S/T por Carolina Goyzueta

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What is the world
To a man with no hands?
And what is the world
To a man with no ears?And what is the world
To a man with no tongue?
To a man with all three
But who knows less than he
Summer is the man – Blues Magoos

El delantero Giorgio Ferrini, de la selección italiana, cometió la primera falta. Un golpe violento al chileno Honorino Landa hizo que carabineros irrumpieran en el campo para apresarlo. Ferrini no obedecía ni al árbitro. Era el mundial de fútbol de 1962 y en ese momento, en la cordillera de los apeninos italianos, nacía Luca Ponti. Nunca demostraría pasión por el fútbol como Giorgio Ferrini en aquel mundial memorable.

En Parma, ciudad perdida entre marcas de leche y quesos parmesanos, el frío se desprende del azul de la atmósfera que madruga. Por la casa de Luca Ponti, los cerros se acumulan imitando senos enhiestos por la gelidez de la altura. Se presentan como un batallón militar que resguarda la salida de esa bola de fuego que ametralla a las nubes, estas se encuentran dispuestas como si fuesen vacas de algodón, su densidad es irreal. Luca Ponti nació en medio del color que otorgan estos valles. Años más tarde su peculiar modo de vestir se debería, en parte, a la paleta de colores que llevaba en la memoria.

Sus padres decidieron cambiar los aires de Parma por los asfixiantes subterráneos del Metropolitan Transportation Authority en Brooklyn. A los once años, Luca aprendió que para cruzar una calle en Manhattan debía presionar un botón del semáforo que cambiaba la luz de manera conveniente. En la ciudad se definirá mejor, pensó el padre de Luca.

La piel extendiéndose como un manto de canela en 1 metro 65 centímetros de estatura. Los ojos duros como si fuesen dos caramelos, provocaban ser saboreados hasta desgastarlos. Miles de años de cultura mediterránea tatuada en el rostro. Era el perfecto latin lover. Su aspecto físico era un cliché del macho italiano. A los 18 años, a petición de sus padres, Luca ingresó al ejército de los Estados Unidos de Norteamérica. Los vecinos ya hablaban sobre el delineador maybelline que los fines de semana dibujaba sus ojos. Luca amaba a los hombres con pasión extrema. El ejército sería un buen lugar para componerse, pensaba su padre. Lo que Luca no sabía era que Iraq invadiría Irán y que luego pediría ayuda al país de las hamburguesas. Se marcaron las heridas del golfo pérsico. Fue duro. Luca nunca hablaría de la guerra.

Kathleen Hanna iba casi a diario al Blue Nile, una tienda de tabaco en la esquina de Bleecker y Christopher St. Los dueños eran amigables y Luca había alquilado la parte de arriba de la tienda. Era 1997 en el barrio más gay del Greenwich village. Fue Kathleen la de la idea de cambiar el nombre de Luca por el de Lucky Luke y fue Luca el de la idea de llamar a la banda de Kathleen, Le Tigre. Gracias a su participación en la guerra del golfo, Lucky Luke recibía una pensión de parte del gobierno y no tenía que preocuparse por trabajar. John Cameron Mitchel, al que se lo encontraba siempre en la St. Mark’s bookshop, le propuso actuar en un documental sobre la movida drag queen del Noho. Lucky Luke aceptó y desde ese momento adoptó el personaje. Era parte de él. Salía por las noches, cual vampiro sediento, a beber todo lo que se encontrara en el camino. Lucky Luke comenzaba a ser conocido por todo el Lower East Side. Le agradaba jugar a la puta y si le gustaba el cliente se lo hacía gratis.

Lu prendió la radio, The Beta Band rasgaba una guitarra folk hop en Dry the rain, recordó cuando vio por primera vez a John Cusak como vendedor de discos en High fidelity. Fue la primera vez que escuchó a The Band y lo hacía mientras cambiaba los pañales a su hijo. En esa época había optado por la adopción. No aceptaba a las mujeres en su vida, le parecían insoportables. Convivir con una embarazada se le hacía imposible. Complicadas al extremo. Concordaba con Lacan al decir que el amor es dar lo que no se tiene a quien no es. Prefería, entonces, evitar cualquier tipo de drama.

En los últimos 15 años Lu había dedicado su vida al arte. Sus pinturas tenían esa condición de no pertenecer a ningún movimiento artístico. De ahí que su arte podía ser exhibido en el MOMA como también en los grasosos baños de cantinas de algún barrio latino en Queens. No soportaba el silencio, sufría de horror al vacío y le aterrorizaba quedarse solo. Por ese motivo, sus amigos eran pequeñas casas rodantes a las que él recurría con frecuencia. Su casa siempre tenía las puertas abiertas y en algunas ocasiones su pequeño departamento se convertía en un hervidero de pretzels humanos. En ese lugar se llevaban a cabo los más delirantes proyectos. Como las fotos que enseñaban el desmesurado tamaño del pene de Lu. Era un proyecto que iba en contra la posición feminista. El pene seguía siendo el centro del poder, afirmaba Lu. Fue en el Bowery’s white house hotel donde se hizo la exposición. Las fotos estaban pegadas en todas las puertas de los cubículos-habitaciones. Trudy, la recepcionista del hotel, no sabía qué responder cuando le preguntaban por las fotos. Solo sonreía, meneando la cabeza como si tratase de desenroscarla y decía: “The same old shit man”

El hijo de Lu, Adrien, llevaba once años acompañándolo. El saberse adoptado no le creó mayores desbalances emocionales. A pesar de convivir con la bohemia que rodeaba a su padre, Adrien no gozaba de la misma libertad artística que su padre hubiese querido. Nada de provocaciones a los sentidos ni de juegos con las apariencias sensibles. El mundo tenía muchos problemas como para andar cubriéndolo de pintura, pensaba. Le apasionaban los temas de carácter universalistas y, además, la anatomía de los seres, así llamaba indistintamente a animales o humanos. El niño había leído ocho tipos diferentes de enciclopedias sobre anatomía y era fanático habitual de la vida en los museos. A los once años ya había conseguido su primer empleo. Por las tardes, a la salida del colegio, tomaba el subway en Penn Station hacia Times Square, de ahí conectaba hacia Columbus circle. Caminaba diez minutos por el Central Park hasta llegar al Museo de Historia Natural. Ahí pasaba casi todas las tardes como voluntario en el área paleolítica. No tenía amigos. ¿Para qué interactuar con personas que creen estar vivas, deambulando en medio de este cementerio? Los amigos de Lu solían decir: “Tu hijo no tiene corazón”.

“Las más recientes excavaciones arqueológicas realizadas en los entornos de la Acrópolis de Atenas han sacado a la luz tres bustos de la época romana, entre ellos, uno del filósofo griego Aristóteles”. Que interesante noticia, se dijo Adrien mientras ojeaba el New York Post y tomaba desayuno. Ayer saqué el libro Historia de los Animales y me di cuenta que coincido con Aristóteles. La vida de los animales y los esclavos se asemejan ya que las maneras que utilizamos para con los animales domesticados no son muy diferentes de las que utilizamos para con los esclavos. Pitágoras era un idiota, ¿cómo se le ocurre pensar que el alma inmortal está en todo? Los esclavos no tienen alma, ahí están los amigos de mi padre. ¿Qué hora es? Que raro que no halla venido aún, siempre aparece trayendo donas para el desayuno. Que raro. ¡Oh no! Ya llegaron estos escandalosos, hasta ahora no entiendo cómo es que esta manada de freaks sigue viva y mi padre, manteniéndolos.
Llegan, abren la refrigeradora, fuman. Ya estoy harto de todo esto. Hola que tal. Sí, sí, ya estoy saliendo para el colegio. ¿Qué? ¿Que si ya me gradué? Pero si recién estoy en el high school… hoy hay una exposición muy interesante sobre órganos humanos…Pero para qué me empeño en hablarle, ni siquiera entiende lo que le estoy diciendo. Esta chica solo piensa en su banda de punk y en sus estúpidas ideas feministas. Es una maldita lesbiana que no tiene otra cosa mejor que hacer que venir a practicar sus angustiados gritos. ¿Has visto a mi padre? Siempre sale en las noches pero al amanecer llega con donas para mi desayuno y hoy no ha venido. Qué raro, en fin, debo irme a la escuela.

Lucky Luke caminaba de un lado para otro. Estaba esperando a Peppermint stick, uno de los drag queens más glamorosos en la escena del West Village. El Lips era un local interesante. Nunca se había aventurado a levantarse a alguien en este club. Esta era la noche pensó. Si no llegaba Peppermint se iría con cualquiera. Lucky Luke tenía la capacidad de contar una y otra vez las mismas historias sin darse cuenta. Todos reparaban en esto pero a nadie le importaba porque sus historias, llenas de nostalgia, eran verdaderos alucinógenos para el alma. Adrien no hubiese estado de acuerdo con esto de “alucinógenos para el alma” Lu si lo hubiese comprendido.

Era las 4 de la mañana y Peppermint nunca llegó a la cita. Ya Lucky Luke había agotado la noche con historias clásicas como de la vez que en las duchas del ejército todos se sorprendieron de las verrugas en su pene o de la vez que al alquilar su departamento se dio con la sorpresa que incluía un pintor expresionista que tardó 3 meses en encontrar otro lugar que obviamente terminaría sin pagar. Las historias de Lucky Luke eran las mismas siempre, solo cambiaba la forma de contarlas, a veces cambiaba nombres, lugares, pero finalmente eran las mismas. Decidió ir al baño a mojarse la cara e ir a su cama solo. Lu había salido con la intención de tomarse un trago y si se podía, liar con alguien. Dos travestis entraron al baño, armaron tal escándalo que Lu, mientras se veía en el espejo, pensó que deberían existir políticas para desaparecerlos. A pesar de considerarse de mente abierta a todas las corrientes y estéticas vanguardistas, Lu no soportaba a los homosexuales. Se rumoreaba que su paso por el ejército tenía que ver con esta aversión. Nadie lo sabía. Lucky Luke a veces se contradecía y por más ganas que tuviese en levantarse a cualquiera terminaba en la cama tomando leche y con tomates en los ojos. Ya tenía 44 años y se sentía cansado. Al salir del baño Lucky Luke se arrojó a dos lagunas negras. Los ojos de un ser misterioso lo seguían de tacos a peluca. Sintió olas de placer agitándose por todo su cuerpo. Se vió a sí mismo en un clandestino hotel recibiendo lo que más quería. Nadie vio salir a Lucky Luke con este misterioso hombre. La voz ronca, fuerte y toscas sus formas enloquecían más a Lucky Luke.

Subieron hasta Harlem, entre la 148 y la 150 de Broadway, las balaceras y disturbios clásicos habían desaparecido. Harlem estaba controlado y los migrantes latinos se habían apoderado de este barrio. Era poco usual la presencia de un blanco por estas calles. Lucky Luke sintió un poco de miedo pero recordó que los años ochentas ya habían muerto. Entraron al departamento, el calor era excesivo, la calefacción era antigua y no se graduaba automáticamente. Lucky Luke dejó sus abrigos sobre el único mueble que pudo distinguir en la oscuridad. Su compañero entró antes que él y no prendió las luces. Quiere jugar sucio eh, pensó Lucky Luke mientras dejaba libres sus panties de nylon. El silencio empezaba a inquietarlo. Horro al vacío pensó. De pronto se sintió aturdido, todo le daba vueltas y en eso la luz se le apagó.
Una muñequera con púas le ataba las manos a una especie de plataforma ubicada verticalmente en medio de la sala. Un cinturón de hierro lo inmovilizaba por completo. Los pies inmóviles. Cadenas los apresaban. En la boca una mordaza roja atragantaba sus impotentes gritos. Lucky Luke había caído en las manos de un sádico fetichista. La habitación era enorme y tanto las paredes como el piso estaban cubiertos de plástico negro. Había además una mesita y, sobre esta, tres pinzas medianas, un cuchillo grande, navajas antiguas de afeitar y un serrucho. El pervertido hizo su aparición disfrazado de policía, llevaba en las manos un maso que se tiñó de rojo al atravesar la piel de Lucky Luke.

Al llegar a la escuela se olvidó de su padre y se animó al ver la pancarta que decía “Expoferia de ciencias naturales”. Adrien entró rápidamente y lo primero que hizo fue buscar la sección de órganos humanos. Por fin vería órganos de verdad. La sala de deportes había sido acondicionada para tal evento. Cada área tenía cubículos donde se exhibían, como piezas de museo, los órganos humanos. Ahí estaba el área digestiva con un esófago, intestinos enfrascados en formol y un estómago. Adrien se encontraba maravillado por las texturas y colores que cada órgano ofrecía. Ninguna máquina era tan perfecta como la del cuerpo humano. De pronto, ahí estaba, en medio de la sala. Estaba envuelto en capas de grasa pero aún así se podía advertir su color rosa pálido.

El policía pervertido vendió los órganos de Lucky Luke y se deshizo del cuerpo arrojándolo al Hudson river. Había conseguido vender el interior de Lucky Luke gracias al portero de su edificio que trabajaba por las mañanas en un colegio donde se requería con urgencia órganos humanos para una expoferia que se desarrollaría al día siguiente.

La directora del colegio de Adrien ya estaba informada de la terrible situación. El padre de Adrien, Lu, había desaparecido la noche anterior y su cuerpo había sido hallado en la bahía de Hudson, al parecer había sido torturado y sus órganos no se hallaron. Lu tenía la costumbre de caracterizarse todas las noches como Lucky Luke y en el bar del restaurant Lips fue la última vez que lo vieron.

Adrien estaba maravillado con la hermosura de tal órgano, el mejor de todos pensó. ¿Cómo no voy a tener este hermoso músculo en mi pecho? Es el corazón el órgano más hermoso, mi papá debería ver esto.

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