Archivo por meses: noviembre 2008

“Fuego cobarde” por Renato Constantino

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Todavía gritan, cada vez más débilmente, cuando el carro de bomberos
entra a toda máquina por la calle atestada de curiosos.
“Es en el décimo piso”, dice el teniente.
“Va a ser duro, hay viento del norte. Vamos”.
Julio Córtazar – Todos los fuegos el fuego

Miro mi cara en el espejo para saber quién soy, para saber
cómo me portaré dentro de unas horas, cuando me enfrente con el fin.
Mi carne puede tener miedo; yo, no.
Jorge Luis Borges – Deutsches Requiem

Mariella sabía de lo pesado de su carrera desde que pensó en ingresar a San Marcos. Sin embargo, mientras se hundía en una depresión sobre las distintas clases de bacilos, se preguntaba si todo esto había valido la pena. El sol brillaba fuerte y ella no quitaba los ojos de sus aburridas páginas. No te preocupes, le dijo Mónica. Falta mucho para el examen, agregó. San Marcos es una tierra triste.
Los libros de Santiago revelaban mucho más de lo que su cabeza comprendía. Trotsky y Trotsky y Trotsky. Y el Che. No te olvides de eso. Una y otra vez repasaba sus líneas, sus apuntes al lado del margen. Casi no quedaba espacio para nada más. Eran su tesoro. Ya casi no se encontraban de esos. Y la tapa roja. ¡Qué dulce es San Marcos! pensó. Cuando los apristas no nos fastidian, complementó rápidamente. ¡Apúrese, camarada! le disparó verbalmente Raúl. Ya tenían que ir a clase.
No sabía mucho de la vida. Todo era insípido. Y los hombres más. En San Marcos quien no era feo era terriblemente ideologizado. A Mariella eso no le gustaba. Prefería seguir como estaba. Santiago se preguntaba si haber ingresado a San Marcos en el profético 1984 significaba algo. Algo debía significar. Quizá era el año en que el trotskismo finalmente venciera sobre su rival estalinista. No lo sabía. Solo tenía como algo seguro que la verdad se ocultaba allí, en alguna parte de esos libros de tapa roja que citaban a Marx una y otra y otra vez. De esa forma repetía Mariella los nombres de los síntomas que debía memorizar. Uno tras otro: fiebre, malestar, erupciones en la piel y erupciones en todo el país. Porque donde se pone el dedo salta la pus. Y Santiago ya había leído a los clásicos. Ya había leído el Discurso en el Politeama y los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. No estaba seguro qué era ser socialista o comunista o trotskista, pero el llamado estaba hecho y él iría obediente.
Los amigos de Mariella eran casi todos aburridos. Mariella solo iba entre mujeres. Cuchicheaban, se reían y se sentían protegidas. Siempre había un profesor mañosón como el que los llevaba a abrir los cuerpos. ¡Y qué asco de cuerpos! Eran enfermos, viejos, mendigos sucios… aunque siempre hubiese un niño que enternecía la mirada. Doloroso. Santiago creía que le dolía el país. De hecho, lo afirmaba abiertamente mientras recitaba a Heraud y juraba que barrería a los miserables “patriotas
explotadores”. Los amigos de Santiago eran cada uno distinto del otro. Provenían de barrios miserables y de barrios opulentos. Eran católicos renegados. Que leían a Marx, ese barbón del que siempre se raja en los colegios de curas. Luego de clases tomaban cervezas heladas en algún hueco frente a la universidad. Allí discutían y creían hacer mucho por el país. Excepto Santiago. El cambio debía ser o él no sería. ¿Qué hacer?
Mariella se moría por alguien. Era Carlos. Era joven, atlético, delegado de su promoción y preocupado. Era voluntario de una compañía de bomberos en ese tiempo de toques de queda. Ella también se metió. Pensaba que esperar el llamado del fuego mientras fumaba un cigarrillo con Carlos era lo más romántico que podía pasar.
Están llegando nuevos a la universidad. Nuevos grupos políticos se entiende. Guevaristas que dicen que la guerrilla es el camino. Pero hay un grupo de gente que no predica una guerra: la está llevando a cabo. Son un grupo que se define maoísta y mariateguista. Eso no le sorprende a Santiago: todos son mariateguistas el día de hoy. Pero le sorprendía la crudeza de la propuesta. La realidad, la materialidad del cambio, cambio de batas. Mariella prefería llevar su bata en la mochila y cambiarse una vez en la universidad. Pasearla por Lima le parecía banal. Y a veces llegaba manchada de sangre y le daba asco. Por eso envidiaba a los que estudiaban para dentistas. Sus batas no solían mancharse. Eran lindas, perfectas.
Comenzó a leer de las propuestas de Mao. Eran un círculo. Perfectas y redondas. Desde el inicio de la guerrilla clandestina hasta la planificación detallada de la economía. Del campo a la ciudad. El profesor había dicho “de afuera hacia adentro”. Así había que limpiar las heridas. Encerrarlas. No dejar que ningún microbio pueda ingresar al espacio sobre el que va a trabajar. Hay que ser precisos. Hay pocas balas, camaradas. Cada una vale oro en nombre de la revolución. Y lo sabían. Cauterizar. De eso se trataba. De detener la infección. La infección.
El tiempo corría y ya Mao lo decepcionaba. Se sabía cobarde. Jamás le diría a Carlos que le gustaba, que quería salir con él, pasearse con él de la mano mientras Lima los veía con sus batas blancas o con sus trajes rojos. Ese libro rojo de Mao lo traía estúpido. Renegaba de él. Se sentía débil y tonto. No podía matar perros como sus compañeros. Era un cobarde. Un pequeñoburgués iluso… así le decían y así se sentía. No podía hacer nada por la revolución y no podía ayudar. Y tampoco salirse. Ya se lo habían advertido.
En el puesto de bomberos se sentía inútil, no tenía ninguna experiencia y solo podía ir para dar unos lastimeros primeros auxilios. Carlos no la veía nunca. Ya no le importaba tanto pero… siempre queda la duda. ¿Irse o seguir? Santiago no la tenía clara. Irse o no. Pensaba en irse pero sabía a lo que se enfrentaba. Un asesinato cruel, malévolo. Quizá sin balas, a machetazo limpio. Esa palabra lo descuadraba y lo deprimía. Cada vez que la repetía caía en la cuenta que él no era un gran macho. Era un triste pequeñoburgués iluso. Pero no quería ser cobarde. Se enfrentaría al fuego.
Cauterizar. Esa palabra suele ser premonitoria. Significa que hay que extirpar. La revolución exige una cuota de sangre. No todos pueden ser héroes. Eso de a pocos lo estaba entendiendo Santiago. Su lugar no era la vanguardia revolucionaria. Su lugar era la sangre derramada. La sangre callada, la cuota. Esa cuota. Le contó a una camarada sobre su muchas dudas. Se fue a casa sabiendo su destino. Ya escrito. Ya decidido.
Mariella había decidido enfrentarse al fuego y a Carlos. Y lo iba a hacer cuando sonó la campana. Emergencia. Siempre los llamaban primero a ellos. Santiago sabía que el balazo iba a llegar pronto. Pero hubiese deseado que fuese en la cabeza. Pero Patricia (o cual fuese su verdadero nombre) deseaba hacerlo sufrir por haber siquiera pensado en denunciar al Partido. Pero el dolor lo redimía. La historia recuerda a los vencedores y para esto es necesaria la violencia, partera de la historia. Solo nos queda esperar eso. Violencia y violencia. Mariella se dio cuenta al llegar que se estaban enfrentando a algo nuevo. Era la explosión de un auto frente a una casa de Lince. Le daba miedo enfrentar al fuego pero entró. Y allí encontró tendido a Santiago.
-¡Hay que cauterizar la herida! – gritó pero nadie la oyó, solo Santiago
Una viga acababa de caer. Carlos no podría salvarla. El fuego los consumiría. Cobardía. Soy la herida, cauterizar, Carlos, que venga, soy la herida…
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“Taku y el Robot Samurai” por José Rubina

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Taku despertó de golpe, despertó de esas pesadillas de las que uno se olvida rápido, pero estaba algo angustiado. Sabía que era tarde y que tenía que salir cuanto antes. Ya estaba vestido, se puso las botas que tenía al pie de la cama y se quedó mirando el póster del Robot Samurai que había pegado en la pared de su clóset. Faltaban cinco minutos para las nueve y media de la noche, la mayoría de recolectores estarían en las fábricas alrededor de las diez. Sólo se podía ir a buscar semillas de noche, en el día trabajaban las máquinas de demolición del sector O-6 del gran Imperio de las Islas de Oriente. Caminando a través del túnel principal (desagües en ruinas, construcciones muy antiguas, ahora caminos bastante transitados), Taku, a sus siete años, reflexionaba sobre el mundo que conocía. Todo lo que veía, lo había visto así desde su nacimiento, pero sentía que en algún momento la ciudad había sido diferente. No le importaba mucho, no estaba enterado de las guerras pasadas, ni de las grandes epidemias, ni de la situación apocalíptica que atravesaba el planeta en general, y sus reflexiones siempre terminaban muy vagas e inconclusas. La verdad es que no tenía tiempo para estar preguntándose tonterías.

Hiro Tsunamura se las arreglaba para ir comiendo un par de tostadas frías mientras aseguraba las partes de su armadura. Cuando terminó, tomó su casco y se miró al espejo. Estaba cansado. Se había despertado hace poco, pero en su expresión se notaba un cansancio perpetuo, el cansancio de un mundo entero, de un mundo sucio, olvidado. Se puso el casco y activó el sistema de visión nocturna. Agarró la espada colgada de la puerta, y empezó a correr a través de los techos del perdido sector O-6. Durante el resto de la noche estaría ocupado con delincuentes y saqueadores, sus únicos compañeros serían los lobos salvajes, cazadores de ratas. Hiro se divertía pensando en que él también era un lobo, sigiloso y solitario, cazador de roedores inmundos.

Taku dejó el túnel principal para subir por una escalera, destapar una alcantarilla y rápidamente entrar a través de unas tablas de madera a la sala principal de la fábrica procesadora de frutas. Había dejado de funcionar hace mucho, y el trabajo de los recolectores consistía en recoger semillas desperdigadas por todo el lugar para luego llevarlas a los grandes viveros en el centro de la ciudad, donde trabajaba su padre. Sabía que tenía que moverse rápido y con cuidado, la periferia siempre había sido peligrosa. Empezó a llenar su mochila con pepitas de naranja, de sandía, pepas de melocotón y de durazno. Una hora más tarde, la mochila estaba llena. Taku estaba bastante satisfecho con su trabajo y con la zona de la fábrica que había elegido explorar esa noche. De pronto, escuchó abrirse una puerta cerca de él, luego pasos, mientras sentía que alguien se acercaba. Volteó para alumbrar con su linterna cuando otro niño, quizá un año mayor, se abalanzó sobre su mochila y trató de quitársela. Taku era relativamente fuerte y no la soltaría por nada del mundo, así que empezaron a forcejear. Taku, a sus siete años, estaba furioso y decidió gritarle al otro niño todos los insultos que sabía. Se le acabaron rápido, pero los siguió repitiendo. El otro niño también empezó a gritar, ninguno de los dos sabía bien qué estaba diciendo, pero ni Taku ni el niño ladrón tenían intención de ceder.

Hiro Tsunamura saltó desde la fábrica procesadora de frutas hasta el techo de una megatienda de artefactos electrónicos que aún funcionaba en una de sus secciones. El resto del local servía de almacén y hospedaje. Hiro prestaba mucha atención a los negocios que se mantenían vivos en la periferia. No entendía por qué eran saqueados constantemente.- ¿Cómo salir adelante, sino entre nosotros?- se decía muchas veces frente al espejo, buscando una razón para dejar de lado el cansancio. El mundo podía ser injusto, el mundo podía estar a punto de acabarse, pero no era justificación para el atropello que cometían los saqueadores. Hiro había decidido hacer cumplir la ley en una ciudad de caos. Lo había decidido hacía mucho, cuando las cosas no estaban tan mal todavía, pero se mantendría firme en su posición. Se encontraba escondido entre un muro y un antiguo tanque de agua cuando escuchó romperse el vidrio de una de las ventanas del establecimiento. De un salto llegó hasta el lugar de donde venía el ruido y tomó a un asustado anciano del cuello. Probablemente era un viejo loco buscando basura. Quién sabe cuánto tiempo había estado perdido entre puentes y techos. Hiro no dudó en cargarlo y bajarlo a la calle, donde seguro el anciano se ubicaría mejor. Apenas lo dejó ir, el anciano loco echó a correr y, tras tropezarse con un par de cajas, se metió por un callejón. Nada podía hacer Hiro por él, y se quedó un rato mirando la calle, recordando cómo había sido antes su ciudad, su sector O-6, cuando era un efectivo de la policía del Imperio de las Islas de Oriente. Vio los postes torcidos, la carretera agrietada, las fachadas maltrechas. Estaba muy cansado, y un poco perdido en la melancolía que generaba el paisaje, cuando buena parte de una pared de tablas de la antigua fábrica procesadora de frutas se vino abajo.

Taku sintió que se le acababan las fuerzas y que sus manos ya no podrían aferrarse a la mochila por mucho tiempo. El otro niño también estaba cansado, pero parecía un año mayor, así que probablemente resistiría lo suficiente para llevarse la mochila y sus semillas. Taku tenía ganas de soltarla y caer al piso llorando. Tenía ganas de estar en su cuarto jugando a ser el Robot Samurai. Parecía que el otro niño iba a ganar en el forcejeo cuando un lobo salvaje pasó corriendo entre los dos para luego perderse en la oscuridad de la fábrica. Pasó tan rápido que no lo vieron bien. En el impacto, volaron las dos linternas y los dos niños en direcciones opuestas. Taku, mientras salía disparado, pudo distinguir la cara del animal. No tuvo miedo, a él le gustaban los lobos, y pensó que éste en particular le había sonreído. En el vuelo, atravesó la pared de tablas por la que había entrado a la fábrica y cayó a la vereda de la calle. Tenía un par de rasguños aquí y allá, nada grave. Lo mejor era que había logrado quedarse con su mochila y estaba muy orgulloso de eso. Se había parado y estaba sacudiéndose del polvo cuando vio al Robot Samurai parado frente a él, en medio de la pista.

Hiro Tsunamura se acercó al niño que había aparecido de entre el polvo y las tablas rotas de la pared colapsada. Taku le explicó, muy agitado, lo que había sucedido. Hiro trató de calmarlo, pensando que estaba asustado. Lo cierto es que Taku estaba emocionadísimo. Tenía al Robot Samurai a un paso de distancia y era exactamente igual al de su póster. Tenía la armadura; el pecho anaranjado, las hombreras y botas rojas, los guantes y el casco azules, y la espada muy parecida a la que su madre le había comprado por su cumpleaños. Lo había visto un par de veces, saltando entre los techos de los edificios, nunca muy seguro de que en verdad era él, pero esta vez definitivamente era él, y era algo extraordinario. Hiro le dio la mano al niño y le sonrió. Él también estaba bastante emocionado. Taku estrechó la mano del Robot Samurai con fuerza, aparentando ser mucho más maduro y sereno que lo que sus siete años le permitían. La luna llena alumbraba la calle deshabitada donde tenía lugar este inusual encuentro: un niño y un vigilante justiciero. Taku no sabía qué decir, seguía estrechando fuerte la mano del Robot Samurai, y decidió aullar como lobo. Había practicado su aullido muchas veces, en verdad le gustaban mucho los lobos y le gustaba verlos pasar por las calles o por los túneles. A veces le hubiera gustado ser un lobo y no tener que recolectar semillas. Hiro pensó que la reacción del niño había sido muy extraña, pero por alguna razón sintió que quizá no estaba tan cansado como creía. Aulló también lo mejor que pudo. Ambos escucharon unos cuantos aullidos a manera de respuesta, de varios lugares diferentes. Los dos se pusieron a reír y luego, sin decir nada, se despidieron. Taku recogió su mochila del piso y se dispuso a bajar las escaleras hacia el túnel principal mientras el Robot Samurai, luego de un par de saltos, ya estaba de nuevo entre los techos de los edificios del sector O-6 del decadente Imperio de las Islas de Oriente.
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“Todos los fuego el fuego” por Julio Cortázar

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Gritando una orden, el procónsul empuja a Irene siempre de espaldas e inmóvil. “Pronto, antes de que se amontonen en la galería baja”, grita Licas precipitándose delante de su mujer. Irene es la primera que huele el aceite hirviendo, el incendio de los depósitos subterráneos; atrás, el velario cae cobre las espaldas de los que pugnan por abrirse paso en una masa de cuerpos confundidos que obstruyen las galerías demasiado estrechas. Los hay que saltan a la arena por centenares, buscando otras salidas, pero el humo del aceite borra las imágenes, un jirón de tela flota en el extremo de las llamas y cae sobre el procónsul antes de que pueda guarecerse en el pasaje que lleva a la galería imperial. Irene se vuelve al oír su grito, le arranca la tela chamuscada tomándola con dos dedos, delicadamente. “No podremos salir”, dice, “están amontonados ahí abajo como animales”. Entonces Sonia grita, queriendo desatarse del brazo ardiente que la envuelve desde el sueño, y su primer alarido se confunde con el de Roland que inútilmente quiere enderezarse, ahogado por el humo negro. Todavía gritan, cada vez más débilmente, cuando el carro de bomberos entra a toda máquina por la calle atestada de curiosos. “Es en el décimo piso”, dice el teniente. “Va a ser duro, hay viento del norte. Vamos”.

Julio Cortázar (1914-1984), uno de los renovadores de la narrativa argentina de los años sesenta y una de las grandes voces de la narrativa moderna latinoamericana materializa, en “Todos los fuegos el fuego” una de las estrategias típicas de la narrativa contemporánea, sea literaria o cinematográfica: el montaje de secuencias narrativas en paralelo. Los tallerista presentan a continuacíón sus ensayos sobre esta técnica. Sigue leyendo

“La apuesta” por Alfonso de la Torre

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Me levanté con esa sequedad en la garganta, que no es otra cosa que el aborto de una noche frustrada en compañía de un ron barato. Sí, la había cagado de nuevo con Carla. A este paso nunca voy a tirar carajo, y lo peor de todo que es por mi culpa, por ser tan inocente y respetuoso, por ser tan pavo.
Ay Roberto pero si era facilito nomás, te la agarrabas con lengua un rato y de ahí le metías la mano por debajo de la falda, en vez de estar dándole piquitos como un niñito de primaria-decía Marco cuando caminábamos por la avenida Pardo, mientras me miraba con su cara de pendejo y yo con toda la furia en la cabeza, con la sangre hirviendo, con esas punzadas que me empezaban en el ombligo, acababan una cuarta más abajo y la puta madre, debe ser por falta de uso. En esa época Marco vivía en mi barrio y era mi mejor amigo, todas las mañanas caminaba con él hacia el paradero a tomar el micro. Ya, ya no te hagas el muy cacherito conmigo Marco, acuérdate que tu también eres virgen; yo por lo menos conozco a una flaca que me va a hacer el favor tarde o temprano, es más hoy voy a ir a su casa en la tarde, en cambio tu si estás cagado. Calla huevón, ya te dije que yo puedo tirar cuando quiera-me contestó él. ¿Ah si, y con quién?-Le respondí. Con Paulita pues, la amiga de Martín que estudia en el Villa-decía él mientras yo me reía. El cagado acá eres tú, emborrachándote solo el domingo en la noche y todo porque eres lento con las flacas, yo hoy día voy a ver a Paulita y me ha dicho que me tiene una sorpresa-terminó de decir Marco mientras parábamos la S, en la esquina de Roma con Pardo. Que pobre iluso, ella nunca te hará caso porque esta muy rica para ti, pero por lo menos tu no te lamentas con trago y vas con resaca al colegio al día siguiente-pensaba yo mientras subíamos. Ya estás viendo mucho al huevón ese de Martín, seguro que más que te ayude con Paulita, quieres tirártelo a él, maricón-le dije y su respuesta se perdió entre el grito de “topardobenaviecaminoelinca” que hacía la cobradora a mi costado. En esa época yo tenía 16 años y estaba harto de que mis compañeros del Santa María me jodieran todo el día porque era el único que no había tenido sexo, estaba harto de que no hayan mujeres en mi colegio, harto de ir a mendigar sonrisas en faldas cortas a las chicas del San Silvestre. Estaba preocupado por haber apostado en el colegio que iba a tirar antes de las vacaciones de octubre, iba a perder 100 soles, pero que importa la plata, si perdía mi reputación se iba a ir a la mierda y eso me jodía, me jodía lo que opinaran de mi en la secundaria y no me había puesto a pensar que esa apuesta cagaría mi vida. Marco sin embargo, siempre parecía muy relajado respecto al tema y decía que en la Inmaculada era normal tirar el último año y recién estaba en cuarto de media, igual él me diría al día siguiente que se había tirado a Paulita. Ese día, después del colegio llegué a mi casa y me cambié, luego saqué mi mochila y le dije a mi abuela que tenía una tarea en grupo. Cuando llegué a la casa de Carla ella estaba sentada de piernas cruzadas sobre el sofá, con un libro en su regazo y esa falda de cuadritos que la hacía ver tan linda, tan colegiala, tan puta. Me quedé parado en la puerta de la sala viéndole las piernas, cuando se dio cuenta me dijo-¿Que tanto me miras ah? Mejor ven y salúdame como se debe. No te estaba mirando, estaba mirando el libro que estás leyendo, quería saber cual era- contesté yo, como si pensara que ella lo creería. Jajaja, te apuesto que me mirabas las piernas, seguro eres un pajero con memoria fotográfica y más tarde vas a pensar en mi cuando estés en tu cuarto-decía ella con esa actitud de engreída y creída ala vez, que tenía cuando se daba cuenta que la estaba mirando. Salté rápidamente a su lado y le quise dar un beso en la boca, pero ella solo me evitó y dijo que ahorita no tenía ganas, que tal vez más tarde. Pensé que seguro era porque no me había lavado los dientes, pero lo olvidé instantáneamente y decidí contentarme con ese “tal vez mas tarde”. Efectivamente, una hora después por fin deslicé mi mano por debajo de esa falda de putita miraflorina y colegiala, de esas que ocupan el primer lugar de su promoción y están en el coro de los domingos en misa, de las que se masturbaban en el baño del colegio. Mientras ella se retorcía y me empezaba a enseñar ese sostén que le bailaba en el adolescente pecho, yo le decía que podía venir su mama en cualquier momento o de repente mandaba al serrano de su chofer a ver si ya estaba lista para ir a la clase de piano y la cagada. No hables así de Rómulo, él es bien lindo, además que chucha oye, no seas maricón y sigue nomás, con peligro es más emocionante, ¿bien lento eres no?-me contestó ella. Ese día no llegamos a tirar, y eso que nadie nos interrumpió. A la mañana siguiente Marco tocó el timbre puntual y lo primero que hizo fue preguntar que había pasado en la casa de Carlita. No se me paraba huevón, no sabía que me pasaba, ella calata al frente de mí y yo sin poder hacer nada, me sentí muy poco hombre, creo que ya perdí la apuesta-le contesté. Después de reírse un rato el me dijo que había escuchado que a veces eso pasaba cuando uno estaba muy nervioso. Mientras caminábamos hacia la avenida, le empecé a contar que no sabía que hacer, ¿ahora como iba a ir a su casa de nuevo, que pensará de mi? Seguro piensa lo mismo que yo, que estabas nervioso nomás, a todos los hombres nos puede pasar, no te preocupes que ella entenderá y seguro que te la tiras un día de éstos-me dijo Marco tratando de consolarme, como si yo necesitara su lástima, huevón. Él se había tirado a Paulita, a mi Paulita y ahora yo tenía que conformarme con Carlita la putita. Eso lo dices porque eres mi pata, en el mejor de los casos Carla pensará que soy un pavaso que no tiene nada de experiencia, dirá que soy un pajero y le pediré disculpas, pero no, pensará que soy un maricón, yo un nieto de Belaunde Terry que estudia en el Santa María y maricón. Ven a mi casa en la noche, van a venir unos amigos de la playa y vamos a ir a ver el partido de Perú a la calle de las pizzas, hasta temprano nomás porque mañana hay clases.-le dije. Pero el me respondió que ya había quedado con Martín en ver el partido en su casa porque había comprado un televisor nuevo para su cuarto y lo iban a probar. ¿Y Paulita, ella también va a estar?-le pregunté. Ah si, seguro que va, pero no sé, creo que ya no me gusta tanto desde que me la tiré-me respondió y tomamos el micro. Pero esa noche no vi el partido, Carla se apareció en mi casa con el cuento que necesitaba alguien que le ayudara a hacer su tarea de matemáticas, pero si ella estaba en el cuadro de mérito de su colegio, la muy puta solo venía a averiguar porque no se me había parado y a decirme que si no me parecía bonita, que si había sido por eso. Claro que era bonita, y ella lo sabía muy bien, lo cual era el motivo de su pedante narcisismo, solo quería que se lo repita y me sienta más maricón por no haber tirado con ella la noche anterior. No pasó nada, solo que no tenía ganas, estaba cansado y quería dormir, por eso me fui a mi casa. Ah ya-fue todo lo que me dijo, y claro, yo no esperaba que se crea esa miserable y descarada mentira, pero tampoco le podía decir que había estado pensando en la inocencia de Paulita, porque de ahí no tendría a nadie con quien tirar y se acababa toda la huevada de la apuesta. Pero si sólo Carla me hubiera dicho que me necesitaba y que no le importaba lo que pasó en su casa, que me perdonaría la estupidez porque me quería. Estaba muy claro que nunca me lo diría. Ella me empezaba a besar y a decir que le gustaban las cosas que yo le hacía, como movía mis manos por sus piernas, como la tomaba por el pelo y mis labios jugaban con su cuello, como no se me paraba cuando la veía calata, bueno eso no me lo decía pero seguro que lo pensaba la muy puta, seguro se reía de mi y decía que pajero eres Roberto. Esa noche tampoco pasó nada, seguro que ella no quería que en el momento decisivo mi hombría falle y se decepcione nuevamente, por eso me aguantaba y me desaceleraba, seguro que no quería verme desnudo e impotente, me tenía lástima y no quería eso. No, no me tenía lástima porque era una puta y se reía de mí, mientras me decía pajero y seguro pensaba en su chofercito de mierda cuando se masturbaba en el baño de su colegio, pero de repente no, porque era solo un chofer cholo y ella estudiaba en el San Silvestre. Igual Paulita nunca haría eso, tampoco me haría caso por supuesto. Ya me cagué, ahora si estoy mal, huevón-le decía a Marco un par de semanas después, mientras tomábamos una cerveza en la bodega del chino. Pero ya de una vez déjate de mieditos y trata de tirártela de nuevo Roberto, yo se que vas a ganar esa apuesta, no es tan difícil-me contestaba él. Es que no es por la apuesta, la plata no me interesa, el problema es que ya no sólo quiero tirármela, ahora pienso en ella un montón, bueno a quien voy a engañar, también es porque no quiero quedar como el maricón frente a los cojudos de mi promoción. Marco me dijo que no me preocupara tanto que todo iba a salir bien y que se tenía que ir a la casa de Martín. Si claro huevón, que no me preocupe. Es fácil para ti decirlo porque te tiras a Paulita la mamacita y te puedes dar el lujo de decir que no te gusta pero igual tirártela, en cambio yo te digo que pienso en Carlita la putita y no me la puedo tirar porque no se me para-pensaba yo mientras caminaba de regreso a mi casa a almorzar con mi abuela. Y es por eso que quiero a veces amarrarte, anudarte. Es contigo que quiero hasta el fin masturbarme. Esa estúpida canción sonaba de nuevo en mi cabeza y era lo único que faltaba, un pajero cantando canciones de otro pajero. Esa noche, mientras le daba la tercera vuelta al Invol2ver de Sasha en el estéreo, llegó Marco llorando a mi casa, a Paulita la había atropellado un carro mientras paseaba a su perro, su muerte había sido instantánea. No lo podía creer, Paulita, la chica de los cabellos tan rubios casi albinos y los ojos verdes, la chica del bikini rosa en Naplo había muerto, mi amor platónico de la infancia. Y este pelotudo que se la tiraba sin darle la menor importancia, ahora venía a llorar a mi casa. Le pegué tan duro a Marco que se le rompió la ceja, en cambio él (que era más grande y avezado) no me respondió y sólo atinó a irse. No lo volví a ver hasta 10 años después que lo encontré de casualidad en el Café Z, viejo punto de reunión en las épocas escolares y que ahora estaba sumido en la más penosa decadencia. En realidad él me encontró a mí y me saludó, le conté que me había graduado de Derecho en la Católica y que trabajaba en el estudio de mi suegro, que me había casado con Carla ¿Carlita la putita?-Me preguntó él y le respondí que sí con un carcajada. Le pregunté si alguna vez había superado la muerte de Paulita, me dijo que sí, que nunca se la tiró realmente porque Paulita estaba enamorada de mí, que me mintió todo el tiempo. Ahora él tenía una pareja estable y pensaba irse a casar a Europa ese verano. Me preguntó si había perdido o ganado esa estúpida apuesta en la secundaria, le dije que la gané y embaracé a Carla al mismo tiempo, que por eso me había casado con ella, que no la amaba y que necesitaba de mi suegro y su prestigioso estudio de abogados. Me contestó que eso era lo que se le había ocurrido al principio, además me dijo que era gay. ¿En serio eres maricón?-le pregunté. Me gustan los hombres huevón, cual es el problema-fue lo que me contestó., solo atiné a preguntarle con quien se iba a casar entonces. Me respondió-¿Con quién más crees pues Roberto?, con Martín por supuesto. Hablamos un rato más y me despedí de Marco. Ya no importaba lo que yo hiciera en ese momento, nada retrocedería el tiempo y me haría evitar esa estúpida apuesta que acabó con mi Paulita, que me cagó la vida con Carlita, que volvió maricón a Marco. Nunca más lo volvería a ver; crucé la calle, saqué las llaves y encendí mi BMW. Mientras tanto en mi casa, el serrano de mierda del Rómulo se tiraba a mi mujer.
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“De cómo llegué en noviembre y en noviembre me fui” por Mario Fiorentino

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Ella usó mi cabeza, como un revolver
E incendió mi cabeza, con sus demonios
Ella usó mi cabeza como un revolver – Soda Stereo

Así que las estrellas no son blancas como el humo del cigarro, no, miento, el humo del cigarro no es blanco, es gris, a veces azul, pero… ¿qué carajo importa eso? Lo que importa es que tienen muchos colores. Mi nombre es Irina Bosnikov y soy hija de la revolución desde noviembre, desde que mi familia murió. Mierda, que frío hace. Carajo, por eso odio Diciembre, y lo odio aún más porque significa el fin de mi relato y también el comienzo. ¿El clima?… no me acuerdo, tampoco recuerdo el día exacto, ni el mes, mierda, creo que ni me acuerdo el año. Solo sé que con todo eso de la revolución, hacía tiempo que no me detenía para mirar las estrellas, esas que creía eran blancas y que tanta paz me daban. Hacía tiempo que no disfrutaba de un cigarrillo, ya que todos los fumaba a medias, entre las balas y las explosiones, entre la sangre de los inocentes que morían por la causa y los perros que morían por el régimen totalitarista. En fin, recuerdo que por esos días yo estaba fumando demasiado. ¡Ja! ¿Qué diría mi madre si supiera que su hija, la condesa de Jajce, hija del archiduque Bosnikov, estaba fumando como una cualquiera? Eso no importa, total, pronto los distintivos aristocráticos no valdrían ni mierda y mi padre no sería el archihuevón de Jajce, y yo no sería la condesa, y mi madre ya no sería una zorra porque probablemente la revolución acabaría con su vida. Ya me acordé, creo que era noviembre, ¿o quizás octubre? No importa, la cosa es que el régimen socialista estaba a punto de ser proclamado victorioso, el pueblo lo buscaba, yo lo buscaba, la sangre no había corrido en vano. Hasta podía oler el momento de la victoria, la sangre de los caídos, el olor a pólvora húmeda; podía sentir nuestra victoria aproximarse, mi victoria. Carajo, maldita esa frase, maldita la idea de victoria, maldita la misma madre que me parió. ¿Por qué tuve que pensar en eso? ¿Por qué me tuve que condenar así? ¿Por qué? Tal vez por la hermosura de las estrellas, esas a las que nada les importa, o por el frío de mierda que hace en Yugoslavia. No… no creo, seguramente porque en el fondo, yo sabía que no todo era como parecía. Desde hacía un tiempo, venía con esa imagen en la cabeza; desde hacía un tiempo, yo sabía, muy adentro de mi ser, que algo andaba mal. Creo que era el cigarro…no, mierda, no era el cigarro. ¿Tal vez mi figura? Vamos, ser la revolucionaria más puta de la revolución tenía sus beneficios, beneficios que tenía que proteger. No, tampoco era eso, nunca fui tan narcisista. A veces creo que… no, ni cagando, eso no puede ser, era casi un insulto pensar que eso andaba mal. Pero, ¿quizás? No… Irina, no puede ser eso, tú sabes que si hay algo que está bien es eso por lo que tú luchas, tú sabes que no has liderado una revolución por las huevas. O, ¿quizás sí? Prendí el segundo cigarro, o tal vez el décimo, no me acuerdo y tampoco me importa. Las estrellas seguían ahí, parecía que se movían, que se querían escapar, cerrar los ojos y huir de este mundo de mierda. Claro, por eso luchaba, para cambiar este mundo de mierda, o ¿era por otra cosa? No, mierda, Irina, deja de pensar así –dije pausadamente y luego de un rato, y de un par más de cigarros, proseguí: tú luchas por tus ideales y punto. O, ¿es que luchaba por algo más? Mierda, no puede ser, no, yo lucho por la gente, yo lucho por el bien, yo mato y muero todos los días para alcanzar justicia, no, puta madre, no, no puede ser eso. En medio de esas contemplaciones, alguien me interrumpió. Creo que fue un teniente, o un simple soldado, no me acuerdo y no interesa, el punto es que la persona que vino lo hizo con mi comida y con una lista de papeles que tenía que firmar y un informe de 14 folios en los que se me informaba minuciosamente acerca de la evolución de la revolución. 7’405 muertos, 24’965 heridos, 4 regiones más se encontraban bajo nuestro régimen, mierda, ¡¿Ya son 7’405 los muertos que han derramado su sangre por la revolución, en las blancas nieves de Yugoslavia?! ¿Qué? ¿7’405 en un solo día? ¿En total, la sangre de casi el 10% de la población ha sido desparramada en la nieve? Mierda, mierda, y más mierda, necesito un trago. Teniente, tráigame Vodka, brindemos por los héroes que han muerto por la causa, por cada uno de ellos, brindemos por las estrellas. Después de haber tomado unos cuantos tragos, le di la orden al teniente de desnudarse, de quedarse en pelotas, como su madre lo trajo al mundo, y de follarme, como si de una puta se tratara, cómo me gustaba sentirme puta, cómo me gustaba pensar que, si mi madre se enterase de que su hijita, la condesa de Jajce, era toda una puta, se moriría, tal vez, de vergüenza. No, creo que se moriría de un infarto o se suicidaría. Creo que eso me brindó más placer que el mediocre sexo que me dio el teniente. Eso, el sentirme toda una zorra a los pies de un casi desconocido y de imaginar a mi madre, mirándome con esos ojos de vergüenza, de estúpida, con los mismos ojos que me miraban mi padre y mis hermanos todas las noches antes de dormir. Después de follarme como una tortuga vieja lo hubiera hecho, le di la orden, fulminándolo con la mirada, de que retirase todo y se fuera a descansar, ya que, probablemente, mañana moriría, o moriría su familia, o tal vez no, tal vez yo moriría. Esa noche no pude dormir, esa noche me quedé mirando las estrellas, esas, blancas como la nieve… no, miento, la nieve ya no es blanca, ahora es roja por la sangre de todos los Yugoslavos, de todos y cada uno de ellos. Esa noche tuve pesadillas despierta, me acordé de cuando mi madre me quería volver una condesa, con sus clases de etiqueta y sus sesiones de té, ese té asqueroso que se traía de china. De esas buenas costumbres a las que nunca me acostumbré. También soñé con esas noches en las que mi padre me venía a visitar…con mis cuatro hermanos y juntos jugábamos al doctor…a la mamá y al papá…a la orgía romana. Mi padre y mis cuatro hermanos me violaban sin que mi madre dijera nada, para luego mirarme con esa cara de vergüenza, esa cara que nunca olvidaré. También, con mi padre, frente a mí, mandando a fusilar a 15 campesinos por reclamar sus derechos, por pedir un pan más al día. Creo que ese día fue el primero en el que morí…no, mentiría si dijese eso, creo que ese mismo día fue en el que realmente nací. Y nací como una revolucionaria. También soñé con el día en el que me enamoré por primera vez, me acuerdo muy bien de Yugoslav, me acuerdo de sus ojos, me acuerdo de la primera vez que cargué un arma y cuando me enseñó a matar, y me acuerdo de su cuerpo, y de cuando me regaló mi primer fusil… me acuerdo de su puntería para matar y enseñarme de nuevo a vivir, pues solo me sentía viva cuando mataba. Me acuerdo cuando sentí el placer de vengarme por primera vez de mi madre y huir de la casa…de la primera vez en la que pensé que lo único puro en este mundo eran las estrellas, esas estrellas blancas, blancas como los huesos que se despedazaban al contacto con las balas. También me acuerdo de la primera vez en la que prendí un cigarro en noviembre, todo en noviembre. A la mañana siguiente me levanté con un malestar tremendo. Eran las siete y todos ya estaban listos para iniciar la partida. Era el momento de culminar con la revolución, de re-instaurar el régimen socialista, de luchar y morir por la patria, de cagarme en mi madre, fumando y follando como una puta, de matarla, de matar a todos mis fantasmas, de matarme. No, mierda, no pienses en matarte, no pienses en tu muerte, tu eres la líder de la revolución y no puedes morir… carajo, no puedes morir y menos suicidarte. Me levanté, ya sin estrellas, y prendí el primer cigarro del día. Ya me acordé, era noviembre, me acuerdo porque una semana antes había sido mi cumpleaños, me acuerdo porque mi cumpleaños cae en otoño y porque en otoño se ven mejor las estrellas, porque en otoño hace un frío de mierda y las muertes de mis hermanos compatriotas lo hacían más frío aún…me acuerdo porque el día de mi cumpleaños hacía el mismo frío y fue en uno de mis cumpleaños la primera vez en que mi padre me violó, carajo, si algo sentí esa noche fue frío. También me acuerdo que era noviembre porque toda mi vida pasó en noviembre así que asumo que debe de haber sido noviembre. Puta madre, la resaca me estaba matando y tenía que salir a dirigir la revolución, así que, luego de bañarme en agua fría (pensándolo bien, comparada con el frío exterior, era casi como agua hirviendo), me vestí y me preparé para la guerra, para la muerte. Me acuerdo que salí con un cigarro en la boca, un fusil en el hombro y un frío de mierda en los huesos. Ese era el día de mi muerte, o tal vez de mi vida, y había comenzado mal. En el transcurso del día nos dirigimos a Jajce, donde todo comenzó y donde todo terminaría. Ese día se impondría la revolución, ese día mataría a la puta de mi madre por el pueblo o, ¿por mí? No, mierda, Irina, cuantas veces tengo que repetirlo, esto lo haces por el pueblo, no por ti, ¿entiendes? Carajo, no me quedaban cigarrillos, en el próximo pueblo tendría que abastecerme de una gran cantidad de tabaco o mi humor sería peor de lo normal. Ya quería ver la cara de mi madre cuando me viera llegar, liderando la lucha armada, asesinando a mis hermanos, esos hijos de puta que me había violado tantas veces, en esas noches sin estrellas…fumando como una mujer de mal vivir. Aún hoy puedo escuchar el rugir de la masa, hasta hoy puedo oler la sangre de esa vieja puta, hasta hoy la puedo escuchar rogar por su vida, besarme los pies, lamerlos. Todavía conservo la sangre en mi bota derecha, la cual se manchó al romperle la nariz de un puntapié. Creo que hasta puedo sentir ese placer. Y, ¿ahora qué? Mi madre está muerta, mi padre está muerto, a mis hermanos los está violando todo el ejército revolucionario, uno por uno, un polvo por estrella, un polvo por cigarrillo que he fumado en mi vida. Llegó la noche…esta vez no hubo informe, no hubo muertos, o tal vez sí, no me importa, solo una fiesta, un aquelarre, casi una orgía romana. No me acuerdo cuán puta me sentí esa noche, cuánto Vodka bebí, cuántas veces follé con cuánto hombre quisiera hacerlo: ese día fui del pueblo. Ese día me cagué en mi madre y en todas sus cojudeces, esa noche por primera vez me sentí viva sin matar, no, me equivoco, por primera vez me sentí realmente viva gracias a la muerte de mi madre, la de mi padre, la del régimen totalitarista, la muerte del capitalismo y al triunfo de la causa.¡No! a mí qué me importa la causa. Me cago en la causa ¡No! ¡Mierda! ¡Irina! Estás viva porque ganaste la revolución, estás viva porque el pueblo se ha visto reivindicado, porque toda esa sangre que ha corrido no ha sido en vano, porque tu victoria es la del pueblo. Estás viva por las estrellas. ¡Ja! ¡Esa puta yace ante mis pies, su sangre misma mancha mi ropa! Madre, me he vengado, me he vengado de la mejor manera y ahora tus hijos sufren, sufren cien veces lo que yo he sufrido y mañana sufrirán aún más, cuando los castren. Cuando les quiten las pelotas y los dejen vivir, humillados como tú me humillaste, como el bastardo de mi padre me humilló, como tu permitiste que me humillara. No, esta noche no, esta noche hay estrellas y no pienso desperdiciarlas, esta noche, duerme tranquila porque lo has logrado. Esta noche, no tomarás té y no tendrás que acostumbrarte a las buenas costumbres. Duerme, carajo, ¡Duerme! No, no podía dormir tranquila, esta vez me acosaban nuevas pesadillas, nuevos fantasmas en forma de una puta pregunta: y, ¿ahora qué, Irina Bosnikov? ¿Ahora por qué vives? ¿Por el pueblo? No, me importa un carajo el pueblo, nunca me ha importado mucho en realidad ¿Por ti? No, me importa un carajo mi vida, soy una puta adicta al tabaco. ¿Por la causa? No, es una cojudez eso de la utopía, yo lo se, todos lo saben, por las huevas hacemos esto ¿Por qué habría de importarme mi vida? ¿Tal vez, para demostrarle a tu madre quién eres? No, carajo, ya está muerta, no puedo vivir por un muerto, coño. ¿Por qué carajo vivo? ¿Por las estrellas? ¿Por los cigarros? ¿Para sentir poder? No, mierda, el poder me lo paso por el culo. ¡Tú! ¡Ven! Te ordeno que te desnudes y me folles como una tortuga, que me uses, que me hagas sentir una puta. ¡Tú también! Creo que una veintena de hombres pasaron por mí esa noche, o tal vez más, una centena, un millar, no me importa cuántos, lo que importa es que así fui follada hasta muy entrada la noche, intentando huir de mis demonios, sintiendo placer al cagarme en mi vieja, en toda su cojudez del té, de la etiqueta, en todas sus desigualdades. Mierda, creo que Freud se sentiría feliz de analizarme…qué pena que esté muerto. Mierda, las estrellas se están ocultando, apagando mejor dicho, o quizás eran los efectos del licor. Definitivamente fue noviembre, porque en noviembre fue la última vez en la que disfruté de un cigarrillo, fue la última vez en la que observé las estrellas mientras me follaban, fue la última vez en la que me sentí puta y me gustó, fue la última vez en la que sentí el frío de mierda otoñal congelando mis huesos, fue la última vez en la que me sentí viva. En noviembre, me pegué un tiro en la cabeza, en noviembre acabé con todos mis fantasmas, en noviembre descubrí que toda mi vida he creído que luchaba por mis ideales, cuando simplemente luchaba contra la puta de mi madre. En noviembre, mi sangre, como la de tantos otros yugoslavos, manchó la nieve por última vez.

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“Mejor que todo siga igual” por Renato Constantino

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Y ya no me estoy enamorado [sic]
con tus mentiras
el infierno me duermo
porque el infierno es la única verdad
Asilos Magdalena – The Mars Volta

Qué raro que haya una luz prendida. Es domingo. Día de procesión. ¿Quién estaría en su oficina en lugar de ver al Señor? Fácil que es alguien que se ha olvidado de apagar la luz. Brutos, carajo. Como no pagan. En fin… altazo es el edificio. El Centro Cívico, pues. No sé quién me dijo que es el más alto de Lima. Pero la verdad es que es todo feo. O sea, de un color marrón bien horrible. No sé, cualquiera lo pone más bonito. Con más colorcito. Pero es todo marrón. De arriba para abajo. Con sus ventanas casi siempre cerradas y la luz del sol reflejada en ellas. ¿Para qué serán esas antenas de arriba? Varios edificios he visto que tienen. Pero casi siempre la lucecita tintinea. En cambio aquí la luz no se apaga. El anaranjado sigue y sigue. En la noche bonito se ve. Ahorita, no sé. ¿Para qué la prenden? Feo se ve. Algo de las computadoras debe ser. Es un gran bloque el edificio. Un bloque vacío. Todita la gente está acá afuera. En Wilson. Hay un tremendo estrado de blanco y morado. Está bien bonito. De varios metros de largo y arriba de la gente. Está lleno de pituquitos, de gente con su terno y bien vestida. Acá abajo está el pueblo. Cuando uno es policía comienza a reconocer al toque a la gente. Así le enseñan a uno. Por las coimas.
-¿Por aquí viene la procesión, no, jefe?
-Sí, señor. Por allá viene.
No entiendo porque a veces me preguntan obviedades. Se nota que es gente que nunca viene al Centro de Lima. El mar de gente es alucinante. Antes era más bonito. Con olor a fritanguita, anticuchos, rachi, turrones e incienso. Pero ya no es así. A los alcaldes les parece sucio. A mí no, pero bueno, uno está para que se obedezcan las reglas no para hacerlas. Ahora hasta los chibolos van de moradito. Es bien raro ver a niñitos con su hábito o con corbatitas moradas. Ya es monería, pues. Hay gente que se pasa. Pero no sé. También hay gente que no tiene respeto, pues. Míralo a este. Con la cara llena de esos aretitos. Con un polo que no me quedaría ni al gordo del coronel. ¿Para qué te pones ropa grande? Es patético. Y se pone mil collares y por ahí un rosario morado. No hay derecho pues. Tiene que haber un orden. Pero el Señor es así. A todos los acepta. La verdad que por eso quiero rezarle. Si no, pucha, no sé que haría. Porque… ¿cómo va a cambiar la Laura? La Laura, mi Laura.
Voy a esperar que se acerque un poco más porque quiero pedirle el milagro ya cuando el Señor esté aquí frente a mí. Que venga un poquito más. Ya se cerca. Bueno. Ya está: Mira, Señor, (espérate que me persigne) yo sé que la Laura no hace bien pero no es porque sea mala. Ella lo hace porque tiene que ayudar en su casa y chamba no hay. Tú sabes eso, ¿no? Es bien difícil encontrar trabajo y ya pues ella hace lo que hace para que su mamá pueda ir al hospital. Porque harto cuesta la diálisis y eso. Pero ella cumple y su mami está bien. Pero solo yo sé lo que hace, Señor. Y te vengo a decir. No quiero que te enojes con ella. De verdad que ella lo hace por necesidad no más. Pero vas a ver que ya se consigue una chamba y lo deja. Pero ayúdala, pues, Señor. No seas malito. Hazme el milagro. Haz que Laurita deje la prostitución. Por favor, Señorcito. Te lo ruego.
Gracias. Ya se está yendo. Ahora se ve a la Virgen de las Nubes. Es una virgen bonita, pero en casa creemos en la Virgen del Carmen. Dicen que todas las vírgenes y los señores son lo mismo, pero no es igual. Hay tradición. Y eso es importante. Si apareciese un nuevo santo, por ejemplo, ¿quién lo adoraría? Nadie, pues. Sin tradición no hay nada. Eso también te lo enseñan en la Escuela, también. Todo es tradición. Y así tiene que ser, pues. ¿No tiene la procesión también como cuatrocientos o quinientos años? Ya pues, las cosas buenas se mantienen. Y así funciona, cuando hay orden y disciplina, todo se mantiene.
-Alberto, ¿ya nos vamos?
-Espera, – le digo a Fernando- tengo sed. Quiero comprarme una gaseosa.
Y voy caminando con Fernando a comprar la gaseosa en una bodega. Obviamente ningún ambulante nos va a querer vender porque creen que queremos quitarle sus cosas. Pero que eso lo hagan los serenos. Eso de andarle quitando sus cosas a los pobres no creo que sea justo. Y no pues, así no juega Perú. Sería como que me quiten mis cosas. No pues. Ya si lo hacen los serenos… bueno pues, también es su chamba. Y no sé. También tienen que chambear, si no, patada en las cuatro letras y a la calle. No siempre es fácil saber cuál es el orden que necesitamos, pero cuando se encuentra, hay que cumplirlo.
-¿Y qué le pediste al Señor? – me pregunta el Fernando.
-Pucha, nada. Solo que la cuide a la mamá de la Laura que sigue con los riñones hasta las patas que no dejan de joder. Es una huevada. Pero el Señor me va a cumplir. Yo confío, hermano. Y con la fe, todo se puede.
-Con fe y disciplina, Fernández. Yo le pedí por mi hijo, el Carlitos. Está en quinto de secundaria y no sienta cabeza. Tres cursos tiene. Ojalá pase de año porque sino…- ahora suspira- Yo también confío en el Señor, Fernández, y sé que me va a cumplir y el Carlitos va a pasar bien de año.
-Yo también lo creo.
La verdad que me da miedo contarle al Fernando que mi Laura se prostituye. No es fácil. Me tomo la gaseosa. Le invito un poco. Nos vamos despidiendo y cada uno decide irse por su lado a casa. Cada uno verá su camino, se cuidará solo, se llevará sus cosas en la cabeza sin contarlas. Y así es la vida. No se podría pedir más cosas.
Ya en casa, no sé. Todo funciona distinto acá en casa. Por suerte es temprano y Laura no se debe haber ido. Aún. Imposible. Recién están prendiendo las luces de la calle. No puede haberse ido.
Meto la llave a la reja de la quinta. Entro a la casa. La quinta está vacía. Los chicos de toda la cuadra juegan en la plazuela así que todo está tranquilo aquí. Laura no está en la sala. Me siento en el mueble de flores. Me duele un poco la cabeza. Me despeino el cabello. Prendo la tele solo apara sentir algo de ruido de mi casa. Se oye la puerta del baño. Es Laura. Se le ve preciosa. Siempre me duele pensar que no se ve preciosa para mí sino para otros. Se arregla para otros. Pero también pienso que solo yo la he podido ver naturalmente y solo yo he podido sentir su alma. A veces pienso que pienso mariconadas.
-Amor, ¿eres tú?
-Sí, Laura. – acaba de entrar. Es un ángel. De minifalda y botines. Con el rostro ovalado y los pechos grandes, voluptuosos, jugosos. Sus dos ojos son como, no sé… dos farolas en medio de una calle oscura. Iluminan, protegen, dan seguridad. Me gusta mucho su nariz. Es finita. No tanto, pero es recta y delgada y eso siempre se ve lindo. Botines negros. Mini falda jean corta. Polito de color blanco. La piel es tostada. Como el pan bien hecho de la mañana. Todo un pan. Pero a veces hay que compartir el pan. Y así me ha tocado a mí.
-Qué bueno que llegaste temprano. No quería irme sin verte. ¿Qué tal la procesión? ¿Bastante gente?
-Todo bien. Más o menos gente. Otras veces he visto más. Parece que los días de semana fuese más gente que el fin de semana
-Debe ser. Yo me voy en un rato. Tu comida está en la mesa. Si comes ahorita te acompaño. Pero tampoco quiero salir muy tarde.
-Te entiendo, pero no tengo mucha hambre. No vuelvas tarde, por favor. Siempre te extraño, Laura.
-Y yo a ti, cielito. Y lo sabes bien.
-¿Lo dejarías si consiguieras otro trabajo?
-Sabes que sí, Alberto. Esto no me gusta. Pero tengo que hacerlo. Tenemos que ahorrar, Alberto. No hay otra. Necesitamos la plata. Mi mamá sigue mal y necesito pagarle las cosas de la diálisis. ¿Sabes de alguna chamba?
-Creo que puedo preguntar por allí.
-Eres lo máximo, gordito precioso.
Me besa y nos abrazamos. Creo que allí la siento más mía que cuando nos acostamos juntos. Porque esos instantes son solo míos. Y de nadie más. Ya se va. La comida es arroz con pollo. A mí me gusta, pero no me gusta comer solo. Todo es más frío. Barrios Altos es frío excepto durante las polladas o las anticuchadas… después… es pura nube gris, silencio de las iglesias y gritos de niños jugando en la calle… un orden que no entiendo pero respeto.
Veo la tele con desgano. Voy a la cama. Me acuesto. Mañana le encontraré chamba a la Laura. Como sea. El Señor me ayudará.
Siempre despierto cuando Laura llega, pero no hablamos. Ella está cansada y yo no quiero saber cómo le fue. Un poco más tarde me levanto y preparo el desayuno.
No tengo mucha idea de dónde buscarle la chamba a la Laura. Algo saldrá. En la calle algo tendrá que salir. Me paseo de un lado a otro. Algo aparecerá. Algo milagroso. Washington, Lampa, Tacna, avenidas inútiles. Por aquí, en los callejones, algo habrá. Algo, la calle, la pista, la ventana. Algo. “Se necesita asistente de peluquería”. Eso es. Entro al sitio y pregunto por el anuncio.
-Señorita, disculpe, ¿cualquiera puede presentarse para el anuncio?
-Sí- me responde la que parece ser dueña del sitio.- Solo tiene que traer el carné de sanidad. Para que también puedan hacer la manicure o la pedicure. Nada más
-¿No es necesaria la experiencia?
-No. Todos pueden cortar el pelo. Es como hacer el amor o cocinar. Cada uno tiene su estilo pero todos pueden hacerlo.
Me río aunque lo que dijo no me dio risa. Estoy recontra alegre. Esto era lo que yo esperaba. Lo que yo quería. El Señor me cumplió.

Algunos días más tarde me di cuenta que no debí haberle pedido nada al Señor. Que el orden que había era el mejor orden y que nada debía cambiar. El orden establecido siempre es el mejor. Cambiar las cosas toma tiempo. No tiene tradición. Pero ni modo, habrá que crear la tradición y establecerla. Pero se puede. Con orden y disciplina. Sería una nueva tradición. Pero con limpieza, orden y disciplina todo estaría bien. Pero… no es justo. No lo es, pues. ¿Cómo va a ser justo cargar con esto para toda la vida? No es justo, pero es un nuevo orden que hay que obedecer. Lo justo, el orden, la tradición… ¿el milagro? No, no puede ser eso. ¿O sí?
-¿Qué opinas, Alberto? – me preguntó Laura con los ojos hinchados, llorando.
-Nos acostumbraremos. – le dije, creo que sin mucha convicción. Sus lágrimas me obligaron a decirle eso.
Yo siempre tengo fe. Todavía no entiendo bien porque positivo es malo en este examen. Maldita Elisa. ¡Carajo! No entiendo ni mierda. Si tenía fe y el orden y la disciplina… no entiendo. Adaptarse, solo queda adaptarse. Siempre se puede. Pero nunca más milagros. A la mierda el Señor. No, mejor no. Que no se me enoje. Pero que todo siga igual.

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Un alto en el camino

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Las obligaciones académicas hacen que los ejercicios de los talleristas cesen. La universidad exige la suma y consecuencia de casi cuatro meses de explorar prosas y autores. El tema es libre para el cuento y las instrucciones de carácter técnico implican todos los ejercicios revisados. Haciendo enfásis en el el logro de algunos de estos procedimientos más que en otros, los siguientes cuentos son expresiones sobresalientes de talleristas que se han explorado a fondo en sus textos. Exigen, desde luego, un comentario que evalue este despliegue de esfuerzo. Sigue leyendo

“SobriEBRIedad” por Pamela Quintero

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¡Ptm! Qué imbécil ya la cagué. ¿Bajo? mejor no, no la hago, aunque es tarde… fácil no hay nadie por acá… tmr ni cagando… no me quiero joder… ya me cagué. Soy un cojudo de mierda… ya fue. Me largo de acá, pero ¿mañana? ¡Fue!… ala mierda, ¿si alguien me ha visto?… nada, no creo… ningún weon para por acá… me largo… ¡No me quiero cagar la vida!… ala, y ¿si me vio alguien?… ¡tmr!… qué cojudo… ya, lo que sea ptm… me largo de acá de una vez… pero y ¿ese mierda?… ¡no se mueve!… fácil ya quedó frío… jajajaja… qué hacía por acá ese imbécil… mejor bajo… no, no, no… ¿qué piensas idiota? ¿Cómo se te ocurre querer bajar?… y, ¿si esta vivo? Nada, no creo… y ¿si está?… no me conoce, no me vio… jajaja… qué cojudo… lo maté… jaaa, mierda, y ¿si ese está vivo?… ya, carajo, soy hombre… los tengo bien puestos… ya que mierda, bajo… ¡ptmr!¿qué chucha es esa luz?… ¿otro carro?… ala mierda, qué ebrio que estoy… arranca mierda… estoy cagado… ya fue si atropellé a ese weon… ese imbécil está tirado ahí… tmr, arranca… ¡mierda!¡arranca!… qué webada todo esto… ¡se mueve!… ala weon ¡me salvé!
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“La locura de Claudia” por Pablo Quevedo

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-Puta huevona. Estoy locasa.
-Ala, yo también.
-¿Qué música has puesto, ah?
-No sé, no importa
Qué loca estoy nunca había estado así que hambre tengo ¡Qué lindas mis uñas rojas! Parezco una puta soy una, jajaja, qué bueno que está Alejandro si María supiera no me habría lanzado ¡Qué cojuda! Mamá dijo:”Lleva mi pantalón para que lo cosan “y que no joda y que lo lleve ella Romina terminó con Joaquín que buen bajo este seguro es un coquerito y que chucha la rompe igual quiero ese bikini definitivamente me llega el idiota de Manuel es un pavaso, huevón me duelen los pies tacos de mierda. ¡Ay carajo! Me olvidé de pedir la reca, ay dios. ¿Dónde estoy? Qué frío que está el piso, que lindo el perro de María, esta huevona está pastelasa necesito el fucking bikini, de todas maneras en Máncora me chapo a Joaquín, me duelen los pies, asu que loca estoy me pasavuelteo tengo hambre, pucha qué rica la ensalada de mi tía se la hubiese aceptado y de allí un cheesecake buenazo no hice la tarea de mate Gonzales se pasa muy yuca como va a valer 50% el final quiero ese disco vete perro no me lamas el pie me da cosquillas tengo sed mi boca está seca unas chelitas más tarde de todas maneras donde Bruno y no me voy a olvidar esta vez mis llaves que después el viejo jode que borracha otra vez (pero esta vez locasa jajajajaja) la bajona qué chucha igual le pido a mi tía unas galletitas o algo ella me invita es lo máximo ay ya me cansé de pensar voy a esperar ya se viene el verano pucha ya me dio sueño que cojuda esta huevona no sabe tengo hambre ya fue me paro y voy a comer y me trago todo y regreso y nos vamos a la casa de Bruno y le cuento lo de su hermano y me tomo mis chelitas y ya estoy cansada.
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“Amado mío” por Luis Carrión

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Me gustó. Me gustó No, ¡Que asco! Primera vez y… su pene, mi culo. Duele. Y raspaba. Rico. ¡No! Si… buenazo. Cabraso. ¿Rita? Pendejo, marica. Rita Hayworth si pero… Puta madre ¿por qué? Porque sí ¿por qué hoy? ¿Soy? Se nota, camina bien carajo. Amado mío, love me forever… Su pelo, sus ojos. Me gustó. Agh, báñate. Papá soy gay. Tina. No. Su boca, su lengua. Homosexual. Humo. Su lengua. Piensa en mujeres, sí. Mujer, mira, potaso, tetasas, cinturita, nada. Su lengua. Su pecho. ¿Y ahora? ¿qué..? Nunca un hombre me había tocado así. Nunca un hombre me había tocado ni siquiera y penetrado y ¡camina bien! Escaldado. Luz roja. Papá me meten pinga. ¿Marina? ¿Mina?. Tampoco. Su lengua. ¡No pienses en su lengua! ¿Cómo se llamaba? Ay duele. Báñate. Me miró. Carro. Sí ¿Cómo? Embustero, maricón. Tramposo. Me gustó. Y nunca antes… ¿Soy? o ¿No soy? Ser o no ser. Hamlet. Porque no necesariamente… que cabro soy. ¡Gina! No. No. No. Es hombre. Tiene pene. Qué pene. Su pecho, tan duro. Piel. Suave. Caliente. Duele, arde. Deja de moverte. Rita Hayworth. Amado mío, love me forever… Sexo. Todo Javier Prado. Hola, soy gay. ¿Lo haré de nuevo? No. Sí. Que rico. Quiero más. Pero duele. ¿Gia? Era un nombre con G. Gia. Gina. Su lengua. Papá. Hamlet. Rita Hayworth ¡Gilda! Gilda. Gilda. Gilda. ¡Así se llamaba la película.! Amado mío, love me forever… and let forever, begin tonight…
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