“Tónico contra la rabia” por Ethel Barja

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El día se había aclarado hasta donde habían dado las posibilidades de un cielo de invierno. No recuerda con exactitud desde cuando empezó, pero definitivamente ya no era el mismo; sus ojos negros se encendían cada vez con mayor vivacidad. La voz se le hacía más grave. Recordó a su padre. Con sus ojos llenos de ira deambulando por la casa en la madrugada. Se llenó de temor. Hace poco buscó a Ismael, un chamán piurano; él había tratado a su papá. Confió en encontrar ayuda. Ismael le dijo que era demasiado tarde; sólo podía venderle un tónico aromatizado para controlar sus crisis. La extrañeza de la enfermedad o del hechizo no admitía cura alguna.
“Fue eso, no encontré el tónico de mierda”. Frena bruscamente. Un hombre con un gran costal negro en la espalda cruza la avenida repentinamente. “No debo pensar en eso”.

A las cinco de la mañana pasó Chicho, su cobrador, para que vayan a recoger el carro de la cochera. Escuchar los gritos de Chicho diciéndole que se apure lo trajeron de una especie de letargo. Claudia estaba a su lado. Él la tenía cogida de los cabellos. En la pared una mancha púrpura rompía la armonía de la pintura blanca. Sentía que la piel aún le quemaba y la violencia se iba comprimiendo en su pecho. No pudo responder al llamado de Chicho al instante. Cogió a Claudia por los hombros y la sacudió fuertemente. Sus lágrimas brotaban en abundancia. La voz de Chicho insistió nuevamente: ¿padrino, estás bien? Apenas y atinó: Ve sacando el carro, ya te alcanzo; cogió a Claudia entre sus brazos. La metió a su habitación. La colocó sobre la cama. Su chompa gris había quedado manchada. Se puso otra inmediatamente. Cerró la habitación y salió en busca de Chicho. Decidió seguir con su rutina para no levantar sospecha.

La neblina aún era espesa. No podía evitar pensar en los ojos negros suspendidos de Claudia. Pasó por su mente la imagen de su madre. Sentada en la vieja mecedora, con los ojos extraviados. Ella tenía la mano contra la nariz empapada de sangre.
– Padrino ¿vamos a tomar desayuno en la China? Nos hemos pasado un poco de la hora, pero podemos aprovechar de que no hay pasajeros.
– Sí, Chicho.
– ¿Está bien? Está un poco raro.
– Estoy bien. ¿Cómo quieres que esté?
– Yo decía no más.
Internaba la cucharita en su taza de café. Alberto recordó los cabellos negros de Claudia; arremolinados e impregnados de la humedad de su propia sangre. Apenas y tomó un sorbo. Él y Chicho tenían que comenzar su día de trabajo.
No había tráfico. Un hombre alto y moreno fue el primer pasajero del día. Quizás fueron las circunstancias pero no pudo evitar hallarle cierto parecido con su padre. Recordó que cuando se acercó a su madre, que estaba en la mecedora, quiso tocarla y su padre le tapó la boca y lo encerró. Su madre gritó durante unos minutos, después dejó de hacerlo; desde aquella vez no supo nada de su padre.

Las manos extendidas a un lado de la carretera se van incrementando. Se va llenando la combi. Lo único que está en su mente es llegar al final del día. Desea deshacerse del cuerpo de Claudia. Limpiar la sala; debe hacerlo antes que cualquiera lo descubra.

Mira el retrovisor. Una patrulla se encuentra cerca. Siente una presión en el pecho. La luz cambia. Escucha las bocinas protestando estrepitosamente. Una gota de sudor se desliza por su sien. Arranca. “¿Y si alguien sabe lo que ha pasado? ¿Y si ya encontraron a Claudia?”
-Esquina baja…Bajan tres
-¡No escucha que vamos a bajar!
Incrementa la velocidad. “Tan sólo me habían contado que Claudia estuvo bailando en la pollada con Lucho. Estaba bien pintadita, me dijeron. ¿Pintada?” Vuelve los ojos al retrovisor. La patrulla va muy cerca de la combi. Se coloca a su lado. Uno de los que va dentro baja la luna y grita:
-¡Deténgase!
Dentro de la combi las voces se confunden. Él no alcanza a prestar atención a ninguna; debe huir. “No permitiré que me encarcelen. No quise hacerlo. Estoy enfermo; no encontré el tónico. Claudia se ha estado viendo con ese idiota. Le gustaba seguro, así no más no se pintaba. Estoy enfermo, contaminado por la rabia. Ismael dijo que ya no podía sanarme; es tarde para arrepentirse de la sangre derramada.”
Se pasa tres de semáforos en rojo. Sabe que es la lucha por la supervivencia. Siente que las calles son una suma de bocas abiertas que lo tragan.
-¿Está loco? ¡Pare! – Muchas voces lo repiten. Algunos niños lloran. Chicho trata de persuadirlo
– Créanme, no lo quise hacer. No encontré el tónico
La sirena de la patrulla se escucha cerca. Debe detenerse. Hay unos cuantos transeúntes cruzando la avenida Venezuela. No puede esquivarlos y pasarse esa luz roja. Frena rudamente. La patrulla logra alcanzarlo. Los pasajeros bajan presurosamente.

Recuerda haber escuchado a Claudia llegar. Abrió la puerta con cuidado, seguramente pensaba que como siempre llegaría a la una y media y no a las doce. Al entrar a la habitación Claudia tropezó con los zapatos de Alberto. Sus labios estaban coloreados; alzó la mirada. Él estaba sentado al borde de la cama. Las miradas se cruzaron. Alberto no vió en sus ojos ni un ápice de temor o de sorpresa. Tuvo la urgencia de verla atemorizarse. Su sangre iba incrementando su temperatura. Ella debía pedir perdón; Claudia volvió hacia los zapatos marrones. Los arrimó. Me hice tarde, oye. Hemos estado conversando con la Rosa, dijo finalmente. Alberto sabía que estaba mintiendo; en ese momento sintió que la veía por primera vez, tan indiferente y tan ajena que sintió rencor de verla allí.

-¿Crees que estas en una carrera? Te has pasado tres rojas- Alberto mira al policía como si no lo mirara. Parece que sus palabras no tienen ningún efecto en él.
-Tú dirás- dice el policía un poco impaciente.
– Yo la maté. Yo lo hice.
– Viste mal compadrito, no mataste a nadie pasándote la luz. Son sesenta y yo no te he visto.
La violencia viajaba en su sangre. Se acunaba dentro de él desde que su padre la sembró; la sangre derramada ha clamado venganza y ha maldecido. De ahí que nadie pueda escapar de tanto rencor. “No maldecirá a quienes vengan después de mi”

– No te voy a dar nada ni mierda. Te digo que la maté.

Se baja otro policía de la patrulla.
-Salazar, a ese lo están buscando. Dicen que ha matado a su mujer.

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