y si vives en la muerte, entonces debes estar muerto.
Y si vives en la vida, entonces debes vivir.
El camino que tu corazón decide, hace que vivas.”
Bob Marley.
Los jueves eran así. Uno nunca sabía qué es lo que pasaría si de pronto eliges comenzar a dar pasos con la derecha o con la izquierda, o si comes en ese o tal lugar. De la elección dependía lo que siguiese, como una maldita cadena de eventos que van en círculos, porque al final (por lo menos a mí me pasa) llegas al mismo lugar y se echa de menos a la gringa.
Era de esperarse que si mi mano llegaba al celular y luego mi pulgar derecho marcaba “llamar”, los sucesos no tardarían en desencadenarse uno tras otro. Si me lo preguntan y, sobre todo, si es que tuviera que responder con exactitud por qué lo hice, diría que no lo sé, que la vida es así, un día uno coge un celular, marca el número de la gringa y recibe tal voz de desconcierto y pesadez que se siente destruido (¿ya no le importaba a la gringa?). Eso es lo que me ha pasado hoy y por eso estoy acá pensando en qué elegir.
Pero todo esto, debe comenzar desde antes, desde el momento en que salgo al mundo y elijo llorar. Creo que esa es la elección más evidente y más determinante que la otra elección entre leche o yogurt para el desayuno que tuve que hacer hoy antes de llegar a este lugar. Así que pienso, y por eso estoy acá (repito), y me digo que no hay que maldecir el día a día, o este jueves terrible (como todos los jueves, y ¿por qué los jueves?, se preguntarán, no creo poder responderles tan avezado enigma porque además, y no los subestimo, no creo que lo comprendan); se debe maldecir la vida entera y la elección de llorar.
Estoy acá, luego, me tiro. ¿Y después qué? Estoy casi seguro que quedará la gringa en las rocas, con mi cabeza ahí como descansando. Siempre en círculos, ya saben. Ahora estoy entre tirarme y llorar, y elijo llorar para darme una oportunidad. Aunque en realidad lo hago porque sé que la gringa se sentiría mal si me ve ahí muerto boca abajo, flotando en el mar como la consecuencia de un fallido salto del fraile. Pero, por el momento, he elegido llorar y con esto he elegido la vida.
Una muchacha con un vaso de café en la mano me grita “Rumba, Rumba!!” (Y he aquí mi nombre, si es que no me he presentado). Veo cómo su boca va moviéndose y acercándose su cuerpo regordete hacia mi situación suicida. Veo cómo su cuerpo regordete se va cayendo al tropezar con las grietas de la pista. Veo cómo sus ojos me miran mientras caen al suelo y cómo el jueves va acabando con su vida y con su cabeza desprotegida. Nunca había visto a la gringa así, después de tantos años, decidiendo tan mal los pasos un jueves. Nunca la había visto así… y gorda.
Muy bueno, en verdad escribes muy bien…particularmente pienso que es mucho mejor que el mío en varios aspectos. Muy bueno, sigue adelante.
Ana Lucía Araujo