“Sobre cómo el fin del mundo nos agarró durmiendo, al menos a la mayoría, y nadie se enteró de eso” por Mario Fiorentino

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Algo andaba mal y el hecho de que todos los relojes del instituto estuvieran así no lograba calmar su ansiedad. Loinnir era una científica nacida en Irlanda que había trabajado en el proyecto del Colisionador de Hadrones II desde sus inicios. Los indicadores de los resultados del experimento botaban datos ciertamente inquietantes, la energía desprendida en dicho experimento había sido espeluznante, algo muy malo había ocurrido puesto que si esos datos fuesen correctos, la tierra no seguiría de pie. Por suerte nadie más sabía de esto, debido a que ella era la única que contaba con el permiso de acceder a los datos del experimento- ella y el director del inmenso artefacto, el cual daba la vuelta a toda la circunferencia del planeta y se encontraba enterrado bajo la tierra. Mientras iba camino a la oficina de su jefe, frenó en seco para respirar un poco y poner en orden sus ideas, ya que su cerebro estaba yendo a mil y no podía quitar la atención de un pensamiento en especial, uno muy oscuro: ¿qué tal si, por alguna extraña razón desconocida para la ciencia, se había generado un Big Bang y el comportamiento del tiempo se había alterado debido a esto, normalizándose justo en el momento en el cual, en el universo anterior, se llevó a cabo la colisión de los partículas? Esto ciertamente respondería a la anomalía en los relojes, digitales en este caso, los cuales habían retrocedido 14 millones aproximadamente de años pero la hora seguía igual, es decir, no había variado en comparación con los relojes analógicos.

El director de la institución, un japonés llamado Katsuhiro Otomo, era considerado el científico más importante de la historia por haber logrado que dos partículas alcanzaran la velocidad de la luz sin desmaterializarse, desmintiendo así la teoría de Albert Einstein, quien sostenía que dicho suceso no podía ocurrir. Minutos antes de llegar a la oficina de la cabeza de esa institución se sentía descompuesta y el tiempo necesario para caminar esos escasos 300 metros le pareció eterno, puesto que su cabeza no paró de darle vueltas a la aterradora idea de ser tan solo una copia, de que todo lo pasado solo fuese una simple acumulación de conocimientos gracias a la organización magnética producida por esta nueva gran explosión. Cuando por fin llegó a la oficina, tocó a la puerta lentamente, como si tuviera la esperanza de que estuviera vacía, de que todo fuera un sueño. Lentamente esta se abrió, como si un demonio, o tal vez un ángel, lo hubiera hecho y cual manojo de nervios se adentró con pasos cortos y saludó lacónicamente al japonés, el cual la esperaba con una cajetilla de cigarrillos nueva, una merienda compuesta por frutas y unos cuantos biscochos y una infaltable botella de güisqui. Esta le trajo recuerdos, o tal vez solo activo ese nuevo orden cerebral producido ese mismo día por el experimento.

-Tome asiento, se ve usted muy mal, pareciera como si hubiera visto el fin del mundo- dijo lúcidamente pero con un inglés machacado el científico oriental
-Gracias, muchas gracias señor, si no es mucha molestia, creo que voy a saltearme la comida. Necesito un trago y la presencia de ese güisqui me está dando una sed tremenda-comentó ya un poco recompuesta la doctora en física nuclear, Loinnir Mc Hallaghan
-Sírvase y no tenga ningún reparo en beber, uno nunca sabe que pueda salir mal –dijo irónicamente- pero beba rápido, ya que existen temas más importantes de los cuales tenemos que hablar-sentenció rápidamente el vivaz científico

Mientras bebía, logró recuperar un poco más la compostura y consiguió poner, parcialmente, sus ideas en orden. Cuando terminó su trago, se sirvió otro vaso, el cual tomó sin hielos y en seco, para luego continuar con esta tarea hasta haber ingerido la suficiente cantidad de alcohol para recuperar las fuerzas y de paso, anular esos pensamientos pesimistas que tenía en la cabeza.

-Bueno, doctor –dijo esta nerviosa- creo que los dos sabemos más o menos bien lo que está ocurriendo, o al menos tenemos una idea acerca de lo que pudo haber ocurrido hace unas horas en el acelerador, ¿o me equivoco?
-Creo que es cierto doctora, no por nada, nosotros, un par de cincuentones, tenemos 14 millones de años menos, y francamente, no creo que eso sea un simple fallo en los relojes, ni una mera coincidencia- dijo irónicamente ese japonesito, devolviéndole así la palabra a la doctora, quitándose así la responsabilidad de dar inicio a la angustiante conversación.
-Bueno, seré sincera, puesto que no me gusta andar con rodeos y el güisqui tampoco me lo permitiría, así lo quisiera: –dicho esto, esperó impávida unos segundos para armarse de valor y prosiguió – creo que todo esto no es real, o al menos si lo es, creo que no somos quién creemos ser.
-A ver, explíquese mejor doctora, creo que algo se me está escapando- murmuró inquieto el científico, esperando ansioso la respuesta de la irlandesa, ya que estaba sintiendo un ligero horror ante la posibilidad de que sus más profundos temores pudieran confirmarse, y que fueran en verdad, seres sin identidad, que simplemente estuvieran programados por una razón aleatoria para pensar así y que las cosas no tuvieran sentido. O que, tal vez, sus memorias fueran simplemente una obra del azar y que anterior a ellos ni siquiera hubiera existido un pasado similar y que esto comprobara la posibilidad de que la vida humana, y con ella el sentido de esta, fuesen anomalías en el comportamiento normal de la materia y nada más.
-Sí que es usted cobarde ¿no? No es difícil de explicarlo, al menos desde un punto de vista teórico. Asumo que al llevar las partículas a la velocidad de la luz y hacer que choquen, generó tanta energía que, se manifestó un Big Bang y que por alguna extraña razón, posiblemente influenciada por lo artificial de dicha explosión, comenzó y recreó el estado anterior a la explosión, creando así copias de todos los seres anteriormente existentes en la realidad, al menos como la conocieron las personas responsables, es decir, el anterior doctor Katsuhiro Otomo y la antigua doctora , Loinnir Mc Hallaghan. Esto lo prueba el hecho de que esas dos partículas que colisionaron dejaron de existir y que todos los calendarios digitales del mundo regresaron en aproximadamente catorce millones de años, la supuesta edad del universo. No hay lugar a dudas director, eso fue lo que ocurrió hace unas horas en el Gran Colisionador de Hadrones II -concluyó la científica.

En ese momento, la expresión en la cara del doctor cambió drásticamente, sus rasgos pasaron de ser parsimoniosos a ser los de un hombre al borde del delirio, a un paso de la locura, de la desesperación.-¡Mierda! Doctora… –exclamó enardecido, golpeando la mesa con todas sus fuerzas- ¿Sabe lo que está diciendo? ¿Qué va a pasar con la civilización? ¿Qué va a pasar con las religiones, maldita sea?- farfulló alterado a más no poder, presa de sus más profundos temores, aquel científico que minutos antes parecía mostrarse tan irónico- No debe decirle esto a nadie, nadie debe saberlo o por lo contrario la civilización como la conocemos va a colapsar, bueno, al menos como pensamos conocerla porque no la conocemos, creemos hacerla puesto que eso ha sido implantado; ¿maldita sea que mierda somos doctora? ¿Podría explicarme usted eso?
-Doctor, le sugiero que se calme, tome un poco de güisqui y luego se dirija a mi con el respeto que me merezco- gritó llorando la doctora- mierda, creo que los dos deberíamos hacerlo, ya que si seguimos en este plan no vamos a llegar a nada

Luego de beber unas copas y casi emborracharse, los científicos llevaron la conversación a niveles inentendibles para el groso de los mortales y estuvieron en esa situación por unas horas, hasta que llegó el momento en el cual debían llegar a un desenlace.

-Doctor, si no es mucha molestia, ¿me podría decir que rayos está haciendo usted en la computadora, cuando en estos momentos lo único que importa es decidir el destino de la humanidad? – dijo ella, borrachísima.
-Por eso mismo doctora, estoy borrando todos los datos acerca del experimento, destruyendo todo vestigio que pudiera comprobar la existencia de dicha anomalía y terminando de redactar un informe que comencé antes que usted llegara en el cual doy a saber, mediante una serie de fórmulas absurdas inventadas por mi, que la anomalía en los relojes se debe al campo magnético producido por la explosión – dijo el pequeño japonés- creo que nadie debe enterarse nunca de que no somos quienes creemos serlo, creo que nadie debe enterarse jamás que esto ocurrió- sentenció ávidamente el doctor Otomo.
-¡Pero, la humanidad tiene derecho a conocer lo ocurrido!-gritó borracha como colegiala la científica- ¿es acaso usted Dios para decidir el futuro de la humanidad?- Preguntó esta
-No lo soy señorita, y le digo señorita por su reciente corta edad- expresó el doctor, recuperando su antigua actitud jocosa- por eso mismo, ya decidí el destino de la humanidad una vez al destruirla, no puedo cometer otro error y permitir que personas tan estúpidas y soñadores como usted lo hagan. Aparte, creo que los dos hemos comprobado que la existencia de Dios es tan solo un mito, ¿o acaso no hemos tenido su mismísimo poder al crear un universo nuevo?- dictaminó el japonés, lacónico ahora mientras sacaba un revolver calibre 22’ de un gabinete, dentro de esa oficina que estaba comenzando a apestar a licor.
-¿Qué piensa hacer con esa arma?- balbuceó muerta de miedo la doctora
-Cumplir con mi responsabilidad- señaló en el mismo momento en el cual realizó 5 tiros a la cara de la doctora, para luego pegarse un tiro en la cien en el momento en el cual la seguridad de la institución tocaba a su puerta desesperadamente, no sin antes ponerse a llorar desconsoladamente, sabiendo que había destruido a la humanidad, a Dios, a todo lo que esto significa y la había construido, pensó que somos tan insignificantes y absurdos que con solo apretar un botón todo esto puede volver a ocurrir.

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