‘El día se ha acabado’ por Morgana Salvador

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Las siete de la mañana era para opinión de Berton un fastidio mayor en la vida, las personas recién bañadas traspirando cerca de él en el subte y la lentitud odiosa de cada paso por la cantidad de gente deslizándose con indiferencia a sus trabajos. Si tan solo pudiera despertarlos, arruinar su rutina y hacerles notar que pensaba, que era necesario que ellos pensaran. El café que todos tomaban y la cola de quienes esperaban que se vuelva a llenar la máquina, independientes de su droga para mantenerse torpemente activos por haber desperdiciado su vida en días acumulados sin dormir. Se encerraba en la oficina, las persianas, pensaba que toda persiana era símbolo inequívoco del sin sentido del automatismo. Luego pasaban horas antes de darse cuenta de que su turno había acabado, ya decidido a no almorzar hasta regresar a casa en la noche para no tener que ver el ritualismo de la conducta social civilizada de sus compañeros. La cita en los restaurantes ubicados cerca a la oficina, los ternos y actitudes finas que ocultaban el salvajismo que la competencia entre ellos provocaba era más de lo que su atormentado cerebro podía soportar. La transcripción, un resumen exacto de su vida, la metáfora de su existencia, un copiar pegar diario, pasar de los viejos archivos a la base de datos de la computadora nombres de viejos clientes.

La lista no incluía ningún juguete suyo o de su madre, o de su abuela, o de la abuela de su abuela, porque así era, la diversión era la chatarra del pasado. El bullicio del aéreocarro le impedía concentrarse en su búsqueda por el jardín. Si ella hubiera notado que los artículos de valor funcionaban a modo de reliquias tal vez no habría sido insistente en encontrar a su muñeca perdida. Los rayos láser impedían que el comprador tocase los productos de la venta de garaje a costo de perder algún miembro si se intentaba algo ilegal, pero ella estaba segura que la antipática Pati, la única niña en el colegio que podía no comer espinacas en el refrigerio, se la había llevado sin pagar solo para disgustarla. Quiso advertir de aquello a sus padres, pero recordó que su supuesta bravura no era más que con ella, con los demás eran simples corderitos. Cruzó el jardín de su casa y en la entrada gritó apurada la contraseña para que el ordenador le permitiese salir por el portón principal. En la calle pudo ver la camioneta plateada doblando en la esquina. No tenia que pensarlo mucho, Pati no se quedaría con su muñeca, tendría que ir a su casa a pedírsela o quitársela según las circunstancias.

Caminó para evitar todas las molestias de los buses, la ciudad tenía un ritmo palpitante que le causaba migraña. Cuando se cruzaba con cualquier persona en la calle hacía pequeños experimentos, acercarse se saludar, mirar fijamente, a nadie le importaba. Nada los despertaba, sumisos todos al sinsentido, nada especial, nadie extraordinario. En casa se preparaba el almuerzo, sin sabor, sin bebidas, el televisor estaba destrozado y en su posición en la sala, un recordatorio permanente de lo que no debería hacer. La computadora, tal vez podría terminar el trabajo para estar libre el fin de semana, libre para afanarse de la ineptitud humana. Aquella tarde era tan diferente, se sentía perdido adormilado, cansado, ya nada tenía razón de ser, quiso hacer algo diferente, no pudo. Se aburrió de transcribir, entró a Internet, buscó el chat, ni luego de dos minutos de conversar lo dejaban colgado en línea. Buscó animales extintos, saltó a casos inexplicables, llegó a mundo misterio, los links unos tras otros. Fue entonces cuando encontró un mensaje conmovedor, el despertar, lo que jamás se atrevió a expresar, aquello que lo elevaría más allá que cualquier hombre, el mundo entero contemplaría idiotizado un nuevo comienzo, él sería el mártir del final. Todo simple expresado en unas pocas palabras: el banquete solo tiene sentido si la víctima está de acuerdo. Debajo del mensaje del blog estaba una dirección de correo.

La niña caminaba por la avenida que años antes era el único medio de acceso hacia la periferia de la ciudad, en una ocasión ya había visitado a Pati cuando todavía amigas, ahora ella se dedicaba a alejar a tantas compañeras como pudiese, no se junten con ella solía decir, la niña estaba sola en el colegio, abandonada en casa, no se quedaría sin su muñeca. Su madre olvidó recordarle lo inoportuno que sería salir en una búsqueda por la ciudad, una ciudad terrible y peligrosa, pero talvez lo que sucedería sería lo más oportuno. La niña recordaba lo mucho que odiaba a Pati, lo molesta que estaba con no tener nada, con vender lo que perteneció a sus abuelas por casi más de un siglo, por que claro, ya nadie podía producir nada, no más ropa, no más juguetes, no más comida, todos los insumos se habían acabado. La frase favorita de su padre, todo escaso querida, era un perpetuo recordatorio de su suerte. Y luego estaba la horrorosa concentración de la gente alrededor de un holograma para escuchar las noticias, la niña estaba aburrida y hostigada de escuchar a las personas murmurar con creciente excitación acerca de la nueva ley. Caminaba con prisa y decidida, pero no estaba atenta ni asustada, pues habría notado lo vacía que estaba la avenida desde que salió de su casa. Mientras pasaba por la zona comercial, notó que los escaparates seguían mostrando la misma serie de informaciones en el holograma. El resultado del referéndum virtual para aprobar la ley y modificar unos cuantos artículos de la Carta Magna, por el que sus padres habían votado a favor, el debate en el parlamento, nada de aquello importaba en la vida de la niña, hasta entonces.

Todo ya estaba acordado. Tuvo que duplicar su velocidad de transcripción para terminar con la base de datos antes del viaje. Ordenó su casa, botó su televisor y borró todos los archivos del ordenador. Compró el boleto de ida en avión, y luego de despedirse sonoramente de sus colegas en la oficina, tuvo un día rutinario muy feliz. Al llegar a su destino buscó a su nuevo compañero de vida, pasearon por la ciudad, conversaron de sus motivaciones y experiencias. En repetidas ocasiones quiso el otro asegurarse de la convicción de Berton, no era necesario. Acordaron una fecha. En el sótano de su perpetrador se besaron y mantuvieron relaciones, perfectas por ser las últimas. La parte más difícil, a parir de ése momento, es tomar todas las pastillas y el alcohol posibles para no sentir dolor pero estar relativamente consciente. Su nuevo compañero está demasiado emocionado para proseguir con tranquilidad y Berton no es un ser pasivo o una simple víctima, él dirige la operación. Ha llegado el momento, se tiende sobre la mesa de madera, puede distinguir a duras penas como su pene penetra la boca de su amante, se funden tras el primer bocado. Le exige que no se lo trague, él merece participar de su destrucción, el caníbal cocina el miembro de Berton, juntos lo comen con un poco de vino, así se ha iniciado la vida del mártir. Jamás ha supuesto pedirle al caníbal que pare, se deja devorar, está muy agotado para imaginar ser otro, ahora es.
Luego de un año el anhelo de Berton se hace realidad, el mundo atónito ante lo macabro de los actos perpetrados aquella noche. Nadie entiende como una persona pudo aceptar semejante invitación. La condena moral a su asesino es absoluta, él, esté donde esté, es feliz, un grupo de dark metal le ha dedicado una canción, la morbosidad de la gente se expresa en Internet, en la web es un individuo conocido y hasta respetado.

Ya estaba oscuro, las luces de los postes encendiéndose a su paso la asustan. La niña se siete perdida, decide regresar, pero encuentra en el camino a unos vagabundos que celebraban alrededor de una fogata. Algo los hace muy felices, demencialmente felices. La ven, se le acercan, cuchichean entre sí. El más anciano da un paso hacia delante, parece reflexionar con sí mismo. Lo siento pequeña, no entiendes, dice. Ella trata de retroceder aterrorizada pero tropieza. Otro individuo toca el hombro del anciano y le dice: que va Karl, no creo que se molesten porque nos adelantemos un poco. El viejo asiente, no pueden esperar a que se promulgue la ley. Los vagabundos la destrozan para devorársela.

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