“Ezequiel, George Harrison y Penélope Cruz” por Jorge Luis Morelli

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Ezequiel el gato mira por la ventana del avión al despegar. No sabe por qué hubo tanto problema para que lo dejen ir en la sección comercial del vuelo y no encerrado en una jaula en el segundo sótano. Pero francamente a él le da lo mismo. Y es porque Ezequiel el gato posee algo que los seres humanos a veces no encontramos. Un roquero británico dijo una vez que “todas las cosas deben pasar” y Ezequiel se declara gran fan del disco. Nunca se aferró a las cosas porque, desde temprana edad, se dio cuenta que su estado natural es el cambio y la redefinición. Sus amigos –los pocos que tuvo- se referían a él como “Ezequiel el hegeliano” pero nunca entendió muy bien por qué. Algo tiene que ver con naranjas, piensa, mientras le hace cosquillas en la barbilla a su pequeña dueña sentada en el sillón al lado de la ventana.
Tal personalidad, pensamos nosotros, es un éxito ya que encontró un orden y un sentido en esta locura que llamamos mundo. Pero por el mismo hecho de que no se aferraba nunca a nadie ni a nada, pocas veces sintió satisfacción con las cosas mismas-salvo cuando las rechazaba y pasaba a otra cosa. Pobre Ezequiel el gato, tan sensato y maduro ante unos, tan sospechoso y nostálgico ante otros.
El vuelo le ha cansado más de lo que pensó. Todavía no están ni a mitad de camino y ya siente cómo las uñas escondidas de los pies le arden, los pelos los tiene desordenados y los ojos pesados y somnolientos. Ve al costado de su pequeña dueña una diminuta abuelita arreconchumada a su nieto mayor, viendo una película. Tal imagen lo devuelve a su primera dueña, una señora mayor- no tan anciana como la señora de al lado- muy amable y generosa. El problema surgió debido a la cantidad de canarios que coleccionaba. Ezequiel-en ese entonces llamado Eusebio- le arrancó la cabeza a siete de ellos una tarde de verano. Piensa que valió la pena y se ríe de sí mismo.
La señora mayor lo echó de la casa, muy apenada. Su colección de canarios llegaría algún día a valer mucho dinero y no podía ponerlo en riesgo por un simple gato con nombre de albañil. El destino lo llevó a la casa de un señor con bigote- podría haber sido, por la edad, el hijo de la señora mayor- que tenía siete gatos más. Allí hizo algunos amigos, recordó la tarde en la que le pusieron el apodo antes mencionado, pero nunca fue muy bienvenido. Piensa, mientras se lame la patita izquierda, que lo envidiaban. La indiferencia con la que trataba los temas y a las personas– a la vez su máximo don y su peor defecto- no logró hacerse sitio con el resto de gatos.
La gente alrededor suyo en el vuelo empieza a sentirse nerviosa, cosa que Ezequiel el gato nota rápidamente. Aparentemente hay unos hombres con caras oscuras que caminan rápidamente por el pasillo, gritando y haciendo señas con sus brazos de metal. No quiere saber nada del tema. Su pequeña dueña- la que lo recogió un día en la calle después de haberse escapado de esos gatos envidiosos- lloraba y se sentía sola. Ezequiel pensó que era su responsabilidad ya que era el único acompañante de su pequeña dueña pero recordó que la niña era muy engreída. Dedujo que le habían negado un chocolate ya que estábamos a punto de llegar. Al acercarse a la ventana notó que volaban muy cerca al suelo. Pudo identificar- y le gustó mucho- la casa de la señora mayor y luego la del señor con bigote y sus siete gatos. Sintió un poco de miedo, ya que era la primera vez que viajaba por aire. Contó la cantidad de vidas que le sobraban – ya que los gatos, sabios como ellos solos, cuentan con un total de siete- y creyó que todavía le faltaban una o dos para disfrutar. Tampoco le hizo mucho caso a la cuenta. Recordó una mañana en la casa de la señora mayor, viendo una película. Había una bella escena en una azotea. El piso, desde la ventana, se veía muy parecido. Penélope Cruz dice dulcemente “I will see you in another life when we are both cats” y el protagonista se libera, finalmente, de su indiferencia. Ojalá esta vez le toque ser otra cosa. La imagen de Penélope cantando “All Things Must Pass” en la azotea acompañó a Ezequiel el gato hasta su último aliento de vida.

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