S/T por José Antonio Perezwicht

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Ay Meche, tú siempre me haces divagar entre recuerdos, cómo te gusta esto de volver al pasado, y tú sabes que por mi todo re lindo, pero la cosa se pone fea cuando volvemos a ese día, pero qué se le va a hacer querida, hay cosas que nos persiguen, a ti, a mí y a todas las demás.
Que cosa tan terrible esta de remontarnos 30 años atrás, que vieja me siento. Sí querida, sí, el botox ayuda, pero ni con todo el botox del mundo te volverá a entrar esa faldita, esa misma, la que usaste ese día. Cómo les gustaba a las monjas esas del colegio mandarnos a esos lugarcitos perdidos en la punta del cerro. Tu madre, la devotísima Carmelita de Forga pensó que sería buena idea mandarte a Cusco con las monjas para que, según ella, aprendieras un poco sobre la realidad del Perú. Lo peor fue que habló con mi madre y me arrastraste contigo hasta… ¿Cómo se llamaba? Ah sí, cierto, Urubamba. Fuimos diez villamarianas acompañadas de tres monjas a ese lugar para aprender sobre la paupérrima realidad peruana. Ay Meche, ni siquiera fuimos a Machu Picchu a conocer gringos guapísimos. A Urubamba nos llevaron estas monjas pesadas. Pero eso a ti no te importaba, ¿no es cierto, querida?, tú seguías pensando en Juan Carlos Miró Quesada y, en lo personal, yo ya escuchaba las campanas del matrimonio al igual que tu madre, qué pena que no duró mucho, pero aún recuerdo la primera vez que te invitó a salir. Me llamaste emocionadísima a contarme de tu paseo por el malecón de Miraflores, él te había llevado a caminar y a ver el sunset, sí, muy romántico Mechita, pero no caíste a sus pies hasta que fueron a jugar tenis al club y te dejó ganar, ay Meche para qué te dejó ganar… Fue ahí cuando te enamoraste, y déjame decirte que de un partidazo. Como dije, qué pena que duró poco, por lo menos no la primera vez, creo que fuiste muy fácil y él se aburrió. Perdonarás la honestidad querida, pero tú sabes que es la verdad, y que yo no tengo pelos en la lengua, ni siquiera para estos dramas.
Bueno, al business querida. La cosa es que en el viaje tú llorabas por él, que luego de dejarte había empezado a salir con Eloísa Standford. Y en verdad, qué regia que era, una muñequita de porcelana, una Nicole Kidman de la época, y no es que nosotras no tengamos lo nuestro, Mechita, porque también somos descendientes de inmigrantes extranjeros y nuestras facciones definitivamente no son de este país, pero lamentablemente por un lado o por el otro, y aunque lo neguemos a diestra y siniestra, ya tenemos el gen alpaca corriendo por las venas. Eloísa, en cambio, segunda generación de inmigrantes ingleses, no tenía nada de eso. Te daba rabia que ella también viajara y que encima de eso la hubieran colocado en nuestra misma habitación, pero luego de varias lágrimas y de decirte que de tanto llorar te arrugarías, me acuerdo clarísimo Mechita que tu me dijiste: “Ay Clari, yo voy a mantener la fiesta en paz con la beauty esta, tu relax”. Así que yo me relajé pues querida, tal como me lo pediste, y tú manejaste la situación como toda una lady, como toda una Forga, por lo menos al principio.
¿Te acuerdas de los primeros días, Meche? Hay que fastidio eso de caminar con las monjas por ese pueblucho entre puro indi. Ay, Mechita, no te hagas la que no me entiendes, indígenas e indigentes pues querida, qué más va a ser. Bueno, tú caminabas con todo el optimismo del mundo pensando que aunque sea así adelgazarías un poquito, mientras charlabas de lo lindo con Eloísa. ¿De qué? Qué voy a saber yo, Mechita, si tú no te acuerdas, menos yo, solo recuerdo que andabas preocupada por tus medidas porque en esos tiempos no había Herbalife, y que fue después de esa caminata horrorosa que viniste con la idea de escaparnos del hotel al atardecer para irnos a bañar al río. Ay, Meche, si yo hubiera sabido de la desgracia que nos esperaba, y de la cruz que dicha aventura nos obligaría a cargar por el resto de nuestras vidas… Y eso que al principio yo puse mi cara de “No way”, no había forma de que yo me bañara en el río, que hubiera dicho tu padre si se enteraba que una Forga se estuvo bañando en el río Urubamba, te desheredaba querida, te lo aseguro. Aunque después del suceso igual se enteró, pero fue el desenlace lo que acaparó mucho más su atención. No negarás que ustedes me presionaron, ay Meche, no me hago la víctima pero es cierto, yo estaba deseosa de un hotel cinco estrellas, no de una tarde en el río asqueroso ese, pero su insistencia me convenció. Cómo te gustaba eso de ser aventurera, siempre me dijiste que por ser comodona y floja me perdería de grandes cosas en la vida. Pero créeme Meche, me hubiera gustado perderme de esa experiencia.
Yo me quede dormida porque estaba agotada después de una de esas pesadísimas caminatas que tú tanto disfrutabas, mientras Eloisa y tú planeaban el escape. Me despertaste cuando las monjas se metieron a su cuarto y salimos del hotel cuando aún el día estaba claro. Por suerte, el hotel estaba cerca del río, y pudimos llegar antes de que oscureciera. Meche, tonta, tu misma dijiste que el clima estaba helado, que te recordaba a esos días que pasaste en Aspen con tus padres y que de ninguna manera te meterías al agua con ese frío. Sí Mechita, sí, ya me has contado que a Eloísa le preocupaba más la agresividad del río que el clima, pero de ese comentario no doy fe, porque sinceramente querida, no me acuerdo. Lo que si recuerdo es que unos alpachinos, mezcla de alpaca con chino, que abundan en este país, nos empezaron a silbar. Yo no soporté y me fui a sentar a unos veinte pasos, a la sombra de un árbol y las dejé al lado del río conversando. No se que habrán estado hablando con Eloísa, porque nunca has querido contármelo querida, y cómo habrán llegado al tema de Juan Carlos que empezaron a discutir. Yo no me acerqué porque en pelea de blondas una no se debe meter, esas son las peores. Y fue entonces, Mechita, al son de la primera lágrima que resbaló por tu mejilla que la empujaste. Sí querida, empujaste a Eloísa Stanford al río.
El arrepentimiento te agarró rápido porque empezaste a gritar para que te ayudara, pero el río era tan fuerte que ya se la había llevado. Ay, Meche, los alpachinos esos la buscaron por todas partes pero no la encontraron. Tú me abrazaste llorando y me susurraste entre mocos un por favor al oído, ese por favor escondía un pacto de silencio, que yo te juro Meche, no he roto. Aunque confieso que al comienzo me costó guardar silencio en los días inmediatos a la tragedia y seguir hablando del resbalón que nunca ocurrió. Pero, a pesar de todo, ni creas querida que para mi ha sido tan difícil. En esta ciudad hay que aprender a callar muchas cosas. Pero sinceramente, yo no se como tú puedes dormir todas las noches, porque aunque sea yo callo lo que vi, pero tú callas lo que hiciste. Será por eso que te gusta llevarme a esos tiempos y que te cuente la historia tantas veces, lo tomarás como tu sentencia supongo, o te servirá de alivio poder hablar con alguien del tema, qué se yo. Sólo no te olvides Mechita, que aunque a veces me digas lo contrario, esta es tu historia, no la mía. Esta es tu historia y la de la pobre Eloísa Standford tragada por el río. Bueno querida, ya, tranquila, ya pasó, no llores. Toma este clínex y límpiate las lágrimas, que Juan Carlos está por pasarte a recoger.

Puntuación: 4.86 / Votos: 88

2 pensamientos en “S/T por José Antonio Perezwicht

  1. Anónimo

    Sí, la narradora es totalmente verosímil y muy graciosa, es tu verdadera identidad bich. Ahora, ¿esto no es narrador en segunda persona? Ah, y por cierto, tú también hablas así, no le eches la culpa a tu prima.

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