– Ayer tuve un sueño rarísimo.
– Siempre tienes sueños así, no me extraña.
– Esta vez fue muy real, pero, a la vez, extraño.
– Cuéntame, aún nos queda tiempo y ya pagaste.
– Lo sé, es por eso que trato de apurarme en lo demás.
– Y eso que no te demoras mucho, en fin, cuéntame.
– Soñé que estábamos sentados, frente a frente, y que…
– ¿Como ahora?, está bien, no interrumpo.
– Nos quedábamos en silencio y mirándonos fijamente y…
– El silencio bienvenido nunca es incómodo, ¡ya! No me mires así.
– De pronto, sonaba tu celular y era un paciente insatisfecho y demente pidiendo una cita urgente contigo y tú le decías que no podías, aunque en el fondo no querías verlo porque temías que te hiciera algo.
– Gonzalito seguro, es tan joven y ya viene recurre a nosotras. Y, sí, nunca se va satisfecho y no es mi culpa, es él que no sabe bien quién es o qué quiere.
-Sí, ese era el nombre, y me decías lo que acabas de decir.
– ¿Ahora eres adivino? Pero, es solo una bromita ¡Qué mal humor el tuyo!
– Por eso te digo que es muy extraño y escúchame que para eso te pago, no para que abras la boca, salvo ciertas excepciones. Apagabas tu celular y volvíamos a mirarnos en silencio, eran unas miradas decepcionadas e inexpresivas, como si supiéramos que todo está perdido, que todo está por acabarse y no hay nada que se pueda hacer. De pronto, la puerta se abría con fuerza y entraba ese joven insatisfecho que te llamaba y…
– Gonzalito, ¡qué haces aquí!
– Y tu empezabas a gritar, desesperada, porque sabías lo que iba a suceder y de pronto tu mirada se aferraba a la mía y yo te sonreía y…
– ¡No! Gonzalito, escúchame, ¡no hagas esto!
– Bajábamos la mirada (se escuchan dos disparos) y una luz blanca muy intensa acaparaba todo, nos envolvía, cálidamente, y el silencio era impuesto, pero agradable, y te callabas por fin.
Me gustan los diálogos, están muy bien y el cuento en general es chévere (quizá algo corto)… pero eso sí, la terapeuta es muy poco profesional y merecía morir! 😛