Eran unos diez, quince, veinte cuerpos esparcidos entre la nieve, sobre una capa roja de sangre y en medio de un claro de árboles negros y muertos. Y más allá, un soldado cojo y cansado, salpicado de sangre y con la escopeta al hombro. Con el brazo bueno sostenía el brazo herido, y la pierna sana servia de apoyo mientras esperaba encontrar un refugio. Después de un día, una noche, y un día más, vagando por entre el bosque y la nieve y el rastro de sangre que dejaba a su paso, encontró una cabaña. Era pequeña y se encontraba fuera del bosque, y tenía una chimenea y un cerco de madera. El soldado se apresuró en llegar, cojeando, muy malherido, con hambre y con frío. Al llegar, tocó la puerta muchísimas veces, pero no salió nadie. Volvió a tocar, y obtuvo el mismo resultado. Desesperado, recorrió los alrededores y reviso todas las ventanas, pero no vio a nadie. Casi desfalleciendo, intentó romper la puerta con la pierna buena, pero ésta no cedió. Luego, aun más desesperado, tomó la escopeta y rompió las ventanas. Dentro de la casa no había nadie, ni comida, ni agua, nada. Sentía arder sus manos, por los vidrios de la ventana. Luego sintió más hambre, y frío en las manos, que aun ardían. Y después de un momento, cuando ya no se le ocurrió hacer otra cosa más que sentarse en el piso, de espaldas a la pared, dejó el arma a un lado, cerró los ojos, y ahí se quedó.
Y luego despertó. Estaba en una cama muy suave, arropado entre las sabanas. Su uniforme estaba sobre una silla, a su lado, y ahora solo podía ver que tenía puesta una camisa blanca y holgada. Cuando se dio cuenta de su situación, unas lágrimas recorrieron su rostro por la felicidad y, más tranquilo, se acurrucó y volvió a dormir. Soñó con ella, de hace muchísimo tiempo atrás. Antes del ejército, de la muerte, del cansancio, cuando solo había colegio y la nieve era para jugar, no para enterrar cuerpos.
Al salir el sol, me costó mucho trabajo levantarme, por el frío que hacía. Había nevado toda la noche, y la ropa que puse a secar estaba húmeda esparcida. Me pasé toda la mañana recogiéndola y colgándola de nuevo, y más tarde fui al pozo para sacar agua, pero estaba congelada, así que bajé al pueblo para conseguir un poco, y de paso comprar todo lo necesario. Había muy poca gente en la plaza, de seguro muy flojos o muy perezosos para salir, con el frío que hacía. Cuando compré todo lo que pude, me dirigí a mi cabaña, pero luego se escuchó un ruido ensordecedor. En el horizonte, se veía una estela de humo muy alta, así que me asuste y apreté el paso. Mientras caminaba, se escuchaban explosiones y disparos, pero muy lejos. Yo llegué a mi cabaña y rece para que no ocurra nada malo. Cerré todas las puertas y ventanas y me escondí un momento en mi habitación. Tenía miedo de prender la radio y, después de un momento, los disparos y las explosiones cesaron. Luego tomé una siesta, no quería saber nada de lo que ocurría en el exterior, con lo asustada que estaba. A mi lado, vi la foto de mi marido y mi hijo mayor. Me daba lastima pensar en ellos pero no podía evitarlo. Tome la foto entre mis brazos y me cubrí con las sabanas. Me sentía más a gusto estando ahí, en la oscuridad, donde solo había lugar para mí y la foto. Luego me puse a llorar.
No recordaba cuantas veces había dormido y despertado, y tratado de dormir otra vez. Le dolía un costado de la cabeza de tanto estar recostado, y al final se despertó y se puso el uniforme. Antes de abrir la puerta, tomo la escopeta y se la puso al hombro, luego pensó en lo que iría a pasar, en quién estaría del otro lado de la puerta y qué iría a decir. ¿Qué habría hecho si, al abrir la puerta, se hubiese encontrado con ella, ahí, en ese país extranjero, sin ningún motivo aparente? Abrió la puerta y salió. Después de pasar un corredor, vio a una mujer frente a la cocina, preparando sopa o guiso. Él no supo qué decir, y solo atinó a alzar la mano y saludar, con una sonrisa torcida. La mujer también lo saludó y le explicó lo que había pasado. Dijo que lo había encontrado recostado sobre la pared, debajo de una ventana rota, y que se había encargado de tratar sus heridas. También dijo que habían pasado unos 3 días desde eso y que podía quedarse a comer si quería. El soldado aceptó con gusto y se disculpó por todas las molestias que había causado, y dijo que en cuanto se recupere, repararía la ventana por la que había entrado. La mujer aceptó y ambos comieron tranquilamente sobre la mesa, mientras escuchaban la radio y se enteraban de las noticias. Cuando terminaron, la mujer lavó los platos, y le dijo al soldado que podía descansar si lo deseaba. El soldado acepto y durmió un par de horas más. Luego, la mujer se acercó a él y limpio sus heridas de nuevo.
Cuando desperté, salí de la cama y preparé el almuerzo. Aun hacía un poco de frío, pero ya había dormido mucho ese día y no quería desperdiciar el tiempo. Luego prendí la radio para enterarme de lo sucedido, pero no comentaron nada del incidente. El ejercito de nuestro país se había rendido y las tropas del bando enemigo habían atravesado la frontera. Los precios de los alimentos subían y el gobierno consideraba repartir bonos de alimentos. Yo sabía que los bonos no llegarían hasta nuestro pueblo y que solo se concentrarían en la capital. Luego pensé nuevamente en mi esposo y mi hijo mayor, peleando en la guerra. No pude evitar llorar de nuevo. Ni siquiera se enrolaron en el ejército y, de estar muertos, no habría ningún tipo de compensación. Lo mas seguro es que me marche de aquí y me lleve las pocas pertenencias que me quedan. Estaba muy abatida, pensando en ellos, en mi futuro, ya no tenía ganas de vivir. El almuerzo se estaba cocinando en la cacerola, pero yo no estaba pendiente de él. Quería volver a la cama de nuevo, echarme y no despertar. Comí lo poco que había cocinado y regresé a la cama, sin importarme el frío que hacía. Ya no me importaba nada.
La mujer que cuido del soldado parecía muy triste, y a él le dio mucha lastima. Tenía el cabello oscuro y unos ojos muy bonitos, y parecía que en otras épocas había sido una joven muy atractiva. Ella le contó al soldado que su marido y sus hijos peleaban en la guerra, pero como parte de la resistencia. A él le dio mucha lastima, siendo del bando contrario. Le pregunto por qué es que cuidaba de él, y ella le dijo que estaba muy sola en la cabaña y necesitaba de un hombre que la ayude. El soldado aceptó y le dijo que cuidaría de ella de la misma forma en que ella lo trató a él, y la mujer aceptó.
Ese día tuve un sueño muy extraño. Soñé que estaba en la ciudad del bando enemigo, pero vi que era muy fría y solitaria. No había árboles ni flores ni colores de ningún tipo, sino que solo veía edificios fríos y muy altos, con puertas enormes y personas haciendo fila para entrar. Y las personas se veían tristes y cansadas, y mientras me acercaba, me iba haciendo más y más pequeña, hasta volver a ser una niña, con el cabello ondulado y el cerquillo recogido. Luego empecé a llorar, porque no había nadie que se encargara de mí, y mientras lloraba, todas las puertas temblaban, y mi voz cambiaba y sonaba muy extraño, como si rompiera vidrios con ella. Luego desperté, llorando cómo la niña que había sido. Sentí una corriente de aire en las piernas, pero no le di importancia. Luego salí de la cama y encontré a un hombre, un soldado, recostado sobre la pared, bajo una ventana rota. Estaba muy malherido y tenía cortes en la mano, de la que emanaba un hilo de sangre. Era un hombre alto, con el cabello plateado y ligeramente largo, y una escopeta a su lado. No supe qué hacer en ese momento. Era uno de los soldados del ejercito enemigo, pues tenía ese uniforme gris, como en el sueño que tuve.
Una vez que el soldado se hubo recuperado, se quedó un tiempo con la mujer que lo atendió y la ayudó en todo lo que pudo. Reparó la ventana por la que entró y le entregó algunos objetos para que los vendiera en el pueblo. Le dio dinero de su país, que era más valioso y difícil de conseguir, y con él compraban los víveres que necesitaban. Le dio todo lo que tenía en su mochila, excepto esa carta de hacia tanto tiempo, de ella, de poco antes del ejercito y de los edificios grises y las banderas rojas. El único testimonio de tiempos más alegres y más divertidos, y al mismo tiempo de cosas tan tristes.
Ya ha sido mucho tiempo desde que el soldado vive conmigo. Se levanta temprano y corta leña para la noche. Con el dinero que me entregó, compre muchos alimentos y comimos como nunca antes. Es bueno y muy amable, no como la descripción que dan en la radio. Y también es muy atractivo. El único problema es que a veces no podemos entendernos del todo, pues su lengua es muy diferente de la mía. Pero por lo general no tenemos problemas con eso y todas las tardes, antes de comer, cuenta historias de su país. Una noche, antes de dormir, el soldado dijo que se sentía a gusto conmigo, y que esperaba poder quedarse aquí. Yo no supe qué decirle, pues aun pensaba en mi esposo y mi hijo, y le dijo que lo mejor sería no hablar del tema por el momento.
Al pasar los días, la guerra se encrudecía más, y la ocupación del bando enemigo se extendía por gran parte del continente. Un día, un pelotón del bando enemigo llegó al pueblo y reunió a todos los habitantes. El soldado fue descubierto como desertor y se lo llevaron en una camioneta, junto con la mujer que lo había recogido.
Siento miedo por lo que pueda pasar, por mi, y por esta mujer. La Schutzstaffel llegará en cualquier momento, y me descubrirán, por mi acento o por algún soplón. Deben de haberse enterado del pelotón que asesine. No me importa, pero en verdad lo siento por esta mujer. Ha sido buena conmigo, pero no he hecho más que empeorar su situación. Ojala y algún día pueda perdonarme, pero es que es idéntica a ella, con esos ojos enormes y el cabello negro. Se la van a llevar, como a mi, y la quemaran, igual que a ella. ¿Volveremos a vernos? No lo se, es tan triste todo esto. Quizá la hice feliz, nunca me lo dijo, pero vi esa foto, de su esposo y su hijo. Soy idéntico a ellos. Es extraño, pero parecía que no era ella quien cuidaba de mí, sino a la inversa, como en busca de tiempos mejores, tal vez igual que yo.