Es de noche. Sube al ómnibus en la cuadra 19. Se sienta al fondo. Poca gente. Ningún ruido. El señor le pregunta algo sobre Esparta. El chico asienta la cabeza. El señor se rasca sin disimulo la entrepierna. Una conversación sobre esposa maltratada e hijos abandonados. Algunas lágrimas. El señor le confiesa al chico que tiene ganas, que su bolsa está llena y no puede controlarla. Se rasca nuevamente. Revisa debajo de los asientos con cuidado. Un vaso descartable. Lo sujeta a la medida de su entrepierna. Sonríe a los costados. Deposita a intervalos algún líquido. Esconde su sexo que estaba lleno de licor. El vaso sale disparado por la ventana y cae en el rostro de una niña. Algunos gritos. Algunas risas.
Me acuerdo que luego de mi clase de filosofía subí al ómnibus para regresar a casa. Poca gente. Siempre me dije que al fondo adquieres el tiempo necesario para meditar sobre el inevitable vaivén de la noche a estas horas cuando todo parece filosofía en la cuadra 19. «El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo», el mismo vaivén de la noche. Y recuerdo que un viejo con anteojos oscuros me atropelló con su mirada dentro del ómnibus en el asiento de al fondo. Olía a licor. Su barba blanca y sus anteojos oscuros me hacían recordar que «la auténtica naturaleza de las cosas suele estar oculta». La sabiduría de este viejo no me interesó. Empezó a llorar. Y de una lágrima a un escozor en la entrepierna que luego se convirtió en una sonrisa después de una orinaba en cualquier vaso descartable que encontró. Y la humedad. La humedad del hombre más pura y más contaminada. El vaso buscó su naturaleza fuera del ómnibus, y claro, cayó en una niña. La inocencia del rostro de una niña y la orinada de un viejo sabio igual que el arco y la lira.
No sé. Es de noche y no sé si existo, porque mi cuerpo completamente oscuro se articula con la noche y me confunde. Qué es el ser. No importa… en fin… cuadra 19… ¿de qué avenida?, le preguntaré al joven que acaba de subir. Lo miro, él me mira, nos miramos… ¿qué es la mirada?, no creo en el amor y menos en la mariconada. Le digo que de joven, igual que él, tenía la masa muscular como de un espartano. Y claro, con ese cuerpo se te acercan las chicas. Mierda, luego de eso se te acerca una esposa y con ella muchos niños. Lo que queda es vivir con un poco de tragos para sobrellevar la mierda de la vida. Cuadra 20, ¿de qué avenida? No sé si existo. Una comezón en mi entrepierna me jode. Los tragos de la vida me abordan. Mi bolsa está llena, y claro, sin plata no puedo bajarme del carro para orinar con tranquilidad como manda la naturaleza. ¿Un vaso? Ahora una sonrisa, eso cobra más sentido. No sé si la noche fue siempre oscura. Le daré color con este vaso que contiene mi orina y de esa manera ya no estaré confundido. Mierda, la mitad de mi color se lo tragó una niña. En fin, ahora no sé si existo.
“Cuadra 19” por Marino Mateo
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Me parece genial. Todo el texto me parece muy bueno.