

La niña se encontraba muy emocionada porque Djafary le había traído muchos dulces y una muñeca de la tienda. Djafary luchaba contra su monstruo interior, veía a la niña tan inocente, cómo jugaba con su muñeca. La infante no notaba la mirada tan penetrante de Djafary, no notaba cómo sus ojos hacían añicos su pureza. En ese preciso instante, el único mundo de la niña eran su muñeca y sus dulces. “Déjame en paz, no quiero hacerlo”, repetía muchas veces Djafary mirándose al espejo. “No me dominarás esta vez, no lo voy hacer, te voy a vencer, maldito impulso”, se decía Djafary mientras cogió un pedazo de vidrio roto del suelo y se hizo un corte muy profundo en la mano, el dolor había suplantado, por esos momentos, al deseo maligno de su cabeza. “Traigan rápido, mucho alcohol y algodones, está que se desangra”, grito Smith al ver que Connery , por el estado alcohólico en el que estaba, se había cortado con la copa que segundos antes había dejado caer al piso. “No se preocupe Mister President, perderé mucha sangre pero jamás, oígame bien, jamás perderé mi orgullo”, decía sin mucho sentido Connery ocasionando la risa de muchos presentes allí. “Aproveche Sr. Smith, solo necesita su firma y todos salimos ganando”, dijo otro de los asesores con una sonrisa maliciosa en el rostro.

“Sr. Connery, ¿sabe usted por qué ha venido?”, dijo Smith mientras la sala era despejada de todas las personas, menos los mandatarios. “¿Sabe que hoy se tomarán decisiones muy importantes en la que usted y yo estamos involucrados”, continuó Smith. “Mire, Mister President, solo sé que hoy, usted y yo somos hermanos y lo que se decida hoy, será lo mejor”, respondió Connery con la mirada perdida en la habitación. “Déjeme hacerla otra pregunta Sr. Connery”, dijo Smith, “¿la razón o los impulsos?, ¿cuál cree que es más importante?”, dijo Smith a un Sr. Connery que parecía haber caído en uno de esos sueños en el que se despierta por ratos.

“Maldito impulso, no otra vez”, se dijo Djafary mientras se apretaba la herida que se había hecho. La cabeza de Djafary parecía una celda llena de enfermos de locos sexuales queriendo escapar para rociar el mal por el mundo. “¿Qué te pasa?”, dijo la niña que por un segundo en toda la noche había volcado su mirada hacia los ojos de Djafary. “Te noto muy triste, yo te quiero, no te pongas triste”, dijo la niña mientras se acercaba al lado de Djafary para hacerle compañía. “Está bien, es hora de hacerlo”, dijo Connery a Smith dando un abrazo fraternal al presidente americano. “Pero, ¿estás seguro?”, preguntó Smith a Connery. “Yo sé, ciegamente, que usted quiere lo mejor para todos, así que firmaré este acuerdo para que ustedes puedan manejar de la mejor manera nuestro economía”, dijo Connery mientras cogía el lapicero y buscaba el lugar en donde debía firmar. “Sr. Smith, me haría el gran favor de decirme en cuál de estos espacios que flotan entre sí tengo que firmar”, dijo Connery, idiotizado por el alcohol. “No puedo hacerlo, no puedo”, pensó Smith. “Estos impulsos no me pueden vencer en estos momentos, no con él”, reflexionó Smith, quien era uno de los políticos mas corruptos del Estado, cuya grandeza giró gracias a la capacidad que tuvo para ocultar todo y meterse a los bolsillos el dinero de todos.

Se paró y se dirigió al baño, un baño maloliente, con algunos insectos que vivían por ahí; sacó un frasco con calmantes y se lo tomó para calmar su ansiedad, Djafary esperaba que con esas pastillas pudiese controlar los impulsos que lo atormentaban. Subió a su cuarto y se miró al espejo. “Djafary, tú no eres un monstruo”, se dijo. “No lo hagas esta vez”. Una voz muy tierna rompió con la tranquilidad que había encontrado Djafary. “Me quiero bañar”, dijo la niña que se encontraba preparada para la ducha, tapada solo por una toalla. “¿Qué haces vestida así?”, dijo exaltado Djafary mientras sus impulsos se habían activado otra vez, aun más fuerte que antes. “Quiero bañarme”, repitió la niña. “No lo hagas aún, Connery, todavía no firmes”, dijo Smith ahorcando los impulsos de concretar ese acuerdo de un solo beneficiario. “Pero quiero hacerlo, ¿hay algo que me impida hacerlo?”, preguntó Connery, mientras jugaba con el lapicero. “No deberías hacerlo hoy”, dijo Djafary a la niña, que ya se había corrido hacia la ducha. Djafary había casi cedido al impulso una vez que entró al baño para ver a la niña. “Es ahora o nunca. Lo voy a hacer”, dijo Connery. “Yo el presidente de Uganda, estoy aceptando libremente firmar cualquier documento que nos beneficie”. Connery estaba idiotizado por el alcohol otra vez. “Hermanos como nosotros, hermanos de raza, debemos tendernos una mano siempre”, dijo, inundando así la cabeza de Smith de muchos recuerdos. El presidente americano comenzó a recordar su infancia triste y pobre que vivió en su país de origen, un país africano, cómo fue discriminado muchas veces y “basureado”. Un africano que había llegado a nacionalizarse americano y que ahora era el mandamás de EE.UU. no lo lograba cualquiera. Smith no puedo contener su identificación con Connery. “Sr. Connery, no firme por favor, no le conviene esto, lo siento”, dijo resignado Smith, mientras le quitaba el lapicero de las manos.

“¿Te acuerdas cuando mamá, tú y yo jugábamos a las escondidas, papi?”, dijo la niña mientras jugaba con la espuma que había hecho en la tina. Djafary vio una foto que estaba puesta sobre la mesita del cuarto en donde estaba él, su hija y su esposa, quien había muerto hace un año por un fatal ataque cardiaco. “Puto impulso, ya perdí a mi esposa, ahora no perderé a mi hija”, dijo Djafary dirigiéndose otra vez al baño. “Mi amor, quédate aquí nomás, en un rato va a venir la vecina del costado para buscarte, ¿ya?”, dijo Djafary lagrimeando. “Ya, papi, ¿a qué horas vendrás?”, dijo la niña mirando a su padre. “Siempre te visitaré, siempre te cuidaré, no me olvides nunca, te amo”, le dijo Djafary que, instantes después, buscó a la vecina para decirle que se encargue de su hija. En la casa de la vecina, Djafary acabó con su vida con un certero disparo en pleno cerebro.

“Buenas tardes, queridos compatriotas, les vengo a comunicar que he decidido dejar mi cargo de presidente”, dijo Smith. “Hoy he muerto, hoy el señor presidente no existe más”, dijo Smith en un discurso que dio luego de que el Sr. Connery había tomado el vuelo de retorno a su país. Smith alistó sus maletas y comenzó el viaje de vuelta a su país natal, a su país que lo vio nacer. Olas de frió azotaban al país de Kenya cuando Smith llegó, caminó por las calles empobrecidas de su ciudad natal, se paró frente a un velorio y se persignó, cogió nuevamente sus maletas y siguió su camino mientras la niña de la muñeca lo veía desde la puerta del lugar donde velaban a su padre.

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