S/T por Felipe Mera

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-¡Me quiero morir!

-¿Qué ha pasado Claudia?

-No encuentro mi rimel, el que compré en París.

-¡Dios! Ese rimel es carísimo.

-Ni me lo digas, tendré que cambiarme de vestido ahora.

Ambas están tardísimo. El almuerzo de Rafaelito de la Jara empieza a las tres sin falta. Qué horror llegar tarde y sentarse solas. Ni hablar. Aparte, habían quedado con Nico y con Julián para llegar emparejados. Son las dos y falta peinarse.
Claudia se puso un vestido lila que compró en Madrid en una de sus giras. Tuvo que quitarse el lápiz labial y ponerse uno que combinara con el vestido y los zapatos.

-Ya está, estamos regias-dice Mónica.

-No, aún no-se acomoda Claudia el sostén para que se le note un poco los pezones-. Ahora sí, regias cien por ciento.

Al llegar al almuerzo la música recién empezaba. Los cuatro caminan con un aire de distinción, de belleza griega: cuerpos esculturales y manos dóciles. El almuerzo es para unas cien personas. Hay mesas distribuidas de manera que el centro quede libre para bailar. Cada mesa tiene una botella de whisky y una botella de vino. El olor a tabaco cubano empieza a imperar. Los cuatro son conducidos por un mozo a una mesa cercana a Javier Klug. Claudia se vuelve loca, no sabe cómo disimular su gozo de tenerlo tan cerca. Es que Javier Klug es divino.
Nico empieza a servir el whisky mientras Claudia intenta hacer un contacto visual con Javier. No lo consigue.

-¿Vieron la “Somos” de ayer?-pregunta Julián-. Salió Pepe Nuria con su ex.

-Ese perro-responde Mónica-. No le bastó con humillar a Paolita, sino que tuvo que tomarse fotos con ella para que todos viéramos que tan bacán es.

-No seas exagerada- refuta Claudia como volviendo en sí-. Pepe es un amor de gente, lo malo es que tiene tanto dinero que no sabe con quién gastarlo.

-Me sorprende que no haya venido al almuerzo-agrega Nico-.

-Es que hoy viajaba a Punta Cana, es el cumpleaños de su hermano y toda la familia va-dice Mónica.

Lo más selecto de Lima está en el almuerzo. Todos sonrientes. Todos enterándose de los últimos chismes, de los divorcios y cuánto le tocaba a cada esposa, de cómo iban a repartirse los carros y quién iba a usar la casa de playa el verano que viene.
La comida empieza a servirse. Las mujeres mesuradas para no despintarse los labios comen en intervalos de minuto a minuto y medio mientras sus orejas se estiran en un perímetro de cuatro mesas (si es que no eres mayor de treinta y cinco, si no escuchas en un rango de siete mesas como máximo). Es que todos gritan y gritan fuerte. No hay intimidad que te salve.
Javier está inquieto, según Claudia. No para de mirar su reloj que hasta la mesa de ella brilla.
De pronto, Javier se levanta de la mesa y es tan perfecto, que Claudia no puede contenerse y separa las piernas bajo la mesa. Claro, con mesura, siempre. Javier atraviesa el universo monetario que domina cada planeta-persona. Lo ve alejarse hasta la entrada y su imaginación comienza a funcionar. ¿A quién habrá ido a recibir?-piensa mientras toma un vaso de whisky.
Los minutos pasan y Claudia no despega la mirada del frente. Mónica a cada rato le llama la atención para que participe del raje sobre Fidel y Helen. Claudia se mantiene en silencio.

-Puta de mierda- intenta gritar Claudia-. Ella sabía y fue tras él.

Mónica desvía la mirada y ha tenido que morderse la lengua para no gritar.
Ahí vienen Javier Klug con Vania.

-La muy zorra me lo quitó-le dice Claudia a Mónica. Esto no va a quedar así.

-No hagas ninguna estupidez-le aconseja Mónica como susurrándole-. Este puede ser el show de la década.

Claudia se levanta, con mesura, de la mesa y avanza con la excusa de hablar con Regina que estaba a unas mesas más allá.
Vania la ve acercándose y echa a reírse, agarra a Javier de la mano y le dice algo en el oído. Ambos sonríen.
Claudia trata de pasar inadvertida entre ellos pero Vania la ve a los ojos. Javier también la ve a los ojos y no puede alejarse, no es “polite”.

-Te ves fabulosa en tu vestido-le dice Vania-. Tan campestre.

-Tú también te ves muy bien-le responde Claudia-. Ese collar que tienes es divino

¿En serio?-pregunta Vania-. Me lo regaló Javi hace una semana por nuestro primer mes.

Claudia quiere explotar. El odio emana de su bello cuerpo. Vania no sólo es la persona que más detesta en este superficial planeta, es su mayor enemiga desde que ambas entraron a la escuela de modelos.

-Oí-dice Vania mientras Javier la mira- que no te han renovaron contrato con Revlon Perú.

-Sí…-vacila Claudia- es que hubo un problema…con la agencia.

-A mi me dijeron- y Vania empieza a reírse nuevamente- que contrataron a otra mucho menor que tú y con mejor rostro.

Ahora sí, te voy a matar puta de mierda, piensa Claudia. Esto sobrepasa todo lo anterior, cualquier golpe bajo es una nimiedad comparado con que te digan vieja. Jamás. Primero muerta.
Claudia mantiene silencio hasta que ambos comienzan a alejarse. Luego:

-Vania-grita Claudia- ¿llegó a enterarse la esposa de Manuel Villavicencio que ustedes pasaron un fin de semana de Barbados?

Silencio. Sangre. Los invitados piden sangre. Era un secreto a voces el affaire de Vania con Manuel Villavicencio.
Mónica se queda helada. Esto es guerra. Javier suelta a Vania y la mira con desprecio. La orquesta toca una canción más movida pero todos siguen pendientes de lo que van a decirse.

Javier, eso fue hace más de un año-le dice resignadamente Vania-. Y no hubo nada serio.
Pero Javier no puede escucharla, ya todos saben del affaire, “no way”, imposible verla a la cara o si quiera hablarle. ¡Qué asco!
Vania se siente una puta. Todos atinan a verla y murmuran. Hay unos que brindan por el destape.

-Al menos a mi me desean-responde Vania- A ti en unos meses se te descuelga el trasero inflado.

Todos están al borde del infarto. Demasiado. Ni Rafaelito de la Jara Miró Quesada en sus mejores voladas hubiera pensando que este almuerzo tendría semejante espectáculo. Manda a destapar más botellas de vino y que sirvan rápido, he dicho.

-Hazme el favor-dijo Claudia mirando alrededor-. La mitad de estos hombres alguna vez se han acostado contigo por seiscientos dólares.

Lo hombres se miran cínicamente. Esto ya escapa de lo real. Ambas están frente a frente, ambos cuerpos bellos, lisos y aún rosados, están a punto de aniquilarse. Las mujeres, todas con lentes negros, no pueden contener el morbo y alguna que otro ya tiene el celular en la oreja.
Mejor imposible, piensa Rafael de la Jara Miró Quesada. Las botellas de vinos ya están siendo distribuidas a cada mesa. Todos asientan con la copa en alto.
Vania ya no tiene donde esconder la cabeza. Claudia sabe que ha dado en la yaga.

-A mí no me dejaron por frígida- dice Vania-. Claudia empieza a convulsionar en su mente, Vania vuelve al ataque para darle la estocada final con el mejor insulto: ¡Solterona!

Damas y caballeros, en la esquina azul tenemos a Vania Mijares, de veintiséis años, un metro sesenta y cinco de altura y cincuenta y dos kilos. En la otra esquina, con vestido lila, con treinta años a cuestas, un metro setenta de altura y cincuenta y seis kilos, Claudia Hidalgo. La pelea está en marcha, ya saben, golpes del torso hacia arriba, evitando el rostro porque pierdes contratos publicitarios, nada de golpes en las canillas ni arañazos porque la “manicure” se estropea. Las reglas están puestas. Ahora, sáquense la mierda.

Claudia empieza a acercarse a Vania, la gente no puede contenerse, se escucha a lo lejos: pégale. Ya todos están esperando los golpes. Los músicos acompañan con un ritmo progresivo: cada latido es un rebote en la batería. Vania está estática, complacida por su último acierto. No hay nada peor que ser solterona en una sociedad superficial, y peor aún, frígida. Por favor, esto es digno de una nominación al Oscar como mejor actuación dramática.

-¡Roba maridos!-grita Claudia.

-¡Come vaselina!-responde Vania.

Mónica reza para que Claudia la mate rápido. Nico y Julián están electrocutándose de risa a la vez que sufren de una erección brutal (al igual que todos los hombres, incluyendo los mozos, que se han puesto las charolas a la altura de la pelvis para ocultar lo inocultable).
Un golpe seco, como hielo antártico sobre un cuerpo desnudo, así de caliente es ese puñetazo. Vania se sacude adolorida. Claudia propina otro golpe, esta vez al estómago. La gente llega al orgasmo de emoción. ¡Ahhhhh! Se escucha mesa por mesa. Un acto de “voyeurismo” con sadismo se está llevando a cabo en tan distinguida locación.
Vania contraataca y le patea el muslo. El taco se le hunde en la carne a Claudia y cae. Está llorando y sus ojos han cambiado de color. Son rojos. Como la sangre que le brota del muslo derecho. Vania se abalanza contra ella y ambas se revuelcan. Los dos vestidos son uno solo: uno de una colección inédita, que no tiene casa distribuidora.
La gente sigue expectante, acabando la segunda copa de vino. Claudia se aferra a una de las tiras del vestido de su contrincante y lo desune del resto del vestido. ¡Vaaaaamos!-grita un excitado Rafaelito de la Jara Miró Quesada. Hay gritos de lujuría, sólo falta el fango y esto es una verdadera lucha, como las que valen la pena presenciar.
Con un seno al aire Vania ya no es humana. Claudia se levanta y la ve llorando. No hay un cuerpo que pueda resistir semejante vergüenza. Los zapatos embarrados, los hilos dentales atascados entre el gozo y la libertad. Nada es nada. Ambas se miran. Ya no hay motivos para seguir golpeándose, han cumplido con su máxima aspiración: ser la envidia de la gente “in”.

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