Archivo por meses: noviembre 2008

“The Youth” por Carolina Goyzueta

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This is a call of arms to live and love and sleep together
We could flood the streets with love or light or heat whatever
Lock the parents out, cut a rug, twist and shout
Wave your hands
Make it rain
For stars will rise again
The youth is starting to change
Are you starting to change?
Are you?
The youth – MGMT

En el barrio todos lo conocían. La señora Elsita, su vecina, siempre decía: “Ese hombre tiene un corazón de oro, tendrá sus cosas pero en el fondo es noble”. Tito Gianotti regresaba de sus juergas, duro, como si tuviese marrocas en las manos; sin embargo nunca dejó de ir a la panadería para comprar el desayuno a Elsita. Esta tenía 40 años viviendo sola en la misma casa y conocía muy bien a la mamá de Tito: la señora Aurora. Durante 20 años, la mamá de Tito fue la amante del reconocido arquitecto Francesco Gianotti. De ahí nació Tito. El arquitecto nunca reconoció a su hijo, no lo visitaba, sólo enviaba mensualmente con su chofer un sobre con dinero a la casa de la calle Clemente X.

El chino Stanley lo dejaba pasar al Nirvana, ahí la gente se abría paso ante Tito. Las luces destellaban entre las mezclas que DJ Bencho magistralmente sincronizaba. Grupos como Siouxsie and the Banshees, Tones on tail y Love and rockets ejecutaban el soundtrack de la época. Tito proveía de cocaína a todo Miraflores y nadie se atrevía a quemarlo. Se decía que había pisado la cárcel North County en Los Angeles por un pase de heroína que fue tirado a dedo. El nunca confirmó esto. Tal vez el halo de misterio que se formaba a su alrededor era parte de su estrategia para atraer personalidades extremas. A los 48 años Tito sabía muy bien esto.

Violeta trabajaba como modelo para diferentes agencias de publicidad. Trabajaba por puro placer, le gustaba admirarse en los grandes paneles publicitarios, no tenía necesidad de ganar dinero, su padre era un diplomático argentino y las juergas que se armaban en su casa de Alvarez Calderón lo incluían todo. Fue ahí que conoció a Tito. Luego nunca se despegarían. Tito no acostumbraba a llevar mujeres a su casa. La compartía con su madre. La relación madre-hijo era inquietante, la señora Aurora delegaba en él varias responsabilidades: la de hijo, la de padre y la de esposo. Tito nunca abandonaba a su madre y ésta nunca delataba a su hijo. En casa tenían una cocina de pasta básica y todo el barrio lo sabía, sin embargo nunca nadie se atrevió a decirlo.

La calle Clemente X, llena de pasto estático y portezuelas color azul, cubría el paisaje dominado por la cruel atmósfera de los sinsentidos. Las nubes plomas de Lima se ven hermosamente tristes en verano y fue en ese momento del año que Cayetana y su madre decidieron mudarse a Clemente X. Alquilaron una casa pequeña que en tiempos mejores había sido una gran residencia, pero que en la actualidad se encontraba dividida. Los dueños lograban de esta manera aumentar sus rentas. Cayetana iba caminando al Sophianum, colegio de monjas al cual iba desde inicial. La moralina de Quevedo en sus clases de literatura para segundo año la aburrían y más bien disfrutaba de la melodía pesimista que se desprendía de los poemas de Trakl. El desarraigo la traía enamorada de la época terrible que le tocó vivir. La kloaka ya dictaba manifiestos pero ella aún no los leía. Su piel nunca se dejaba tocar por el sol, una capa de bloqueador la cubría de pies a cabeza. Su madre iniciaba el ritual todas las noches antes de acostarla. Las cosas del amor bastan con pronunciarse en silencio pensaba. Pasaba el bloqueador primero por sus brazos y luego por sus piernas que aún mantenían diminutos vellos traslúcidos, como la pelusa que acompaña a los bebés en los primeros meses de vida. Su piel era perfecta, a pesar de no estar bronceada mantenía el color rosado en sus mejillas. No tenía muchas amigas. En las noches se quedaba durante horas viajando por la oscuridad del espacio mientras el jugo de alguna fruta, las fresas eran sus favoritas, se le escurría por los labios. Sus pensamientos divagaban entre la posible antigüedad de cada estrella y la profundidad del cielo.

Leiv Fleishman decidió no comprar mas pasta a Tito y éste se quedó sin su principal cliente. La colonia judía en el Perú mas tarde se lo agradecería. El terrorismo, muy lejos aún, había causado una gran depresión económica en la sociedad, esto obviamente afectaba a las altas esferas del poder así como a los negocios de Tito.
A Tito el cansancio se le mostraba por momentos tosco, hostil. En los festivales del licor, música, luces y colores Tito terminaba arrugado en una esquina, sus pensamientos lo vencían. Estaba cansado de esa inocencia falsa que todos le enseñaban. ¿Dónde estaría la maravillosa capacidad, que todos ya hemos perdido, de sorprendernos? Un día, conversando con sus amigos en el Davory, decidió secuestrar a Violeta y pedir una generosa suma de dinero a cambio de su libertad. Sería fácil, conocía a la familia. Solo debía llevarse una temporada a Violeta a su casa y mantenerla ahí hasta que el padre depositara el dinero. Le tomaría unas fotos y las enviaría por correo. La pasarían bien. Violeta estaba al borde de la excitación, por fin conocería la casa de Tito.

Tito se sorprendió al ver a su madre y a Violeta conversando cómodamente sobre los antiguos muebles de su casa. Había ido por unas botellas y ellas ya eran íntimas. De una mirada le dijo a Violeta que se deje de huevadas y que lo siga a su cuarto. Violeta obedeció y la señora Aurora hundió los ojos en los tapetes que adornaban burdamente la mesa de su sala. En la bodega del chino todos se preguntaban a dónde irían a parar las botellas de vodka y whisky barato que a diario Tito compraba. Durante semanas, que a Violeta le parecieron años, Tito encerró en su cuarto los días, los llantos y la angustia a base de fenobarbital, alprazolam y vodka. El whisky era para él.

La vez que recibió las fotos de su hija, Darío Alessandro pensó que se trataba de una desaparecida más. Una broma de mal gusto. Como aquella vez que Violeta fue a la fiesta de los Gruenberg en Casuarinas y terminó en la Warmoesstraat en Ámsterdam. Violeta se le había escapado de las manos desde antes que naciera. Cuando Apolonia llegó una mañana con la correspondencia, Darío Alessandro sabía que algo no andaba bien. Las manos de Apolonia escupieron un sobre amarillo. Una oreja con un arete de onix que él mismo había comprado en Tiffany tres años atrás, era el contenido.

Su madre le había regalado un walkman y Cayetana escuchaba More than this de Bryan Ferry a todo volumen. Cuando llegó a la puerta de su casa vio que en la vereda había una Ducati Forza y sobre ella un pelirrojo que la miraba de pies a cabeza. A diferencia de otras niñas de su edad Cayetana no se puso nerviosa, tranquilamente guardó los audífonos en su mochila a la vez que buscaba las llaves de su casa, su madre seguía en la oficina y ella era lo suficientemente independiente como para calentarse la comida y hacer la tarea sola. Su madre así la había acostumbrado. Para sorpresa de Cayetana las llaves no estaban por ningún lado y en ese preciso momento recordó haberlas dejado dentro de la cartuchera de colores que había prestado a Laura, una idiota que solo le interesaba pintar dibujos de walt disney. La sensación de verse alejada mentalmente de la gente de su generación la convertía en una nínfula antigua a la que solo le brillaban los ojos cuando discutía con personas mayores.
Se lamentó de estudiar en un colegio de monjas reprimidas.Tito salió y le entregó un sobre al pelirrojo Rachitoff. Oye huevón, ¿bien enfermo eres no? Ahora entiendo porque nunca sales de tu casa, ¡pajero! ¿Te gustan las chibolas no conchetumadre? Ante estos comentarios del pelirrojo, Tito frunció el ceño y desviando la mirada le dijo: Déjalo hoy, ahí está la dirección. Y entró a su casa. Estaba enviando un sobre al papá de Violeta y Rachitoff lo entregaría, la situación lo ponía nervioso. La ducati desapareció por la Javier Prado y Cayetana se atrevió a tocar la puerta de su vecino, tal vez podría quedarse en esa casa esperando a que llegue su mamá. La señora Aurora le abrió la puerta y la invitó a pasar.

En esa casa siempre escuchaba su voz y la de su madre, en los últimos días la de Violeta, pero ahora salió de su amodorramiento psicotrópico para investigar de quién era esta nueva voz que escuchaba a lo lejos. ¿Quién es ella? Es la hija de la nueva vecina, se olvidó las llaves y no tiene donde quedarse hasta que su mamá llegue. Puedes hacer tus tareas mientras esperas, se atrevió Tito. Eso iba a hacer, le dijo Cayetana mientras sacaba sus cuadernos de la maleta. La mesa del comedor tenía un mantel hecho de hilos blancos. La punta de la maleta se quedó atascada con el mantel. Déjame ayudarte, Tito fue hasta la mesa y al coger la mochila en sus manos percibió su olor. Era un sueño de bloqueadores revolcándose en oleajes de descansos eternos. Nunca había advertido esa sensación. Gracias, soy muy torpe con mis cosas, admitió Cayetana. A veces sucede, Tito miró de reojo sus cuadernos, todos estaban terriblemente forrados. La señora Aurora se fue a la cocina a servir limonada y Tito salió a la calle a despejarse un poco. Llegó el fin de la tarde y Cayetana escuchó los tacos de su mamá. A veces los podía escuchar viniendo desde lejos en la avenida Pershing.

La vivacidad de sus palabras y su cabello lacio brillante lo transtornaron. Nunca se escuchaba música en la casa de Tito sin embargo desde que Cayetana acostumbraba a ir por las tardes a jugar cartas no faltaban las cintas maxell, tdk y sony para grabar, en desorden, los especiales maratónicos de Billy Idol que pasaban por la radio. Se divertían haciéndolo. Por las noches, Tito pegaba los ojos en el techo de su cuarto y escuchaba una y otra vez hipnotizado, naufragando en un estremecimiento que por nuevo no dejaba de ser hermoso, eyes without a face. Los ojos de Cayetana brillaban mientras tajaba sus colores en la clase de arte del colegio.

Las acrobacias de circo no le eran tan ajenas, desde que se hizo asidua jugadora de ocho locos en la casa de Tito, Cayetana practicaba equilibrio por las azoteas que separaban su casa de la de él. Todas las casas vecinas mantenían azoteas en común y cualquiera podía pasarse. Cayetana sabía que los vecinos le podían contar a su madre que todos los días iba a visitar la casa más ruinosa de todas. Por eso mantenía en anonimato sus clandestinas excursiones. Al caer dentro del patio la señora Aurora siempre corría con sospechosa ansiedad para conducir a Cayetana a la sala. Una puerta de madera podrida encerraba a Violeta al fondo del patio trasero de la casa. El alprazolam se comía sus gritos. Cayetana miraba esa puerta con cierta curiosidad. Tito le decía que ahí solo había palos viejos.

Sobre la mesa de centro había un plato de loza con fresas. Estaban de oferta, mentira, era la fruta más cara y difícil de conseguir y Tito había visto a Cayetana ensimismada mirando las estrellas por las noches mientras devoraba esa fruta que sólo ella saboreaba al máximo. Me gusta sentir las diminutas pepas, como si fueran pequeñas bombas de sabor que explotan en mi boca. Cayetana parecía un pañuelo abandonado en los sillones, sus piernas estaban colgadas sobre los brazos del mueble más grande. Por cada fresa que se llevaba a la boca caía una gota de agua rosada al piso. Tito se imaginaba nadando en esas pequeñas lagunas que se formaban gracias a estas gotas rosas, que podrían ser la continuidad del jugo de sabor que explotaba en la boca de Cayetana. Ella solo miraba el techo, sus movimientos inquietos daban la pista de que se encontraba sumergida en el deleite de la fruta.

La sangre había pintado las sábanas que envolvían el cuerpo de Violeta, desde la noche anterior se quejaba de dolores en el bajo abdomen y Tito solo le daba más y más fenobarbital. Ahora ya no gritaba, solo trataba inútilmente de abrigarse con las sábanas empapadas de dolor. La señora Aurora había insistido en llevarla al hospital pero Tito no le hacía caso. En medio de alucinadas fresas, la mamá de Tito irrumpió en la sala, estaba pálida y no podía articular palabras. Tito se levantó y se dirigió con ella al patio. ¿Qué demonios te pasa? ¡Es que Violeta no para de quejarse hijo! ¡Cállate, vamos a verla, pero cállate, deja de tocarme, esto es una verdadera mierda, encima a su viejo no le interesa ni un carajo! ¡Puta madre! Sus ojos quedaron clavados en la laguna roja que se había formado en el piso. Violeta estaba doblada por la mitad, como una bisagra, emitía pequeños aullidos y la mamá de Tito lloraba descontroladamente. Te dije para llevarla a un doctor. Esta chica a estado embarazada y con tantas cosas que le das se está desangrando. ¡Cállate! Si no le daba la medicina se iba a desangrar por la oreja. ¡Que puta mierda es todo esto, me voy a volver loco! ¡He dicho que te calles!

No había ningún giro en la cuenta del banco que había abierto para que le depositen. ¿Lo estaría buscando la policía? ¡Por qué Violeta no se callaba de una maldita vez! ¡Esta vieja de mierda, que se calle, todo lo complica! Nunca fue capaz de exigirle nada al arquitecto. Hijo de puta. Venía, se la follaba y ella no decía nada. La taurus 9mm reposaba brillando entre calzoncillos y medias percudidas. Con dos balazos terminó el sufrimiento de ese amasijo de babas, sangre y lágrimas en la que se había convertido Violeta. La mamá de Tito comenzó a gritar pero inmediatamente sus alaridos fueron apagados. Dos disparos secos y seguidos la dejaron en el piso. Tito sintió que había perdido cien kilos. El humo dibujaba en el ambiente olas de tranquilidad, cuando estas desaparecieron la figura de Cayetana se vislumbraba en la puerta.

Las tablas antiguas y largas del piso del cuarto rechinaron cuando Tito dejó caer su arma. Cayetana lo miraba incrédula y los ojos de Tito brillaban. Hay un patrullero afuera…te están buscando. Tito se quedó inmóvil. Entonces vámonos de aquí. Tito miró hacia la puerta y Cayetana solo lo siguió. Se miraron de pies a cabeza y Cayetana le mostró el camino más familiar para llegar a su casa. La azotea. Salieron por la puerta principal, eran las 6.10 y el barrio estaba vestido de naranja, el verano ya se acababa. La policía terminó derribando la puerta. No encontraron más que los cuerpos mudos de Violeta y la señora Aurora. El mayor Walter Remicio estaba a cargo de la investigación por extorsión, secuestro y tráfico de drogas que se le imputaba a Eduardo Gianotti. Se le escapó de las manos otra vez y con la hija de un embajador argentino muerta. Esto sería un escándalo. El mayor Remicio decidió preguntar a los vecinos sobre el paradero de Tito. Al salir de la casa solo se topó con Elsita.
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“Elektra” por Luis Carrión

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-Tengo una buena para ti –
-Habla
-Doce añitos, blanquita de pelo negro –
-¿No tienes de nueve o diez? –
-No cholo, pero parece menor, de verdad –
-¿Cuánto? –
-Acá arreglamos, mírala primero –
-Ok –
Y efectivamente, parecía menor. Entré a la habitación y la vi ahí tirada en la cama contra la pared, con las piernas recogidas y jugando con una hilacha de la sabana. Levantó esos ojitos enormes y su mirada mitad de gatito aburrido de departamento y mitad de gatito callejero huraño me excitó demasiado. La ambigüedad siempre es erótica. Nos dejaron a solas y la desvestí en silencio. Su cuerpo era una escultura románica de mármol blanco.. Una escultura a medio esculpir, con las formas de las caderas y la cintura aun no muy definidas, con el cuerpo alargado, con las piernas delgadas y estiradas. Sus pechos ya asomaban por ahí, se sentían ya redonditos. Le hice el amor. Los niños tienen derecho al amor, lo dice la ONU. Ahí me di cuenta de la diferencia entre una de nueve y una de doce. Las de doce gritan pero no lloran. La hice sentirse mujer.

-Y ¿Qué tal? –
– Buenísima. ¿De dónde la sacaste? –
-¡Ah! Si te digo tendría que matarte –
Me alejé del lugar caminando, procurando retener todas las imágenes de lo que acaba de ser una de las mejores experiencias de mi vida. Llenaría volúmenes si contara al detalle todo lo que le hice, y de hecho pienso hacerlo. Lo único sería deshacerme de mi mujer, esa gorda de mierda que huele a cigarro y mayonesa, que se tira pedos toda la noche, que ronca como animal y que no se depila. Si me hubiera dado una hija aunque sea, obesa inútil. Una hija y hubiera sido feliz, una hija de doce años. Paré en una esquina mientras pasaban los carros y fue en ese momento que sentí unas manos frías que me tomaban del brazo. Salté del susto, pensando que me iban a robar el reloj, pero al voltear vi que era esta pequeña con la que acaba de tener relaciones. Me fui corriendo. Crucé la avenida, un par de calles y cuando volteé la vi corriendo hacia mi. Doblé un par de cuadras más y me metí a una bodega, poniéndome de espaldas a la puerta con tal que no me viera. Ella entró detrás de mí y se paró a mi lado. Me vibró el esternón.
-¿Si señor? – dijo el bodeguero.
-¿Ah? Eh… una coca-cola helada por favor –
-Y para la niña – (Mierda)
-¿Qué quieres? –
-Un helado – le dijo al señor y volteó para sonreírme.
-Toma mi amor. Que linda. ¿Su hijita? – (Mierda)
Asentí con la cabeza muy lentamente.
-Gracias –
-Gracias papi –
Tomó el helado con la mano derecha y mi mano con la izquierda y sin que hubiésemos siquiera salido de la tienda empezó a lamer el helado. A lamerlo con una profesionalidad, una naturalidad indescriptible. Como no hice que me la chupara. Se notaba que lo disfrutaba… y se derretía. Fue demasiado. Me di media vuelta y me pedí uno igual. Que rico. Hacía por lo menos diez o veinte años que no comía un helado. Lo lamía yo con tal avidez que de un par de bocados terminó derramado por toda mi boca. Ella me miró feliz, y no me quedó otra que sonreírle de vuelta. Me cogió de nuevo de la mano y salimos caminando por la calle. Doblando la esquina la solté.
-Vete –
-¿Adónde? –
-No me interesa –
Me alejé caminando a paso rápido hasta que ella empezó a gritar “¡Papà! ¡Papá no me dejes papá!” Mierda. Regresé corriendo. Le tapé la boca con fuerza.
-Cállate la boca, mierda –
Asintió con la cabeza. Le saqué las manos de la boca y me sonrió otra vez. Gatito manipulador.
-Vamos –
Entramos a un parque donde habían decenas de niños jugando. Esperaba perderla ahí. Que se quedara jugando por ahí y yo me escurriera entre los arbustos. Esos arbustos que otras veces me habían servido de refugio, desde donde acosaba a mis presas. Me apretó la mano cuando pasábamos por los juegos.
-Colúmpiame –
-No –
-Grito –
Empecé a dudar si de veras tenía doce y no dieciséis. Se subió al columpio y me hizo empujarla. No se me ocurría como hacer para zafarme de ella.
-Me llamo Ariel ¿y tú? –
-No te importa –
-Sí me importa, tengo que saber como se llama mi papá –
-Dime solo papá. –
-¿No te gusta columpiarte? –
-¿Qué? Sí. –
-Y ¿por qué no te columpias? –
-Porque no –
-Y ¿por qué no?
-Porque no –
-Colúmpiate, o grito –
-Esta bien –
-Estira los pies y luego dóblalos. –
-Ya se –
-Agárrate fuerte –
-Ya se –
-No. Lo haces muy mal. No sabes –
-¿No? Mira. –
Me comencé a balancear más fuerte, pero a la segunda pasada rompí el columpio y todo el andamio se vino abajo.
-¿Estas bien? –
-Sí –
-Ven, tenemos que irnos –
– Corre –
La cogí del brazo, nos paramos y salimos corriendo por entre los arbustos hacia fuera del parque. Nos escondimos junto a un claro. Nos sentamos en el piso y Ariel empezó a reírse. La miré y me reí también. Me reí por un buen rato y me dejé caer en el pasto. Ella se echó sobre mi pecho y le acaricié el pelo.
-¿Cómo te llamas? –
-Adivina –
-Dame una pista –
-Empieza con G –
-¿José? –
-Con G –
-No sé –
-Gerardo –
-¿Te puedo decir papá? –
-Bueno –
Se paró y me miró, sonriéndome con la picardía de una bailarina exótica y me besó en los labios. Me besó y no se despegó de mi. Yo la abracé y nos besamos por varios minutos. Hacía años que no besaba a nadie en los labios, en la boca. Tantos años que no recuerdo cuando fue la ultima vez.
-Y ¿tengo mamá?
-Si… no.
-¿Sí? o ¿No?
-No.
-Pero tu dijiste que si.
-Es una bruja, no puede ser tu mamá –
-Y ¿por qué no conseguimos otra mamá? –
-Porque no se puede. –
-¿Por qué? –
-Porque ya estoy casado, tiene que morirse. No me va a firmar el divorcio –
-Mátala –
-¿Qué? –
-Que la mates, para que podamos conseguir una mamá –
-No puedo. Ganas no me faltan Ariel, pero me meten preso y te quedas sin papá –
-¿No tienes una pistola? –
-Sí –
-Y ¿si no se dan cuenta? –
-Bueno… –
-¿Si la mato yo?
-¿Ah? –
-¿La cárcel es fea?
-Tu no irías a la cárcel, sino al reformatorio –
-¿Qué es eso? –
-Como un colegio para niños locos –
-¡Un colegio! Yo quiero ir al colegio –
-No podemos matar a la bruja –
-Gallina –
-¿Qué?
-No te atreves –
-Ya te dije que no puedo –
-Mentira. Es porque no me quieres conseguir otra mamá. Tu quieres a la bruja –
-No la quiero, quiero que se muera –
-Entonces mátala, no seas gallina –
-¿Gallina? ¿Yo? Ya vas a ver –
-Carrera a la esquina –
-¡No vale, no contaste hasta tres! –
Corrimos a la esquina, me ganó y me sacó la lengua. Y me dolió. Hacía años que nadie me sacaba la lengua, había olvidado el verdadero insulto que era sacar la lengua. Tomé un taxi y fuimos a mi casa. Todo el camino permaneció callada, prendida de la ventana como un perrito curioso. Casi podría jurar que sacó la lengua. Finalmente llegamos a mi departamento y la hice esperar en el pasillo mientras yo revisaba la casa. Entré y la gorda asquerosa estaba dormida en el sofá. Saqué la pistola de mi cajón de mi mesa de noche y regresé al pasadizo exterior. Hice entrar a Ariel, que se paró en el marco de la puerta mirando a la cerda con una expresión de odio muy notoria. Yo apunté con la pistola y permanecí inmóvil durante varios segundos. Volteé a mirar a Ariel, y ella estaba sentada en el apoyabrazos del sofá, mirando una pintura en la pared de la sala.
-No entiendo –
-Silencio –
-Apúrate –
-No puedo –
Se paró del sofá, me quitó la pistola y le disparó a mi esposa en el estomago. Salió sangre y grasa, mas grasa que sangre. Sangre espesa. La gorda se despertó y trató de gritar, pero la sangre le atoraba la garganta. Me miró y miró a la niña con la pistola, mirándola como si fuera algo totalmente normal. Le arrebaté la pistola a Ariel y con el mango de esta aplasté repetidamente la cabeza de la mujer. La golpeé hasta sentir que se partían los huesos y se aplastaban los sesos. Paré y miré a Ariel. Ella sonreía con la misma naturalidad de siempre, con su sonrisa de dientes caídos. Y comenzó a reírse. Pero esta vez yo no me pude reír. “Mira” me dijo, sumergiendo el dedo índice en el cerebro de mi ahora ex-esposa. Se embarró el dedo con sangre y fue a la pared de atrás que estaba toda manchada, y dibujó un perrito.
-Así no se dibuja un perrito –
Fui, sumergí mi dedo en la materia gris, y dibujé un perrito al lado del de ella. Y así, sumergiendo el dedo, y abriendo mas huecos cuando se nos secaban, pintamos todas las paredes de la sala hasta el anochecer.
-Ya tengo sueño, vamos a dormir –
La llevé al cuarto y ella solita se comenzó a desvestir, hasta quedar totalmente desnuda. Se metió a la cama junto a mi y me besó en los labios de nuevo.
-¿Que vamos a hacer mañana? –
-Vamos a buscar una mamá –
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“El día huele a manzana” por Marino Mateo

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No sé. Esas tardes estaban llenas de manzanas. No sé por qué. En el exterior se tornaba algo de rojo y acaso en su interior algo blanco con cierta exquisitez solamente percibida con los labios. A mí me gusta comer esas manzanas, por las tardes, cuando miro al parque que está frente a mi ventana. Sus juegos, la arena para bebés, las bancas alrededor de la fuente de agua, los enamorados en las bancas y sus besos, aquellos que solo se siente cuando uno es joven, luego son simples contactos de desesperación y de necesidad. Es así y no va a cambiar. Me gusta el parque lleno de manzanas cuando veo a esa niña jugar sola y feliz con su muñeca. Dando vueltas. Girando sonriente. Mirando al cielo con nubes como almohadas pequeñas inconscientemente rotas, mirando a las flores como amigas que se cuentan historias al unísono con el viento; y de nuevo mira al cielo, y de nuevo a las flores. Me gusta recordar ese girar pueril cada noche cuando duermo desnudo, solo, en silencio y en compañía de manzanas dentro de mi habitación.
El sábado estaba viendo, como todos los días, el girar pueril; sin embargo, ella no sonreía, más bien sollozaba entorno a las personas que fueron a su ayuda. Y seguía llorando. Una lágrima. Muchas. Estaba preocupado. Desde mi ventana no se podía escuchar sus palabras, supongo, tristes. Desde mi ventana tan sólo la veía llorar mientras giraba mirando al cielo sin nubes, mirando a las flores calladas. Me acerqué a la multitud. Confuso, quizá, como cuando uno siente que una manzana ha perdido su color (rojo) y se ha convertido en grisácea por la neblina de las pupilas y del pensamiento sensible. Me acerqué a la niña. Dos palabras de amor y un abrazo. Cesó de llorar. La multitud pensó que yo era su abuelo o el padre irresponsable. De cualquier modo, ella cesó de llorar. Le dije que me acompañe a mi casa mientras esperamos que sus padres aparezcan. Aceptó. No sé por qué. Me ofreció una manzana ese día como en muestra de agradecimiento. Esa tarde ya no era nubes ni flores que cuentan historias. Por la noche dormí con ropa, con cantos de niña. La noche ya no era silenciosa.
Al día siguiente, un timbre repetitivo me despertó. Tocaban con fuerza. Me puse mis lentes, sujeté mi bastón y me acerqué a la puerta. Eran dos oficiales y una señora con cara de manzana. Con esos labios a manzana reseca. Con un vestido rojo y de imágenes de manzanas blancas. Cuando el oficial me preguntó sobre la desaparición de una niña que llevaba una canasta de manzanas, me percaté que él comía una. Estoy seguro de que el otro oficial llevaba otra en su bolsillo. La señora no espero a que yo respondiera la pregunta. Se adentró con suma prisa. De la cocina a la sala, luego a la biblioteca. Tal vez pensó lo peor. Las señoras con cara de manzanas siempre son de esa manera. Aquélla subió a mi habitación y encontró a su niña durmiendo en mi cama. Y pensó lo peor. Cuando le guitó la sábana, le encontró con un disfraz a manzana. Y pensó lo peor. La sujetó y bajó como una fiera hasta la puerta. Me preguntó sobre el disfraz y el atrevimiento de vestirla de manzana. Y yo le dije que me había quedado dormido y no sabía sobre ese disfraz. Le preguntaron a la niña y dijo que lo había encontrado en la habitación de su mamá. Y dijo que la llevaba en su canasta como recuerdo de ella. La señora con cara de manzana se avergonzó por tener esa cara y por gustarle las manzanas. No sé por qué. Todos se fueron. La niña me besó en mi frente. Y sentí lo mismo que cuando era joven y me besaban en la frente señoras con cara de manzanas.
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‘Lugar llamado Kindberg’ por Julio Cortázar

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kindberg

[…]Lina al borde de la carretera a la salida del bosque en el crepúsculo, qué lugar para hacer auto-stop y sin embargo ya, otro poco de sopa osita, cómame que necesita salvarse de una angina, el pelo todavía húmedo pero ya chimenea crepitando… tengo una carta para nos hippies de Copenhague, unos dibujos que me dio Cecilia en Santiago, me dijo que son tipos estupendos, el biombo de raso y Lina colgando la ropa mojada, volcando indescritible la mochila… kleenex botones anteojos negros cajas de cartón Pablo Neruda paquetitos higiénicos plano de Alemania, tengo hambre, Marcelo me gusta tu nombre suena bien y tengo hambre, entonces vamos a comer, total para ducha ya tuviste bastante, después acabás de arreglar esa mochila, Lina levantando la cabeza bruscamente, mirándolo: Yo no arreglo nunca nada, para qué, la mochila es como yo y este viaje y la política, todo mezclado y qué importa. Mocosa, pensó Marcelo calambre, casi cosquilla (darle las aspirinas a la altura del café, efecto más rápido) pero a ella le molestaban esas distancias verbales […]

“Lugar llamado Kindberg”, magistral cuento de Julio Cortázar (1914-1984), actualiza como pocos relatos el antiguo tópico de la añoranza de la juventud y lo resuelve en una muy particular versión del “tempus fugit” latino (“el tiempo pasa”). Nuestros talleristas emprenden el mismo viaje por un lugar común para someterlo al matiz de sus distintas inclinaciones estéticas. Algunos, más inclinados por el Cortázar fantástico, aprovechan la oportunidad para probar temple en ese tipo de relatos. Último ejercicio del taller. Sigue leyendo

“Ejercicios de estilo” por Renato Guizado

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1. Hoy llegué temprano luego de que la clase de historia, la única del día, hubiese sido cancelada. Estrené las llaves que mi abuela me entregó anoche antes de dormir y tiré mi mochila en un sofá, como es mi costumbre. Mecánicamente me dirigí a las escaleras para subirlas mientras pensaba en ver televisión, sentado y comiendo algo de cereal con yogurt; cuando ya tenía un pie en el primer peldaño, recordé que debía ir a la cocina para preparar el manjar que tenía en mente. En menos de cinco minutos ya tenía un tazón lleno de hojuelas de maíz bañadas en dulce yogurt de fresa y estaba a punto de llegar al segundo piso. Cuando vi a mi abuela llorando sobre un charco que salía de mi tío, que estaba tirado a un costado y muy pálido, fue que entendí que este no sería el día más rutinario ni feliz.

2. Ese sonido debe venir de la puerta, he escuchado a esa maldita puerta abrirse y cerrarse durante más de treinta años. Seguro se trata de Fernando, iré a cerciorarme ya que no necesito bajar las escaleras ni cansarme. ¿Es que nunca dejará de ser tan desordenado ese mocoso? Quita la ma… no puede escucharme, el maldito bribón no puede oírme. ¿Por qué vuelve sobre sus pasos? Ni así deja de irritarme el muchacho… pero ¿yogurt de fresa? ¿A qué edad crecen? ¿No está ya en la universidad? ¡Tómate una cerveza idiota! Ya me comienza a incomodar el no poder avergonzarlo. Termina de subir las escaleras, vamos, termina. Te tengo una sorpresa que tus ojitos de fresa no soportarán.

3. ¿Por qué lo hiciste? Mita tu cabecita, tus cabellitos ensortijados, tus ojitos ¿por qué lo hiciste corazón? ¡La puerta! Debe ser Fernandito, aunque es muy temprano, seguro olvido algo el retoño. Mejor bajo… ¿en qué estoy pensando? Debo limpiar la sangre y llamar a la policía, Fernandito no puede ver a su tío así.
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“Cuadra 19” por Marino Mateo

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Es de noche. Sube al ómnibus en la cuadra 19. Se sienta al fondo. Poca gente. Ningún ruido. El señor le pregunta algo sobre Esparta. El chico asienta la cabeza. El señor se rasca sin disimulo la entrepierna. Una conversación sobre esposa maltratada e hijos abandonados. Algunas lágrimas. El señor le confiesa al chico que tiene ganas, que su bolsa está llena y no puede controlarla. Se rasca nuevamente. Revisa debajo de los asientos con cuidado. Un vaso descartable. Lo sujeta a la medida de su entrepierna. Sonríe a los costados. Deposita a intervalos algún líquido. Esconde su sexo que estaba lleno de licor. El vaso sale disparado por la ventana y cae en el rostro de una niña. Algunos gritos. Algunas risas.
Me acuerdo que luego de mi clase de filosofía subí al ómnibus para regresar a casa. Poca gente. Siempre me dije que al fondo adquieres el tiempo necesario para meditar sobre el inevitable vaivén de la noche a estas horas cuando todo parece filosofía en la cuadra 19. «El camino hacia arriba y hacia abajo es uno y el mismo», el mismo vaivén de la noche. Y recuerdo que un viejo con anteojos oscuros me atropelló con su mirada dentro del ómnibus en el asiento de al fondo. Olía a licor. Su barba blanca y sus anteojos oscuros me hacían recordar que «la auténtica naturaleza de las cosas suele estar oculta». La sabiduría de este viejo no me interesó. Empezó a llorar. Y de una lágrima a un escozor en la entrepierna que luego se convirtió en una sonrisa después de una orinaba en cualquier vaso descartable que encontró. Y la humedad. La humedad del hombre más pura y más contaminada. El vaso buscó su naturaleza fuera del ómnibus, y claro, cayó en una niña. La inocencia del rostro de una niña y la orinada de un viejo sabio igual que el arco y la lira.
No sé. Es de noche y no sé si existo, porque mi cuerpo completamente oscuro se articula con la noche y me confunde. Qué es el ser. No importa… en fin… cuadra 19… ¿de qué avenida?, le preguntaré al joven que acaba de subir. Lo miro, él me mira, nos miramos… ¿qué es la mirada?, no creo en el amor y menos en la mariconada. Le digo que de joven, igual que él, tenía la masa muscular como de un espartano. Y claro, con ese cuerpo se te acercan las chicas. Mierda, luego de eso se te acerca una esposa y con ella muchos niños. Lo que queda es vivir con un poco de tragos para sobrellevar la mierda de la vida. Cuadra 20, ¿de qué avenida? No sé si existo. Una comezón en mi entrepierna me jode. Los tragos de la vida me abordan. Mi bolsa está llena, y claro, sin plata no puedo bajarme del carro para orinar con tranquilidad como manda la naturaleza. ¿Un vaso? Ahora una sonrisa, eso cobra más sentido. No sé si la noche fue siempre oscura. Le daré color con este vaso que contiene mi orina y de esa manera ya no estaré confundido. Mierda, la mitad de mi color se lo tragó una niña. En fin, ahora no sé si existo.
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“Estilos” por Rafael Vallejo

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Vacilaciones (Presunto testigo)

¿Qué cómo pasó? Le diré la verdad, no vi el accidente… ¡Pero escuche!, no se vaya… dicen por ahí que fue culpa del chofer, igual, ¿No siempre es culpa del chofer? Yo estaba tomando unas cervezas aquí donde el “Gordo”, cuando escuché el estruendo. ¡Boom! Sonó fuerte, muy fuerte…Dicen que el bus se pasó la luz roja para ganar pasajeros, imagínese… ¡Ah! ¡Sí! Tiene razón, la víctima… Un joven, de unos veintiún años, universitario creo… habían muchos papeles regados, cuadernos y esas cosas… El cuerpo fue a parar cerca del sardinel… habrá volado unos cuarenta metros. ¿Qué? ¿No me cree? Bueno, sí, exagero, habrán sido unos seis u ocho metros, pero eso no importa. Yo creo que se vería bien en su periódico: “Chibolo vuela cuarenta metros y se estrella en sardinel” Buen titular, yo siempre quise ser reportero, así como usted, pero terminé de albañil… aunque el periodismo siempre me atrajo, el de espectáculos sobre todo, me gusta mucho ese mundo sabe… la farándula… una vez conocí a Susi Díaz, gran mujer, gran mujer… y sobretodo muy inteligente, no por nada fue congresista, también una vez conocí a Ton… Oiga, ¿A dónde va? ¿Y el pollo a la braza que me prometió? Siquiera déjeme un sencillo. ¡¿Qué?! ¿Cinco soles? Bueno, algo es algo ¿no?, tacaño…

Relato Periodístico (Amarillista)

“Chibolo vuela sesenta metros y chofer se da a la fuga”

Nuevamente, las calles se tiñeron de sangre, luego de que otro inescrupuloso chofer de combi cobrará otra vida.

Ayer, a las seis de la tarde ocurrió este lamentable suceso. Ricardo Ramírez Orellana (21), quién se dirigía rumbo a su universidad, fue brutalmente arroyado. Según han declarado testigos presenciales del hecho, el cuerpo del joven estudiante de veterinaria y defensor acérrimo de los animales, voló aproximadamente unos sesenta metros, atravesando por completo el Parque Carmona y estrellándose en la fachada de una pulpería.

“Fue culpa del chofer, lo vi con mis propios ojos, se pasó la luz roja y se dio a la fuga” declaró un atento albañil que se encontraba trabajando en las inmediaciones.

Además, en su desesperada huída, el chofer embistió un carrito sanguchero, dejando gravemente herido a su obeso propietario y regando panes y embutidos en toda la calle. El bus de la empresa “Virgen de Motupe” de placa QQ-6989, fue localizado horas después junto con el chofer cuando se disponía a comer un lomo saltado cerca de La Victoria. Hoy se realizará el interrogatorio pertinente. Esperamos que esto no se vuelva a repetir. (J. Huiro)

Punto de vista subjetivo (Chofer)

¿Qué? ¿Cómo que fue mi culpa? Acaso usted me vio. ¡No pues! Está usted creyendo lo que dicen los periódicos… esos siempre mienten. ¿Cómo qué no? Siempre mienten pues jefe, siempre, yo se lo digo, soy hombre de mundo, he recorrido el Perú en carro y, nunca ni una sola papeleta. Nunca. Bueno, tal vez dos o tres veces…pero eso sí, no fue mi culpa. Como ahora jefe, ¿quién se va a imaginar que un mocoso va a cruzar la calle sin mirar? Además, usted sabe como es la juventud, descarriada pues jefe, con las hormonas exaltadas, y metiéndose de todo por la nariz, los pulmones y las venas, ¿Si o no? Yo se lo digo jefe, yo también he sido muchacho, usted también supongo… ¿Qué? ¿Quién le ha dicho eso? Si yo no me di a la fuga, lo que pasa es que… tenía hambre jefe… no había comido y ya anochecía y, conozco un hueco que ni se imagina, un lomo saltado… ¡que rico!, si quiere le digo la dirección, podríamos ir ahorita. Bueno, pero tampoco se ponga así. No, se equivoca, si apenas choque con el cuerpo. No, no, no; no me pase la luz, ¿cómo cree? Fue culpa del muchacho…Ah, eso no sé, cosa de periodistas, mueven el cuerpo antes que llegue el fiscal, lo cambian de lugar para vender más y exagerar la noticia. ¿Eh? ¿Qué dice su compañero? ¿Qué por falta de pruebas me ponen en libertad? Qué le dije, ve que soy inocente, por eso yo nunca dudo de la justicia de nuestro país. Buen trabajo, jefe.
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“Ejercicios de estilo” por Carolina Goyzueta

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Hace frío en la avenida, si me hubiera puesto las botas esta piel de gallina no ahuyentaría a la gente ¿Se notará bajo esta horrorosa luz las ganas de mi piel? Ojalá los pequeños puntitos que quedan al rasurarme las pantorrillas me aviven, a algunos clientes les gusta sentirlos sobre sus espaldas, sobre todo cuando me convierto en hombre. ¿Qué pensaría mi padre si me viera como una vieja puta de avenida? Dios lo tenga en su gloria al viejo. Los años pasan macabramente; siempre la vejez ha sido cosa de erectar los pezones. Mejor me voy con ese grupo de chicas, no vaya a ser que caiga la mancada. ¡Esos cerdos!, sus risas deformadas por la falta de dentadura, las carnes en el cuello grasiento y el uniforme asqueroso. ¡Ahí viene uno!, me parece que es él… ¡sí, sí, sí es! Es él. Ése viejo terrible y despreciable, ojalá y muera de un paro de lo cerdo que es, con la barriga descolgándosele y entre sus dientes un pestilente hilo con color a pulmón podrido. ¡Que la santísima virgen guarde a la Mogollón! pobre… tan bonito que le quedaron las tetas y el culo. El día que se las puso, vino corriendo a contármelo todo y se quedó en casa. Le dejaba compresas calientes en mi velador por las mañanas al volver del trabajo, ella se las ponía sobre las tetas magulladas y hermosas. Entonces la adopté, cuidé de ella por un mes, por el puro amor que le tenía. Cuántas veces la pasamos así de bien, juntas como hermanas, como si hubiésemos sido puestas en la tierra solo para endemoniarnos. A veces pecábamos pero… ¡como nos gustaba!, en eso concordábamos, nada de dramas, al menos en ese momento. ¡Pero ese enfermo, cerdo degenerado, hambriento por sus más degenerados deseos! Aún recuerdo a la Mogollón gritando y sus zapatos morados colgados en la cartera.

Que noche de mierda, ¡maldita puntualidad!, sólo nos jode la vida. ¡Este chino!, ¿por qué no ha venido? Es el esclavo ideal; no está mal tener un chino, como un pequeño ratoncito. Cuando llegó a la cómica tenía cara de pedo aguantado y ahora se las sabe todas. Con padrino uno aprende el oficio, si no obedeces a alguien y le chupas el culo estás cagado. Este día será bien pendejo sin él. ¿Y por qué ahora no pasa nada?, vueltas y vueltas y más vueltas. Si dejo la pat sin una puta gota de gasolina y sin carnecita, ahí sí que me jodí…Como quisiera quemarlos vivos a todos, en la comisaría sería tan fácil como atrapar un cabro. Sus vidas quedarían como la piel de Vilma cuando le apago el cigarrillo en la carne y luego le chunto un golpe con la hebilla del cinturón de mi uniforme. Que bien la pasé ese día del cabro chupamocos, estaba cargadazo. Nos fuimos a festejar a Marañón y me compré veinticinco ligas, dale que dale, fuma y fuma en esas asquerosas azoteas. Hay cuartuchos que te los alquilan sólo para fumequear y ahí nos quedamos como 2 días sin parar, gracias al cabro ese. Pobre, quedó mal. ¡Mmm! me parece ver a uno con pinta de caer. Estos no aprenden nunca, se paran en la misma puta esquina. Ojalá tenga algo, me cago de hambre.

La oscuridad abría paso al renacer de estas flores. Se desplazaban lentamente y la avenida les servía de pasarela. Los carros se agolpaban para observarlas de cerca. Las piernas largas como el péndulo de un reloj marcaban el ritmo de la noche. La más bella e iluminada de todas. Pude ver las escarchas en sus piernas, sentí la frialdad de su tristeza e imaginé tardes barrocas de verano a su lado. ¿Por qué un embrutecido animal tenía el poder de marchitarlas? Siempre aparecían con sus jaulas a cuestas. Asustaban a las pobres. Mi hermosa chica, volaba entre algodones plomos, húmedos. Los algodones habían aprendido a absorber sus lágrimas. ¿Qué le pasaría? La ansiedad apuñalaba mi cuerpo y la noche ya casi se encendía.
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“Ejercicios de estilo” por Raymond Queneau

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Notaciones
En el S, a una hora de tráfico. Un tipo de unos veintiséis años, sombrero de fieltro con cordón en lugar de cinta, cuello muy largo como si se lo hubiesen estirado. La gente baja. El tipo en cuestión se enfada con un vecino. Le reprocha que lo empuje cada vez que pasa alguien. Tono llorón que se las da de duro. Al ver un sitio libre, se precipita sobre él.

Dos horas más tarde, lo encuentro en la plaza de Roma, delante de la estación de Saint-Lazare. Está con un compañero que le dice: “Deberías hacerte poner un botón más en el abrigo.” Le indica dónde (en el escote) y por qué.

Relato
Una mañana a mediodía, junto al parque Monceau, en la plataforma trasera de un autobús casi completo de la línea S (en la actualidad el 84), observé a un personaje con el cuello bastante largo que llevaba un sombrero de fieltro rodeado de un cordón trenzado en lugar de cinta. Este individuo interpeló, de golpe y porrazo, a su vecino, pretendiendo que le pisoteaba adrede cada vez que subían o bajaban viajeros. Pero abandonó rápidamente la discusión para lanzarse sobre un sitio que había quedado libre.

Dos horas más tarde, volví a verlo delante de la estación de Saint-Lazare, conversando con un amigo que le aconsejaba disminuir el escote del abrigo haciéndose subir el botón superior por algún sastre competente.

Vacilaciones
No sé muy bien dónde ocurría aquello… ¿en una iglesia, en un cubo de la basura, en un osario? ¿Quizás en un autobús? Había allí… pero, ¿qué había allí? ¿Huevos, alfombras, rábanos? ¿Esqueletos? Sí, pero con su carne aún alrededor, y vivos. Sí, me parece que era eso. Gente en un autobús. Pero había uno (¿o dos?) que se hacía notar, no sé muy bien por qué. ¿Por su megalomanía? ¿Por su adiposidad? ¿Por su melancolía? No, mejor… más exactamente… por su juventud, adornada con un largo… ¿narigón? ¿mentón? ¿pulgar? No: cuello; y por un sombrero extraño, extraño, extraño. Se puso a pelear -sí, eso es-, sin duda con otro viajero (¿hombre o mujer?, ¿niño o viejo?) Luego eso se acabó, concluyó acabándose de alguna forma, probablemente con la huida de uno de los dos adversarios.

Estoy casi seguro de que es ese mismo personaje el que me volví a encontrar, pero ¿dónde? ¿Delante de una iglesia? ¿delante de un osario? ¿delante de un cubo de la basura? Con un compañero que debía de estar hablándole de alguna cosa, pero ¿de qué? ¿de qué? ¿de qué?

Retrógrado
Te deberías añadir un botón en el abrigo, le dice su amigo. Me lo encontré en medio de la plaza de Roma, después de haberlo dejado cundo se precipitaba con avidez sobre un asiento. Acababa de protestar por el empujón de otro viajero que, según él, le atropellaba cada vez que bajaba alguien. Este descarnado joven era portador de un sombrero ridículo. Eso ocurrió en la plataforma de un S completo aquel mediodía.

Punto de vista subjetivo
No estaba descontento con mi vestimenta, precisamente hoy. Estrenaba un sombrero nuevo, bastante chulo, y un abrigo que me parecía pero que muy bien. Me encuentro a X delante de la estación de Saint-Lazare, el cual intenta aguarme la fiesta tratando de demostrarme que el abrigo es muy escotado y que debería añadirle un botón más. Aunque, menos mal que no se ha atrevido a meterse con mi gorro.
Poco antes, había reñido de lo lindo a una especie de patán que me empujaba adrede como un bruto cada vez que el personal pasaba, al bajar o al subir. Eso ocurría en uno de esos inmundos autobuses que se llenan de populacho precisamente a las horas en que debo dignarme a utilizarlos.

Una de las viejas afirmaciones más socorridas respecto del estilo literario – Cada hombre es su estilo-, parece desvanacerse al leer el inútil y al, mismo tiempo, sabio libro de Raymond Queneau (El Havre, 1903 –1976), Ejercicios de estilo. Contando una y otra vez, hasta el cansancio, la misma historia intrascendente nos ilustra sobre el poder de la voluntad: en cada instante que se aplica una voluntad distinta a la escritura aparece un nuevo estilo (que también, en ocasiones, es una nueva perspectiva). Aunque trata más bien de hacer una broma-revelación de corte semiótico -el texto es el resultado de una combinatoria de signos, barajados con independencia de la personalidad del autor-,más bien consigue mostrar la presencia del autor cada vez que cambia de estilo (exhibe su necesidad para decidir el cambio). Sigue leyendo

“El pito de mierda del guachimán raquítico” por Luis Carrión

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Me estuvo siguiendo varias cuadras, me perseguía a paso lento, yo corría y no se por qué no avanzaba mas rápido que él, que me seguía con la manos en los bolsillos de la casaca con toda la paciencia del mundo. Respiraba fuerte, como un animal que olfatea a su presa, todo el vapor que salía de su nariz le tapaba la cara. Él conocía el lugar, yo no, porque doblé en varias calles y me metí por callejones y él siempre estaba en algún lado mirándome. Te juro que parecía que se multiplicaba el maldito ese. Me acorraló. Acechaba y se tomaba su tiempo para fijar la mirada en cada movimiento que yo hacía. Le mostré los dientes, como una señal de que le iba a dar pelea ¿no? Y el muy pendejo me sonríe. Ahí me desesperé porque me di cuenta de que era un pervertido y sabía lo que quería. Rogaba no sabes cómo que apareciera aunque sea un guachimán raquítico con su pito de mierda. Esos policías incompetentes ¿donde carajo están cuando en verdad los necesitas ah? Se esconden en la esquina donde no se puede doblar en U y te joden con la papeleta hasta que les sacas una coima. ¿Qué barato venden su dignidad no? Y cuando de verdad los necesitas se están rascando la mota allá en San Isidro.

No sabes lo que fue hermano. Las huevonas son bien putas ¿sabias? Todas, sin excepción. Y te digo que son bien putas porque no es como pescártelas en un tono, sino que en el fondo quieren que te las caches. Se mueren por que les metas huevo, y cuando te las estas matando no quieren agarrar, solo quieren que se las metas, que le des como animal, que la uses, que la hagas sentir puta, ¿entiendes? Ponte esta flaca no se dejaba que la bese, porque no lo necesita ¿te das cuenta? Porque ya se siente realizada durante el acto sexual, porque ya es una puta, ya lo logró. Estaba bien rica no te miento, esas chicas que tu dices “ni cagando es puta” pero en el fondo lo es, como todas las mujeres. Por eso los cabros son tan sabios huevón, porque se meten con hombres cabros, porque entre ellos son todos putazos, porque meterte con una mujer es meterte con una ex puta, salvo que te toque la cojuda que cree en Dios y en la castidad, que luego vas a rogar que sea puta porque no te va a dar ni mierda en la cama y tu vas a andar tan carreta que te vas a meter con la primera chola que se te cruce y vas a terminar cagando tu matrimonio.

Bueno me estoy yendo por las ramas. La cosa es que no había ni una puta alma en la calle y yo ya estaba sacando la billetera y el celular. “Llévate lo que quieras” le dije, y ¿sabes que me dijo? “Te quiero a ti”. Yo me puse a llorar te juro, estaba lista para dar pelea pero el miedo me quitaba las fuerzas. No me di cuenta cuando se acercó y ni le pude pegar con la cartera, y si lo hice no se sintió. Me empujó contra la pared y me tapo la boca con la mano. Traté de gritar desesperada y le metí puñetes y patadas y nada. No te imaginas cuanto lloraba. Sentía que mis gritos se iban para adentro y me dolían las tripas de tanto gritar.

Ya bueno, me estoy yendo por las ramas. La cosa es que la tipa esta estaba bien rica. Buena cintura, un culo cinco tenedores ¿manyas? De cara no estaba mal, pero puta, en verdad que chucha la cara con el poto que tenía. Como lo movía cuando caminaba, era un péndulo, te quedabas hipnotizado, huevonizado alucina. Le metí su bonito floro ¿no? Del fino. De ese que aprendimos del gran maestro Diegón. La cagada ese huevón ¿no? Mas cachero que la concha su madre. Puta la toqué así bonito, tierno pues con calidad. Y de la nada la perra esta se me puso de espaldas contra la pared, como si ya supiera que le quería dar por a troya.

Empecé a temblar y a sudar frío. Ya no sabía como zafarme de ese monstruo. Me había volteado contra la pared y me metía la mano por todas partes. Yo no podía para de llorar… hasta ahora no puedo dejar de llorar. Me sentía como un objeto. Me sentía convertida en nada. Empecé a mojarme pues huevón. Le metí mano y a la flaca esta empezó a gustarle eso de sentirse perra creo. Tipo que comenzó a respirar mas fuerte, como que a suspirar, algo así. Me arrancó el pantalón y el calzón y yo ya no tenía mas fuerzas para seguir intentando gritar. Le bajé el pantalón y la tanga chiquitita pues, mas perra la tipa. Y ese culo brother no sabes como se sentía. Es que no sabes. Suavecito, redondito. Como echarte en tu cama después de haber estado meses durmiendo en el piso, algo así ¿entiendes? Le metí pinga en una, pero por el ano es mas yuca pues, no está lubricado. Lo peor fue cuando sentí que su pene me tocaba, quería moverme y rompérselo y que se muriera desangrado ahí mismo. Raspaba como mierda y hasta dolía, pero tenía que presionar mas pues para que entrase ya de una vez, le di así con ganas, paf paf. Era asqueroso como trataba de meterlo, y me raspaba horrible, yo sentía que me desangraba y que me estaba rompiendo las paredes. Y gemía la huevona, le estaba gustando así con dolor, más masoquista. ¿Ves? Perra como todas, se siente animal. Igual yo le seguía metiendo su palabreo con mucha clase. Me decía asquerosidades, era un maldito enfermo el hijo de puta, enfermo de verdad, estaba loco. Sentía su baba en el oído cuando me decía cosas, y no podía hacer nada. Me lamía y me sentía asquerosa, como envenenada por una serpiente. Le lamía las orejas y el cuello, a ver si se excitaba más pero la muy bitch seguía igual de seca, ya me dolía un montón, raspaba pues. Ya no sabía que hacer, me quería morir en ese momento. Me ponía la cara el muy maldito, y yo sacudía la cabeza con la esperanza de acertarle un cabezazo y poder escapar. La quería besar, y me sacaba la cara la muy soberbia. Como te dije ¿no ves? No necesitan que las beses cuando ya por fin son putas. Me sentía peor que un objeto. Se sentía realizada como perra. Hasta que sonó el pito de mierda del guachimán raquítico. Hasta que sonó el pito de mierda de un guachimán.
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