We could flood the streets with love or light or heat whatever
Lock the parents out, cut a rug, twist and shout
Wave your hands
Make it rain
For stars will rise again
The youth is starting to change
Are you starting to change?
Are you?
The youth – MGMT
En el barrio todos lo conocían. La señora Elsita, su vecina, siempre decía: “Ese hombre tiene un corazón de oro, tendrá sus cosas pero en el fondo es noble”. Tito Gianotti regresaba de sus juergas, duro, como si tuviese marrocas en las manos; sin embargo nunca dejó de ir a la panadería para comprar el desayuno a Elsita. Esta tenía 40 años viviendo sola en la misma casa y conocía muy bien a la mamá de Tito: la señora Aurora. Durante 20 años, la mamá de Tito fue la amante del reconocido arquitecto Francesco Gianotti. De ahí nació Tito. El arquitecto nunca reconoció a su hijo, no lo visitaba, sólo enviaba mensualmente con su chofer un sobre con dinero a la casa de la calle Clemente X.
El chino Stanley lo dejaba pasar al Nirvana, ahí la gente se abría paso ante Tito. Las luces destellaban entre las mezclas que DJ Bencho magistralmente sincronizaba. Grupos como Siouxsie and the Banshees, Tones on tail y Love and rockets ejecutaban el soundtrack de la época. Tito proveía de cocaína a todo Miraflores y nadie se atrevía a quemarlo. Se decía que había pisado la cárcel North County en Los Angeles por un pase de heroína que fue tirado a dedo. El nunca confirmó esto. Tal vez el halo de misterio que se formaba a su alrededor era parte de su estrategia para atraer personalidades extremas. A los 48 años Tito sabía muy bien esto.
Violeta trabajaba como modelo para diferentes agencias de publicidad. Trabajaba por puro placer, le gustaba admirarse en los grandes paneles publicitarios, no tenía necesidad de ganar dinero, su padre era un diplomático argentino y las juergas que se armaban en su casa de Alvarez Calderón lo incluían todo. Fue ahí que conoció a Tito. Luego nunca se despegarían. Tito no acostumbraba a llevar mujeres a su casa. La compartía con su madre. La relación madre-hijo era inquietante, la señora Aurora delegaba en él varias responsabilidades: la de hijo, la de padre y la de esposo. Tito nunca abandonaba a su madre y ésta nunca delataba a su hijo. En casa tenían una cocina de pasta básica y todo el barrio lo sabía, sin embargo nunca nadie se atrevió a decirlo.
La calle Clemente X, llena de pasto estático y portezuelas color azul, cubría el paisaje dominado por la cruel atmósfera de los sinsentidos. Las nubes plomas de Lima se ven hermosamente tristes en verano y fue en ese momento del año que Cayetana y su madre decidieron mudarse a Clemente X. Alquilaron una casa pequeña que en tiempos mejores había sido una gran residencia, pero que en la actualidad se encontraba dividida. Los dueños lograban de esta manera aumentar sus rentas. Cayetana iba caminando al Sophianum, colegio de monjas al cual iba desde inicial. La moralina de Quevedo en sus clases de literatura para segundo año la aburrían y más bien disfrutaba de la melodía pesimista que se desprendía de los poemas de Trakl. El desarraigo la traía enamorada de la época terrible que le tocó vivir. La kloaka ya dictaba manifiestos pero ella aún no los leía. Su piel nunca se dejaba tocar por el sol, una capa de bloqueador la cubría de pies a cabeza. Su madre iniciaba el ritual todas las noches antes de acostarla. Las cosas del amor bastan con pronunciarse en silencio pensaba. Pasaba el bloqueador primero por sus brazos y luego por sus piernas que aún mantenían diminutos vellos traslúcidos, como la pelusa que acompaña a los bebés en los primeros meses de vida. Su piel era perfecta, a pesar de no estar bronceada mantenía el color rosado en sus mejillas. No tenía muchas amigas. En las noches se quedaba durante horas viajando por la oscuridad del espacio mientras el jugo de alguna fruta, las fresas eran sus favoritas, se le escurría por los labios. Sus pensamientos divagaban entre la posible antigüedad de cada estrella y la profundidad del cielo.
Leiv Fleishman decidió no comprar mas pasta a Tito y éste se quedó sin su principal cliente. La colonia judía en el Perú mas tarde se lo agradecería. El terrorismo, muy lejos aún, había causado una gran depresión económica en la sociedad, esto obviamente afectaba a las altas esferas del poder así como a los negocios de Tito.
A Tito el cansancio se le mostraba por momentos tosco, hostil. En los festivales del licor, música, luces y colores Tito terminaba arrugado en una esquina, sus pensamientos lo vencían. Estaba cansado de esa inocencia falsa que todos le enseñaban. ¿Dónde estaría la maravillosa capacidad, que todos ya hemos perdido, de sorprendernos? Un día, conversando con sus amigos en el Davory, decidió secuestrar a Violeta y pedir una generosa suma de dinero a cambio de su libertad. Sería fácil, conocía a la familia. Solo debía llevarse una temporada a Violeta a su casa y mantenerla ahí hasta que el padre depositara el dinero. Le tomaría unas fotos y las enviaría por correo. La pasarían bien. Violeta estaba al borde de la excitación, por fin conocería la casa de Tito.
Tito se sorprendió al ver a su madre y a Violeta conversando cómodamente sobre los antiguos muebles de su casa. Había ido por unas botellas y ellas ya eran íntimas. De una mirada le dijo a Violeta que se deje de huevadas y que lo siga a su cuarto. Violeta obedeció y la señora Aurora hundió los ojos en los tapetes que adornaban burdamente la mesa de su sala. En la bodega del chino todos se preguntaban a dónde irían a parar las botellas de vodka y whisky barato que a diario Tito compraba. Durante semanas, que a Violeta le parecieron años, Tito encerró en su cuarto los días, los llantos y la angustia a base de fenobarbital, alprazolam y vodka. El whisky era para él.
La vez que recibió las fotos de su hija, Darío Alessandro pensó que se trataba de una desaparecida más. Una broma de mal gusto. Como aquella vez que Violeta fue a la fiesta de los Gruenberg en Casuarinas y terminó en la Warmoesstraat en Ámsterdam. Violeta se le había escapado de las manos desde antes que naciera. Cuando Apolonia llegó una mañana con la correspondencia, Darío Alessandro sabía que algo no andaba bien. Las manos de Apolonia escupieron un sobre amarillo. Una oreja con un arete de onix que él mismo había comprado en Tiffany tres años atrás, era el contenido.
Su madre le había regalado un walkman y Cayetana escuchaba More than this de Bryan Ferry a todo volumen. Cuando llegó a la puerta de su casa vio que en la vereda había una Ducati Forza y sobre ella un pelirrojo que la miraba de pies a cabeza. A diferencia de otras niñas de su edad Cayetana no se puso nerviosa, tranquilamente guardó los audífonos en su mochila a la vez que buscaba las llaves de su casa, su madre seguía en la oficina y ella era lo suficientemente independiente como para calentarse la comida y hacer la tarea sola. Su madre así la había acostumbrado. Para sorpresa de Cayetana las llaves no estaban por ningún lado y en ese preciso momento recordó haberlas dejado dentro de la cartuchera de colores que había prestado a Laura, una idiota que solo le interesaba pintar dibujos de walt disney. La sensación de verse alejada mentalmente de la gente de su generación la convertía en una nínfula antigua a la que solo le brillaban los ojos cuando discutía con personas mayores.
Se lamentó de estudiar en un colegio de monjas reprimidas.Tito salió y le entregó un sobre al pelirrojo Rachitoff. Oye huevón, ¿bien enfermo eres no? Ahora entiendo porque nunca sales de tu casa, ¡pajero! ¿Te gustan las chibolas no conchetumadre? Ante estos comentarios del pelirrojo, Tito frunció el ceño y desviando la mirada le dijo: Déjalo hoy, ahí está la dirección. Y entró a su casa. Estaba enviando un sobre al papá de Violeta y Rachitoff lo entregaría, la situación lo ponía nervioso. La ducati desapareció por la Javier Prado y Cayetana se atrevió a tocar la puerta de su vecino, tal vez podría quedarse en esa casa esperando a que llegue su mamá. La señora Aurora le abrió la puerta y la invitó a pasar.
En esa casa siempre escuchaba su voz y la de su madre, en los últimos días la de Violeta, pero ahora salió de su amodorramiento psicotrópico para investigar de quién era esta nueva voz que escuchaba a lo lejos. ¿Quién es ella? Es la hija de la nueva vecina, se olvidó las llaves y no tiene donde quedarse hasta que su mamá llegue. Puedes hacer tus tareas mientras esperas, se atrevió Tito. Eso iba a hacer, le dijo Cayetana mientras sacaba sus cuadernos de la maleta. La mesa del comedor tenía un mantel hecho de hilos blancos. La punta de la maleta se quedó atascada con el mantel. Déjame ayudarte, Tito fue hasta la mesa y al coger la mochila en sus manos percibió su olor. Era un sueño de bloqueadores revolcándose en oleajes de descansos eternos. Nunca había advertido esa sensación. Gracias, soy muy torpe con mis cosas, admitió Cayetana. A veces sucede, Tito miró de reojo sus cuadernos, todos estaban terriblemente forrados. La señora Aurora se fue a la cocina a servir limonada y Tito salió a la calle a despejarse un poco. Llegó el fin de la tarde y Cayetana escuchó los tacos de su mamá. A veces los podía escuchar viniendo desde lejos en la avenida Pershing.
La vivacidad de sus palabras y su cabello lacio brillante lo transtornaron. Nunca se escuchaba música en la casa de Tito sin embargo desde que Cayetana acostumbraba a ir por las tardes a jugar cartas no faltaban las cintas maxell, tdk y sony para grabar, en desorden, los especiales maratónicos de Billy Idol que pasaban por la radio. Se divertían haciéndolo. Por las noches, Tito pegaba los ojos en el techo de su cuarto y escuchaba una y otra vez hipnotizado, naufragando en un estremecimiento que por nuevo no dejaba de ser hermoso, eyes without a face. Los ojos de Cayetana brillaban mientras tajaba sus colores en la clase de arte del colegio.
Las acrobacias de circo no le eran tan ajenas, desde que se hizo asidua jugadora de ocho locos en la casa de Tito, Cayetana practicaba equilibrio por las azoteas que separaban su casa de la de él. Todas las casas vecinas mantenían azoteas en común y cualquiera podía pasarse. Cayetana sabía que los vecinos le podían contar a su madre que todos los días iba a visitar la casa más ruinosa de todas. Por eso mantenía en anonimato sus clandestinas excursiones. Al caer dentro del patio la señora Aurora siempre corría con sospechosa ansiedad para conducir a Cayetana a la sala. Una puerta de madera podrida encerraba a Violeta al fondo del patio trasero de la casa. El alprazolam se comía sus gritos. Cayetana miraba esa puerta con cierta curiosidad. Tito le decía que ahí solo había palos viejos.
Sobre la mesa de centro había un plato de loza con fresas. Estaban de oferta, mentira, era la fruta más cara y difícil de conseguir y Tito había visto a Cayetana ensimismada mirando las estrellas por las noches mientras devoraba esa fruta que sólo ella saboreaba al máximo. Me gusta sentir las diminutas pepas, como si fueran pequeñas bombas de sabor que explotan en mi boca. Cayetana parecía un pañuelo abandonado en los sillones, sus piernas estaban colgadas sobre los brazos del mueble más grande. Por cada fresa que se llevaba a la boca caía una gota de agua rosada al piso. Tito se imaginaba nadando en esas pequeñas lagunas que se formaban gracias a estas gotas rosas, que podrían ser la continuidad del jugo de sabor que explotaba en la boca de Cayetana. Ella solo miraba el techo, sus movimientos inquietos daban la pista de que se encontraba sumergida en el deleite de la fruta.
La sangre había pintado las sábanas que envolvían el cuerpo de Violeta, desde la noche anterior se quejaba de dolores en el bajo abdomen y Tito solo le daba más y más fenobarbital. Ahora ya no gritaba, solo trataba inútilmente de abrigarse con las sábanas empapadas de dolor. La señora Aurora había insistido en llevarla al hospital pero Tito no le hacía caso. En medio de alucinadas fresas, la mamá de Tito irrumpió en la sala, estaba pálida y no podía articular palabras. Tito se levantó y se dirigió con ella al patio. ¿Qué demonios te pasa? ¡Es que Violeta no para de quejarse hijo! ¡Cállate, vamos a verla, pero cállate, deja de tocarme, esto es una verdadera mierda, encima a su viejo no le interesa ni un carajo! ¡Puta madre! Sus ojos quedaron clavados en la laguna roja que se había formado en el piso. Violeta estaba doblada por la mitad, como una bisagra, emitía pequeños aullidos y la mamá de Tito lloraba descontroladamente. Te dije para llevarla a un doctor. Esta chica a estado embarazada y con tantas cosas que le das se está desangrando. ¡Cállate! Si no le daba la medicina se iba a desangrar por la oreja. ¡Que puta mierda es todo esto, me voy a volver loco! ¡He dicho que te calles!
No había ningún giro en la cuenta del banco que había abierto para que le depositen. ¿Lo estaría buscando la policía? ¡Por qué Violeta no se callaba de una maldita vez! ¡Esta vieja de mierda, que se calle, todo lo complica! Nunca fue capaz de exigirle nada al arquitecto. Hijo de puta. Venía, se la follaba y ella no decía nada. La taurus 9mm reposaba brillando entre calzoncillos y medias percudidas. Con dos balazos terminó el sufrimiento de ese amasijo de babas, sangre y lágrimas en la que se había convertido Violeta. La mamá de Tito comenzó a gritar pero inmediatamente sus alaridos fueron apagados. Dos disparos secos y seguidos la dejaron en el piso. Tito sintió que había perdido cien kilos. El humo dibujaba en el ambiente olas de tranquilidad, cuando estas desaparecieron la figura de Cayetana se vislumbraba en la puerta.
Las tablas antiguas y largas del piso del cuarto rechinaron cuando Tito dejó caer su arma. Cayetana lo miraba incrédula y los ojos de Tito brillaban. Hay un patrullero afuera…te están buscando. Tito se quedó inmóvil. Entonces vámonos de aquí. Tito miró hacia la puerta y Cayetana solo lo siguió. Se miraron de pies a cabeza y Cayetana le mostró el camino más familiar para llegar a su casa. La azotea. Salieron por la puerta principal, eran las 6.10 y el barrio estaba vestido de naranja, el verano ya se acababa. La policía terminó derribando la puerta. No encontraron más que los cuerpos mudos de Violeta y la señora Aurora. El mayor Walter Remicio estaba a cargo de la investigación por extorsión, secuestro y tráfico de drogas que se le imputaba a Eduardo Gianotti. Se le escapó de las manos otra vez y con la hija de un embajador argentino muerta. Esto sería un escándalo. El mayor Remicio decidió preguntar a los vecinos sobre el paradero de Tito. Al salir de la casa solo se topó con Elsita.
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