Teodorico se encontraba devastado por la muerte de su madre, el amor que sentía por ella había llegado al grado de obsesión. Nunca tuvo a nadie más que a ella. Durante toda su vida, su madre había sido su mayor objeto de admiración. Siempre anhelando ser como ella. Había llegado hasta a ponerse sus vestidos y a usar un poco de su maquillaje, mientras que ella no lo veía. Ahora se resistía a pensar que su madre estaba muerta, por más que él mismo haya estado velando su cuerpo la noche anterior.
“¿Pero cuánto más? Nunca se habían tardado tanto.” Me encontraba ahí sentado, sin prestar ninguna atención a lo que decía el Padre Santiago. Todo lo que repetía acerca del evangelio de hoy y los pecados capitales, yo ya me lo conocía muy bien. Leo a diario la Biblia, y asisto a misa una vez a la semana, pero no en días particulares como hoy. Hay dos razones por las que me encuentro hoy aquí sentado. Una es que necesito confesarme, pues desde mi última misión no he tenido tiempo para hacerlo. Y la otra, aún más importante, es que tengo que recibir el nombre del siguiente condenado.
Teodorico no acostumbraba salir a la calle, la mayoría de sus treinta y dos años de vida los había pasado en su casa, con su madre. Él no tenía necesidad de salir, adentro tenía todo: comida que su madre compraba afuera una vez a la semana, ropa limpia, lavada y planchada a diario, y el amor de su madre, que compensaba todos los vacíos que le pudiera haber generado el nunca haber compartido una amistad con algún otro chico de su barrio. Aunque esto último no es del todo cierto, ya que Teodorico si conoció a otro niño cuando era pequeño, y se hizo algo así como su amigo. Se trataba de Perico, un niño (ahora ya debe ser un adulto así como Teodorico) con el que conversaba en la misa, mientras su madre hacía una interminable fila para comulgar. Como ambos iban todos los domingos a escuchar el evangelio semanal, terminaron llevándose bien. Claro que esta amistad no tenía ningún futuro, en cuanto la mamá de Teodorico se dio cuenta de que éste en vez de entonar la alabanza se la pasaba distraído conversando con Perico, decidió llevarlo consigo a la fila y tenerlo a su costado mientras ella se preparaba para recibir el cuerpo de Cristo.
Mientras el padre avisaba que ya era la hora del pan y el vino, la gente se levantaba de sus asientos y se disponían en cola a la expectativa de su turno. Yo seguía sentado, algo cansado, y no recuerdo en qué momento me quedé dormido. El caso es que en sueños fue cuando al fin se comunicaron conmigo, pude ver como un ángel, al que no pude reconocer, se dirigía hacia mí y me hablaba algo en una lengua extraña que ,sin embargo, yo comprendía muy bien. Me dijo que últimamente estaba muy impaciente y que, aunque yo no me había dado cuenta, empezaba a disfrutar mis misiones. Eso era algo terrible. Es claro que el hecho de acabar con los demonios de este mundo es reconfortante, pero yo no podía sentir placer a la hora de matarlos. Entonces me dijo que mi mente se empezaba a contaminar y que estaba siendo tentado por el diablo, y que para purificarme de nuevo no bastaría con una confesión sino que debía pasar una prueba. Tendría que matar a una persona a la que yo conozco y que en un tiempo fue mi amigo. Pero eso no era lo peor, si él no moría hoy, entonces sería yo el sacrificado y así me llevaría mis pecados a la tumba. Luego procedió a mostrarme el rostro de la persona y entonces me desperté. La misa ya estaba terminando y decidí retirarme, sin haberme confesado.
Ahora Teodorico, con todo el temor que le causaba salir a la calle sin la compañía y protección de su madre, se dirigía a la iglesia, no para buscar apoyo espiritual en el Padre, sino porque tenía que hacerle unas preguntas. Caminaba apresurado, ya era un poco tarde y la misa ya debería estar por terminar. La iglesia no estaba muy lejos de su casa, por lo que no se tuvo que agitar para llegar. Cuando entró en la iglesia, ya no había gente, y el Padre se disponía a retirarse, pero él lo detuvo.
-Padre – le dijo – necesito su ayuda.
El Padre no pareció incomodarse:
-Como estas hijo, lamento mucho lo de tu madre, pero ella era muy fiel y devota y ahora ya debe encontrarse al lado del Señor.
– Justo de eso quería hablarle Padre y como no dispongo mucho de tiempo – aunque en realidad lo que pasaba era que le molestaba estar en cualquier sitio sin su madre – seré directo.
– Mmmm – el Padre puso un gesto de extrañeza – Muy bien hijo, dime qué es lo que te pasa.
– Mire, padre, mi madre se fue apenas ayer y para mí la vida se ha vuelto imposible . Yo se muy bien que no voy a sobrevivir sin ella a mi lado…
– Pero – el Padre empezaba a entender – No estarás pensando en cometer una locura. Mira hijo una madre es la persona a la cual vamos a amar toda nuestra vida y nunca vamos a querer separarnos de ella, porque no sólo nos permitió venir a este mundo sino porque siempre estuvo ahí para cuidarnos y protegernos pero Dios a veces nos pone pruebas muy difíciles que nosotros debemos saber entender… – una luz brilló en los ojos de Teodorico.
– Tiene razón Padre, ahora lo comprendo todo, esto es una prueba – Teodorico parecía muy exaltado – Muchas gracias Padre.
Teodorico se fue sin decir nada más, todo el camino estuvo pensando en lo que el Padre le había dicho acerca de que la muerte de su madre era una prueba y que él debía pasarla.
“Ahora necesito un trago”, estoy caminando por la calle y necesito beber algo para ayudarme a asimilar bien lo que sucedió en mi sueño. Yo estaba acostumbrado a que una voz me susurre al oído el nombre del siguiente, pero nunca me esperaba un encuentro en persona, o en sueños, ni mucho menos que el siguiente fuera alguien al que yo conozca y con el que halla mantenido una amistad. Entro en un bar y pido una cerveza, mientras me la tomo lentamente intento recodar las conversaciones que tuve con él, nunca fueron muy extensas, nunca me dijo su nombre, a pesar que yo si, ni donde vivía. Siempre hablábamos de cosas completamente sin importancia, lo que es normal ya que éramos unos niños nada más, pero él era muy raro, miraba constantemente a su madre, no se si por temor a que se fuera y lo dejara ahí o por miedo a que lo vea conversando, el caso es que nuestras charlas fueron muy cortas y ahora no sé como podría ubicarlo. Y ni siquiera sé si me atreveré a dispararle, porque ese niño fue mi mayor acercamiento a lo que se podría llamar una amistad.
Teodorico llegó exhausto hasta su casa, corrió todo el camino, que en realidad era muy corto, desde la iglesia. Cuando llegó cerró la puerta y subió hasta su habitación, no sin antes dedicarle una mirada de un profundo amor al retrato de su madre, que estaba ahí mucho tiempo antes de que falleciera pero que ahora él lo había divinizado y por lo cual le puso un marco de oro puro que retiró de una imagen del mismo Jesucristo. Estuvo pensando durante mucho rato acerca de la prueba que ahora le ponía Dios; sin embargo, él la interpretaba de una manera distinta a la que quiso darle a entender el Padre. Pensaba que Dios quería que él le de una muestra del verdadero amor que sentía por su madre, y fue por eso que se la llevó consigo, para ver si el amor que sentía era tan puro y auténtico que no dejaría que ni la muerte lo supere. Mientras más pensaba en esa idea, más se convencía de que ese era la prueba que debía superar y más seguro estaba de hacerlo. Decidido a mostrarle a Dios que en él existía ese amor tan divino como el que inspiró a su Hijo Jesús a sacrificarse por los hombres, él estaba dispuesto a sacrificarse por su madre. Bajó corriendo las escaleras, tomó el retrato de su madre y salió de su casa.
“Maldita sea, el trago ya empieza a hacer efecto”, luego de muchas rondas de cerveza, me doy cuenta de que cada vez se me hace más dificultoso mantener la cabeza firme, y que empiezo a sentir unos ligeros mareos. Sin darme cuenta, caigo dormido por segunda vez en el día, pero esta vez no por causa del Padre sino del alcohol. En sueños me parece ver al mismo ángel del primer sueño, pero ésta vez parece estar enfadado conmigo y se vuelve a comunicar en la extraña lengua que ahora no se me hace muy fácil de entender. Me parece que me está llamando la atención por mi comportamiento, por haberme emborrachado, aunque ligeramente, mientras llevaba a cabo una misión. Pero yo le dije, obviamente en mi lengua: castellano, que no podría hacerlo, que a esa persona a la que debo darle fin no la veo hace mucho tiempo, desde que éramos niños y peor aún desde que empecé a realizar mandatos divinos y tuve que viajar de un lugar a otro. Le dije que no podría encontrarlo antes del anochecer, que aunque estaba dispuesto a pasar la prueba, sería imposible encontrarlo hoy día y que por favor me den un poco más de tiempo. Él ángel rechazó mi petición y me dijo que el sujeto tendría que morir hoy o si no el que se iría sería yo. Pero para mi sorpresa, ya que nunca me daban ninguna otra información aparte del rostro del condenado, el ángel me dijo que está dispuesto a ayudarme, ya que siempre había cumplido muy bien con mi labor y me dijo que el sujeto se presentaría hoy en la azotea del edificio abandonado en el centro de la ciudad a las siete de la noche. Luego de esto me desperté y vi mi reloj, eran las 6:13, todavía estaba a tiempo.
Teodorico se encontraba corriendo por la calle con el retrato de su madre apretado fuertemente contra su pecho, buscaba algo, no sabía qué, esperaba que Dios se lo revelase. Anduvo corriendo sin rumbo alguno durante mucho tiempo hasta que lo vio, ahí, en frente suyo, había un gigantesco edificio, al parecer sin ninguna persona adentro. Mirándolo de lejos pudo ver cómo en la cima de ese edificio había una antena muy gruesa en forma de cruz y entonces, sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el edificio. Cuando llegó hasta la entrada pudo leer algo “Seguros de Vida Gólgota”, no le prestó atención y pasó. Adentro todo estaba oscuro y sólo se apreciaba una luz tenue que bajaba por las escaleras. Corrió hasta ellas tropezando con un montón de desperdicios y empezó a subir. Recorrió apresurado las escaleras de los catorce pisos y entonces llegó hasta la azotea. Vio la enorme antena a unos cuantos metros y a una paloma parada en el borde del edificio. Esperó un momento a recuperar el aliento y se quedó pensando en lo que estaba por hacer.
Salí apresurado del bar y tomé un carro para que me lleve hasta el edificio. Aunque caminando hubiera podido llegar a tiempo, decidí llegar temprano al lugar para poder esconderme y apreciarlo antes de darle el tiro. Me preguntaba cómo habría cambiado ese niño que conocí en la iglesia y que parecía tan inocente, asustadizo y desconfiado. Qué pecado tan grave habrá cometido para que ahora Dios lo condene a muerte. O tal vez sólo lo sacrificaba para que yo le demuestre mi lealtad. Durante un buen rato estuve pensando en estas cosas, y me empezó a dar sueño. No me quería dormir por temor a que el hombre se vaya, luego de esta oportunidad sería muy difícil volverlo a localizar.
“¿Pero qué, este hombre será el niño que conocí hace tantos años?”, estaba ahí delante de mí, se veía algo agitado. Se detuvo un instante como para recobrar el aliento. Puede haber salido en ese instante y dispararle sin que él lo notara, pero decidí esperar un poco. Quería ver qué es lo que se disponía a hacer un sujeto como él a estas horas y en el techo de un edificio abandonado. Mientras lo veía pude darme cuenta que no había cambiado en mucho, seguía teniendo el mismo rostro que inspira desconfianza y todavía parecía ser una persona delicada.
Cuando Teodorico recuperó al fin el aliento, se acercó hacia la paloma. Él pensaba que era una señal, ya que no habría ninguna razón para que una paloma, y encima blanca, esté en ese lugar. Teodorico se acercó, primero temerariamente, pues nunca había estado en un lugar más alto que los dos pisos de su casa. A medida que se fue acercando fue perdiendo el temor, pensando en que pronto realizaría un acto tan divino que expresaría todo el amor profundo que sentía por su madre. Se sacrificaría por amor. Esa era la prueba que le había puesto Dios. Se fue acercando cada vez más al borde…
“Pero que hace este imbécil”, no me digas que te viniste a suicidar. Bueno por lo menos no sentiré mucho remordimiento cuando te dispare. Tú de todas formas querías morir. ¡MIERDA! Si yo no le disparo…
– ¡Oye tú! – Perico salió apresuradamente de su escondite.
Teodorico, que estaba contemplando el vacío, fue sorprendido por la voz, y cuando volteaba asustado, no pudo contener el equilibrio y cayó.
– ¡MIERDA! NO! – Perico entró en desesperación, ahí frente a él lo vio desplomarse. Corrió hasta el borde y dio muchos disparos, la oscuridad de la noche y el aturdimiento de la cerveza le impidieron acertar los tiros. Teodorico seguía cayendo.
Mierda. Ese imbécil. No le di. El ángel. La prueba. Yo muero. Mierda. Mi vida. No. Muerte. No. Noooooooo!!!
Perico obedeció a un instinto y se lanzó. “Si le doy, Dios no permitirá que yo muera. Ese era el trato”
Ahí estaban los dos, cayendo por el edificio. Perico disparaba ferozmente su arma con la esperanza de que un solo disparo impacte a Teodorico y lo mate.
Casi al instante se escuchó un primer impacto. Segundos después vino el segundo. Nadie se acercó a ver.
Algunos minutos después llegó la policía. Se disponían a recoger ambos cuerpos para llevarlos a la morgue. El lugar estaba embarrado de sangre. Los forenses inspeccionaban los cuerpos, y entonces se escuchó: “¡Este está vivo!”
Cuando el oficial de la policía llegó al lugar el médico forense procedió a informarle: “Al parecer los dos estaban peleando en el techo, uno se quiso deshacer del otro y empezó a dispararle. No me explico por qué pero ambos terminaron cayendo. Ahora, lo extraño es que uno de ellos tuvo una suerte divina, primero porque cayó encima de una pila de colchones viejos y sólo se desmayó por la caída del rebote. Y segundo, porque todos los disparos le impactaron en un retrato de oro puro”