“El audi rojo” (por William Dodds)

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autorojo

¡Qué excelente día había sido! Cuando subí al micro esta mañana no pensé que todo hubiera salido a pedir de boca. Ni un solo policía en las calles, los pasajeros no reclamaron por el alza de los precios, aunque en realidad no deberían reclamar tanto. Mi compañero el chofer Miguelón, como le decimos cariñosamente en la estación, está contento. En este momento el micro está vacío, a pesar que son las siete de la noche. Miguelón y yo estamos disfrutando de un miguelón, esos sándwiches que venden en la avenida La Marina, y de donde sacamos el apodo para Miguel, porque estamos celebrando el día. Hemos ganado en sólo doce horas lo que normalmente hacemos en veinte, y ambos creemos que tenemos el derecho de celebrarlo, aunque sea brevemente.

Fue entonces cuando entra. ¡Qué pareja por Dios! Una tipo de un metro noventa y altura proporcionada, un excelente ejemplar de hombre, con ojos negros súper penetrantes y pelo muy cortito, casi al ras de la cabeza. Está acompañado por una escultural dama de un metro setenta aproximadamente, flaquita, curvilínea, delicadamente voluptuosa, con un largísimo cabello negro peinado con raya al costado y sus par de ojos celestes que entonaban muy bien. Ambos van vestidos muy a la moda, parecía que su ropa era nueva, ¡y a mí me daba una envidia…! Y eso que yo no soy como cualquier cobradorcito de esos que te puedes encontrar en cualquier micro. A mí también me gusta vestir muy bien y a la moda. Debo ser el cobrador más fashion que existe en el medio. Pero volvamos a nuestra pareja. Ellos entran y se sientan. Ella hace un gesto que es casi un gesto repugnante, mientras él simplemente se sienta y pide. La hamburguesa más grande para él y una light para ella. La verdad es que yo había querido también esa Light, pero no quería quedar mal así que me pedí una grande. Y como no quería marcharme sin admirar bien a la pareja, me pedí otra hamburguesa, aunque un poco más chica. Sólo para hacer tiempo. Miguelón me reprocha, porque tampoco se trata de perder el tiempo sin trabajar. Y yo, aunque tengo memoria fotográfica y recuerdo a las personas con sólo haberlas visto una sola vez (lo que me permite hacer amistad entre los pasajeros frecuentes), sé que es muy poco probable que los vuelva a ver, así que quiero quedarme un rato más y admirarlos. Miguelón hace un gesto de impaciencia y se va al micro. No creo que se demore demasiado.

Quince minutos después, la pareja y yo hemos terminado de comer. Ella (que ya escuche que se llama Mai) se limpia las manos en donde puede y él (que escuche que se llama Diego, nombre bonito) se sube al auto sin escucharla. ¡Qué señor auto! Era un Audi TT Roadster del año 2003. No era un carro del año pero de todas formas era un carrazo. Y tenía dos figuras en su asientos que lo hacía ver mucho mejor. Era un convertible de color rojo pasión, totalmente brillante. Déjenme repetirlo, ¡qué señor auto! Ya quisiera yo ir en el asiento del copiloto.

En realidad yo no había terminado de comer, pero igual salgo y me subo al micro rápidamente. Creo que hay esperanzas de poder admirarlos un rato más si seguimos la misma ruta. Y a juzgar por lo poco que he escuchado, me parece que al menos una parte de ella sí la vamos a hacer juntos. Miguelón me dice que ya es hora y partimos. Al principio la Toyota Hiace en la que voy está al mismo nivel que su Audi Roadster. Yo, si tengo que ser sincero, no soy feo, tengo mi pinta, por lo que no me sorprendió la mirada pícara que me dirige Mai, aunque puedo ver que con un gesto de su mano me pregunta qué diablos hacía yo en una combi. Es simple, no hay otra forma de poder pagar todos estos accesorios que me suelo poner, mis collares y pulseritas, que no pueden ser cualquier cosa. Mis padres tampoco son millonarios. Pero Diego y Mai sí lo son. Y Mai me sonríe, pero en realidad ella no pasaría de ser simplemente una amiga con la cual ir a comprar ropa y accesorios. En realidad el que me llama la atención es Diego. Es demasiado varonil. Le tengo envidia a ese cuerpo.

Estamos en un semáforo en rojo. Diego y su amiga están al costado de nosotros, pero un metro más adelante. El micro está vacío y yo aprovecho para bajar y llamar a la gente, poniéndome convenientemente del lado de Diego, pero un poco alejado. No quiero que se dé cuenta tan fácilmente de mis intenciones. Pero el semáforo cambia a verde y yo tengo que correr a mi Hiace, mientras dos señoras se demoran en subir, mientras Diego se va en su Roadster. Miguelón no parece apurado, en realidad se ha dado cuenta de que así se acerca más gente. Y es la primera vez que me molesta que la gente venga y se suba a la combi. Eso me aleja más de Diego. Ya sé que ya estaba por hacerme la ilusión de que no volvería a verlo pero quiero verlo el mayor tiempo posible. Y Miguelón con su santa paciencia. Ya estamos andando, pero Diego y Mai ya deben estar a un par de cuadras. Y Miguelón para cada vez que ve a alguien parado, que para colmo ni siquiera se sube. Diego ya debe estar más lejos, pero por suerte ahora estamos en una cuadra en donde no hay gente y al fondo hay un semáforo en rojo. Diego y Mai están allí, y nos ponemos casi a su costado. Yo me meto y veo que Miguelón ya ha visto a Mai y que la está examinando. Una par de personas se suben. No hay ni una sola de ellas a las que reconozca. Es que a esta hora no suelo estar por esta zona, por eso es que ninguna de mis amigas está en el micro, y es mejor, porque ellas me distraerían un poco.

Cuando el semáforo se pone en verde, Miguelón parece dispuesto a permanecer al costado del Roadster de Diego, y yo digo qué felicidad. Pero las ansias económicas de Miguelón pueden más que sus hormonas y escoge recoger pasajeros antes que seguir mirando a Mai, que por cierto tengo que admitir que está regia la condenada. Y bueno, así es el trabajo. El Roadster se adelantó con toda la potencia de su motor, pero yo consigo ver a Mai que me mira, no sé si burlándose o qué otra cosa, pero me mira. El reloj indica que son las siete y media. Nuestra no-relación ha durado sólo media hora. Y bueno, supongo que tendré que volver a mi trabajo.

La gente sube y baja, y eso nos aleja más del Roadster. Yo sigo con mi fachada y le pregunto a Miguelón y le gustaba esa chica. Él me dice que le encanta porque está buenota. Yo le digo que es gracias a mí que la ha visto porque me demoré en comer mi sándwich, y que podríamos perseguirla porque está siguiendo el mismo camino que nosotros. Y Miguelón acepta, así que acelera. Ojalá Diego no haya volteado en alguna esquina.

Y la Hiace acelera y mi corazón también. Hemos vuelto a alcanzar al Roadster. Creo que estoy dispuesto a sonreírle a Mai y a usar mis encantos para hacerme amigo suyo. Total, aunque cobradorcito y no tan millonario como ella, soy un chico cool y puedo acoplarme a su mundo muy fácilmente. Estoy dispuesto a conversarle y a dejar a Miguelón si es necesario, todo para aproximarme a Diego. Ya nos hemos acercado. No hay nuevos pasajeros. Eso es raro para ser la hora que es, pero no importa. Mai vuelve a sonreírme y yo la miro. Tengo que parecer hombre en este momento, para que podamos establecer contacto. Quiero mirar a Diego. Mai me saluda, Miguelón la mira, el semáforo en rojo, cambia a verde. Mai me dice hola. El Roadster acelera al máximo. Miguelón se demora en arrancar. La Hiace se apaga, Miguelón se demora en prenderla. Yo me desespero.

El Roadster ya está muy lejos. Miguelón se ha detenido varias veces por pasajeros. Y he aquí que puedo verlo. El Roadster rojo, con mi querido Diego y la hermosa Mai, dan vuelta lo lejos. Se fueron hacia la derecha. Y ya no hay oportunidad se seguir siguiéndolos, porque la ruta que la Hiace sigue la hace voltear en la misma esquina pero hacia la izquierda. Adiós Dieguito.

Una cuadra más adelante, le reprocho a Miguelón que es su culpa que la hayamos perdido y él me pregunta qué tanto interés tenía en ella, si al fin y al cabo era probable que se estuviera burlando de mí. Pero él no sabe, y creo que ni siquiera sospecha, que mi real interés no es ella, sino él. Totalmente furioso, tomo todo el dinero en mis bolsillos y me bajo de la Hiace en cuanto puedo. Abandono el barco. Buscaré a Diego aunque sea caminando.

Miguelón no se baja de la Hiace ni aunque sabe que tengo todas las ganancias del día en mis bolsillos. Sabe con demasiada seguridad que volveré mañana, porque mis padres no me van a seguir dando dinero para darme todo esos pequeños lujos que me doy.

Y lo peor de todo es que tiene razón.

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