“Norma, no regla” por María del Rosario Zúñiga

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– No, no. Así no cariño –

Norma siente el retumbar de esa voz ronca una y otra vez dentro de sus oídos como ecos interminables. Recordaba como David chascaba la goma de mascar grotescamente mientras retiraba el enfoque de la cámara fotográfica de su rostro. Ella, un tanto confundida, sentía la piel desnuda de su cuerpo erizarse repentinamente. 90, 60, revienta, pensaba. ¿Es que no soy suficiente?. La cooster 29 que acababa de cruzar Canevaro estaba repleta de gente. Un hombre de pie al lado del asiento de Norma se deleitaba mirando los bamboleantes senos de la ensimismada adolescente a medida que la cooster proseguía su camino por agrietada senda. Hacía calor. Mucho calor. Norma sentía sofocarse y aún así, se rehusaba a abrir la luna que estaba al lado. El fastidio le quemaba la faringe y le daba una tonalidad rojiza a su rostro. Ella quería quedarse así. Sumida en el fastidio, ella tenía cólera. Cólera, cólera, cólera.

Penélope Cruz sonreía encantadora desde un gigantesco afiche colocado sobre un poste de publicidad. A medida que la cooster avanzaba, Norma giraba el rostro para no dejarla de observar. El semáforo estaba en verde y el chofer no hacía uso de los frenos. La mirada de Penélope Cruz se hacía distante, su rostro cada vez más pequeño y su afiche cada vez más invisible entre la niebla limeña que luchaba por ocultarla. Norma volteó a mirar al frente con rostro deprimido. Nunca sería tan sensual como Penélope Cruz o cualquier otra.

– Te falta experiencia, cielo. Regresa cuando dejes de ser una nena –

Cuando Norma estuvo retirándose la lencería en el camerino y volviéndose a poner el calzón holgado que mamá hacía tiempo le había prometido cambiar, escuchó que David hablaba con el editor del catálogo que ella no servía. Es una niña, le dijo. De seguro que no le ha venido la regla. Risas, risas y más risas. Lástima, dijeron. Lástima que no sea perfecta.

Norma tenía 14 años y aún no lo había venido la regla. ¿Pero cómo sabían esos malditos si me había venido o no? Las manos de Norma se encerraron en dolorosos puños. ¡Ellos me dijeron que tenía todos los requisitos para ser modelo! ¿Qué falló entonces, qué falló?. El cobrador dejaba entrar a más pasajeros a pesar de que la cooster ya no tenía más espacio. El hombre al lado de Norma dejaba que su rodilla rozara con el brazo pecoso de ella a medida que la cooster daba saltos de un lado al otro. Norma no lo miraba. Sumida en sus pensamientos, recordaba la voz de David decirle que para modelar lencería hacía falta ser provocativa y natural. No seas rígida, abre más las piernas, muérdete los labios, sé esto, sé lo otro.

De pronto, la cooster dio una gran salto y Norma por fin sintió una rodilla extraña chocar suavemente cerca de sus senos. Dio un respingo y volteó a mirar de quien se trataba. Era un hombre de unos 24 años enternado, blancón y de pelo castaño. Norma lo miró unos segundos pero él sólo miraba los carros y las avenidas que la cooster cruzaba por la ventana. Norma supuso que se trataba de un accidente. Ella volteó el rostro a mirar las musarañas y él, sin que ella lo viera, volvió a mirarla.

Una señora de edad se abrió paso entre la multitud que yacía de pie a lo largo del pasadizo de la cooster. Al llegar al lado de Norma, Norma titubeó pero le cedió el asiento. Ahora de pie y sofocada por diversos cuerpos que chocaban indiferentemente con el de ella, pudo ver más de cerca el rostro de un hombre que no dejaba de mirarla. Ella le desvió la mirada pero por una extraña razón, volvía a mirarlo de rato en rato siempre notando que él no dejaba de mirarla. La mujer que se encontraba entre ellos se abrió paso hacia la puerta para bajar al paradero. Apretada con los otros cuerpos, el cuerpo de Norma ahora yacía apretado con el del hombre que no la dejaba de observar. Sin decir palabra, Norma dejó que el pecho de él se acercara más al pecho de ella. La cooster saltaba, Norma no se dejaba caer pero él cada vez más se acercaba y la rozaba. Norma recordaba como David chascaba grotescamente la goma de mascar y como la miraba sin excitación. Este hombre desconocido, viéndola navegar en pensamientos perdidos la cogió de la cintura y la juntó hacia él. Norma no hizo nada. Unos minutos después se dejó coger la mano y juntos, sin saber dónde, bajaron de la cooster a un callejón desolado.

Al día siguiente Norma regresó al estudio y con la lencería ya puesta sorprendió a David, diciéndole que le diera una oportunidad más. David dejó el periódico a un lado y se llevó la correa de la cámara fotográfica al cuello, resignado. Norma se dirigió a la cama y se arrodilló sobre ella con las piernas ligeramente abiertas y los brazos alzados por detrás del cuello. 1er flash. Revoloteaba su cabello lacio entre las yemas de sus dedos y llevaba las manos sobre su vientre y uno de sus senos. 2do, 3ero, 4to, 5to flash. Adentraba su rostro al cuello y miraba fijamente a la cámara, miraba de lado a lado, alzaba el mentón y abría los labios. David ya había cambiado de rollo y embelesado reía y le decía que no se moviera. Cada flash era para Norma una rápida escena del primer beso que tuvo ayer en la oscuridad. Cada flash, era un recuerdo de esas manos desconocidas explorar su piel bajo su jean y la chompa de lana. La corona de oro volvía a sentarse invisiblemente sobre su cabeza. Soy una modela profesional, se dijo. Soy y seré siempre una modelo profesional.

A la semana siguiente, Norma recogió del buzón de su casa un sobre con el catálogo de la marca de lencería para la que había estado modelando. Emocionada, abrió bruscamente la revista y pasó las páginas con mirada obsesiva. El mundo cobró para ella un color blanco y negro cuando página tras página no veía su rostro maquillado, sino las fotografías de un cuerpo semidesnudo que, experimentado o no experimentado, no llegaría nunca a ser un afiche tan grande, como aquel que había visto días antes, en un poste de estúpida publicidad.

Norma se siente sucia. Llevándose una mano hacia la boca, ella siente ganas de vomitar.

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