Los llaman Barry, son negros y corpulentos, tienen las patas cortas pero se mueven como una tanguera. Sus ojos marrones brillan como si endemoniados estuvieran al ver el “escenario”, que no es más que una roca en medio de los bosques andinos. Posee una cola, especie de moño rojizo encima de su voluptuoso poto, que mueve al compás de sus graves, estruendosos pero melodiosos gritos que dejan vislumbrar una centellante sonrisa, tan blanca como la inocencia de un infante. Son gritos que no espantan, enamoran. En época de apareamiento la hembra se le acerca meneando las caderas y con cara de indiferencia; al principio guarda distancia, mientras él espera cantando y moviéndose al compás de sus gemidos hasta tenerla a una distancia adecuada. Al verla a sus pies grita con demencia y se abalanza contra ella, dejándola inconsciente mientras él perpetua la especie.
“El oso trovador” por Diego Macassi
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