[Visto: 1023 veces]

Abre lo ojos. Se estira con facilidad, pese a los residuos que abundan el tacho de basura en el que duerme. Salta. Se balancea en el borde del tacho. Mira al cielo, celeste, límpido. Maúlla como agradeciéndole a la torre por protegerlo con su sombra del sol infernal. Al piso. Recorre su callejón con pasos pausados. Guardián. Percibe un ligero aroma a… ¿sí?, ¿será? Escucha unos chirridos, sí, efectivamente, un ratón. Lo acecha, con delicadeza. El desayuno no puede escaparse. Antes, los ratones eran mera diversión, pero hoy son, posiblemente, el único alimento al alcance de la garra. Salta, no puede escaparse, lo coge. Se lo come. Satisfecho por ahora. Vuelve a mirar al cielo. Esos grandes edificios, cuando vivía con George, los miraba desde la ventana, lejanos y displicentes. Hoy, los mira desde otra perspectiva, cálidos, protectores. Desconoce el motivo por el cual ya nadie lo mima. Otra vez, irrumpe su tranquilidad ese estrepitoso ruido del pájaro que nunca podrá alcanzar. Su vuelo, tan rígido, firme. Lo mira surcar los aires. El pájaro se estrella contra la torre. George debe estar fumando en la torre, ese humo, con el que el gato jugaba, abunda. Salta, no puede alcanzarlo. Una lluvia de piedritas aparece. El gato huye. La lluvia es ahora un raudal. Corre al tacho, se esconde. Mira al cielo. Ya no está claro. Algo golpea al tacho. Cae y rueda, el gato se golpea. Un gran pedazo de concreto cae sobre el tacho de basura. Se escucha un chillido que cesa inmediatamente.

Puntuación: 0 / Votos: 0

Un pensamiento en “

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *