“Taku y el Robot Samurai” por José Rubina

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Taku despertó de golpe, despertó de esas pesadillas de las que uno se olvida rápido, pero estaba algo angustiado. Sabía que era tarde y que tenía que salir cuanto antes. Ya estaba vestido, se puso las botas que tenía al pie de la cama y se quedó mirando el póster del Robot Samurai que había pegado en la pared de su clóset. Faltaban cinco minutos para las nueve y media de la noche, la mayoría de recolectores estarían en las fábricas alrededor de las diez. Sólo se podía ir a buscar semillas de noche, en el día trabajaban las máquinas de demolición del sector O-6 del gran Imperio de las Islas de Oriente. Caminando a través del túnel principal (desagües en ruinas, construcciones muy antiguas, ahora caminos bastante transitados), Taku, a sus siete años, reflexionaba sobre el mundo que conocía. Todo lo que veía, lo había visto así desde su nacimiento, pero sentía que en algún momento la ciudad había sido diferente. No le importaba mucho, no estaba enterado de las guerras pasadas, ni de las grandes epidemias, ni de la situación apocalíptica que atravesaba el planeta en general, y sus reflexiones siempre terminaban muy vagas e inconclusas. La verdad es que no tenía tiempo para estar preguntándose tonterías.

Hiro Tsunamura se las arreglaba para ir comiendo un par de tostadas frías mientras aseguraba las partes de su armadura. Cuando terminó, tomó su casco y se miró al espejo. Estaba cansado. Se había despertado hace poco, pero en su expresión se notaba un cansancio perpetuo, el cansancio de un mundo entero, de un mundo sucio, olvidado. Se puso el casco y activó el sistema de visión nocturna. Agarró la espada colgada de la puerta, y empezó a correr a través de los techos del perdido sector O-6. Durante el resto de la noche estaría ocupado con delincuentes y saqueadores, sus únicos compañeros serían los lobos salvajes, cazadores de ratas. Hiro se divertía pensando en que él también era un lobo, sigiloso y solitario, cazador de roedores inmundos.

Taku dejó el túnel principal para subir por una escalera, destapar una alcantarilla y rápidamente entrar a través de unas tablas de madera a la sala principal de la fábrica procesadora de frutas. Había dejado de funcionar hace mucho, y el trabajo de los recolectores consistía en recoger semillas desperdigadas por todo el lugar para luego llevarlas a los grandes viveros en el centro de la ciudad, donde trabajaba su padre. Sabía que tenía que moverse rápido y con cuidado, la periferia siempre había sido peligrosa. Empezó a llenar su mochila con pepitas de naranja, de sandía, pepas de melocotón y de durazno. Una hora más tarde, la mochila estaba llena. Taku estaba bastante satisfecho con su trabajo y con la zona de la fábrica que había elegido explorar esa noche. De pronto, escuchó abrirse una puerta cerca de él, luego pasos, mientras sentía que alguien se acercaba. Volteó para alumbrar con su linterna cuando otro niño, quizá un año mayor, se abalanzó sobre su mochila y trató de quitársela. Taku era relativamente fuerte y no la soltaría por nada del mundo, así que empezaron a forcejear. Taku, a sus siete años, estaba furioso y decidió gritarle al otro niño todos los insultos que sabía. Se le acabaron rápido, pero los siguió repitiendo. El otro niño también empezó a gritar, ninguno de los dos sabía bien qué estaba diciendo, pero ni Taku ni el niño ladrón tenían intención de ceder.

Hiro Tsunamura saltó desde la fábrica procesadora de frutas hasta el techo de una megatienda de artefactos electrónicos que aún funcionaba en una de sus secciones. El resto del local servía de almacén y hospedaje. Hiro prestaba mucha atención a los negocios que se mantenían vivos en la periferia. No entendía por qué eran saqueados constantemente.- ¿Cómo salir adelante, sino entre nosotros?- se decía muchas veces frente al espejo, buscando una razón para dejar de lado el cansancio. El mundo podía ser injusto, el mundo podía estar a punto de acabarse, pero no era justificación para el atropello que cometían los saqueadores. Hiro había decidido hacer cumplir la ley en una ciudad de caos. Lo había decidido hacía mucho, cuando las cosas no estaban tan mal todavía, pero se mantendría firme en su posición. Se encontraba escondido entre un muro y un antiguo tanque de agua cuando escuchó romperse el vidrio de una de las ventanas del establecimiento. De un salto llegó hasta el lugar de donde venía el ruido y tomó a un asustado anciano del cuello. Probablemente era un viejo loco buscando basura. Quién sabe cuánto tiempo había estado perdido entre puentes y techos. Hiro no dudó en cargarlo y bajarlo a la calle, donde seguro el anciano se ubicaría mejor. Apenas lo dejó ir, el anciano loco echó a correr y, tras tropezarse con un par de cajas, se metió por un callejón. Nada podía hacer Hiro por él, y se quedó un rato mirando la calle, recordando cómo había sido antes su ciudad, su sector O-6, cuando era un efectivo de la policía del Imperio de las Islas de Oriente. Vio los postes torcidos, la carretera agrietada, las fachadas maltrechas. Estaba muy cansado, y un poco perdido en la melancolía que generaba el paisaje, cuando buena parte de una pared de tablas de la antigua fábrica procesadora de frutas se vino abajo.

Taku sintió que se le acababan las fuerzas y que sus manos ya no podrían aferrarse a la mochila por mucho tiempo. El otro niño también estaba cansado, pero parecía un año mayor, así que probablemente resistiría lo suficiente para llevarse la mochila y sus semillas. Taku tenía ganas de soltarla y caer al piso llorando. Tenía ganas de estar en su cuarto jugando a ser el Robot Samurai. Parecía que el otro niño iba a ganar en el forcejeo cuando un lobo salvaje pasó corriendo entre los dos para luego perderse en la oscuridad de la fábrica. Pasó tan rápido que no lo vieron bien. En el impacto, volaron las dos linternas y los dos niños en direcciones opuestas. Taku, mientras salía disparado, pudo distinguir la cara del animal. No tuvo miedo, a él le gustaban los lobos, y pensó que éste en particular le había sonreído. En el vuelo, atravesó la pared de tablas por la que había entrado a la fábrica y cayó a la vereda de la calle. Tenía un par de rasguños aquí y allá, nada grave. Lo mejor era que había logrado quedarse con su mochila y estaba muy orgulloso de eso. Se había parado y estaba sacudiéndose del polvo cuando vio al Robot Samurai parado frente a él, en medio de la pista.

Hiro Tsunamura se acercó al niño que había aparecido de entre el polvo y las tablas rotas de la pared colapsada. Taku le explicó, muy agitado, lo que había sucedido. Hiro trató de calmarlo, pensando que estaba asustado. Lo cierto es que Taku estaba emocionadísimo. Tenía al Robot Samurai a un paso de distancia y era exactamente igual al de su póster. Tenía la armadura; el pecho anaranjado, las hombreras y botas rojas, los guantes y el casco azules, y la espada muy parecida a la que su madre le había comprado por su cumpleaños. Lo había visto un par de veces, saltando entre los techos de los edificios, nunca muy seguro de que en verdad era él, pero esta vez definitivamente era él, y era algo extraordinario. Hiro le dio la mano al niño y le sonrió. Él también estaba bastante emocionado. Taku estrechó la mano del Robot Samurai con fuerza, aparentando ser mucho más maduro y sereno que lo que sus siete años le permitían. La luna llena alumbraba la calle deshabitada donde tenía lugar este inusual encuentro: un niño y un vigilante justiciero. Taku no sabía qué decir, seguía estrechando fuerte la mano del Robot Samurai, y decidió aullar como lobo. Había practicado su aullido muchas veces, en verdad le gustaban mucho los lobos y le gustaba verlos pasar por las calles o por los túneles. A veces le hubiera gustado ser un lobo y no tener que recolectar semillas. Hiro pensó que la reacción del niño había sido muy extraña, pero por alguna razón sintió que quizá no estaba tan cansado como creía. Aulló también lo mejor que pudo. Ambos escucharon unos cuantos aullidos a manera de respuesta, de varios lugares diferentes. Los dos se pusieron a reír y luego, sin decir nada, se despidieron. Taku recogió su mochila del piso y se dispuso a bajar las escaleras hacia el túnel principal mientras el Robot Samurai, luego de un par de saltos, ya estaba de nuevo entre los techos de los edificios del sector O-6 del decadente Imperio de las Islas de Oriente.

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