“Ejercicios de estilo” por Carolina Goyzueta

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Hace frío en la avenida, si me hubiera puesto las botas esta piel de gallina no ahuyentaría a la gente ¿Se notará bajo esta horrorosa luz las ganas de mi piel? Ojalá los pequeños puntitos que quedan al rasurarme las pantorrillas me aviven, a algunos clientes les gusta sentirlos sobre sus espaldas, sobre todo cuando me convierto en hombre. ¿Qué pensaría mi padre si me viera como una vieja puta de avenida? Dios lo tenga en su gloria al viejo. Los años pasan macabramente; siempre la vejez ha sido cosa de erectar los pezones. Mejor me voy con ese grupo de chicas, no vaya a ser que caiga la mancada. ¡Esos cerdos!, sus risas deformadas por la falta de dentadura, las carnes en el cuello grasiento y el uniforme asqueroso. ¡Ahí viene uno!, me parece que es él… ¡sí, sí, sí es! Es él. Ése viejo terrible y despreciable, ojalá y muera de un paro de lo cerdo que es, con la barriga descolgándosele y entre sus dientes un pestilente hilo con color a pulmón podrido. ¡Que la santísima virgen guarde a la Mogollón! pobre… tan bonito que le quedaron las tetas y el culo. El día que se las puso, vino corriendo a contármelo todo y se quedó en casa. Le dejaba compresas calientes en mi velador por las mañanas al volver del trabajo, ella se las ponía sobre las tetas magulladas y hermosas. Entonces la adopté, cuidé de ella por un mes, por el puro amor que le tenía. Cuántas veces la pasamos así de bien, juntas como hermanas, como si hubiésemos sido puestas en la tierra solo para endemoniarnos. A veces pecábamos pero… ¡como nos gustaba!, en eso concordábamos, nada de dramas, al menos en ese momento. ¡Pero ese enfermo, cerdo degenerado, hambriento por sus más degenerados deseos! Aún recuerdo a la Mogollón gritando y sus zapatos morados colgados en la cartera.

Que noche de mierda, ¡maldita puntualidad!, sólo nos jode la vida. ¡Este chino!, ¿por qué no ha venido? Es el esclavo ideal; no está mal tener un chino, como un pequeño ratoncito. Cuando llegó a la cómica tenía cara de pedo aguantado y ahora se las sabe todas. Con padrino uno aprende el oficio, si no obedeces a alguien y le chupas el culo estás cagado. Este día será bien pendejo sin él. ¿Y por qué ahora no pasa nada?, vueltas y vueltas y más vueltas. Si dejo la pat sin una puta gota de gasolina y sin carnecita, ahí sí que me jodí…Como quisiera quemarlos vivos a todos, en la comisaría sería tan fácil como atrapar un cabro. Sus vidas quedarían como la piel de Vilma cuando le apago el cigarrillo en la carne y luego le chunto un golpe con la hebilla del cinturón de mi uniforme. Que bien la pasé ese día del cabro chupamocos, estaba cargadazo. Nos fuimos a festejar a Marañón y me compré veinticinco ligas, dale que dale, fuma y fuma en esas asquerosas azoteas. Hay cuartuchos que te los alquilan sólo para fumequear y ahí nos quedamos como 2 días sin parar, gracias al cabro ese. Pobre, quedó mal. ¡Mmm! me parece ver a uno con pinta de caer. Estos no aprenden nunca, se paran en la misma puta esquina. Ojalá tenga algo, me cago de hambre.

La oscuridad abría paso al renacer de estas flores. Se desplazaban lentamente y la avenida les servía de pasarela. Los carros se agolpaban para observarlas de cerca. Las piernas largas como el péndulo de un reloj marcaban el ritmo de la noche. La más bella e iluminada de todas. Pude ver las escarchas en sus piernas, sentí la frialdad de su tristeza e imaginé tardes barrocas de verano a su lado. ¿Por qué un embrutecido animal tenía el poder de marchitarlas? Siempre aparecían con sus jaulas a cuestas. Asustaban a las pobres. Mi hermosa chica, volaba entre algodones plomos, húmedos. Los algodones habían aprendido a absorber sus lágrimas. ¿Qué le pasaría? La ansiedad apuñalaba mi cuerpo y la noche ya casi se encendía.

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