Archivo por meses: octubre 2008

S/T por José Rubina

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– Pequeña zorrita intrépida, ¿Por qué me has engañado?- Julio estaba borracho, en-la-mierda, despeinado, con la camisa arrugada, moviendo exaltado una botellita de cocacola con ron. Ella le había dicho que no iría a la discoteca, por lo menos no a esa, y el no quería ir a ninguna, si es que no iba a ir ella, pero había terminado en esa por cuestiones de aburrimiento. Ella estaba en esa discoteca. Él hubiera querido ir con ella. Ella le hubiera podido haber dicho. No le había dicho.

– ¿Qué te pasa?- le dijo ella, molesta, gritando molesta, pero también porque la música estaba muy alta.
– Nada, no me hagas caso, estoy borracho.
-¿Tú? Qué milagro.- ella seguía mortificada. Julio decidió obviar el comentario.
– ¿Cómo así estás acá? Pensé que te sentías mal o algo.
– Te preguntaría lo mismo. Tú nunca vienes, pero tampoco es que nos debamos explicaciones.- Julio sintió un golpe seco en las costillas.
– ¿Qué tienes?- respondió, buscando entender la reacción de ella; siempre le preguntaba lo mismo y nunca entendía. Nunca había llegado a entenderla. Qué rica estaba.
– Ay ya, no me molestes.- ella le dijo, mientras miraba alrededor buscando una vía de escape.
– ¿Quieres bailar?- Julio preguntó esto sin saber bien por qué. Aún en reflexiones futuras, nunca entendió por qué chucha se le ocurrió decir eso. Julio no entendió muchas cosas esa noche.
– Estoy cansadísima. Ya nos vemos más tarde.- respondió ella, y sin embargo, recién eran las once. No se volverían a ver en toda la noche, ambos lo sabían.

Mientras Julio la veía perderse entre el humo, las luces y los cuerpos bailantes, alcanzó a decir, casi para sí mismo, como en un grito ahogado:
– Calla cachera.
Nunca hubiera podido decírselo a la cara. Aún siendo tan inmaduro, aún estando tan borracho, se resignaría a morir en silencio, sin que a ella le importara, sin que ella se diera cuenta.
Eso es lo peor de todo, sin que ella se diera cuenta.

En efecto, ella era una cachera, pero esa noche Julio no se enteraría. Solo lo dijo por no tener qué más decir, y porque en esos tiempos sonaba fuerte una nueva canción de DJ Warner.
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S/T por Julio Buiza

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Luego de que por mucho tiempo se habían cruzado sus miradas con cierta intensidad, Nicolás se acercó a la joven y le preguntó:
-Disculpa, creo que nos hemos visto en algún otro lugar- dijo él con voz temblorosa.
-Sí. Tengo la misma sensación pero no logro recodarlo con exactitud.
-Dime, ¿cuál es tu nombre? – dijo el joven con una voz mucho más segura.
-Me llamo Felicia Ordóñez, ¿y tú?
-Nicolás Paredes. Tengo 24 años y soy soltero- entre risas.
-Pues que casualidad: tenemos la misma edad- dijo la joven, mientras sonreía-. ¿Eres de por aquí?
-No, me acabo de mudar a esta ciudad la semana pasada, y recién hoy descubrí este parque. Está muy bueno para sentarse largas horas a meditar.
-Siempre hago eso, es bueno hacerlo aunque sea de vez en cuando, pero aún no logro recordar donde te he visto- dijo la joven poniendo las manos en el mentón.
-¿Podría ser que toques en alguna banda?- dijo el muchacho con ojos esperanzados-. Solo dos veces he venido a esta ciudad, y una de ellas fue por una guerra de bandas que realizaron en el centro.
-¡No! ¡Imposible! Soy muy mala con los instrumentos. Definitivamente no nací para la música.
-No se me ocurre otra cosa…
-Tú dijiste que has venido dos veces a esta ciudad, ¿cuál fue la razón de la otra visita?
-No puedo decirlo, me da vergüenza.
-¡Dime!
-En serio, no puedo. Es muy vergonzoso- dijo intentando no ver la cara de Felicia.
-Sea lo que sea, prometo no reírme ni tampoco juzgarte- dijo con una voz bastante firme.
-Bueno, está bien. La otra vez vine para ser el chambelán de mi prima.
-¿Y eso qué tiene de vergonzoso?
-Es que en pleno “Tiempo de vals”, se me desamarró un pasador, me tropecé y caí junto con mi prima- dijo con una cara que se tornaba cada vez más roja.
-¡No puede ser! ¡Eras tú!-dijo entre carcajadas-. Sí estuve ahí, mi tía que es madrina de la quinceañera me llevó.
-Entonces somos primos de cariño.
-Se podría decir.
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S/T por Gabriela Rodríguez

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-¡Cómo se te ocurre pedir pizza! Eres una tonta, ¿tienes dinero, acaso?- preguntó Valentina malhumorada.
-Te juro que yo creí escuchar que me decías que lo hiciera- replicó Daniela, defendiéndose.
-Sí, ¡Cómo no! ¡Como si yo no hablara bien, acaso! Te dije claramente que llames a la lavandería para pedir las camisas – le respondió Valentina.
-Discúlpame, entonces. – dijo Daniela al oír esto – Pero, ¿no puedes llamar para cancelar el pedido?
-Sí, sí …¡como si fuera tan fácil!, ¡sabes que ese pedido lo haz hecho ya hace más de quince minutos. A esta hora ya han de estar trayéndolo. – exclamó Valentina, aumentando cada vez más su cólera.
-Bueno, entonces, ¿por qué no le preguntamos a la señora Zumica si es que lo desea? – sugirió Daniela, creyendo que Valentina se calmaría.
-Tú crees que te va a decir: sí, sí … lo quiero! Jaja por favor…Daniela. – dijo irónicamente Valentina – En primer lugar a la señora Zumica, no le agrada la pan pizza pepperoni y lo segundo es que sabes que ya han cortado el Internet y están a punto de cortar la luz si la señora no paga mañana, piensa un poquito, no?
-Podríamos entregar nuestros celulares y decir que se nos acaba de terminar el efectivo y que mañana a primera hora nos acercamos a cancelar. – sugirió nuevamente Daniela.
-¿Crees que eso sería verosímil? Somos menores de edad, tonta. – replicó Valentina alterada.
-Bueno, como última opción, no abrimos y ya! – exclamó Daniela.
-Si no abrimos nosotras, la señora Zumica lo hará – le contestó Valentina.
-Nos situamos detrás de la puerta y le pedimos que no abra. – le dijo Daniela.
-La señora Zumica se enfadará con nosotras y, es más, no permitirá que hagamos eso: nos obligará a afrontar la situación. – dijo Valentina.
-Pues si ninguna de mis ideas te agrada, entonces propón una tú, no? – exclamó Daniela, sintiéndose ya un poco nerviosa.
-Tú fuiste la que me metiste en esto, así que eres tú la que lo tienes que arreglar. – le reclamó Valentina.

El timbre sonó.

-Din! Dón! Din! Dón!
-Debe ser la pizza…ni modo, más vale que abramos nosotras, aunque a mí me da vergüenza. – le dijo Vale.
-Sabes qué? Les diré que no tenemos efectivo y les dejaré mi celular, ya ¡me llega!…

Daniela, sudando de los nervios, se acercó a la puerta y…

-¿Señorita Daniela? – preguntó el conductor de la moto-delivery pizza hut.
-Sí, soy yo – contestó ella.
-Disculpe la demora. Por exceder el límite del tiempo, su pedido es cortesía de la casa. – dijo el joven
-Gra…cias – contestó Daniela sorprendida.
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“Escena” por Enrique Vilcapuma

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-¿Ya decidiste a cuál vas a ir?
-Creo que hay un concierto por acá por mi casa, uno de jazz o algo así.
-Pero si esa webada no le gusta a la nadie, ahí solo van esos viejos que…
-Ah, entonces a ese teatro del Centro de Lima…
-¿A cuál?
-A ese teatro pe, en el que se esta presentando esa cojudez, Lazy Town creo que se llama.
-¿Ahí?, ¡pero si a esa vaina van puros mocosos!
-Sí, pero muchos son hijos de gente importante, políticos, actores…
-Ya pero igual son niños. No creo que vayan muchos adultos…
-¿Que y unos chibolos de seis años van a ir solos?
-Ah ya… ¿Pero en qué la vas a llevar?
-La voy a meter en la mochila de mi hijo, a él no le revisan.
-¿Qué pero y si tu hijo….?
-Al pincho mi hijo. Si me descubren, lo reviento ahí mismo, en la puerta, no me importa si vuelo yo también. Estoy dispuesto a morir por la causa.
-Bien dicho camarada, todo sea por la causa…

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“La niña” por Elsa Cairampoma

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-¿Dime que la viste? – preguntó Julián apuntando con su mano derecha hacia un lugar vacío.
-¿Verla? – recordó algo y asintió – Si, claro. La vi.
-¿La viste? – cuestionó a Pablo – ¡La viste y estás tan tranquilo!
-Sí, es algo fuera de lo común – respondió este alzando sus manos – pero, no tiene nada de malo, ¿no?
-¿Nada de malo? – le inquirió a pablo – ¿nada de malo? ¿Lo haces por molestarme o qué? ¿Cómo que ver eso no tiene nada de malo? ¡Está muy mal!
-Vamos, no exageres; solo era un poco de color, nada más – le dijo este jugando con su pie y extrañado ante la reacción de su amigo.
-¡Color! ¿A la sangre le llamas color? ¿Qué te pasa Pablo, se te salió un tornillo o algo? Ves sangre y te parece “solo color”.
-¿Sangre?, no, únicamente era tinta, pintura; la sangre no es amarilla, ni verde, Julián. No dramatices solo por las manchas. – cada vez más confundido.
-¿Amarillo? El vestido era amarillo, pero las manchas eran todas rojas y tenía un cuchillo en la mano. ¿A eso le llamas nada de malo?- le gritó este.
-¿Que? ¿Vestido amarillo?… – se quedó estupefacto – y llevaba dos trenzas y un extraño muñeco en la mano.
-¡Sí la viste y estás tranquilo! – le grito sujetándolo del cuello – ¡la viste!
-No, ¡no!, ¡no la vi! – expresó en susurros, mientras sus ojos se posaron en la niña detrás de Pablo – la estoy viendo. ¡Corre!
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“Imágenes de ecografía” por Carolina Goyzueta

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F tiene la costumbre de retornar al hogar después del trabajo. Verificar las balanzas del mercado de frutas de San Luis no es un trabajo fácil. Todos los días su rutina se lleva a cabo de manera ágil y honesta. F es un hombre sin mayores complicaciones, su anterior vida militar lo había parametrado.
S, su mujer, lo había convencido de abandonar la vida militar y dedicarse a ser un respetable ciudadano. Una tarde F demoró en llegar a casa, S lo esperaba impaciente, daba vueltas de un lugar a otro, de pronto unos golpes en la puerta la exaltaron.
– Soy yo mi amor, por favor ábreme- S abrió la puerta dejando que la luz amarillenta de la tarde pintara la oscuridad de su casa.
– ¡Dios mío! ¿Por qué has demorado tanto!?- pensó un poco más y dijo- ¿Por qué no tienes tus llaves?
– El bus en el que venía se malogró y quedamos varados frente al cuartel de la avenida ejército, un policía nos detuvo y pidió papeles a todos y cuando saqué mi billetera me percaté que las llaves no estaban- dijo mientras colocaba sus lustrosos zapatos en una gaveta de la habitación- entonces busqué por todos lados hasta que pensé que probablemente las había dejado en el bolsillo de mi mandil.
– ¿Pero para qué habrías de ponerlas ahí si tu siempre te pones el mandil sobre la chaqueta y las llaves siempre las llevas en el bolsillo de tu chaqueta?
– Hoy hubo bastante movimiento en el mercado y me dio mucho calor, así que me saqué la chaqueta y para que no se pierdan las llaves las guardé en el bolsillo del mandil.- F hurgaba entre las ollas, cosa que nunca antes había hecho.
– ¡¿Qué haces?!- gritó S, como si hurgar las ollas fuese un rebuscar en su interior mental.
– Este accidente del bus me ha puesto nervioso y me ha dado hambre- dejó las misérrimas ollas y se sirvió un vaso con agua.
– Aún no logro entender por qué cambiaste de sitio tus llaves- insistió.
– Ya te dije amor, fue el calor, tal vez la costumbre de llevarlas siempre en el bolsillo.
– Me parece raro todo esto…
– Bueno, no todos los días son iguales…hoy es diferente… – F se mostró esquivo y como nunca se tumbó en la comodoy de plaza y media que compartían desde hacía diez años.
– ¿Diferente? ¿A qué te refieres con diferente?- F no la miraba a los ojos, pensaba en las noches que se quedaba despierto, contemplándola a la luz del lamparín de kerosén, se preguntaba el por qué no habían tenido hijos y si hizo bien al abandonar el servicio militar por complacerla. Finalmente, se encontraba frente a una mujer que día a día le era cada vez más indiferente.
– ¡No todos los días se puede comer lo mismo!- gritó F apagando sus pensamientos de un tirón seco, S estaba atónita, lo miraba como si fuese un extraño, como si la persona que tenía al frente fuese un impostor, un mal actor.
– ¿Qué quieres decir con eso…?- murmuró S
– ¡Por favor, estoy muy cansado, guarda esto y déjame descansar!- le extendió su maleta. Por primera vez en diez años F le daba una orden.
– ¿No que tenías hambre? ¿No revisabas las ollas hace un momento?
– ¡Ya cené!- el pequeño mundo de S se venía abajo- Hoy no se malogró el bus donde venía, hoy tampoco fui a trabajar, ¿quieres saber dónde están mis llaves? ¡Pues están en un hotel! En un hermoso y clandestino hotel-
Lágrimas gruesas se escurrían por el rostro grasoso de S y sus manos malolientes trataban de secarlas
– Desde hace un año hago el amor en ese hotel, desde hace un año que salgo una hora antes del trabajo, desde hace un año que al dormir recuerdo el olor salvaje de frutas desprendiéndose de mi cuerpo con el de ella, sí, desde hace un año tengo una amante y tú ni siquiera lo notas.-
S se había sentado en la comodoy, miraba los papeles que estaban sobre el televisor y su mente trataba de imaginar espacios a los que nunca llegaría. F cogió su chaqueta y salió tirando de un golpe la puerta, el ambiente se llenó de polvo, S observaba entre sollozos las diminutas partículas de polvo que F había levantado. Se levantó, cogió un vaso lo llenó con emoliente y mezcló veneno para ratas que solían pulular en las noches, lo tomó y se echó en el catre. A la mañana siguiente cuando F derribó la puerta para poder entrar, encontró sobre el catre a S dormida y sobre el televisor unos papeles con imágenes de ecografías.
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S/T por Alfonso Álvarez

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-Toca algo-dijo la niña.
-¿Qué clase de música quieres?-preguntó el charanguero.
-No lo sé, tan solo toca algo, esta espera me está aburriendo- respondió la niña y mientras arreglaba una de sus trenzas.
-¿Qué te parece una melodía festiva? Tal vez podrías empezar a bailar-propuso el músico mientras rozaba las cuerdas de su charango con los dedos.
-Sí, sería muy divertido, pero no hay espacio, te estorbaría, no podrías tocar- y le dio un vistazo al cuartucho de metro cuadrado.
-Entonces mueve la cabeza aunque sea, y las manos también- dijo esperanzado el músico.
-No, ya no quiero; además, creo que se acerca mi turno, escucho pasos, ya vienen- se asustó.
-No importa, no creo que quisieras pasar tus últimos minutos bajo la tristeza del tedio.
-Pero, no puedo, tengo miedo, estoy casi paralizada, no podría dar un solo paso. No sé como llegaré hasta la pared, creo que me tendrán que arrastrar.
-No digas eso; vamos niña, sonríe; no te vayas triste de este cuarto, es lo único que te pido por todo este tiempo que hemos disfrutado- le tomo de las manos.
-Está bien- dijo la niña un poco calmada- bailaré, pero toca la canción de la mariposa que vuela sobre los Andes, la que tocaste el segundo día, era muy hermosa.
-Tocaré entonces esa canción, pero quiero que me prometas algo.
-¿Qué?
-Cuando este allá, por favor, no piensas en ella.
-¿Por qué?
-No quiero que las balas interrumpan el vuelo mágico de la mariposa, quiero que sea libre dentro de este cuarto y no que esté muerta fuera de él.
-Te entiendo- sonrió.
-Empezaré a tocar para ti por última vez.
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“Un buen día para el pez plátano” por J.D. Salinger

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jds

[…]
Mientras sonaba el teléfono, con el pincelito del esmalte se repasó una uña del dedo meñique, acentuando el borde de la lúnula. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del alféizar un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de noche, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya hecha y-ya era la cuarta o quinta llamada-levantó el auricular del teléfono.
-Diga-dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que llevaba puesto, junto con las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño.
-Su llamada a Nueva York, señora Glass-dijo la operadora.
-Gracias-contestó la chica, e hizo sitio en la mesita de noche para el cenicero.
A través del auricular llegó una voz de mujer:
-¿Muriel? ¿Eres tú?
La chica alejó un poco el auricular del oído.
-Sí, mamá. ¿Cómo estás?-dijo.
-He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no has llamado? ¿Estás bien?
-Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos aquí han…
-¿Estás bien, Muriel?
La chica separó un poco más el auricular de su oreja.
-Estoy perfectamente. Hace mucho calor. Este es el día más caluroso que ha habido en Florida desde…
-¿Por qué no has llamado antes? He estado tan preocupada…
-Mamá, querida, no me grites. Te oigo perfectamente -dijo la chica-. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después…
-Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que… ¿estás bien, Muriel? Dime la verdad.
-Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo.
-¿Cuándo llegasteis?
-No sé… el miércoles, de madrugada.
-¿Quién condujo?
-Él-dijo la chica-. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada.
-¿Condujo él? Muriel, me diste tu palabra de que…
[…]

En “Un día perfecto para el pez plátano”, J.D. Salinger (Nueva York, 1919) compone sobre la base de diálogos, en dos escenas contrapuestas, una aproximación proteica a su universo de seres sensibles condenados a la vulgaridad del mundo. Teniendo a vista la fuerza expresiva que adquiere una escena en este relato, los talleristas se sometieron a la prueba de delinear un cuento breve en el mero intercambio de palabras entre personajes que se construyen en su propio lenguaje. En esta ocasión, para dar oportunidad al comentario general, se publicarán todos los textos recibidos. Sigue leyendo

“8 y 46 de la mañana, 11 de setiembre del 2001” por Mario Fiorentino

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El ruido ensordecedor causó que Federico corra a esconderse bajo la cama por unos instantes, esperando a que su madre apareciera. Todavía ensordecido por la gran explosión que acababa de escuchar, logró calmarse, y, tras algunos minutos de silencio, se dirigió al balcón, con ese andar felino de los de su especie cauto, cuidadoso y sin hacer ruido, para ver lo que estaba ocurriendo, ruido y por qué se estaba generando tremendo bullicio. El transcurso de la habitación a su destino fue lento, iluminado con una combinación de escala de grises y colores fríos, fríos como la muerte. Cuando llegó ahí, un penetrante olor a humo pobló sus narices y se escondió tras las plantas que decoraban el palco, sigiloso, cauto, sin hacer ruido, pues su instinto así se lo indicó. Una bulla estrepitosa empezaba a alzarse de los edificios y de la calle, que se encontraban a 500 metros de donde el se encontraba. Esperó silencioso, casi al asecho, mientras su procesaba la información que recibía apareció un ave a lo lejos, al parecer una paloma, de esas gordas que parecen embutidos y que solo hay en Nueva York. La presa se encontraba fuera del edificio, avanzando a través del cielo Este suceso lo distrajo de lo ocurrido momentos antes y lo dispuso instintivamente a comenzar con el ritual de cacería. Federico evaluó la situación, pues sabía que un paso en falso podría significar la muerte, se puso en posición de ataque y esperó el momento preciso para atacar. El juego de luces, frías como la muerte, le daba un toque premonitorio a la escena. Cuando el gato se disponía a lanzarse para atrapar a su presa, esta se abalanzó contra un edificio, cercano al que se encontraba en llamas, desapareciendo así y generando un fuertísimo haz de luz que encegueció al animal por unos instantes e irritó sus ojos. En un primer momento, el desconcierto del animal lo puso nervioso, pero luego el terrible miedo que sufría se apoderó de el, paralizándolo. Durante este tiempo, los dos edificios más altos comenzaron a desaparecer de la vista de Fede (como le decía su madre ). Un dolor desgarrador apareció en su pecho, lo que causó que el gato perdiera el control sobre su cuerpo, sobre su vida. Lo ancló al piso para siempre.. Muerto, sigiloso, cauto, sin hacer ruido.

Nota:Etológicamente, los gatos ven a los humanos cercanos a ellos como sustitos a la figura materna. Sigue leyendo

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Abre lo ojos. Se estira con facilidad, pese a los residuos que abundan el tacho de basura en el que duerme. Salta. Se balancea en el borde del tacho. Mira al cielo, celeste, límpido. Maúlla como agradeciéndole a la torre por protegerlo con su sombra del sol infernal. Al piso. Recorre su callejón con pasos pausados. Guardián. Percibe un ligero aroma a… ¿sí?, ¿será? Escucha unos chirridos, sí, efectivamente, un ratón. Lo acecha, con delicadeza. El desayuno no puede escaparse. Antes, los ratones eran mera diversión, pero hoy son, posiblemente, el único alimento al alcance de la garra. Salta, no puede escaparse, lo coge. Se lo come. Satisfecho por ahora. Vuelve a mirar al cielo. Esos grandes edificios, cuando vivía con George, los miraba desde la ventana, lejanos y displicentes. Hoy, los mira desde otra perspectiva, cálidos, protectores. Desconoce el motivo por el cual ya nadie lo mima. Otra vez, irrumpe su tranquilidad ese estrepitoso ruido del pájaro que nunca podrá alcanzar. Su vuelo, tan rígido, firme. Lo mira surcar los aires. El pájaro se estrella contra la torre. George debe estar fumando en la torre, ese humo, con el que el gato jugaba, abunda. Salta, no puede alcanzarlo. Una lluvia de piedritas aparece. El gato huye. La lluvia es ahora un raudal. Corre al tacho, se esconde. Mira al cielo. Ya no está claro. Algo golpea al tacho. Cae y rueda, el gato se golpea. Un gran pedazo de concreto cae sobre el tacho de basura. Se escucha un chillido que cesa inmediatamente.

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