“¡Oh de los cielos hueste eterna! ¡Oh tierra! ¿Qué más? ¿Te he de nombrar también, oh infierno? ¡Oh oprobio! ¡Tente corazón!, ¡Oh Tente!“
William Sahkespeare, Hamlet
Fue un 5 de setiembre.
La mañana era gris…o la tarde era gris no lo sé. No sé cómo definir mañana o tarde cuando son las 12, tal vez fue por ignorancia, tal vez fue porque era la primera vez que salía de esa burda caja, tal vez porque era la primera vez que tanta gente me rodeaba…no lo sé. Todo el día había estado allí, quieto, callado, mirando como otros iguales que yo se iban a dimensiones de manos desconocidas y otros más salían para depositarse a mi lado con la misma actitud, quietos, callados, sonámbulos a la expectativa de que alguno de los que nos visitara (aunque tal vez visitaban a aquella rubia extraña que no paraba de hablar) se interesara más en nosotros que en aquel ser de pelo teñido y voz chillona que explicaba cosas que no me acuerdo. Así pasaron los segundos, llenos de ojos de distintos tonos de negro y café con pupilas dilatadas por el bien engañoso que se les presentaba, de narices de todo tipo respirando feromonas verdes emocionadas y manos de todo tipo buscando con ansias un maldito lapicero para escribir su nombre en la lista de espera, yéndose con ellos algunos de mis compañeros y otros como yo que por suerte de chanza no habíamos sido atraídos por nadie.
Y fuiste tú.
Apareciste de la nada, simplemente exististe para mí. Te acercaste con intriga religiosa escudriñando entre las todas que preguntaban para ver que podía conseguir. Y no escuchabas a lo que aquella rubia decía, y no esperabas preguntar ni ser preguntada acerca de trabajo, tú fingías, mentías, aparentabas, lo que ahí decían a ti te llegaba al culo. Y fue ahí cuando nuestras miradas se cruzaron, se cruzaron como dos idiotas que se chocan en la calle y que con una sonrisa, un perdón y un hasta luego empedernido se marchan pensando el uno en el otro sin saberse siquiera los nombres. Pero nuestras miradas no eran idiotas, nuestras miradas no se despidieron, ni se pidieron perdón, nuestras miradas así como nuestros cuerpos se diseñaron para amarnos, para amarnos ….por siempre (bueno, eso fue lo que yo creí). Te acercaste a la mesa donde echadito permanecía, y asentiste a la rubia para que pareciera que caso le hacías….pero tú sólo te concentrabas en mí…eso yo lo sabía. Rápidamente y con mucha profesionalidad (eso es lo bueno de nacer en un distrito tan movido como el tuyo) me tomaste de la cintura y me llevaste contigo, yo claro tan quieto tan callado tan lapicero me acogí a tu mano sin negarme rogando que la rubia fastidiosa no me ultrajara de tu piel.
Te regaló un cuaderno, la rubia muy estúpida no se dio ni cuenta de que me habías tomado (a veces pienso que sólo quería deshacerse de mí y por eso no dijo nada) y aún más estúpida te regalo un cuaderno, y en ese mismo cuaderno plomo caro sería donde más tarde viviríamos todo nuestro amor, nuestra pasión,…y mi abandono, mi puto abandono.
Pasaron los días, y ya no segundos, sino días. Cada él te amaba más, cada él te conocía más. Esos secos y carnosos labios que me moría por tener, ese tacto a veces frío a veces caliente que de tus dactilares embriagadores tomaba. Y mierda. Esos zorros chocolates que me engatusaban cuando me mirabas y me enfermabas por no poder hacerte mía, por ser un maldito juguete de tus escrituras incapaz de dominarte. Y mierda, ese cuerpo virgen que nunca llegué a desvestir por completo ni nunca llegare porque ahora no te tengo más junto a mí.
Y ya no sólo pasaban días, sino semanas enteras a tu lado. Siempre a tu lado, en el bolsillo de tu saco o en el marsupio de tu polera, a tus manos cuando de firmas o animes deformes te dedicabas a dibujar. Cuanto tiempo desperdicié a tu lado no me importó, tú me usaste como ninguna, me hiciste el amor como ninguna (aunque sólo en fantasías), y me besabas en la cabeza haciendo mucha veces rozar tus dientes con mi platicoso cráneo. Y yo como puto enamorado me entregaba, iba por donde tu mano me guiará, dormía donde tus dedos me dejaban y tal vez fui feliz, y tal vez fui un puto feliz…pero los putos como yo la felicidad es efímera, se va como la esencia del filtrante del té al sumergirse en las llamas del agua hirviendo de la taza blanca del don de la casa.
Y así fue para mí. Ahora que lo pienso fue por exceso de amor que me pasó eso, fue porque me usaste demasiado en maldito sexo con papel, en malditas orgías donde todo mí líquido vital se iba por nada en palabras griegas mal escritas. Nada. Nada. Yo nunca dije nada, y ahora por eso mi foto ya no está en tu cuarto, porque me gastaste dibujando animes, porque me utilizaste creyendo que la primavera en mí sería eterna, creyendo que la risa nunca se iría del metal de mi sonrisa. Pero no fue así, yo trataba de dar lo mejor de mí pero ya nada era igual, escribías y yo no respondía a tus expectativas, tenías que pasar dos veces por el mismo camino para que mis marcas se notaran y no dejaran que los conocimiento vacíos del hombre se perdieran en ese cuaderno plomo que fue testigo de nuestro amor, de mi abandono. Tú me cansabas, me explotabas, me fatigabas en los días grises, en las tardes hambrientas, en las noches en tu cama cuando me leías a Sócrates desnuda para que según tú los ojos de tu alma pudieran ver lo inteligible. Tú querías ser otro Platón, yo quería ser el tuyo, quería ser aunque sea la pluma de aquel cisne que una tarde o mañana de setiembre soñaste.
Pero no.
Poco a poco me fuiste abandonando, días habían que me olvidabas y me plantabas en tu cuarto dejándome en llanto de tinta líquida negra que poco a poco menos lograba emanar de mi cuerpo. Y era por esa adolescencia mí, esa falta de esa puta tinta por la que más me dejabas, por la que ya no querías que a tu lado estuviera y por la que las raras veces que me volvías a usar en tus orgías de dibujos y rostros sin sentido con la vaga esperanza de una recuperación mía, me miraras con tristeza al darte cuenta que cada vez menos te era útil.
Y te aburriste de mí.
Y a la mañana siguiente me buscaste, me miraste con odio y me tiraste en el tacho de basura de tu cuarto cuando ni una sola gota de mi psique pude darte para escribir en las páginas blancas del cuaderno plomo.
Y en ese mismo tacho me encontré con otras víctimas desenfrenadamente enamoradas de ti al igual que yo lo estaba, gritando en silencio tu vil nombre, amándote aunque secos estuvieran.
Y sólo esa noche llorando como perro con la costilla rota ¡maldita sea! te vi con otro. Con otro desnuda en la cama, con otro hablando de Sócrates, con otro más nuevo y con la tinta líquida llena, con otro que tenía la misma mirada, las mismas ansias por tenerte que yo, otro puto más perdido por tus manos. Mierda. ¡Te perdí! ¡Te perdí! ¡Te perdí! y ahora sólo me queda esperar al camión de la basura para que tu vieja o tu hermano me llevarán sin nostalgia ni remordimientos a la muerte junto con esos otros amantes impíos que aún hoy claman tu nombre esperando que los salves de ese fatídico día en el nombre del amor que alguna vez les profesaste como a mí, y que yo siempre te profesaré mi Lucía de mierda.
Carajo… (suspiro)….a veces es tan duro ser un lapicero.
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