Mientras esperaba a que llegaran Italo y Ian, me senté en el sofá del centro del cuarto; y me detuve a ver una foto de tres sujetos. Uno de ellos usaba una camisa amarilla y un chaleco marrón; su castaño cabello estaba dividido en partes iguales y su mirada era fría. El sujeto del otro extremo usaba, en cambio, una chompa ancha; su cabello parecía no estar peinado; pero tenía una mirada amigable. Por otro lado, era alguien más quien resaltaba en la foto; el hombre del medio era como el equilibrio; su ropa era más formal que el primero, pero su mirada era despreocupada y tranquila; su cabello moderadamente ordenado, y una amplia sonrisa en su rostro. Aquel sujeto era Daniel Matías; el sujeto que anhelaba poder y proclamaba que futuros mundos irreales; aquel tipo que movía masas y confiaba en sus dos mejores amigos. Aquel sujeto que era sólo un pedazo de materia hueco de sentimientos con arte en la actuación. Aquel sujeto que soy yo.
Dejo la imagen en la mesa y me dirijo a abrir la puerta cuando oigo un golpeteo. Es Italo que me saluda y estira su brazo para que coja un pedazo de papel. Lo observo cuidadosamente pero al mismo tiempo le sonrio y lo saludo con un tono de aprobación, él me mira con esos ojos de aprecio ya que me considera su maestro y me dice “La guerra está ganada, Matías; es el fin de la familia Ferro”; ante esta aseveración, lo único que hago es leer lentamente el pedazo de papel; mis dedos presionan la hoja.
No eran más que un pequeño grupo de títeres de madera añeja y carcomida por las polillas, vestidos con ropa parchada y sucia. Tienen narices largas y puntiagudas, pares de ojos saltones que dan la impresión de estar cerca de salirse de sus orbitas; también están esas bocas mal pintadas como si les hubieran extirpado los labios o sufrieran de alguna enfermedad peculiar que se las agrandaron y estuvieran a punto de reventar. El lamentable chillido de los alambres de sus articulaciones acompaña la música de un hombre de sombrero amplio y desgastado al lado del escenario. Ante tal espectáculo, el público no hace nada más que guardar silencio; tal vez, sea el sentirse identificados.
Hay un hombre peculiar en el centro del escenario. Sus ropas son lujosas y estás sentado con las piernas cruzados sobre el asiento; su cabello rojizo esta peinado hacia atrás y sus achinados ojos se enfocan en los títeres. Tiene un anillo dorado reluciente en cada dedo; de cada cual, una fina cadena plateada crece hasta perderse a través de su manga. El sujeto gira la cabeza para observar a cada miembro de la audiencia, curva la boca y analiza una vez más a los títeres.
Camino y me dirijo al sofá donde estuve al inicio. Por su parte, Ítalo me sigue, avanza y se sienta en el pequeño sofá verde, al extremo izquierdo de la habitación desde donde se puede ver la ventana. Al parecer, destruir a Vladimir Ferro y a su estúpida hija, Nohelia Ferro, será un hecho real en pocos días. La familia Ferro tiene mucho poder y se opone a mi gobierno; esa maldita fuerza que radica en la niña Ferro, la cual es capaz de conocer las decisiones del enemigo apenas este las tome; sin embargo, la noticia de Italo explicaba que por algún extraño fenómeno, no podría usar esa habilidad dentro de cinco días. Italo me va explicando como uno de sus hombres se infiltró en la casa y obtuvo esa información de una fuente confiable, mientras yo me paro y me acerco a la ventana; no ingeriré fácilmente un potencial dulce veneno del falso éxito; después de todo Italo es un genio y mi mano derecha pero puede ser un traidor. Un joven de aspecto descuidado entra en el ambiente, me sonríe; trae la misma noticia.
Apenas la función da inicio, el público comienza a reaccionar indistintamente. Tres hombres se paran y se alejan, muchos presionan sus puños, y algunos más contraen los músculos de sus pies para evitar buscar al titiritero, que está escondido en alguna parte. La imagen de títeres y un escenario en decadencia parece molestarlos. Lo que un inicio fue una imagen comparativa, ahora se considera un insulto. Repentinamente, la melodía del hombre de sombrero ancho aumenta en volumen y comienza a presentar altibajos y muchas variaciones que encajan perfectamente con la situación. Las combinaciones de un do mayor, si séptima, la menor y otras tantas hacen que el público se calme y preste atención a tan curveada música. A un extremo del escenario el hombre de los anillos con cadenas se burla al ver la reacción de los asistentes.
El nuevo sujeto, Ian, avanza y se sienta en el otro sofá. Ambos se miran directamente y se analizan el uno al otro; sus ojos finalmente se apartan y me ven. Yo vuelvo a sentarme nuevamente en el sofá; también, los veos. Ian es el primero en hablar; me mira con unos ojos muy expresivos; y mientras levanta su brazo y aprieta si puño, explica su idea de que debemos capturar a la niña Ferro. Los ojos de Italo bajan hasta llegar a sus manos, las que unidas yacen sobre su regazo. Separa la derecha y rebate la idea al mismo instante que si mueca juega con su dedo índice al ritmo de su voz. Los veo a ambos y apoyo a Italo. Igualmente a lo que dijo, la decisión será tomada el mismo día; por ahora, los espías seguirían vigilando. A Ian, me decisión no le agrada; sus ojos se opacan e inclina la cabeza. He observado que por varios días esa tristeza ha ido aumentando día tras día; me pregunto cómo cree que lo apoyaré por eso; puedo haberlo criado por siete años y llamarlo hijo, pero es muy diferente el que importe. Italo se para, y se aleja para avisar a los hombres sobre las nuevas órdenes. Los tiesos hombres se mueven tal como él lo ordena; uno de los muñecos mueve sus piernas, y el brazo izquierdo va al compas de su caminar; su brazo derecho coge alguna que otra cosa; sus ojos volteaban a lo que debe ver; al hablar los labios modulan con precisión. Un muchacho sentado a mi costado le pregunta a su padre cuantos titiriteros hay en la función; el padre lo mira, lo piensa y concluye “debe haber, al menos, dos por personaje”. Las cadenas de los anillos del hombre dejan de moverse por un instante; los hilos colocados en cada parte del títere, desde sus brazos hasta el triple movimiento de un dedo, hacen que se deje de prestarle atención al público y también quede enfrascado en la historia.
Dos asesores, dos amigos, entran y ocupan sus sitios centrales en la mesa. Ian está a mi lado izquierda; Ítalo, inversamente, a mi derecha; cuatro hombres más los acompañan; son sujetos que no tiene ideas propias y se limitan a apoyarlos. Me paro para dar inicio a la reunión. Comienzo mi discurso con palabras de confraternidad y alegría, además de premiación y jubilo porque la victoria esta cerca, alzo mis brazos y felicito a cada sujeto que está sentado asintiendo mi cabeza a cada uno de ellos ligeramente; muy hondamente, los felicito por ser mis esclavos y ayudarme; los felicito por ser las ovejas que permiten que pueda dominar. Tomo asiento e indico a Ítalo que explique su plan; el repite de alguna manera lo que hice: se para y hace una introducción espléndida y corta. Tengo una postura firme, mi mano izquierda coge un papel y con la derecha levanto la pluma para hacer apuntes; Ítalo, luego, junta su silla a la mesa y comienza a caminar alrededor mientras explica que el mejor camino es capturar a la niña Ferro; derramo un poco de exceso de tinta cuando escucho sus ideas. Él era el que estaba oponiéndose, eso no iba bien. Cuando Italo pasa a un asiento mío, es decir frente a Ian, este último que esta algo reclinado lo interrumpe. Ni siquiera se para; no obstante, mueve eufóricamente los brazos; ve directamente al resto del sujetos; le increpa el sugerir conocer quien tenía más guardaespaldas, y preferir a la niña con seis guardaespaldas, cuando Vladimir solo tiene uno. Sigo apuntando lentamente; el dedo gordo de mi pie se revuelca dentro de mis zapatos para evitar gritarles. Veo a los ojos de Ian, que tiene su seguridad normal y su despreocupación; cómo es posible que el tenga la opinión más acertada. Italo había continuado caminando y quedo a su frente. Lo veo, y tenía ese extraño brillo cada vez que acertaba; hace caso omiso del comentario de Ítalo y continúa con su plan. Ian se enfurece, y baja la cabeza para que no pueda ver sus ojos y aspira profundamente.
El sujeto baja sus piernas cruzadas del asiento, se curva hacia delante y agranda sus ojos. El silencio reina en la sala; la audiencia había dejado de moverse totalmente hace unos minutos, y prestaba atención al conflicto de la historia. El músico había bajado ligeramente el volumen pero continúa el incesante movimiento de sus dedos. El hombre levanta su brazo y el chillar de las cadenas queda atrapado en el vacío; lo nota, capta lo que el público conscientemente ignora, pero subconscientemente lo hace amar aquel espectáculo; el toque del músico en cada tecla es igual a algún movimiento de la marioneta. “Si el señor Ferro es atrapado; el riesgo no disminuirá debido a que la niña siempre tendrá el poder disponible” dice Italo. Yo lo observo y encuentro la explicación hacia lo que creí irracional. “Sin embargo, ella sabe que lo irán tras ella; y, sus guardias deben ser muy buenos, solo perderemos todo.”, señala Ian. No había levantado su cabeza, seguía mirando hacia el piso; yo lo veo, todavía, escribió; su idea es coherente; pese a todo, si no podemos atrapar a la princesa ahora nunca lo haríamos, no hay opción. “Eso es cierto, pero nuestra gente es mejor” termina vocalizando Italo. Yo lo veo y hago un trazo más en la hoja; dentro de mí, sonrío. Esa era una frase magistral y sin discusión, no era probada ni justificada; pero tenía una gran carga emocional que incluso Ian, que puede pecar de imprudente, no se atrevió a refutar ante los miembros del escuadrón. Se hizo el silencio en la sala, mientras yo hacia algunos otros trazos; logré ver que no había levantado el rostro; la idea de él, al igual que yo, temiera que Ítalo nos engañara, cruza por mi mente. No obstante, esta vea lograría todo, no seguiría el consejo de ninguno.
Alcé mi brazo y estiré mis dedos para indicar silencio. “Italo como siempre tienes muy buenas ideas; es exactamente eso, lo que se hará; si no atrapamos a la niña Ferro no nos servirá de nada; y si le damos más tiempo podemos caer”, digo elogiándolo. Los sujetos del lado de Ítalo se inflan en gusto y miran sigilosamente a Ian. Él no lo ve, únicamente se limita a seguir mirando sus manos con la cabeza gacha. Yo continúo con mi discurso e indico a uno de los concordantes con Ítalos y a él, las tareas precisas para atrapar a Nohelia. La reacción de los demás, la esperaba; querían reclamar y tal vez incluso eran capaces de golpear a Ítalo; quien me mira apacible, tranquilo, como siempre. Sin lugar a dudas, debe estar vanagloriándose por dentro, mi querida mano derecha. Solo que mi discurso no acaba, “Ahora bien, los dos equipos son suficientes para atacar exclusivamente a Nohelia; así que, también tomaremos al señor Ferro.”
Una sucesión de hechos ocurren. Ian levanta la cabeza y se me queda mirando. Yo le sonrío y sigo, “si por alguna razón, la niña Ferro no es capturada, tendremos a Vladimir Ferro.” Italo me mira y reclama “Matías, pero si haces…”; elevo mi brazo como lo había hecho anteriormente y Italo se quedo callado. “Esta es nuestra oportunidad, y no la podemos perder, mientras cada grupo se encarga de atrapar a los Ferro; el grupo 3, 4 y yo atacaremos la misma casa para crear una falsa conmoción, y si es factible tomaremos la casa. ¡Comencemos!” Todos, menos Ítalo e Ion, salen. “¿Qué pasa?”, les digo. “Matías sabes que la mejor decisión es que todos ataquemos a la niña Ferro” dice Ítalo todavía sentado en su sitio. “Estoy de acuerdo, señor Daniel; dividir las fuerzas incrementara el riesgo de perdidas.”, dijo Ian un poco indeciso. Observo a uno y a otro, y respondo “Lo sé, pero somos capaces; y si no, no lograremos nada; nuestra meta no es la familia Ferro, solo es un obstáculo. Tomen sus puestos y actúen”. Italo me observa, se despide y se va. Ian también lo hace; se detiene en la puerta. “Hasta luego, señor Daniel” balbucea algo agachado y se marcha. Cuando están lejos, me paro y me acerco a mi ventana. Atacar a uno solo, era el mejor golpe; sin embargo, sospecho de Ítalo. Lo mejor es tratar de ganar uno de los puntos y descubrir al farsante. Respiro profundamente y miro al cielo, no es momento de pensar, es momento de actuar. Me encuentro con los dos jefes que mea con los que a crearemos la atracción, en el pasillo. Avanzamos en nuestras tropas y comenzamos el ataque. Hay más gente de lo normal, pero eso ya era predecible. “Vamos tropas, elimínenlos”, grito.
El choco de muchas manos, los aplausos del público, se escuchan fuertemente al iniciar el medio tiempo. Los tomates y las botellas vacían están acomodadas en los tachos de basura; definitivamente, nadie se quejaría de la obra .Los asistentes al espectáculo conversan mirándose unos a otros sobre aquella obra tan excelente en drama y movimientos. No tienen que decirlo, todos comprenden el arte de aquel maestro de marionetas era especial; sentían que marionetas vivas que interpretan su personaje como actores en el cine. Familias completas y hasta personas desconocidas discuten desenlace de la obra. Definitivamente estaban cautivados. El sujeto de ropas lujosas se para de su asiento y también participa de los debates. Se ríe de las ideas del público y luego se acerca al hombre de sombrero amplio que sigue tocando el piano en el medio tiempo. “Dime, ¿cuántos titiriteros son?, pregunta el sujeto mientras se arregla el cabello. “Solo uno, señor”. Sus dedos quedan atrapados en su cabello ante tal sorpresa. El pianista presiona con mayor fuerza el teclado y acelera los movimientos para iniciar la parte final. El último guardia ha caído, y uno de los míos abre la puerta, e ingresamos. Penetramos más las instalaciones hasta llegar a la casa principal donde Ítalo e Ian deben estar esperando con la familia Ferro atrapada. Nada más 5 metros para llegar a la puerta e ingresar, varias docenas de hombres salen y nos atacan; encargo a mis hombres que sigan al tiempo que yo con uno de los jefes y dos sujetos mas ingresamos a la casa. Abro la puerta; el cuarto está un tanto oscuro, pero se puede vislumbrar la silueta de cinco sujetos. Uno sentado en las escaleras apoyado en el barandal abrazado de una chica de cabellos largo; dos hombres en los sofás del medio del salón y otro en la parte superior cogiendo una arma de fuego. Los sujetos, que venían conmigo, sacan sus armas al unísono y se ponen delante de mío. La música del piano se hace cada vez más dramática, y las marionetas efectúan una cantidad innumerable de movimientos. El sujeto de la parte superior da tres disparos certeros y les quita las armas a mis hombres. El sujeto de los anillos grita “magnifico, magnifico”. No logro ver nada; ¿por que dispararon? Los aparto de mí, y ve los rostros de los cinco sujetos. ¿La razón? ¿El motivo? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Ian? “Es excelente, es más que eso”, dice y su cabello rojizo se despeina y las cadenas se mueven desordenadamente. Ítalo se para y se aleja del sofá, “Matías, fallaste” y se ríe. El do mayor y re séptima se hacen gigantescos. “Señor Daniel, lo siento; pero Nohelia es mi novia, y nadie le hará daño”, declara Ian. Los observo lentamente, el señor Ferro no me mira con odio ni cariño, es una mirada inanimada pero sé que lo disfruta; lo sé ya que conozco esa forma de ver, es la misma de Italo. El público aprieta sus manos sobre sus rodillas; han olvidado al fin que son sólo marionetas y lo hilos desaparecen para su mente. La niña Ferro tiene una mirada inocente pero con valor; no se inmuta ni tiembla cuando me ve; solo coge el brazo de Ian y lo estrecha contra sí. Él no me ve a la cara, ha bajado otra vez su cabeza y escondido sus ojos. La gente aplaude a pesar que la obra no ha terminado. Los hilos se mueven con elegancia; varias, al mismo tiempo. Nohelia le pone la mano en su mandíbula y lo obliga a levantar la cabeza. Sus ojos son tristes pero decididos. “Es una lástima; si hubieras confiado en Ian como debiste hacerlo en un inicio, vivirías; pero elegiste confiar en mí y al final desconfiar de ambos. Todo lo planeamos.” dice Ítalo y se levanta; tiene otra arma de fuego en sus manos. Un hombre de la audiencia se acerca, ingresa al escenario por la parte posterior y se acerca al telón. Alza su brazo y levanta su dedo pulgar para decirle al titiritero que toda estaba muy bien y también felicitarlo. Apunta directamente a mi cabeza y jala del gatillo
El telón cae suavemente y el individuo de ropas lujosas corre hacia la parte posterior del escenario por donde ingreso el otro sujeto. No hay ni una gota de sangre, ni una pisca de dolor, ni un fragmento de desfallecimiento. Mis ojos llegan a ver la caída de esa cortina negra, y mi cuerpo se estremece mientras un frío recorre mi duro cuerpo. El titiritero baja de su escondite y estrecha la mano llena de anillos del contratista; ha aceptado dar funciones en uno de los prestigiosos teatros. La cortina sigue cerrada. No me puedo mover; mis deseos de vida están clausurados; no logro mover mis brazos ni mis piernas. La melodía del pianista comienza a dar sus últimas notas. Mi sueño se rompe y sus cuchillas flagelan mi conciencia. El último do se escucha; los asientos hacen mucho ruido y la gente desgasta sus manos con aplausos. Después de todo, yo no soy Daniel Matías; solo disfruto creyendo serlo durante treinta minutos que dura la obra.
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Archivo por meses: diciembre 2008
“Psicosis religiosa” por Enrique Vilcapuma
Teodorico se encontraba devastado por la muerte de su madre, el amor que sentía por ella había llegado al grado de obsesión. Nunca tuvo a nadie más que a ella. Durante toda su vida, su madre había sido su mayor objeto de admiración. Siempre anhelando ser como ella. Había llegado hasta a ponerse sus vestidos y a usar un poco de su maquillaje, mientras que ella no lo veía. Ahora se resistía a pensar que su madre estaba muerta, por más que él mismo haya estado velando su cuerpo la noche anterior.
“¿Pero cuánto más? Nunca se habían tardado tanto.” Me encontraba ahí sentado, sin prestar ninguna atención a lo que decía el Padre Santiago. Todo lo que repetía acerca del evangelio de hoy y los pecados capitales, yo ya me lo conocía muy bien. Leo a diario la Biblia, y asisto a misa una vez a la semana, pero no en días particulares como hoy. Hay dos razones por las que me encuentro hoy aquí sentado. Una es que necesito confesarme, pues desde mi última misión no he tenido tiempo para hacerlo. Y la otra, aún más importante, es que tengo que recibir el nombre del siguiente condenado.
Teodorico no acostumbraba salir a la calle, la mayoría de sus treinta y dos años de vida los había pasado en su casa, con su madre. Él no tenía necesidad de salir, adentro tenía todo: comida que su madre compraba afuera una vez a la semana, ropa limpia, lavada y planchada a diario, y el amor de su madre, que compensaba todos los vacíos que le pudiera haber generado el nunca haber compartido una amistad con algún otro chico de su barrio. Aunque esto último no es del todo cierto, ya que Teodorico si conoció a otro niño cuando era pequeño, y se hizo algo así como su amigo. Se trataba de Perico, un niño (ahora ya debe ser un adulto así como Teodorico) con el que conversaba en la misa, mientras su madre hacía una interminable fila para comulgar. Como ambos iban todos los domingos a escuchar el evangelio semanal, terminaron llevándose bien. Claro que esta amistad no tenía ningún futuro, en cuanto la mamá de Teodorico se dio cuenta de que éste en vez de entonar la alabanza se la pasaba distraído conversando con Perico, decidió llevarlo consigo a la fila y tenerlo a su costado mientras ella se preparaba para recibir el cuerpo de Cristo.
Mientras el padre avisaba que ya era la hora del pan y el vino, la gente se levantaba de sus asientos y se disponían en cola a la expectativa de su turno. Yo seguía sentado, algo cansado, y no recuerdo en qué momento me quedé dormido. El caso es que en sueños fue cuando al fin se comunicaron conmigo, pude ver como un ángel, al que no pude reconocer, se dirigía hacia mí y me hablaba algo en una lengua extraña que ,sin embargo, yo comprendía muy bien. Me dijo que últimamente estaba muy impaciente y que, aunque yo no me había dado cuenta, empezaba a disfrutar mis misiones. Eso era algo terrible. Es claro que el hecho de acabar con los demonios de este mundo es reconfortante, pero yo no podía sentir placer a la hora de matarlos. Entonces me dijo que mi mente se empezaba a contaminar y que estaba siendo tentado por el diablo, y que para purificarme de nuevo no bastaría con una confesión sino que debía pasar una prueba. Tendría que matar a una persona a la que yo conozco y que en un tiempo fue mi amigo. Pero eso no era lo peor, si él no moría hoy, entonces sería yo el sacrificado y así me llevaría mis pecados a la tumba. Luego procedió a mostrarme el rostro de la persona y entonces me desperté. La misa ya estaba terminando y decidí retirarme, sin haberme confesado.
Ahora Teodorico, con todo el temor que le causaba salir a la calle sin la compañía y protección de su madre, se dirigía a la iglesia, no para buscar apoyo espiritual en el Padre, sino porque tenía que hacerle unas preguntas. Caminaba apresurado, ya era un poco tarde y la misa ya debería estar por terminar. La iglesia no estaba muy lejos de su casa, por lo que no se tuvo que agitar para llegar. Cuando entró en la iglesia, ya no había gente, y el Padre se disponía a retirarse, pero él lo detuvo.
-Padre – le dijo – necesito su ayuda.
El Padre no pareció incomodarse:
-Como estas hijo, lamento mucho lo de tu madre, pero ella era muy fiel y devota y ahora ya debe encontrarse al lado del Señor.
– Justo de eso quería hablarle Padre y como no dispongo mucho de tiempo – aunque en realidad lo que pasaba era que le molestaba estar en cualquier sitio sin su madre – seré directo.
– Mmmm – el Padre puso un gesto de extrañeza – Muy bien hijo, dime qué es lo que te pasa.
– Mire, padre, mi madre se fue apenas ayer y para mí la vida se ha vuelto imposible . Yo se muy bien que no voy a sobrevivir sin ella a mi lado…
– Pero – el Padre empezaba a entender – No estarás pensando en cometer una locura. Mira hijo una madre es la persona a la cual vamos a amar toda nuestra vida y nunca vamos a querer separarnos de ella, porque no sólo nos permitió venir a este mundo sino porque siempre estuvo ahí para cuidarnos y protegernos pero Dios a veces nos pone pruebas muy difíciles que nosotros debemos saber entender… – una luz brilló en los ojos de Teodorico.
– Tiene razón Padre, ahora lo comprendo todo, esto es una prueba – Teodorico parecía muy exaltado – Muchas gracias Padre.
Teodorico se fue sin decir nada más, todo el camino estuvo pensando en lo que el Padre le había dicho acerca de que la muerte de su madre era una prueba y que él debía pasarla.
“Ahora necesito un trago”, estoy caminando por la calle y necesito beber algo para ayudarme a asimilar bien lo que sucedió en mi sueño. Yo estaba acostumbrado a que una voz me susurre al oído el nombre del siguiente, pero nunca me esperaba un encuentro en persona, o en sueños, ni mucho menos que el siguiente fuera alguien al que yo conozca y con el que halla mantenido una amistad. Entro en un bar y pido una cerveza, mientras me la tomo lentamente intento recodar las conversaciones que tuve con él, nunca fueron muy extensas, nunca me dijo su nombre, a pesar que yo si, ni donde vivía. Siempre hablábamos de cosas completamente sin importancia, lo que es normal ya que éramos unos niños nada más, pero él era muy raro, miraba constantemente a su madre, no se si por temor a que se fuera y lo dejara ahí o por miedo a que lo vea conversando, el caso es que nuestras charlas fueron muy cortas y ahora no sé como podría ubicarlo. Y ni siquiera sé si me atreveré a dispararle, porque ese niño fue mi mayor acercamiento a lo que se podría llamar una amistad.
Teodorico llegó exhausto hasta su casa, corrió todo el camino, que en realidad era muy corto, desde la iglesia. Cuando llegó cerró la puerta y subió hasta su habitación, no sin antes dedicarle una mirada de un profundo amor al retrato de su madre, que estaba ahí mucho tiempo antes de que falleciera pero que ahora él lo había divinizado y por lo cual le puso un marco de oro puro que retiró de una imagen del mismo Jesucristo. Estuvo pensando durante mucho rato acerca de la prueba que ahora le ponía Dios; sin embargo, él la interpretaba de una manera distinta a la que quiso darle a entender el Padre. Pensaba que Dios quería que él le de una muestra del verdadero amor que sentía por su madre, y fue por eso que se la llevó consigo, para ver si el amor que sentía era tan puro y auténtico que no dejaría que ni la muerte lo supere. Mientras más pensaba en esa idea, más se convencía de que ese era la prueba que debía superar y más seguro estaba de hacerlo. Decidido a mostrarle a Dios que en él existía ese amor tan divino como el que inspiró a su Hijo Jesús a sacrificarse por los hombres, él estaba dispuesto a sacrificarse por su madre. Bajó corriendo las escaleras, tomó el retrato de su madre y salió de su casa.
“Maldita sea, el trago ya empieza a hacer efecto”, luego de muchas rondas de cerveza, me doy cuenta de que cada vez se me hace más dificultoso mantener la cabeza firme, y que empiezo a sentir unos ligeros mareos. Sin darme cuenta, caigo dormido por segunda vez en el día, pero esta vez no por causa del Padre sino del alcohol. En sueños me parece ver al mismo ángel del primer sueño, pero ésta vez parece estar enfadado conmigo y se vuelve a comunicar en la extraña lengua que ahora no se me hace muy fácil de entender. Me parece que me está llamando la atención por mi comportamiento, por haberme emborrachado, aunque ligeramente, mientras llevaba a cabo una misión. Pero yo le dije, obviamente en mi lengua: castellano, que no podría hacerlo, que a esa persona a la que debo darle fin no la veo hace mucho tiempo, desde que éramos niños y peor aún desde que empecé a realizar mandatos divinos y tuve que viajar de un lugar a otro. Le dije que no podría encontrarlo antes del anochecer, que aunque estaba dispuesto a pasar la prueba, sería imposible encontrarlo hoy día y que por favor me den un poco más de tiempo. Él ángel rechazó mi petición y me dijo que el sujeto tendría que morir hoy o si no el que se iría sería yo. Pero para mi sorpresa, ya que nunca me daban ninguna otra información aparte del rostro del condenado, el ángel me dijo que está dispuesto a ayudarme, ya que siempre había cumplido muy bien con mi labor y me dijo que el sujeto se presentaría hoy en la azotea del edificio abandonado en el centro de la ciudad a las siete de la noche. Luego de esto me desperté y vi mi reloj, eran las 6:13, todavía estaba a tiempo.
Teodorico se encontraba corriendo por la calle con el retrato de su madre apretado fuertemente contra su pecho, buscaba algo, no sabía qué, esperaba que Dios se lo revelase. Anduvo corriendo sin rumbo alguno durante mucho tiempo hasta que lo vio, ahí, en frente suyo, había un gigantesco edificio, al parecer sin ninguna persona adentro. Mirándolo de lejos pudo ver cómo en la cima de ese edificio había una antena muy gruesa en forma de cruz y entonces, sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia el edificio. Cuando llegó hasta la entrada pudo leer algo “Seguros de Vida Gólgota”, no le prestó atención y pasó. Adentro todo estaba oscuro y sólo se apreciaba una luz tenue que bajaba por las escaleras. Corrió hasta ellas tropezando con un montón de desperdicios y empezó a subir. Recorrió apresurado las escaleras de los catorce pisos y entonces llegó hasta la azotea. Vio la enorme antena a unos cuantos metros y a una paloma parada en el borde del edificio. Esperó un momento a recuperar el aliento y se quedó pensando en lo que estaba por hacer.
Salí apresurado del bar y tomé un carro para que me lleve hasta el edificio. Aunque caminando hubiera podido llegar a tiempo, decidí llegar temprano al lugar para poder esconderme y apreciarlo antes de darle el tiro. Me preguntaba cómo habría cambiado ese niño que conocí en la iglesia y que parecía tan inocente, asustadizo y desconfiado. Qué pecado tan grave habrá cometido para que ahora Dios lo condene a muerte. O tal vez sólo lo sacrificaba para que yo le demuestre mi lealtad. Durante un buen rato estuve pensando en estas cosas, y me empezó a dar sueño. No me quería dormir por temor a que el hombre se vaya, luego de esta oportunidad sería muy difícil volverlo a localizar.
“¿Pero qué, este hombre será el niño que conocí hace tantos años?”, estaba ahí delante de mí, se veía algo agitado. Se detuvo un instante como para recobrar el aliento. Puede haber salido en ese instante y dispararle sin que él lo notara, pero decidí esperar un poco. Quería ver qué es lo que se disponía a hacer un sujeto como él a estas horas y en el techo de un edificio abandonado. Mientras lo veía pude darme cuenta que no había cambiado en mucho, seguía teniendo el mismo rostro que inspira desconfianza y todavía parecía ser una persona delicada.
Cuando Teodorico recuperó al fin el aliento, se acercó hacia la paloma. Él pensaba que era una señal, ya que no habría ninguna razón para que una paloma, y encima blanca, esté en ese lugar. Teodorico se acercó, primero temerariamente, pues nunca había estado en un lugar más alto que los dos pisos de su casa. A medida que se fue acercando fue perdiendo el temor, pensando en que pronto realizaría un acto tan divino que expresaría todo el amor profundo que sentía por su madre. Se sacrificaría por amor. Esa era la prueba que le había puesto Dios. Se fue acercando cada vez más al borde…
“Pero que hace este imbécil”, no me digas que te viniste a suicidar. Bueno por lo menos no sentiré mucho remordimiento cuando te dispare. Tú de todas formas querías morir. ¡MIERDA! Si yo no le disparo…
– ¡Oye tú! – Perico salió apresuradamente de su escondite.
Teodorico, que estaba contemplando el vacío, fue sorprendido por la voz, y cuando volteaba asustado, no pudo contener el equilibrio y cayó.
– ¡MIERDA! NO! – Perico entró en desesperación, ahí frente a él lo vio desplomarse. Corrió hasta el borde y dio muchos disparos, la oscuridad de la noche y el aturdimiento de la cerveza le impidieron acertar los tiros. Teodorico seguía cayendo.
Mierda. Ese imbécil. No le di. El ángel. La prueba. Yo muero. Mierda. Mi vida. No. Muerte. No. Noooooooo!!!
Perico obedeció a un instinto y se lanzó. “Si le doy, Dios no permitirá que yo muera. Ese era el trato”
Ahí estaban los dos, cayendo por el edificio. Perico disparaba ferozmente su arma con la esperanza de que un solo disparo impacte a Teodorico y lo mate.
Casi al instante se escuchó un primer impacto. Segundos después vino el segundo. Nadie se acercó a ver.
Algunos minutos después llegó la policía. Se disponían a recoger ambos cuerpos para llevarlos a la morgue. El lugar estaba embarrado de sangre. Los forenses inspeccionaban los cuerpos, y entonces se escuchó: “¡Este está vivo!”
Cuando el oficial de la policía llegó al lugar el médico forense procedió a informarle: “Al parecer los dos estaban peleando en el techo, uno se quiso deshacer del otro y empezó a dispararle. No me explico por qué pero ambos terminaron cayendo. Ahora, lo extraño es que uno de ellos tuvo una suerte divina, primero porque cayó encima de una pila de colchones viejos y sólo se desmayó por la caída del rebote. Y segundo, porque todos los disparos le impactaron en un retrato de oro puro”
S/T por Carolina Goyzueta
To a man with no hands?
And what is the world
To a man with no ears?And what is the world
To a man with no tongue?
To a man with all three
But who knows less than he
Summer is the man – Blues Magoos
El delantero Giorgio Ferrini, de la selección italiana, cometió la primera falta. Un golpe violento al chileno Honorino Landa hizo que carabineros irrumpieran en el campo para apresarlo. Ferrini no obedecía ni al árbitro. Era el mundial de fútbol de 1962 y en ese momento, en la cordillera de los apeninos italianos, nacía Luca Ponti. Nunca demostraría pasión por el fútbol como Giorgio Ferrini en aquel mundial memorable.
En Parma, ciudad perdida entre marcas de leche y quesos parmesanos, el frío se desprende del azul de la atmósfera que madruga. Por la casa de Luca Ponti, los cerros se acumulan imitando senos enhiestos por la gelidez de la altura. Se presentan como un batallón militar que resguarda la salida de esa bola de fuego que ametralla a las nubes, estas se encuentran dispuestas como si fuesen vacas de algodón, su densidad es irreal. Luca Ponti nació en medio del color que otorgan estos valles. Años más tarde su peculiar modo de vestir se debería, en parte, a la paleta de colores que llevaba en la memoria.
Sus padres decidieron cambiar los aires de Parma por los asfixiantes subterráneos del Metropolitan Transportation Authority en Brooklyn. A los once años, Luca aprendió que para cruzar una calle en Manhattan debía presionar un botón del semáforo que cambiaba la luz de manera conveniente. En la ciudad se definirá mejor, pensó el padre de Luca.
La piel extendiéndose como un manto de canela en 1 metro 65 centímetros de estatura. Los ojos duros como si fuesen dos caramelos, provocaban ser saboreados hasta desgastarlos. Miles de años de cultura mediterránea tatuada en el rostro. Era el perfecto latin lover. Su aspecto físico era un cliché del macho italiano. A los 18 años, a petición de sus padres, Luca ingresó al ejército de los Estados Unidos de Norteamérica. Los vecinos ya hablaban sobre el delineador maybelline que los fines de semana dibujaba sus ojos. Luca amaba a los hombres con pasión extrema. El ejército sería un buen lugar para componerse, pensaba su padre. Lo que Luca no sabía era que Iraq invadiría Irán y que luego pediría ayuda al país de las hamburguesas. Se marcaron las heridas del golfo pérsico. Fue duro. Luca nunca hablaría de la guerra.
Kathleen Hanna iba casi a diario al Blue Nile, una tienda de tabaco en la esquina de Bleecker y Christopher St. Los dueños eran amigables y Luca había alquilado la parte de arriba de la tienda. Era 1997 en el barrio más gay del Greenwich village. Fue Kathleen la de la idea de cambiar el nombre de Luca por el de Lucky Luke y fue Luca el de la idea de llamar a la banda de Kathleen, Le Tigre. Gracias a su participación en la guerra del golfo, Lucky Luke recibía una pensión de parte del gobierno y no tenía que preocuparse por trabajar. John Cameron Mitchel, al que se lo encontraba siempre en la St. Mark’s bookshop, le propuso actuar en un documental sobre la movida drag queen del Noho. Lucky Luke aceptó y desde ese momento adoptó el personaje. Era parte de él. Salía por las noches, cual vampiro sediento, a beber todo lo que se encontrara en el camino. Lucky Luke comenzaba a ser conocido por todo el Lower East Side. Le agradaba jugar a la puta y si le gustaba el cliente se lo hacía gratis.
Lu prendió la radio, The Beta Band rasgaba una guitarra folk hop en Dry the rain, recordó cuando vio por primera vez a John Cusak como vendedor de discos en High fidelity. Fue la primera vez que escuchó a The Band y lo hacía mientras cambiaba los pañales a su hijo. En esa época había optado por la adopción. No aceptaba a las mujeres en su vida, le parecían insoportables. Convivir con una embarazada se le hacía imposible. Complicadas al extremo. Concordaba con Lacan al decir que el amor es dar lo que no se tiene a quien no es. Prefería, entonces, evitar cualquier tipo de drama.
En los últimos 15 años Lu había dedicado su vida al arte. Sus pinturas tenían esa condición de no pertenecer a ningún movimiento artístico. De ahí que su arte podía ser exhibido en el MOMA como también en los grasosos baños de cantinas de algún barrio latino en Queens. No soportaba el silencio, sufría de horror al vacío y le aterrorizaba quedarse solo. Por ese motivo, sus amigos eran pequeñas casas rodantes a las que él recurría con frecuencia. Su casa siempre tenía las puertas abiertas y en algunas ocasiones su pequeño departamento se convertía en un hervidero de pretzels humanos. En ese lugar se llevaban a cabo los más delirantes proyectos. Como las fotos que enseñaban el desmesurado tamaño del pene de Lu. Era un proyecto que iba en contra la posición feminista. El pene seguía siendo el centro del poder, afirmaba Lu. Fue en el Bowery’s white house hotel donde se hizo la exposición. Las fotos estaban pegadas en todas las puertas de los cubículos-habitaciones. Trudy, la recepcionista del hotel, no sabía qué responder cuando le preguntaban por las fotos. Solo sonreía, meneando la cabeza como si tratase de desenroscarla y decía: “The same old shit man”
El hijo de Lu, Adrien, llevaba once años acompañándolo. El saberse adoptado no le creó mayores desbalances emocionales. A pesar de convivir con la bohemia que rodeaba a su padre, Adrien no gozaba de la misma libertad artística que su padre hubiese querido. Nada de provocaciones a los sentidos ni de juegos con las apariencias sensibles. El mundo tenía muchos problemas como para andar cubriéndolo de pintura, pensaba. Le apasionaban los temas de carácter universalistas y, además, la anatomía de los seres, así llamaba indistintamente a animales o humanos. El niño había leído ocho tipos diferentes de enciclopedias sobre anatomía y era fanático habitual de la vida en los museos. A los once años ya había conseguido su primer empleo. Por las tardes, a la salida del colegio, tomaba el subway en Penn Station hacia Times Square, de ahí conectaba hacia Columbus circle. Caminaba diez minutos por el Central Park hasta llegar al Museo de Historia Natural. Ahí pasaba casi todas las tardes como voluntario en el área paleolítica. No tenía amigos. ¿Para qué interactuar con personas que creen estar vivas, deambulando en medio de este cementerio? Los amigos de Lu solían decir: “Tu hijo no tiene corazón”.
“Las más recientes excavaciones arqueológicas realizadas en los entornos de la Acrópolis de Atenas han sacado a la luz tres bustos de la época romana, entre ellos, uno del filósofo griego Aristóteles”. Que interesante noticia, se dijo Adrien mientras ojeaba el New York Post y tomaba desayuno. Ayer saqué el libro Historia de los Animales y me di cuenta que coincido con Aristóteles. La vida de los animales y los esclavos se asemejan ya que las maneras que utilizamos para con los animales domesticados no son muy diferentes de las que utilizamos para con los esclavos. Pitágoras era un idiota, ¿cómo se le ocurre pensar que el alma inmortal está en todo? Los esclavos no tienen alma, ahí están los amigos de mi padre. ¿Qué hora es? Que raro que no halla venido aún, siempre aparece trayendo donas para el desayuno. Que raro. ¡Oh no! Ya llegaron estos escandalosos, hasta ahora no entiendo cómo es que esta manada de freaks sigue viva y mi padre, manteniéndolos.
Llegan, abren la refrigeradora, fuman. Ya estoy harto de todo esto. Hola que tal. Sí, sí, ya estoy saliendo para el colegio. ¿Qué? ¿Que si ya me gradué? Pero si recién estoy en el high school… hoy hay una exposición muy interesante sobre órganos humanos…Pero para qué me empeño en hablarle, ni siquiera entiende lo que le estoy diciendo. Esta chica solo piensa en su banda de punk y en sus estúpidas ideas feministas. Es una maldita lesbiana que no tiene otra cosa mejor que hacer que venir a practicar sus angustiados gritos. ¿Has visto a mi padre? Siempre sale en las noches pero al amanecer llega con donas para mi desayuno y hoy no ha venido. Qué raro, en fin, debo irme a la escuela.
Lucky Luke caminaba de un lado para otro. Estaba esperando a Peppermint stick, uno de los drag queens más glamorosos en la escena del West Village. El Lips era un local interesante. Nunca se había aventurado a levantarse a alguien en este club. Esta era la noche pensó. Si no llegaba Peppermint se iría con cualquiera. Lucky Luke tenía la capacidad de contar una y otra vez las mismas historias sin darse cuenta. Todos reparaban en esto pero a nadie le importaba porque sus historias, llenas de nostalgia, eran verdaderos alucinógenos para el alma. Adrien no hubiese estado de acuerdo con esto de “alucinógenos para el alma” Lu si lo hubiese comprendido.
Era las 4 de la mañana y Peppermint nunca llegó a la cita. Ya Lucky Luke había agotado la noche con historias clásicas como de la vez que en las duchas del ejército todos se sorprendieron de las verrugas en su pene o de la vez que al alquilar su departamento se dio con la sorpresa que incluía un pintor expresionista que tardó 3 meses en encontrar otro lugar que obviamente terminaría sin pagar. Las historias de Lucky Luke eran las mismas siempre, solo cambiaba la forma de contarlas, a veces cambiaba nombres, lugares, pero finalmente eran las mismas. Decidió ir al baño a mojarse la cara e ir a su cama solo. Lu había salido con la intención de tomarse un trago y si se podía, liar con alguien. Dos travestis entraron al baño, armaron tal escándalo que Lu, mientras se veía en el espejo, pensó que deberían existir políticas para desaparecerlos. A pesar de considerarse de mente abierta a todas las corrientes y estéticas vanguardistas, Lu no soportaba a los homosexuales. Se rumoreaba que su paso por el ejército tenía que ver con esta aversión. Nadie lo sabía. Lucky Luke a veces se contradecía y por más ganas que tuviese en levantarse a cualquiera terminaba en la cama tomando leche y con tomates en los ojos. Ya tenía 44 años y se sentía cansado. Al salir del baño Lucky Luke se arrojó a dos lagunas negras. Los ojos de un ser misterioso lo seguían de tacos a peluca. Sintió olas de placer agitándose por todo su cuerpo. Se vió a sí mismo en un clandestino hotel recibiendo lo que más quería. Nadie vio salir a Lucky Luke con este misterioso hombre. La voz ronca, fuerte y toscas sus formas enloquecían más a Lucky Luke.
Subieron hasta Harlem, entre la 148 y la 150 de Broadway, las balaceras y disturbios clásicos habían desaparecido. Harlem estaba controlado y los migrantes latinos se habían apoderado de este barrio. Era poco usual la presencia de un blanco por estas calles. Lucky Luke sintió un poco de miedo pero recordó que los años ochentas ya habían muerto. Entraron al departamento, el calor era excesivo, la calefacción era antigua y no se graduaba automáticamente. Lucky Luke dejó sus abrigos sobre el único mueble que pudo distinguir en la oscuridad. Su compañero entró antes que él y no prendió las luces. Quiere jugar sucio eh, pensó Lucky Luke mientras dejaba libres sus panties de nylon. El silencio empezaba a inquietarlo. Horro al vacío pensó. De pronto se sintió aturdido, todo le daba vueltas y en eso la luz se le apagó.
Una muñequera con púas le ataba las manos a una especie de plataforma ubicada verticalmente en medio de la sala. Un cinturón de hierro lo inmovilizaba por completo. Los pies inmóviles. Cadenas los apresaban. En la boca una mordaza roja atragantaba sus impotentes gritos. Lucky Luke había caído en las manos de un sádico fetichista. La habitación era enorme y tanto las paredes como el piso estaban cubiertos de plástico negro. Había además una mesita y, sobre esta, tres pinzas medianas, un cuchillo grande, navajas antiguas de afeitar y un serrucho. El pervertido hizo su aparición disfrazado de policía, llevaba en las manos un maso que se tiñó de rojo al atravesar la piel de Lucky Luke.
Al llegar a la escuela se olvidó de su padre y se animó al ver la pancarta que decía “Expoferia de ciencias naturales”. Adrien entró rápidamente y lo primero que hizo fue buscar la sección de órganos humanos. Por fin vería órganos de verdad. La sala de deportes había sido acondicionada para tal evento. Cada área tenía cubículos donde se exhibían, como piezas de museo, los órganos humanos. Ahí estaba el área digestiva con un esófago, intestinos enfrascados en formol y un estómago. Adrien se encontraba maravillado por las texturas y colores que cada órgano ofrecía. Ninguna máquina era tan perfecta como la del cuerpo humano. De pronto, ahí estaba, en medio de la sala. Estaba envuelto en capas de grasa pero aún así se podía advertir su color rosa pálido.
El policía pervertido vendió los órganos de Lucky Luke y se deshizo del cuerpo arrojándolo al Hudson river. Había conseguido vender el interior de Lucky Luke gracias al portero de su edificio que trabajaba por las mañanas en un colegio donde se requería con urgencia órganos humanos para una expoferia que se desarrollaría al día siguiente.
La directora del colegio de Adrien ya estaba informada de la terrible situación. El padre de Adrien, Lu, había desaparecido la noche anterior y su cuerpo había sido hallado en la bahía de Hudson, al parecer había sido torturado y sus órganos no se hallaron. Lu tenía la costumbre de caracterizarse todas las noches como Lucky Luke y en el bar del restaurant Lips fue la última vez que lo vieron.
Adrien estaba maravillado con la hermosura de tal órgano, el mejor de todos pensó. ¿Cómo no voy a tener este hermoso músculo en mi pecho? Es el corazón el órgano más hermoso, mi papá debería ver esto.
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Última estación
El ciclo universitario acaba y ello obliga a finalizar el taller. Esta contingencia contrae otra: las notas finales del curso. Cierro el presente curso del blog con los que a mi juicio son los mejores trabajos del curso. Los comentaré un poco en estos días.
Un abrazo y ha sido un placer Sigue leyendo