Me lo comunicaron muy temprano. El padre de mi mejor amigo había fallecido. En el camino hacia el hospital recordé que Manuel no se llevo muy bien con su padre. Me contó que era una persona muy conflictiva, colérico, siempre le gustaba tener la razón, no se le podía contra decir, que era muy prepotente y con un ego, de esos tan machistas y tan pasados de moda. Me decía que su padre pensaba solamente en él, su familia poco figuraba. Yo supuse que exageraba un poco puesto que Manuel pudo estudiar conmigo en uno de los mejores colegios y luego asistió a una universidad de alto rango, es decir no le falto educación, casa, comida, nada. Yo soy hija única y pese a que mi padre tiene sus defectos, como todos, me dio todo lo que le pedí. Eso se lo reconozco, aunque me hizo pasar algunos enojos, eso es normal. Supuse que Manuel en estos momentos debería haber reflexionado sobre la relación con su padre. La muerte cierra los ojos de uno, pero les abre a los otros. Cuando llegue al hospital lo busque, me dijeron que en estos casos los familiares deben estar en el sótano. Es ahí donde embalsan los cuerpos. Al bajar lo encontré sentado en las bancas de un pasadillo muy largo que terminaba en una puerta que se veía muy pesada. El pasadillo estaba mal iluminado, pero eso lo note cuando me fui. Lo primero que hice fue abrazarlo y decirle que lo sentía mucho .Manuel se contento de verme y me dijo gracias. Me senté a su lado. Estuvimos callados, la muerte de alguien siempre me entristece y es el momento en que todos deben estar unidos. Dios ama a cada persona por igual y al final todos vamos hacer juzgados. Manuel, le dije, debes perdonar a tu padre por todo lo malo que pudo hacerte, él siempre velo por ti, no te falto nada. Trabajo para que puedas estudiar y poder llegar a donde estás ahora. En ese momento me miro. Me di cuenta que no estaba triste y no tenia los ojos de congoja, que es normal en estas situaciones. Parecía como un lunes en la mañana entes de ir a trabajar. Mi padre, me dijo, fue una de las personas del cual aprendí lo que la soberbia y petulancia puede hacer con uno. Toda su vida se la daba de ser el mejor, se vanagloriaba de ser ágil y astuto. Nadie podía contre él, creía no tener defecto alguno, eso fue lo que deteste de él, porque todo era una pantalla, un disfraz. Él era alcohólico y cada vez que bebía su egocentrismo se disparaba. Pero eso era una apariencia. Cuando llegaba a casa ebrio pretendía que nosotros lo atendiéramos. Eso jamás. Más bien le reprochábamos por lo tarde que llegaba, por cómo llegaba. El respondía con frases trilladas: ¡esta era su casa!, ¡que merecía respeto!, y todo esas cosas. Yo le respondía que no tenía derecho, y empezábamos a discutir. Siempre fue así. En las mañanas, yo le volvía a increpar, pero él se quedaba callado, no me respondía. El valiente y corajudo “señor” se había esfumado. Ni siquiera me miraba a los ojos. Esa noche regresaba ebrio y recién me contestaba. Yo sentía mucha cólera al saber que mí padre aparentaba frente a sus amigos y los demás ser muy respetado. Lo veía siempre en el centro del círculo de amigotes. Me preguntaba qué pensarían sus amigos si supiesen que ese sujeto es pura boca y si tenía el respeto de todos sus allegados, nunca tuvo el de su familia. El se lo ganó por meritos propios. Manuel, le dije, sé que tuvo defectos, pero nunca los dejó sin comer. El me dijo que desde pequeño aprendió o desligar el sentimentalismo padre-hijo de su persona y solo se había quedado con el materialismo. Ese que por obligación esta presente en las relaciones de padres e hijos, pero que se encubre bajo el amor que todos sentimos hacia ellos. Manuel veía a su padre como un proveedor que solo debía aportar dinero y punto. Yo le dije que eso era injusto, pero el me respondió que no. Que todas las relaciones entre personas por un pequeño lado se basan en una reciprocidad de beneficios y en mi caso, esa característica fue preponderante. Mi padre pagaba mis estudios, las cuentas, todo. Era su obligación, era lo mínimo que tenía que hacer por todo lo malo que nos causo y, talvez, para que guardáramos su secreto; que el no era como decía ser. Fue entonces cuando apareció por esa pesada puerta la camilla con el cuerpo de su padre. Estaba cubierta con una sabana blanca y olía bien. El separó y me dijo: este hombre fue mi padre, solamente eso. A veces uno olvida quienes están a su alrededor y eso me paso a mi. Olvide que Manuel ya me había contado esto antes y que este funeral no sería como yo quisiera que fuera.
“Su padre” por Mijaíl Castillo
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