S/T por Luis Vargas

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Hoy ha muerto el último escritor maldito. No murió de sobredosis. No tenía ni una lata de cerveza en la sangre. Tampoco murió en una gresca en algún boîte de mala muerte. Menos aún se suicidó. Con decir que haber muerto de sida hubiera sido más digno para un maldito como este. Recién se sentaba en un café, en las mesas de la calle, cuando un carro embistió contra su mesa y lo hizo pedazos bajo sus llantas. Se podría decir que murió en un café, que por cuestión de minutos no murió escribiendo, pero no es suficiente. Tal vez, si hubiera muerto en Paris o Nueva York ese razonamiento hubiera podido ser aceptado, pero murió en un café de su natal Luisiana.
Qué difícil pensar en esto como cierto. Uno se pregunta cómo alguien, después de casi haber sido dado a luz en la barra de un antro, en un barrio de clase media baja, entre nueces, resina y filtros de cigarro, puede terminar así. Él lo contó muchas veces. Sus padres eran alcohólicos. El padre lo odiaba. No se sabe por qué, solo se sabe que lo hacía. Naturalmente lo molía a golpes, lo insultaba y como sucede con todo escritor maldito, se burlaba de sus cuentos y de sus poesías. Que su hijo fuera un homosexual que andaba por ahí escribiendo poemitas nublaba sus ojos y endurecía sus golpes. Con el pasar de los años le perdió el miedo a su padre. Hasta que finalmente fue lo suficientemente grande como para intimidarlo con una amenaza. Como era de esperar, se fue de casa al cuartucho más hediondo e infecto de la ciudad. Se dice que pasó su adolescencia metido en ese cuarto escribiendo y escribiendo. Nunca nadie supo cómo se mantenía. Algunos dicen que vendía, de vez en cuando, algunas rolas. Sus allegados siempre han desmentido tal cosa y afirman que hacía traducciones y pequeños artículos para revistas de tiraje muy reducido. No necesitaba más que para cigarros, tacos y alcohol. En el cuarto año de auto-exilio, logró publicar unos poemas y un par de cuentos en un periódico de relativa importancia con relativa frecuencia. Pronto, uno de esos académicos que les gusta etiquetar y decirle a la gente dónde va cada cosa, lo antologó. Como era el escritor más extraño e hijo de puta de los últimos años, su figura resaltó y se erigió como el abanderado de su generación, junto con otros dos o tres más. De ahí la historia es conocida. Fama, mujeres, mucho más alcohol, mucha más droga, idas y venidas al cuarto de emergencia, depresiones de artista maldito. En fin, veinte años de vida heroica. No se casó ni tuvo hijos. Los escritores malditos no suelen dejar descendientes, por suerte.
Todo para venir a morirse como uno más. Como cualquier otro perdedor que ha pasado por este mundo de mierda en donde todos mueren a manos de otros. De maldito, ya no tiene nada.

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Un pensamiento en “S/T por Luis Vargas

  1. Anónimo

    Me gusta bastante la forma como lo escribiste, me parece recontra intenso. Pero me parece que la vida del pata es como la vida de todo escritor (¿o esa era la intension?). Y la muerte estuvo genial

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