-Voltea a la derecha- dijo Franco.
-¿Estás seguro que es por acá?- preguntó Luisa.
– ¡Sí carajo!, no seas terca que yo conozco el camino mejor que tu, en que andarás pensando- respondió el.
-Que buena idea la tuya, venir al acantilado de noche-dijo ella en tono sarcástico. ¿Ese no fue el primer lugar donde nos besamos?- preguntó el joven, quien ya conocía la respuesta, mientras seguían avanzando por la carretera y con las pobres luces del auto.
-Bueno, creo que sí, ¿pero eso que tiene que ver?- replicó Luisa, tratando de hacerse la interesante. Tratando de no reparar en la actitud de su pareja. El chico dijo:
– Se me ocurrió que ése seria el mejor lugar para darte la sorpresa por nuestro aniversario.
-Ay, qué lindo eres gordo- dijo Luisa en el momento que él pensaba “Sí, claro”. Los dos permanecieron callados durante un rato, mientras ella seguía conduciendo el volkswagen escarabajo del ’68, regalo de su padre al cumplir la mayoría de edad. Mientras tanto, Franco dejaba consumirse un cigarrillo colgado de su boca, dándole esporádicas pitadas
– No creas que no me he dado cuenta-dijo.
-¿Darte cuenta de qué?- preguntó Luisa.
-Pues de cómo miras, como hablas y te ríes con ese amiguito tuyo de la universidad- contestó él.
-¿Estás celoso de Ramiro?, pero si sólo es un compañero de la universidad, además es un pavazo- contestó ella riéndose, como tratando de hacer divertida la situación.
“Un pavazo que te lleva a su casa después de clases” pensaba Franco y decía:
-La verdad es que a mi no me causa mucha gracia, ¿Qué me asegura que no me vas a cambiar por él?, ¿Podría yo vivir sin ti?, creo que me mataría, o tal vez…
Y ella lo interrumpió para decirle:
– ¡Ay! No seas tonto, amor ¿Por qué no dejas de hacer esas preguntas estúpidas y disfrutamos nuestro aniversario?
En aquel momento subían una empinada cuesta hacia la cúspide del acantilado, en la noche llena de nubes difusas.
– Me parece una genial idea- dijo él mientras pensaba que todo esto era una invención de su cerebro, que todo estaba bien y observaba un lapicero de metal de esos finos sobre su palma izquierda. No se acordaba como había ido a parar ahí (tal vez cayó de la guantera) y probablemente era Cross o Mont Blanc, pero es no era relevante, lo que importaba es que era de metal.
-¿A qué hora me darás mi sorpresa amor? Ya llegamos a nuestro nidito- dijo Luisa, tratando de romper el hielo.
Él la miró y le dijo:
– Éste es tu regalo “amor”, feliz aniversario “amor”-
A la vez, Franco le clavó el lapicero en la yugular, mientras canturreaba el estribillo de una balada de Ricardo Montaner.
-“Y llevarte a la cima del cielo”- seguía cantando él, mientras tiraba el cadáver por el empinado desfiladero.