Archivo por meses: septiembre 2007

“Juan Mariano Punto” por Ana Lucía Pinillos

[Visto: 1855 veces]

Nació en la comodidad monótona de la hacienda de su abuela, convirtiéndose así en uno de los últimos de su generación en obviar los invasivos hospitales. Era el único hijo de la última de ocho hermanos, todos mayores de cuarenta y tres años, cinco casados y dos que disfrutaban todavía sin escrúpulos su soltería. Compartía hogar con todos ellos, esto es: los tíos; sus esposas; sus hijos, quienes, dicho sea de paso, eran décadas mayores que Juan Mariano; y la abuela, inmutable figura de autoridad amada y respetada por todos. La sobrepoblación familiar, sumado a la vasta diferencia de edades, lo obligó a existir en un mundo en la frontera entre ficciones y realidades, rasgo que lo caracterizaría el resto de su vida. Pues mientras todos estaban infectados con una severa incontinencia verbal, gritando nimiedades superfluas solo para tener el chance de ser escuchados, él podía ser encontrado con la mirada fija en algún bichito que de cualquier otra forma hubiera pasado desapercibido. Y así creció refinando con cada segundo su aguda perspicacia e imaginación, creando universos maravillosos y ajenos, siempre acompañado únicamente de si mismo. Escribió algunos cuentos que nunca publicaría, no por temor o vergüenza, sino porque no sentía que existiera alguien que podría entenderlos. No tuvo nunca que preocuparse por ganar dinero para subsistir: sus tíos, prósperos con la continua cosecha, proveían para toda la familia. Qué alivio, pues con su carácter meditabundo algún trabajo estable hubiera sido difícil de conservar…o conseguir. De esta manera, su vida no fue presa de la necesidad moderna de convencionalismos y utilidades; y justamente en eso pensaba cuando, a los ochenta y cuatro años, un silencioso paro cardiaco lo tomó desprevenido sentado en un sillón que acababa de pedir que colocasen bajo un roble. Y así murió, jactándose de haber tenido su vida sólo para él.
Sigue leyendo

“Martincito” por Juan Cárdenas

[Visto: 1822 veces]

Martincito nació una madrugada lluviosa, pero conoció a su madre con los primeros rayos de sol que alumbraron la hacienda aquel día. Su padre, donde quiera que se encuentre, seguramente habría estado orgulloso. Juana lo quiso siempre, aunque nunca lo trató con mayor o menor cariño que al resto de sus hermanos. Martincito creció en la hacienda, entre naranjas y guavas, paseando y jugando por donde podía. La tarde en que conoció a Donna, se encontraba ensimismado sobre la verdura del pasto, cuando se percató de una sombra que terminó por oscurecerlo todo; Martincito levantó la mirada pero no pudo ver más que una silueta a contraluz que le extendía su brazo: ¿Me acompañas a recoger naranjas?; aquella dulce voz lo cautivó y en medio de la sombra pudo distinguir su rostro, tomó su mano y le sonrió sólo como un niño maravillado sabe hacerlo. Desde ese día, Martincito paseaba todas las tardes junto a Donna, siguiéndola por donde sea: “te ayuyo, madina; ¿madina me das pátano?; gacias madina”; siempre fue así, hasta la despedida. El día que se marchaban a Lima, mientras el bus esperaba por el último pasajero, Juana y sus cuatro hijos se pararon en la puerta de la estación y, con gritos y quejumbros, reclamaron al sexto miembro de su familia. Entre lágrimas, sin despedirse, Martincito bajó lentamente del bus para encallar en los brazos de su madre, quien lo abrazó fuertemente, casi sollozando. Siete años después, mientras Juana peleaba con la esposa de su amante, Martincito moría de un fuerte golpe en la nuca, justo en el momento que intentaba defender a su madre. Sigue leyendo

“Flavio Marcio” por Esteban Poole

[Visto: 2151 veces]

Del personaje histórico Flavio Marcio (Flavius Marcius) no quedan muchas referencias. Las más importantes son fragmentos de una obra del obispo de Aquilea Marco Antonio Galio, quien llegó a conocerle de joven. Nació en los inicios de la decadencia romana, a mediados del siglo III y procedía de una rica familia de origen sirio romanizada. A pesar de su nombre, asociado con Marte, dios de la guerra, las armas no eran lo suyo. Senador desde los 18 años, pasó la mayor parte del tiempo en sus propiedades, dedicado más a asuntos intelectuales que a dignidades de Estado. Escribió poesía, tratados de oratoria, filosofía y estética e incluso algunas tragicomedias pero nada de su obra se conserva. Poco se sabe de su vida familiar y descendencia aparte de que su esposa se llamaba Licinia. Era pagano, defensor de la tradición y recelaba del cristianismo en ascenso.

De hecho, nada emocionante pasó en su vida hasta que, un día, dio en liderar una gran sublevación contra el despotismo imperial. Al parecer lo empujó a este súbito vuelco vital un grupo de conspiradores, entre los que destacaban el noble Petronio, el general bárbaro Arnulfo y el romano Claudio. En un inicio fueron victoriosos y se hicieron del poder en Roma. Flavio rechazó el título de emperador y sólo aceptó el de tribuno. No obstante, no estuvo exento de nepotismo: nombró a su amigo Bruto prefecto de Roma. Tampoco le faltó ingenio: abolió espectáculos como las peleas de gladiadores y los reemplazó por confrontaciones oratorias y certámenes líricos; hizo representar sus dramas en los circos en vez de las pantomimas usuales… al parecer los eventos tuvieron escasa concurrencia. Dictó decretos en verso; leía floridos discursos en el foro y ordenó a sus tropas recitar poesía durante sus formaciones. Sin embargo, el triunfo de los conjurados no fue duradero y fueron vencidos a las puertas de Milán. Petronio y Claudio fueron apresados y ejecutados; Bruto se suicidó; de Arnulfo no se supo nada; y, en cuanto a Mártico, éste fue muerto por sus propios soldados. Su biógrafo Galio, quien, a pesar de ser cristiano, también participó de la conjura, logró escapar pero ya viejo, cayó en desgracia, fue acusado de ser enemigo del Estado y ultimado por soldados imperiales.
Sigue leyendo

“Richard White, creador de la bomba atómica” por Luis Muroya

[Visto: 5108 veces]

Sir Richard White, que vivió en el anonimato durante muchos años, pasó a ser famoso de un modo poco común. Flemático como cualquier joven londinense en los tiempos de Churchill, estuvo muy interesado en la defensa de su país, la cual veía como inadecuada para detener el avance alemán en caso de una guerra. Obligado por su padre, tuvo que olvidarse de sus intereses en la milicia y estudiar física en la universidad de Oxford. Cuando Chamberlain dimitió, se encontraba en Estados Unidos trabajando en un proyecto financiado por el gobierno norteamericano para el desarrollo de un arma que utilizaría la enorme energía liberada durante un proceso de fisión nuclear para obtener un gran poder destructivo. A pesar de ello, grande fue su sorpresa cuando se utilizó el arma que había desarrollado para el exterminio de ciudades habitadas en Japón. En aquel día de rojo ocaso, su mundo se sacudió por completo y nunca volvió a ser el mismo: se dio cuenta que sería recordado por haber fabricado el arma del juicio final, lo que lo hacía responsable de la muerte de millones de personas en una guerra sin sentido alguno. Días después, atormentado por las almas de personas que nunca conoció, se suicidó en una noche lluviosa de verano. Al día siguiente, la guerra terminó. Sigue leyendo

“John Deacon” por José Carlos Fernández

[Visto: 1618 veces]

Su quietud al nacer parecía expresar que no le importaba continuar cómodo en el vientre de su madre. John Deacon nunca disfrutó demasiado de los juguetes como sus primos, pues aunque no le faltaban los mejores, prefería siempre sentarse al televisor indiferente a los demás. Si bien acusaba siempre pereza para jugar al fútbol con sus compañeros, acababa celebrando muchos goles para su equipo. No esperaba enamorarse alguna vez, sin embargo, finalmente temió incluso escuchar un no al comprometerse. Nunca fue un fanático de Hendrix como sus amigos, pero finalmente rió en todas las colas y gritó en las noches de todos los conciertos del guitarrista en su ciudad. Comenzó con la guitarra en la pequeña banda de su hermano, sin embargo, su monótono estilo lo llevó a limitarse a las cuatro cuerdas del bajo que aunque menos deslumbrante, se le daba naturalmente. Su ambición musical se reducía a cubrir bien las desentonadas notas de su hermano y continuar en su aficionada banda, hasta que una casualidad le permitió conocer ese aún novato pero talentoso grupo de rockeros, que apreció su habilidad con el bajo por encima de su reservado carácter. Se hubiera conformado con trabajar en alguna oficina estatal y tomar el café con un periódico los domingos, pero Queen lo inmortalizó. Aunque no se molestaba en componer, cada canción que aporto a petición del grupo fue un éxito rotundo, mas su fundamental participación en el grupo era el equilibrio que significaba para el desenfreno de las baquetas de Roger, los chillidos de la guitarra de Brian y las interminables notas de la voz de Freddie. Su silencio lo resalto, su sobriedad lo hizo indispensable y cuando en ese penoso accidente falleció muy joven, su no pretendida fama se catapultó; una vez más sin haberlo deseado de antemano. Sigue leyendo

“Siglieri, el pionero” por Luis García

[Visto: 1477 veces]

El 12 de enero de 1908, Lorenzo Siglieri descubrió, para sí, el otro lado de la cordillera; infames murmullos de la época aseguran que no abrió los ojos hasta el día siguiente, inconsciente, por el soroche. Sea como fuere, la mina que explotaría estaba arruinada; tres años después la producción se quintuplicó. Sus proyectos, abstractos, eran ajenos al tecnicismo (rudimentario) del trabajo minero. Fue el hombre más rico de la región; con la humildad de los grandes mortales, siempre decía que la abundancia de la mina era la voluntad de los demás. Nadie lo veía por el pueblo en tiempos de fiestas; varón que aprecia las grandes obras y desdeña las trivialidades, tampoco había mujer en su vida. Y a pesar de todo (y en un gesto de nobleza) ¡lo sentía todo tan inmerecido! Siguieron tiempos en el que el pueblo se llenó de rumores malignos; al fin y al cabo, era un profeta en su tierra. Un día, encontró, sobre su escritorio, el plano (modesto y tosco) de un carril aéreo para el mineral. De mente innovadora, quiso realizarlo. Increíblemente, el capataz y sus hombres se mostraron dóciles al apoyarlo. En agosto, con los días de la Virgen, llegó el momento esperado; toda la provincia acudió. Aún así, dudaba del entusiasmo de los demás; el desprendimiento de un cubo determinó su certeza. Estaba, como nuestro Salvador, dispuesto al sacrificio; en un gesto homérico, subió al segundo balde, tratando de reparar el posible daño. La perplejidad dominó a los espectadores: Siglieri cayó al vacío con un grito espantoso. La provincia y los mineros lo lloraron sin dolor, como se llora a los hombres fuertes. La herencia fue repartida e inexplicablemente, la provincia jamás llevó su nombre. Sigue leyendo

“Vallejos” por Daniel Sánchez

[Visto: 1753 veces]

Vicente Vallejos nació un nublado día de agosto en la ciudad de Montevideo. A los catorce años empezó a trabajar en el expendio de cigarrillos (del cual sería dueño al cumplir los treinta) y los sábados por la tarde ideaba planos para la construcción de ruidosos autos futuristas que navegarían gustosos las aguas del Río de La Plata. Todos los domingo estos iban al banco, donde los guardaba en una caja fuerte para que terminaran pudriéndose con el tiempo. A los cuarenta años, conoció a la que después sería su esposa, mientras alimentaba palomas frente a una estatua de José Gervasio Artigas. Al verla pasar con su radiante vestido violeta, Vallejos pegó un alarido que sirvió para espantar a la sorprendida María Isabel y a las veintiocho palomas que deambulaban por el lugar.
Nunca tuvo hijos, tampoco paciencia. Criaba gatos y visitaba enfermos mentales en el Hospital Psiquiátrico Vilardebó, más por aburrimiento que por ayudar en lo que fuera. Nunca entendió la poesía y detestaba los guantes de los policías. Al cumplir setenta y cinco años, entró a un asilo por decisión propia. Pasó sus últimos años jugando al solitario y llamando al perro del lugar por un nombre que no era el suyo. Un día, justo antes de morir, en medio de una fuerte tonada de Carlos Gardel, apago un último cigarrillo y susurrando se le oyó decir: El mundo fue y será una porquería.
Sigue leyendo

“M.M. Burke & Hare, asesinos” por Marcel Schwob

[Visto: 7395 veces]

burke and hare

El señor William Burke ascendió desde la más baja condición hasta una eterna celebridad. Nació en Irlanda y empezó como zapatero. Durante varios años ejerció este oficio en Edimburgo, donde trabó amistad con el señor Hare, sobre quien ejerció gran influencia. Dentro de la colaboración de los señores Burke y Hare, no hay duda alguna de que el poder de invención y simplificación perteneció al señor Burke. Sin embargo, sus nombres han permanecido inseparables en el arte, como los de Beaumont y Fletcher: juntos vivieron, juntos trabajaron y juntos fueron presos. El señor Hare nunca protestó contra la popularidad con que particularmente se distinguió a la persona del señor Burke: desinterés tan cabal no tuvo su recompensa. Fue el señor Burke quien legó su nombre al procedimiento especial que honró a ambos colaboradores. El monosílabo Burke ha de vivir aún mucho tiempo en boca de los hombres, cuando ya la persona de Hare haya desaparecido en el olvido que injustamente se abate sobre los oscuros trabajadores. […]

Marcel Schwob (1867-1905), escritor francés a quien se deben libros tan imaginativos y singulares como Doble corazón, Mimos y sus memorables Vidas imaginarias, incitó en el joven Jorge Luis Borges el gusto por la escritura, según lo declaró alguna vez el viejo maestro. La biografía imaginaria de “MM Burke & Hare. Asesinos” incita ahora a los talleristas a construir vidas ficticias que revelen la mirada propia de cada cual. Como sucedió en el ejercicio anterior, selecciono seis trabajos que me han parecido peculiarmente signficativos. Sigue leyendo

“La jirafa” por Ana Lucía Pinillos

[Visto: 76731 veces]

Se la señala con índices prejuiciosos y sonrisas burlonas, se la acusa de desproporción, de torpeza. Un delicioso error de la naturaleza. Si ella escuchara tales descripciones se avergonzaría. Tan sensible su ánima de cristal quisiera convertirse en avestruz y enterrar la cabeza. Pero felizmente este no es el caso, ella no lo escucha: su amorfidad, como la llaman los más crueles, la protege de tales mofas refugiándola entre las nubes. Que cosmovisión tan amplia posee esta pequeña gigante; que envidia. Y ella, ilusa, se dedica a servir a los hipócritas, sin esperar nada a cambio. ¿Cómo lo hace? Su alargada anatomía le permite observar a lo lejos a los ansiosos cazadores y su tranquilo corazón se acelera. Logra finalmente, con terrible impaciencia, la ardua labor de doblar el cuello hasta el suelo y sacar voz de líder para guiar la huida y salvación de las victimas encadenadas a la tierra.
Sigue leyendo

“El oso trovador” por Diego Macassi

[Visto: 3335 veces]

Los llaman Barry, son negros y corpulentos, tienen las patas cortas pero se mueven como una tanguera. Sus ojos marrones brillan como si endemoniados estuvieran al ver el “escenario”, que no es más que una roca en medio de los bosques andinos. Posee una cola, especie de moño rojizo encima de su voluptuoso poto, que mueve al compás de sus graves, estruendosos pero melodiosos gritos que dejan vislumbrar una centellante sonrisa, tan blanca como la inocencia de un infante. Son gritos que no espantan, enamoran. En época de apareamiento la hembra se le acerca meneando las caderas y con cara de indiferencia; al principio guarda distancia, mientras él espera cantando y moviéndose al compás de sus gemidos hasta tenerla a una distancia adecuada. Al verla a sus pies grita con demencia y se abalanza contra ella, dejándola inconsciente mientras él perpetua la especie.
Sigue leyendo