El maestro Heriberto Gonzáles terminó de dictar la última clase de su carrera en la Gran Unidad Escolar entre aplausos. Sabía que los alumnos no habían entendido nada y que ni siquiera habían hecho el más mínimo esfuerzo por atender su clase. Había visto a varios conversar, a varios dormir e incluso, a uno que otro, hasta roncar.
Tampoco le sorprendía mucho. En los últimos años, casi siempre había sido lo mismo. A los alumnos no les gustaba estar en su clase. Decían que era muy aburrido, que no era dinámico, que no les daba confianza. En cambio, ahora, los niños adoraban a los maestros jóvenes que iban llegando al colegio. Decían que con ellos las clases eran mas llevaderos, más divertidas. El maestro Gonzáles trataba de negar la importancia de esto, aunque en el fondo sabía que le importaba y le dolía mucho que los niños no lo quisieran como antes.
El maestro Gonzáles había entrado a trabajar desde que el colegio recién abrió sus puertas. Había ingresado a enseñar hace unos 40 años. El era el único maestro joven de un grupo de maestros ya maduros y con más experiencia. Había entrado por recomendación de su padre, que era amigo del que era director del colegio en ese tiempo.
Antes los chicos me adoraban-pensó acongojado. Sus clases eran las más solicitadas y él era claramente el maestro favorito de la escuela. Incluso él también se quejaba con los alumnos de lo anticuados y aburridos que también le parecían los otros profesores. Siempre lo trataban como un niño, y hasta su forma de hablar, tan lenta, le parecía aburrida. En esto comprendía totalmente a los alumnos y pensaba que ellos también lo comprendían a él.
Ahora habían pasado los años y todos los antiguos profesores con los que había entrado, ya se habían retirado, o habían fallecido. Y sabía con pesar que ahora él se había convertido en eso a lo que antes se oponía. Sabía que ahora los alumnos y hasta los maestros jóvenes lo evitaba e ignoraban, en vez de valorar la experiencia que poseía.
Luego de la última clase que dictó, agradeció los aplausos, aunque sabía que los niños seguramente lo hacían porque el director se los había impuesto. Sabía que tenían planeado hacerle una despedida una hora mas tarde; sin embargo, cogió su maletín y cruzó la puerta del colegio por última vez, sin despedirse de nadie.
Caminó hasta la parada de autobús. Les estoy haciendo un favor-pensó-¿Quién querría marchar bajo el mediodía, y luego, cansados, estar dos horas escuchando hablar de un viejo del que ya no se tiene nada que decir, y para cerrar con broche de oro, escuchar media hora el discurso de un viejo que ya no tiene nada que decir? ..Si… definitivamente les estoy haciendo un favor.
Un joven, vestido con el uniforme del colegio, y muy agitado ya que había hecho el trecho desde el colegio hasta la parada de autobús corriendo, le preguntó.
-Profesor Gonzáles.. ¿no va a venir a su ceremonia de despedida?
-No Cueto, no voy a ir.
-Pero profesor, ya todos están formados, lo estamos esperando, solo falta usted. Hasta los padres de familia han venido.
– Cueto, me encuentro un poco indispuesto, preferiría…
-Heriberto, por favor, no hagamos escenas. Te están esperando, vamos ya.- lo interrumpió el director. El también había venido corriendo, aunque a mucha menor velocidad que Cueto.
Al profesor Gonzáles no le quedó otra opción que acompañarlos. Absolutamente todos los alumnos estaban formados, sudando bajo el abrazante sol de mediodía. Muchos padres de familia también habían ido aunque el maestro Gonzáles, sabía que solo habían ido a ver marchar a sus hijos. Tampoco era muy popular entre los padres debido a la quejas de él que comúnmente les daban sus hijos. Todos los profesores también se encontraban ahí. Sabía que ellos odiaban quedarse en el colegio, fuera de su horario de trabajo, sobre todo para actividades extracurriculares fofas como esa.
Lo ubicaron en un estrado junto al director. Los alumnos ya estaban listos para empezar a marchar, cuando repentinamente, el profesor Gonzáles tomó el micrófono:
– Se que aún no me compete hablar, y discúlpenme, pero créanme que seré muy breve. Primero quería agradecerles a todos por venir, aunque se realmente ustedes no quieren estar aquí, ya la verdad, yo tampoco. Llevó enseñando cuarenta años y ya creo que es tiempo de dejar a las nuevas generaciones que guíen a estos niños, y estoy seguro de que lo harán bien, ya que hay excelente maestros en esta escuela. Yo pensaba retirarme por mi propia cuenta ya dentro de muy poco tiempo, sin embargo nunca pensé que el colegio, en su afán de reducir costos me pidiera que adelante mi jubilación; claro, por lo mismo que yo cobro pueden traer a dos maestros jóvenes, que enseñaran mejor y que los niños querrán más. Yo no me opongo a esto, hasta los comprendo, y sé que incluso muchos de uds. se alegraron con la noticia de mi supuesto retiro; sin embargo, me parece una vileza de parte del director y del profesorado, no haberle dicho la verdad al alumnado y a los padres de familia y para colmo, hacerme una despedida fingiendo que todo esta bien. No me parece correcto señor director. Solo quería que sepan la verdad y agradecerle de nuevo por venir.
Sin decir más palabras se retiró, sin despedirse del director, que se encontraba muy abochornado, mirando al suelo. Algunos empezaron a aplaudir, y los demás los siguieron; hasta que todo el colegio vibró por los prolongados aplausos que se le brindaron al profesor Gonzáles. Incluso, muchos empezaron a pedir que no se vaya; algunas madres de familia, que habían sido alumnas suyas, tenían lágrimas en los ojos. Él, sin embargo, emprendió de nuevo el camino hacia la parada de autobús.
Hola:
Parece triste, melancólico y luego provoca coraje al terminar de leer el fragmento final. ¡vida real! digo yo,pero retratado con firmeza y verdad, que duele.
La Moraleja: "En las apariencias no es la verdad"
Saludos
Atte.
Oscar
Buena inspiración para este corto relato de narración vehemente. Aunque los acontecimientos son poco usuales, el cuento no deja de parecer real.