‘Diez’ por Karla Miranda

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La bala llega al centro del blanco y diez. Alberto sonríe satisfecho, es su primera semana disparando y su puntaje es bastante más alto que el promedio. Si sigues así fácilmente calificarás para los regionales, le dice su entrenador. Alberto vuelve a sonreír. El tiro con carabina o pistola lo apasionan sobremanera. Antes ha practicado fútbol, tenis, básquet y natación pero ninguno con tanto ahínco como el tiro. Guarda sus balines, acaricia su pistola con una franela verde y se despide de su entrenador. Llega a su casa y cuenta su dinero. Trescientos dólares en sólo dos partidas. Qué buena suerte había tenido, aunque tal vez no era de principiante como le habían dicho sus adversarios, tal vez sí era bueno con las cartas. Esta idea le hizo sentirse poderoso, imaginaba lo bueno que sería ganar tanto dinero de una manera tan fácil. Sacó las barajas de su bolsillo y empezó a olerlas, Ben olía fortuna.

Felicitaciones, Alberto, no sólo los regionales, ahora el nacional. Sabía que no me equivocaba contigo cuando te llevé a mi equipo. Sigo teniendo buen ojo, le congratulaba su entrenador luego de que Alberto recibiera sus trofeos. Alberto había hecho doscientos noventa y ocho puntos de trescientos. Los abrazos le llegaron de a montones, comenzó a tener muchos amigos y aunque no estaba seguro de por qué lo seguían verdaderamente no se preocupaba en preguntar, seguía ofreciendo trago a los mostradores contiguos. Ben pasó a jugar en mesas más grandes, su habilidad con las cartas le habían hecho ganar más de quince mil dólares hasta ahora, la suerte dormía a su costado.

El primer día que Alberto vio a Cecilia fue en un campeonato de tiro en Bellavista, la segunda fue en otro campeonato en la Ato. No sólo le gustaba físicamente sino que su serenidad y amabilidad le fascinaron. La invitó a salir y a los pocos meses ya estaban completamente enamorados. Él le dijo que sería buena idea que apueste mucho más que lo que hasta ahora, que sus manos eran imanes de ases, no podía desaprovecharlas. Ben estaba de acuerdo, la ambición le colmaba. Quería más y Jack, su nuevo amigo tenía ideas muy buenas y sabía todo lo que se tiene que saber sobre el póker. Ben estaba encantado.

Otra vez la bala sale del arma y diez. Alberto campeona en los Bolivarianos y la racha le sigue en los sudamericanos, sus puntajes son conocidos mundialmente. Alberto es una fuerte competencia. Ha ganado noches seguidas y mira todo lo que apuesta, comentan las prostitutas mientras Ben sigue ganando y apostando sin miedo porque resulta que terminada la noche siempre vence, los jugadores más añejos no pueden creer que él les gane y buscan competidores más fuertes, pero no hay opositor que le haga competencia, su fama de invencible crece dablemente.

El carro de la novia pasea por las calles de Lima. Alberto no cabe en sí, está casado con Cecilia, la mujer que adora. Todo le parece muy poco para ella, sus padres le ofrecen vivir en el segundo piso de su casa pero a Alberto no le parece bien, pide un préstamo al banco y se compra una casa linda con piscina y vista preciosa. El carro de sus sueños, un convertible negro con tapiz de cuero, Ben está feliz. Ni su hermano, el médico, tiene todo lo que él ahora posee. Casas, mujeres como modelos, carros, los mejores tragos, los más costosos puros y las hierbitas para estar atento.

Ni el trabajo constante, ni la ayuda de sus padres pueden solventar la deuda de Alberto, el banco lo tiene ahorcado, él está desesperado, no quiere perder su casa, su primer hijo acaba de nacer, necesita conseguir dinero con urgencia. Me van a matar, me van a matar, repetía Ben incesantemente, debía demasiado dinero a unos mafiosos, cómo se me ocurrió apostar tanto se lamentaba. Perdió casas, carros, y aun así le faltaba dinero. Estaba seguro que le habían hecho algún tipo de trampa, pero no podía hacer nada, él sólo se había metido a jugar con ellos, le advirtieron pero él no escuchó. El nunca escuchaba.

“Has sido seleccionado para participar en el mundial de Tiro en Seúl…” leía emocionado Alberto. Lo que más le alegraba era el premio de aquel campeonato. Cinco millones de dólares. Ese dinero significaba no sólo salvar su casa sino, también, mejorar el nivel de vida de su familia. Cinco millones de dólares salvaban por completo a Ben, podía saldar su deuda y empezar algún negocio serio que, aunque no tan rentable como el póker, le brindaba seguridad. Ben disparaba muy de vez en cuando porque a su hermano le encantaba, él sería el jurado principal. Se había enterado del concurso por él, tenía que ganar.

El despertador a las seis de la mañana le avisa a Alberto que ya es momento de ir a entrenar. Nada era tan importante ahora sino ganar en Seúl. Tenía confianza en sí mismo y sabía que si entrenaba podía conseguir el tan anhelado premio. No tienes idea de lo indispensable que es ganar ese premio para mí, rogaba Ben a su hermano. Es tan fácil hacer trampa, no seas tonto, le decía. Ben estaba seguro de poder arreglar los blancos electrónicos a su favor y en realidad, no le costó mucho trabajo convencer a su hermano de ayudarlo. A nadie le sobra el dinero.

Llega el día del campeonato, Alberto está concentrándose en una silla en un rincón. Ben ya tiene todo listo, el carril cinco está preparado para él. El sorteo lo hará su hermano y a él le tienen que dar el cinco. Alberto, por ser extranjero dispara en la segunda tendida.

De nuevo la bala sale disparada, diez. Ben se alegra, su plan está saliendo de maravilla. Vuelve a cargar el arma. Diez. Toma agua, estira sus brazos, respira. Diez. En su mente los cinco millones bailan, él le ha dicho a su hermano que iniciará un negocio pero no, él quiere seguir apostando, lo ganado lo multiplicaría en un par de días. Diez. El sorteo de nuevo. Cinco. Alberto. Esto no estaba en los planes, gritaba Ben, él disparará trescientos como yo. No me di cuenta, tantos papeles, me confundí y metí el cinco otra vez. Ya no importa, harás que gane yo.

Cecilia, Cecilia. Diez. La bala circular. Mi piscina. Pies y manos y ojos juntos. Mi casa. Diez. Cada tiro es un campeonato, Alberto. Diez. Azul y verde y celeste. Mi casa, mi esposa, mi hijo. Diez. Tengo que ganar. Seis de la mañana. Cecilia. Diez. Trescientos.

Esto es algo que no se ha visto antes, empatados con trescientos puntos de trescientos el señor Alberto de Perú y el señor Ben, de Seúl; anuncia el organizador del Campeonato de Tiro. Dice además, que en vista que no quieren compartir el premio y que solo hay un trofeo, se procederá a desempatar por un “duelo de tiro”, que significa un solo tiro a un blanco de cartón, por tratarse de un espectáculo y en cartón se puede apreciar mejor el tiro.

Alberto sabe que puede ganar y acepta enseguida, Ben duda pero no tiene opción, es eso o aceptar que ha hecho trampa. Ambos tiradores se posicionan. Los dos cargan sus armas. Apuntan. Cecilia, mi casa, la piscina, azul, cada tiro es un campeonato. Diez. Ben no dispara aun, las manos le tiemblan, no puede hacer menos que Alberto, igualar su diez es difícil. Va a perder, va a perder y luego lo van a matar. A él nunca le gusto escuchar y ahora tiene miedo. Lo van a matar. Voltea el arma hacia sí y dispara. Diez.

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