“Mejor que todo siga igual” por Renato Constantino

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Y ya no me estoy enamorado [sic]
con tus mentiras
el infierno me duermo
porque el infierno es la única verdad
Asilos Magdalena – The Mars Volta

Qué raro que haya una luz prendida. Es domingo. Día de procesión. ¿Quién estaría en su oficina en lugar de ver al Señor? Fácil que es alguien que se ha olvidado de apagar la luz. Brutos, carajo. Como no pagan. En fin… altazo es el edificio. El Centro Cívico, pues. No sé quién me dijo que es el más alto de Lima. Pero la verdad es que es todo feo. O sea, de un color marrón bien horrible. No sé, cualquiera lo pone más bonito. Con más colorcito. Pero es todo marrón. De arriba para abajo. Con sus ventanas casi siempre cerradas y la luz del sol reflejada en ellas. ¿Para qué serán esas antenas de arriba? Varios edificios he visto que tienen. Pero casi siempre la lucecita tintinea. En cambio aquí la luz no se apaga. El anaranjado sigue y sigue. En la noche bonito se ve. Ahorita, no sé. ¿Para qué la prenden? Feo se ve. Algo de las computadoras debe ser. Es un gran bloque el edificio. Un bloque vacío. Todita la gente está acá afuera. En Wilson. Hay un tremendo estrado de blanco y morado. Está bien bonito. De varios metros de largo y arriba de la gente. Está lleno de pituquitos, de gente con su terno y bien vestida. Acá abajo está el pueblo. Cuando uno es policía comienza a reconocer al toque a la gente. Así le enseñan a uno. Por las coimas.
-¿Por aquí viene la procesión, no, jefe?
-Sí, señor. Por allá viene.
No entiendo porque a veces me preguntan obviedades. Se nota que es gente que nunca viene al Centro de Lima. El mar de gente es alucinante. Antes era más bonito. Con olor a fritanguita, anticuchos, rachi, turrones e incienso. Pero ya no es así. A los alcaldes les parece sucio. A mí no, pero bueno, uno está para que se obedezcan las reglas no para hacerlas. Ahora hasta los chibolos van de moradito. Es bien raro ver a niñitos con su hábito o con corbatitas moradas. Ya es monería, pues. Hay gente que se pasa. Pero no sé. También hay gente que no tiene respeto, pues. Míralo a este. Con la cara llena de esos aretitos. Con un polo que no me quedaría ni al gordo del coronel. ¿Para qué te pones ropa grande? Es patético. Y se pone mil collares y por ahí un rosario morado. No hay derecho pues. Tiene que haber un orden. Pero el Señor es así. A todos los acepta. La verdad que por eso quiero rezarle. Si no, pucha, no sé que haría. Porque… ¿cómo va a cambiar la Laura? La Laura, mi Laura.
Voy a esperar que se acerque un poco más porque quiero pedirle el milagro ya cuando el Señor esté aquí frente a mí. Que venga un poquito más. Ya se cerca. Bueno. Ya está: Mira, Señor, (espérate que me persigne) yo sé que la Laura no hace bien pero no es porque sea mala. Ella lo hace porque tiene que ayudar en su casa y chamba no hay. Tú sabes eso, ¿no? Es bien difícil encontrar trabajo y ya pues ella hace lo que hace para que su mamá pueda ir al hospital. Porque harto cuesta la diálisis y eso. Pero ella cumple y su mami está bien. Pero solo yo sé lo que hace, Señor. Y te vengo a decir. No quiero que te enojes con ella. De verdad que ella lo hace por necesidad no más. Pero vas a ver que ya se consigue una chamba y lo deja. Pero ayúdala, pues, Señor. No seas malito. Hazme el milagro. Haz que Laurita deje la prostitución. Por favor, Señorcito. Te lo ruego.
Gracias. Ya se está yendo. Ahora se ve a la Virgen de las Nubes. Es una virgen bonita, pero en casa creemos en la Virgen del Carmen. Dicen que todas las vírgenes y los señores son lo mismo, pero no es igual. Hay tradición. Y eso es importante. Si apareciese un nuevo santo, por ejemplo, ¿quién lo adoraría? Nadie, pues. Sin tradición no hay nada. Eso también te lo enseñan en la Escuela, también. Todo es tradición. Y así tiene que ser, pues. ¿No tiene la procesión también como cuatrocientos o quinientos años? Ya pues, las cosas buenas se mantienen. Y así funciona, cuando hay orden y disciplina, todo se mantiene.
-Alberto, ¿ya nos vamos?
-Espera, – le digo a Fernando- tengo sed. Quiero comprarme una gaseosa.
Y voy caminando con Fernando a comprar la gaseosa en una bodega. Obviamente ningún ambulante nos va a querer vender porque creen que queremos quitarle sus cosas. Pero que eso lo hagan los serenos. Eso de andarle quitando sus cosas a los pobres no creo que sea justo. Y no pues, así no juega Perú. Sería como que me quiten mis cosas. No pues. Ya si lo hacen los serenos… bueno pues, también es su chamba. Y no sé. También tienen que chambear, si no, patada en las cuatro letras y a la calle. No siempre es fácil saber cuál es el orden que necesitamos, pero cuando se encuentra, hay que cumplirlo.
-¿Y qué le pediste al Señor? – me pregunta el Fernando.
-Pucha, nada. Solo que la cuide a la mamá de la Laura que sigue con los riñones hasta las patas que no dejan de joder. Es una huevada. Pero el Señor me va a cumplir. Yo confío, hermano. Y con la fe, todo se puede.
-Con fe y disciplina, Fernández. Yo le pedí por mi hijo, el Carlitos. Está en quinto de secundaria y no sienta cabeza. Tres cursos tiene. Ojalá pase de año porque sino…- ahora suspira- Yo también confío en el Señor, Fernández, y sé que me va a cumplir y el Carlitos va a pasar bien de año.
-Yo también lo creo.
La verdad que me da miedo contarle al Fernando que mi Laura se prostituye. No es fácil. Me tomo la gaseosa. Le invito un poco. Nos vamos despidiendo y cada uno decide irse por su lado a casa. Cada uno verá su camino, se cuidará solo, se llevará sus cosas en la cabeza sin contarlas. Y así es la vida. No se podría pedir más cosas.
Ya en casa, no sé. Todo funciona distinto acá en casa. Por suerte es temprano y Laura no se debe haber ido. Aún. Imposible. Recién están prendiendo las luces de la calle. No puede haberse ido.
Meto la llave a la reja de la quinta. Entro a la casa. La quinta está vacía. Los chicos de toda la cuadra juegan en la plazuela así que todo está tranquilo aquí. Laura no está en la sala. Me siento en el mueble de flores. Me duele un poco la cabeza. Me despeino el cabello. Prendo la tele solo apara sentir algo de ruido de mi casa. Se oye la puerta del baño. Es Laura. Se le ve preciosa. Siempre me duele pensar que no se ve preciosa para mí sino para otros. Se arregla para otros. Pero también pienso que solo yo la he podido ver naturalmente y solo yo he podido sentir su alma. A veces pienso que pienso mariconadas.
-Amor, ¿eres tú?
-Sí, Laura. – acaba de entrar. Es un ángel. De minifalda y botines. Con el rostro ovalado y los pechos grandes, voluptuosos, jugosos. Sus dos ojos son como, no sé… dos farolas en medio de una calle oscura. Iluminan, protegen, dan seguridad. Me gusta mucho su nariz. Es finita. No tanto, pero es recta y delgada y eso siempre se ve lindo. Botines negros. Mini falda jean corta. Polito de color blanco. La piel es tostada. Como el pan bien hecho de la mañana. Todo un pan. Pero a veces hay que compartir el pan. Y así me ha tocado a mí.
-Qué bueno que llegaste temprano. No quería irme sin verte. ¿Qué tal la procesión? ¿Bastante gente?
-Todo bien. Más o menos gente. Otras veces he visto más. Parece que los días de semana fuese más gente que el fin de semana
-Debe ser. Yo me voy en un rato. Tu comida está en la mesa. Si comes ahorita te acompaño. Pero tampoco quiero salir muy tarde.
-Te entiendo, pero no tengo mucha hambre. No vuelvas tarde, por favor. Siempre te extraño, Laura.
-Y yo a ti, cielito. Y lo sabes bien.
-¿Lo dejarías si consiguieras otro trabajo?
-Sabes que sí, Alberto. Esto no me gusta. Pero tengo que hacerlo. Tenemos que ahorrar, Alberto. No hay otra. Necesitamos la plata. Mi mamá sigue mal y necesito pagarle las cosas de la diálisis. ¿Sabes de alguna chamba?
-Creo que puedo preguntar por allí.
-Eres lo máximo, gordito precioso.
Me besa y nos abrazamos. Creo que allí la siento más mía que cuando nos acostamos juntos. Porque esos instantes son solo míos. Y de nadie más. Ya se va. La comida es arroz con pollo. A mí me gusta, pero no me gusta comer solo. Todo es más frío. Barrios Altos es frío excepto durante las polladas o las anticuchadas… después… es pura nube gris, silencio de las iglesias y gritos de niños jugando en la calle… un orden que no entiendo pero respeto.
Veo la tele con desgano. Voy a la cama. Me acuesto. Mañana le encontraré chamba a la Laura. Como sea. El Señor me ayudará.
Siempre despierto cuando Laura llega, pero no hablamos. Ella está cansada y yo no quiero saber cómo le fue. Un poco más tarde me levanto y preparo el desayuno.
No tengo mucha idea de dónde buscarle la chamba a la Laura. Algo saldrá. En la calle algo tendrá que salir. Me paseo de un lado a otro. Algo aparecerá. Algo milagroso. Washington, Lampa, Tacna, avenidas inútiles. Por aquí, en los callejones, algo habrá. Algo, la calle, la pista, la ventana. Algo. “Se necesita asistente de peluquería”. Eso es. Entro al sitio y pregunto por el anuncio.
-Señorita, disculpe, ¿cualquiera puede presentarse para el anuncio?
-Sí- me responde la que parece ser dueña del sitio.- Solo tiene que traer el carné de sanidad. Para que también puedan hacer la manicure o la pedicure. Nada más
-¿No es necesaria la experiencia?
-No. Todos pueden cortar el pelo. Es como hacer el amor o cocinar. Cada uno tiene su estilo pero todos pueden hacerlo.
Me río aunque lo que dijo no me dio risa. Estoy recontra alegre. Esto era lo que yo esperaba. Lo que yo quería. El Señor me cumplió.

Algunos días más tarde me di cuenta que no debí haberle pedido nada al Señor. Que el orden que había era el mejor orden y que nada debía cambiar. El orden establecido siempre es el mejor. Cambiar las cosas toma tiempo. No tiene tradición. Pero ni modo, habrá que crear la tradición y establecerla. Pero se puede. Con orden y disciplina. Sería una nueva tradición. Pero con limpieza, orden y disciplina todo estaría bien. Pero… no es justo. No lo es, pues. ¿Cómo va a ser justo cargar con esto para toda la vida? No es justo, pero es un nuevo orden que hay que obedecer. Lo justo, el orden, la tradición… ¿el milagro? No, no puede ser eso. ¿O sí?
-¿Qué opinas, Alberto? – me preguntó Laura con los ojos hinchados, llorando.
-Nos acostumbraremos. – le dije, creo que sin mucha convicción. Sus lágrimas me obligaron a decirle eso.
Yo siempre tengo fe. Todavía no entiendo bien porque positivo es malo en este examen. Maldita Elisa. ¡Carajo! No entiendo ni mierda. Si tenía fe y el orden y la disciplina… no entiendo. Adaptarse, solo queda adaptarse. Siempre se puede. Pero nunca más milagros. A la mierda el Señor. No, mejor no. Que no se me enoje. Pero que todo siga igual.

Puntuación: 3.00 / Votos: 1

Un pensamiento en ““Mejor que todo siga igual” por Renato Constantino

  1. Anónimo

    Buena técnica para escribir; sin embargo, el personaje principal es muy pasivo (acaso fue tu intención, no sé), pero es tan pasivo que lo trasmite al cuento, esto ocasiona que me aburra el cuento. Revisa esa pasividad del personaje para que no se trasmita al cuento. El cuento es bueno; el personaje, no tanto. Me habría gustado que el narrador sea el personaje de alguna hermana de << La Laura >>: casi siempre las hermanas mayores sirven de ejemplo a la menores. Cómo se lo tomaría cuando sepa sobre la prostituta de su hermana. Mejor aun, que lo sepa y eso sea su objetivo cuando esté grande. No sé. En fin, buen cuento. Todo va bn. Saludos.

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