‘La historia del Come Mote’ por Fernando Padilla

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Habíamos comenzado la segunda semana de clases del segundo año, y había llegado un nuevo chico al colegio: alto, moreno, con sus dos chapitas, directo de la fría Juliaca. Por motivos que nunca nos contó toda su familia se había mudado de Puno a Lima.

Lo primero que nos llamó la atención de él fue cuando abrió la boca para decir “Hola, muchachos” con ese dejo marcadísimo de las personas de la sierra. Desde aquel momento no se le ocurrió mejor chapa al más travieso de la clase que llamarlo “El come mote”.

El Come Mote era muy simpático y se ganaba muy rápidamente a la gente, contaba sus historias, jugaba con todos; a pesar de ser un par de años mayor que el resto, se llevaba bien con todos. Unos días después, en clase de lenguaje, el profesor nos agarró de improvisto en la última hora, diciéndonos: “Chicos, van a escribir una composición sobre lo que han hecho en sus vacaciones, alguna anécdota o algo que les haya sucedido,;luego voy a elegir a uno de ustedes para que nos lea su relato”.

Todo cansados, pues era la última hora de clase, comenzamos de mala gana a escribir nuestros relatos. Algunos contaban sus vacaciones útiles, otros la pichanguita de barrio que ganaron, otros sobre el nuevo integrante de la familia, pero el Come Mote tenía algo más interesante que contar.

Mientras escribíamos los cuentos pude notar que el Come Mote era el único concentrado. Sudaba y borraba y volvía a escribir línea por línea, para finalmente arrancar la página del cuaderno Loro de cien hojas y, nuevamente, comenzar a escribir. Parecía que esta vez ya no era un borrador.

Su rostro cambiaba a medida que iba escribiendo. En ese momento el profesor dijo: “Listo, el tiempo se cumplió. Uno de ustedes, no… mejor que sean dos. La lista, por favor…”.
Adriana Vega. Ella salió y contó la historia de cómo sus papitos le habían comprado su nueva bicicleta. Sin duda alguna, fue lo más aburrido que mis oídos han tenido que escuchar.
Cuando terminó, el profesor dijo: “Carhuapoma al frente”. El Come Mote salió al frente, cuchicheó con el profesor diciéndole que no podía leer, porque había escrito cosas privadas. Y es ahí cuando la muchachada nos salió, comenzamos a corear: “Que lo lea, que lo lea, que lo lea…”.

El profe le quito el cuaderno muy hábilmente, y leyó el título e inmediatamente se sonrió y dijo: “La historia de mi primer beso”. La clase estalló en risa diciendo: “¿Tuvo sabor a cancha?, ¿le pasaste tu mote?”

El Come Mote inmediatamente se armó de valor y empezó a leer tartamudeando, mirándonos con unos ojos entre rencor, odio y miedo. Nunca olvidaré ese momento, pues fue tan gracioso… “La historia de mi primeeeeeeeeeer beeeeeeeso…”. En ese preciso instante el chato me pasó la voz: “Mira su pantalón…”- una mancha creciente se observaba en aquel. El chato no aguantó las ganas de decir: ¡se ha orinaoooo!!! Toda la clase enmudeció y al instante comenzaron las carcajeadas. Fue un momento de espanto, pues el Come Mote se había orinado. El profesor no le quedó más que decir: “Siéntate, amigo”.

El Come Mote desde ese día no fue el mismo. Creo que nos empezó a odia. A los pocos años, luego de que me cambiara de colegio, me enteré que él se suicidó, tal vez porque no aguantó la crudeza de su chapa en su adolescencia o quizás porque no pudo sobre llevar lo que le había pasado. Asistí a su funeral, y hoy escribo este cuento en recuerdo a su memoria

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