“Un delincuente que conduce por las calles” por Ronald Cotaquispe

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El crepúsculo anunciaba el arribo de un nuevo día en la ciudad. Los primeros síntomas del trajín citadino se vislumbraban. Las almas y los vehículos aparecieron por decenas, invadiendo cada calle, avenida, paradero, todo. Entre estos se encontraba Sócrates, un chofer de combi que empezaba su ruta, quien además estaba acompañado por Platón, el cobrador de la combi. Estos venían con el vehículo desde las afueras de la ciudad. Ellos, pues, no residían en ella.
−Está seguro de querer ir−preguntó Platón a Sócrates.
−¡Tenemos que!−respondió Sócrates.
−Pero, no somos bienvenidos−argulló Platón.
−Es nuestro trabajo−dijo Sócrates.
La combi fue adentrándose cada vez más a la ciudad. Cuando esta llegó a la primera calle, aparecieron personas alzando la mano, pretendiendo subirse a la combi. Estos se encontraban en un cruce donde no había paradero. Sócrates no los vio ni pretendió hacerlo. Solo siguió con su ruta, concentrado en su fin. Más adelante, llegó al primer paradero. Se detuvo en él. Aguardó unos segundos. Platón abre la puerta de la combi. Unas cuantas almas se suben. Lo hacen entre griteríos y golpeteos que prorrumpían entre ellos. Entonces, la combi volvió a emprender su marcha por la ciudad. Sócrates conducía despreocupadamente. Solo se avocaba a hacer su oficio, a hacerlo bien. Ese era su fin.
El día avanzaba. Los pasajeros se impacientaban por no hallarse aún en su destino. En eso, la combi llega a la carretera.
−Ya pues, maestro, pise a fondo−le dice uno de los pasajeros a Sócrates.
−No puedo, caballero− responde.
−¡Qué fue!
−Ya estoy bordeando el límite de velocidad.
−Si no hay tombo−dice el pasajero.
−Eso no me hace señor de la carretera.
El pasajero no dice nada más; al menos no a Sócrates. Hay murmullos que empiezan a escucharse dentro de la combi. Eran los pasajeros que entre ellos hablaban. Platón se da cuenta de ello. “¿Sobre qué hablarían?”, se cuestionaba sí mismo. Aprovecha el momento para cobrar los pasajes y, de paso, averiguarlo. “Pasaje. Pasaje. Pasaje, caballero”, va diciendo Platón mientras pasa entre los asientos de los pasajeros. Mientras tanto, discretamente pega el oído a cuanta conversación oye. Pudo escuchar las cosas que se decían en la combi sobre Sócrates:
−Ese qué tiene. Está loco−dijo un pasajero.
−No sabe conducir. Debe ser un huevón−responde otro.
Platón se guarda los pasajes y va solapadamente donde Sócrates a contarle las cosas que ha escuchado.
−Perdón, señor−dice Platón a Sócrates−La gente está soltando injurias en contra de su persona.
−¿Eso es novedad?−dice Sócrates.
−No, pero…
−¿Entonces?−dice Sócrates, recriminando a Platón−. No seas testarudo y sigue trabajando.−Y continuó manejando.
La combi continúo su ruta. Sócrates siguió manejando dedicado a su fin. Otros vehículos también iban por el lugar. Todos estos pasaban, dejando a tras a Sócrates. Todos y por, sobre todo, las combis con la misma ruta que la de Sócrates, quines le robaban pasajeros. Entonces, las habladurías en la combi prosiguieron:
−Este es un huevón−dijo un pasajero a su par del costado.
−Sí, oye. Fácil está “crazy”−respondió el otro.
Platón seguía oyendo esto y cosas parecidas. Le empezaban a perturbar esas palabras. Fue, por tanto, nuevamente donde Sócrates.
−Señor, siguen−dice Platón.
−¿Qué cosa sigue?−pregunta Sócrates.
−Usted ya sabe de qué hablo−dice Platón en un tono recriminador.
−Y cuál es el problema.
−Voy y les hago el pare, señor−dice Platón cerrando los puños, mostrándose un tanto agresivo.
−¿Es ese tu fin?−pregunta Sócrates.
Platón no dijo nada.
−Entonces, sigue trabajando−termina por decir Sócrates para que Platón se retirara a su puesto.
Sócrates continuó manejando la combi. De repente, uno de los pasajeros advierte que está pronto a llegar a su destino. Este se levanta de su asiento y camina hasta la puerta.
−“Cruzando, baja”−dijo el pasajero.
No hubo respuesta alguna por parte de Sócrates ni Platón. Aquel siguió manejando y la combi se pasó de largo la esquina donde quería bajar el pasajero.
−Oiga, le dije que bajaba en el cruce−vociferó el pasajero.
−Ese no es paradero−argullo Sócrates.
−Pero, dejeme bajar.
−Aurita llegamos a un paradero.
−Oiga, loco de mierda, dejeme bajar.
−Platón, no abras la puerta−dice Sócrates.
Platón obedece y se planta firmemente frente a la puerta de la combi. El pasajero empieza a agraviar verbalmente tanto al chofer como al cobrador. “¡Hijos de puta, Locos, locos de mierda, Cojudos, delincuentes! Déjenme bajar”, decía.
Pronto, la combi llega a un paradero y se detiene. Al pasajero, por fin, se le permite bajar. Este sale de la combi, soltando los mismos insultos que antes. Siguió con ello incluso después de bajarse.
Lo acontecido hizo que los demás pasajeros que aún se encontraba en sus asientos blasfemaran aún más y peor contra Sócrates. “¡Cojudos de mierda, huevones, locos, delincuentes, delincuentes! Eso es lo que son. Son unos malditos delincuentes”, decían los pasajeros casi como si de una sola voz se tratara.
Sócrates no se mostró afectado por ello. Continuó manejando abocado a su fin. El griterío de los pasajeros en la combi provocó un gran tumulto en las calles. La combi se había convertido en una suerte de escándalo ambulante. En eso, una sirena de moto policíaca resuena por detrás de la combi, ordenando que esta se detenga. Sócrates acató. Cuadró la combi en una esquina donde estaba permitido. El tombo de la moto se cuadra al costado de la combi, esperando a que Sócrates, el chofer, saliera a rendir cuentas. Sócrates se levantó del asiento y se dirigió a la puerta de la combi.
−¿Está seguro de salir?−preguntó Platón.
−Tengo que hacerlo −respondió Sócrates.
−¿Qué hará estando afuera?
−Lo que debo, mi fin.
−¿Y después?
−Tú solo mírame−termina por decir Sócrates.
Platón abre la puerta de la combi para que Sócrates pudiese salir. Una vez afuera, se dirigió donde el tombo.
−Buenas, oficial−dice Sócrates al tombo.
−Nada de buenas, huevón. ¿Qué era todo ese alboroto de ahí adentro?−dice el tombo.
−Gritos de los pasajeros−responde Sócrates.
−Baboso, eso lo sé. Pero, ¿por qué gritaban?
En eso, los pasajeros que se encontraban aún en la combi vuelven a injuriar a Sócrates desde las ventanas. “¡Huevonaso de mierda, maldito delincuente!”, le gritaban.
−¡O sea que eres un maldito delincuente!−dice el tombo.
−¿Y cuál sería mi delito?−dice Sócrates.
−¡Está bien, está bién! Acá lo arreglamos.
−¿A qué se refiere?
−Ya sabes. Una guita para estar contentos los dos.
−No−dice Sócrates.
−¿Qué? Oye, ya pues, entre tú y yo nomás. No hay nadie−dice el tombo.
−¿Nadie? Estamos tú y yo.
−Oye, huevonaso, acaso quieres estar en cana−dice el tombo.
Sócrates no responde. Entonces, el tombo llama a sus pares que se encontraban en los alrededores y pide una unidad policíaca que se haga presente. Estos llegan y aprenden a Sócrates. Este lo único que hizo fue someterse al arresto. Platón solo se quedó mirando. Miró cómo Sócrates era apresado por los tombos, cómo era introducido a la unidad policíaca, cómo aún le gritaban los pasajeros mientras se lo llevaban, miró cómo era tratado: como a un delincuente.

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