“Secretos al inodoro” (por Melissa Lazo)

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room

-Un momento- le dijo a su madre que la esperaba en el auto para llevarla a la escuela-. Olvidé mi cuaderno.
Abrió rápidamente la puerta de entrada, subió las escaleras y entró al cuarto de baño. Cerró la puerta con seguro, prendió la radio que había colocado en el tocador la tarde anterior, cerró los ojos y empezó a vomitar. Introdujo prácticamente toda su mano dentro de su boca. Podía sentir las heridas que se había provocado haciendo el mismo proceso la noche anterior. Sólo que esta vez fue diferente. Un chorro de sangre cayó en el inodoro. No le dio importancia. No podía dejar de pensar en lo que le había ocurrido el día anterior. Era imposible de creer. Sus manos temblaban y no podía dejar de pensar en aquel sobre que su amiga le entregaría esa misma tarde.

El sobre había llegado por la mañana y la mamá de Nadia lo había recibido. Un poco inquietada por el remitente, le preguntó a su hija de que se trataba, pero era casi obvio imaginar que ella nunca se lo diría.
– No es nada ma’. Sólo un encargo para una amiga.
– Y si es para tu amiga, ¿por qué ha llegado a nuestra casa?
– ¡Ay, mamá! ¡No seas chismosa! Le dije que podía dar nuestra dirección porque ella está de viaje y no lo iba a poder recibir.- dijo Nadia, con voz firme para no delatar la mentira que acababa de decir.
– ¡Entonces entrégaselo de una vez! No lo vayas a perder.- le respondió su madre, con un tono rudo y retirándose en dirección a la cocina.
Nadia tomó el sobre, corrió hasta su cuarto y se encerró con llave. Tomó el teléfono y marcó el número de su amiga.
-¿Aló?
– Buenas tardes, ¿se encuentra Vivian?- dijo Nadia un poco exaltada
– ¿Eres tu, Nadia? Vivian esta en su cuarto. Espérame un momento que la llamo.
– Gracias señora Suárez.
Mientras esperaba, Nadia empezó a imaginar si el contenido de la carta sería conveniente o no para los planes de su amiga. Dudó. Pensó que mejor seria olvidarse de todo y botar el sobre a la basura. Luego inventaría una excusa y se la diría a su amiga. El sobre nunca llegó o el perro se lo comió. Nada parecía coherente. De repente, una voz un tanto apagada interrumpió su pensamiento.
– ¿Nadia? ¿Qué sucede?
– Nada llamaba para ver cómo estabas, ayer te noté un poco deprimida.
– Estoy bien.
– ¿Todavía piensas seguir con el plan?
– ¿Por qué? ¿Sabes algo? ¿Te llegó algún recado?
– Sólo pregunto….
– No….no sé…creo que sí…sí estoy segura.
– Se nota.- dijo Nadia un tanto irónica.
– Qué graciosa. Es por mi madre. A veces me confunde. Un día todo es diferente, pero al día siguiente todo parece igual. Hay días que no la soporto o parece ignorarme y otros en los parecemos mejores amigas.
– Es la menopausia. Mi mamá esta igual. Siempre voluble. Pero yo sé que nunca va a cambiar.
– Sí debe ser eso. Bueno tengo que salir a hacer unas compras.
– Espera….-dijo Nadia –…tengo el sobre.

Un silencio largo ocupó al ambiente. Un silencio que a Nadia le pareció interminable.
– No hablemos ahora.- dijo Vivian, recordando la vez que vio a su madre escuchando las conversaciones de su padre por el teléfono de la cocina. Tal vez por ello, su padre, un día, optó por abandonar la casa dejando una nota sombría con las palabras, “Vivian, Perdóname” dirigida a ella en su mesita de noche. Eso fue lo único que ella nunca pudo hacer.- mañana hablamos y lleva el sobre contigo.

Esas fueron las últimas palabras que Vivian pronunció. Colgó el teléfono y del otro lado del auricular, Nadia no lograba entender la reacción de su amiga. Guardó el sobre en su mochila de escuela para no olvidárselo, y guardo la mochila bajo su cama. Luego, prendió el televisor y trató de olvidar lo ocurrido.

Vivian estaba confundida y exaltada a la vez. Había esperado una respuesta por más de tres semanas y finalmente la había obtenido. Tenia un millón de cosas en que pensar y salió a caminar cerca de su casa. Su madre le había encargado que compre un ambientador más grande porque los que había en casa parecían no durar mucho. Vivian caminó, caminó y caminó durante varias horas. Pensó en sus opciones. Pensó en su madre. Se sintió acorralada y no veía solución alguna para lo que sentía. Eran las tres de la tarde, y Vivian seguía pensando. Entró a una tienda, compró tres donas, dos alfajores, una barra de chocolate y una botella de agua. Se retiro y empezó a comer sin control. Primero las donas, luego los alfajores, la barra de chocolate y finalmente se hastió con el agua. Inmediatamente, una sensación de culpa la envolvió. ¿Como podía haberlo hecho? Se sentía despreciada, horrible, todos la miraban y era por su culpa. Lloró. Miles de imágenes de modelos de portada que invadían las calles en diversos anuncios, parecían señalarla. Tenía que hacerlo. Corrió hasta la tienda más cercana y pidió prestado uno de los baños. Introdujo su mano derecha dentro de su boca. Sus uñas estaban demasiado largas y sintió desgarrarse la garganta. Eso no impidió que lo hiciera. Continúo el “proceso”, como ella lo llamaba. El mismo “proceso” que venía repitiendo desde los trece años. Ahora con quince se había vuelto un hábito para ella.
Estuvo encerrada por más de 20 minutos. Nadie se percató de ello, sólo una señora que se encontraba fuera esperando su turno para hacer uso de los servicios higiénicos. Le preguntó si se sentía bien y ella le dijo que todo estaba bien, sólo que algo que comió le había caído mal. La señora sonrió y con un paso un tanto acelerado entró al baño. Vivian deseó haberle dicho la verdad y haberle contado todos sus problemas para desahogarse un poco. Pero calló al recordar las palabras de su madre: “Las niñas educadas callan y no andan por la calle hablando con extraños de asuntos familiares o privados”. Lloró en silencio.

Fue en ese momento, que decidió comprar una radio para disimular los sonidos que hacía durante su proceso de purgación. Lo había pensado desde hace varias semanas, ya que en una reunión familiar, ciertos sonidos extraños provenientes del baño de visita (el cual Vivian solía usar, ya que era el más alejado de la casa), alertaron a su abuela, la cual alertó a su madre. Contrariamente a la reacción que Vivian pensó que su madre podría tener, ésta le recomendó un laxante y la felicitó por usar el baño más alejado. “las niñas educadas no interrumpen las conversaciones de los adultos”, era lo que siempre decía.

Era una radio cómoda y pequeña. Al llegar a casa, Vivian la colocó en el tocador del baño y se fue a acostar. No podía dejar de pensar en la carta, pero se sentía cansada y el sueño le ganó. Durmió esperando el día siguiente.

Ahora ella se encontraba en el cuarto de baño y su madre la esperaba en el auto. Todas las imágenes que rondaban su cabeza desaparecieron con el sonido del claxon, que su mama no dejaba de tocar. Por un momento, su mente quedó en blanco. Luego, se apuró en dejar las cosas como estaban, se lavó las manos, activó el ambientador, se coloco algo de perfume en el cuello y rápidamente bajó las escaleras. Salió de la casa y subió al carro.
-¿Encontraste tu cuaderno?- le dijo su mamá.
-¿Qué cua….? ah! Sí lo puse en mi mochila- dijo Vivian, con una voz temblorosa tratando de no delatarse.
-¿Necesitas dinero?- dijo la señora Suárez tratando de cambiar la conversación que se había tornado un tanto incomoda.
– No, gracias. Tengo lo necesario.- respondió Vivian acostumbrada a la indiferencia de su madre. A veces deseaba gritarle, decirle lo que estaba pasando por su cabeza. Lo que planeaba hacer. Lo que había hecho. Quería hablarle de su “proceso”. Le resultaba extraño que su madre aún no se hubiese enterado. “Seguro es mejor así”, pensó

El camino a la escuela se hizo demasiado largo. Todos los semáforos por los que pasaban parecían darle la contra. Miró a su madre y pensó en contárselo todo. Pensó que su madre no le daría mucha importancia. Siempre había sido así. Desde que su padre se fue, su mamá lo había enfocado toda su vida en ubicarlo. No entendía como una persona podía rebajarse de esa manera. Si la había dejado era porque ya no la quería, y no había nada que hacer al respecto.
Finalmente, llegaron a la escuela. Vivian se bajó del carro, rápidamente, y cuando volteó para despedirse de su madre, porque sentía remordimientos de todo lo que le ocultaba, su madre ya había arrancado y andaba en dirección a su trabajo. Vivian no la juzgó. No tenía cabeza para pensar en eso.

Llegó a su salón. Nadia no había llegado aún. Eran las 8:20 y la clase estaba a punto de empezar. Observó bien a su alrededor y sólo se percató de una joven desconocida que estaba sentada frente a la carpeta del profesor. Estaba sola y se veía confundida. Recordó que una nueva alumna llegaría ese mismo día y supuso que era ella. De repente, se abrió la puerta y el pulso de Vivian latía cada vez más rápido. Era la profesora y Nadia venia corriendo detrás de ella. Llegó. Ahora sólo debían esperar al receso para poder conversar. No podían hacerlo ahora porque el sitio de Nadia se hallaba al otro extremo del salón. Solo quedaba esperar.
Vivian veía su reloj cada 15 minutos, y finalmente el sonido del timbre la alejó de su angustia por un momento y, luego, una confusión la embargó. Guardó sus cosas y se acercó al sitio de Nadia.
-¿Lo trajiste?
– Sí- dijo Nadia sacando un sobre color azul de su mochila- ¿Lo abrimos?
– Todavía no. Hay mucha gente. Mejor vamos al comedor.
– Allí hay más gente.
– Sí, pero cada quien se ocupa de su almuerzo y nadie se percata en mirar lo que hace el resto.- recalcó Vivian.
– Entonces vamos. Pero primero déjame presentarte a Lucía.
Era la joven desconocida que había visto al inicio de la clase. Vivian la miró de pies a cabeza y le dijo “hola”. Luego, dirigiéndose a Nadia dijo “vamos”.

Las tres se sentaron en una de las mesas del comedor, la más alejada de la entrada y que justamente se encontraba cerca del baño. Era su mesa preferida. En las bandejas de Nadia y Vivian sólo había un vaso de yogurt y una ensalada que iban a compartir entre las dos. En la bandeja de Lucía había una hamburguesa doble queso, una porción de papas y un vaso de gaseosa.
– ¿De verdad vas a comer eso?- dijo Nadia observando a Lucía
– Esas papas se van a pegar en tus caderas y nadie las va a sacar- añadió Vivian.
– ¿Y qué puedo comer?- dijo Lucía tratando de absorber los nuevos de sus nuevas amigas.
– Compartimos la ensalada las tres. Igual, en la mañana me comí un trozo de pepino y no tengo mucha hambre- dijo Nadia
– ¿Sólo comen eso?- preguntó Lucía, un poco extrañada
– Já. Si comemos sólo que no frente a tanta gente.- recalcó Vivian.

Luego de haber comido un pedazo de lechuga y tomate cada una, Vivian se dirigió al baño. De regreso, como ignorando la presencia de la nueva joven, le contó a Nadia sobre el chorro de sangre que había caído en su inodoro durante el “proceso”.
– Creo que lo voy a dejar- dijo Vivian
– ¿Y volver al primer paso?…..Te puede dar gastritis o úlceras. Este proceso es mas seguro- respondió Nadia, recordando la vez que la llevaron a la sala de emergencias por una fuerte gastritis que le había producido el dejar de comer.
Lucia escuchaba la conversación, pero parecía no entender lo que sus nuevas amigas hablaban y prefirió no molestarlas con sus preguntas.
– Pensaba dejarlo por completo- añadió Vivian- no me he sentido bien últimamente.
– ¿Estas segura?, piénsalo bien.-respondió Nadia, bastante contrariada por la conducta de su amiga- seguro dices eso porque estas deprimida. Ya pasará.
Vivian no respondió. No quería molestar a su amiga, pero sabia que si quería seguir con su plan, debía dejar “el proceso” atrás y por completo.
-¿No piensas abrir el sobre?- añadió Nadia
– Creo que no- dijo Vivian señalando con la mirada a Lucía que trataba de dividir en tres partes iguales un trozo de tomate.
-Como quieras- concluyó Nadia, dirigiéndose al baño.

Vivian decidió no abrir el sobre en aquel momento, y esperó a la hora de salida. Mientras más tiempo pasaba, más tranquila se sentía; pero mientras más se acercaba el sonido del timbre, se sentía más aterrada. Finalmente, llegó la hora. Llamó a su mamá para avisarle que iría caminando a casa. Su madre no contestó el celular y Vivian sólo se limitó en dejarle un mensaje de voz.

Caminó por varios minutos. No quería volver a casa. Se sintió mal por defraudar a su amiga al proponerle dejar de lado el hábito que ambas habían iniciado hacía ya varios años. Se sintió mal porque su plan implicaba traicionar a su madre. Tuvo deseos de comer. Compró lo mismo que el día anterior, y acudió al baño del día anterior. Inició el “proceso”. Una vez que se sintió cansada, se recostó sobre la pared fría de aquel lugar y saco el sobre azul de su mochila. Lo abrió lentamente, y leyó el contenido. Las primeras líneas la paralizaron. “Lo sentimos…”. Sabía que no era necesario terminar de leer, pero igual lo hizo. Las ideas que se había formado en la cabeza se desvanecían rápidamente. Le pareció increíble porque siempre se consideró una buena estudiante, pero la realidad era otra: su beca de estudios en España había sido negada y con ella sus sueños de empezar una nueva vida lejos de la actual. Se sintió morir. Se sintió atrapada. Su vida había sido siempre complacer a su madre y a su amiga. Miles de cosas rondaron por su cabeza. El suicidio parecía una salida pero tenia miedo. ¿Qué dirían los diarios? “Niña bulímica se mata por fracaso en sus estudios” ¿Qué diría su padre si lo leyera? Una vez más, no era en ella en quien pensaba. Miró a su alrededor y se levantó. Se vio en el espejo, acomodó su cabello y se despidió de su verdadero y único amigo, el inodoro. Aquel que sabía sus más íntimos secretos y que siempre estaría allí para ella. Lanzó el sobre al basurero y se retiró renegando de su suerte.

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