Archivo por meses: noviembre 2006

“Doncella de Hierro” por William Dodds

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Si cuando tenía dieciséis años le hubieran dicho a David que veinte años después estaría en un avión viajando de su Londres natal hacia Río de Janeiro, definitivamente le hubiera parecido una locura. Y sin embargo, veinte años después estaba en un avión con destino a Brasil. El único país al que había viajado hasta entonces había sido Estados Unidos, con motivo del cumpleaños de su abuela, a los diecisiete años, y desde entonces no había ido a ningún otro país. Hasta ahora, a sus treinta y seis años, que estaba viajando hacia Brasil, para asistir al concierto final de la gira de reencuentro de su banda favorita. Era una locura.

Y era una locura porque tenía treinta y seis años, una esposa y tres hijas, y él se comportaba como si todavía tuviera dieciocho y fuera un adolescente. Aunque su afición por Iron Maiden había comenzado en 1981, con el segundo disco de la banda y había concluido en 1993, David quería ir a verlos en Brasil, porque la banda volvía a ser la misma con el regreso de su cantante Bruce Dickinson, quien había abandonado la banda en 1993 y fue el causante de que David abandonara al legendario grupo de fans de la banda. “Aunque sea la última vez, iré a verlos”, le había dicho a su esposa, y no estaba dispuesto a faltar a su palabra. Su esposa había intentado disuadirlo, pero el adolescente fanático ganó la batalla y ahora David se iba al Rock In Rio a verlos tocar en vivo.

Ya en el hotel, se aseguró de tener el ticket de entrada y se comenzó a vestir. Pantalón negro, camiseta negra con el estampado de Eddie y el logo de Iron Maiden, pulseras negras. En fin, todo el atuendo necesario para estar acorde con la fanaticada. Al verse al espejo, recordó aquel concierto en Estados Unidos. Él tenía diecisiete años y encajaba muy bien con los fans de esa época. ¿Cómo sería ahora? Si bien era cierto, Iron Maiden era una banda antigua, y muchos fans tendrían alrededor de 40 años, como él. Pero también era cierto que la banda no había dejado de sacar discos desde su fundación, y que también tenía una gran masa de fans jóvenes, con los que probablemente no encajaría. Finalmente, mientras sonaba Flight of Icarus, su canción favorita, se olvidó de todo y se encaminó hacia el concierto, totalmente emocionado.

Tres horas después, David ya está entre las primeras filas y la muchedumbre comienza a armar alboroto. La banda sale a escena y comienza el show con Fear of the Dark. Fear… of… the… dark… oooooooooooooooo…I am a man who walks alone… Bruce Dickinson es Iron Maiden. No hay otro para tomar el micro e imponerse de esa forma. David canta cada una de las líneas de la canción y está totalmente emocionado. Ya se iba olvidando de que tenía treinta y seis años y volvía a su adolescencia. Los jóvenes que tiene a su costado visten como él, cantan como él, son él pero en jóvenes. Una chica que está a su costado no canta, pero disfruta como todos. “Seguro es una de las nuevas fanáticas”. Pronto el solo de Dave Murray y Adrian Smith, y todo el mundo callado, sin corear nada, viendo a los guitarristas tocar, luego el coro oooooooooooo, al que él se suma. Cambio de solo y de guitarrista. De nuevo el coro, y luego Dickinson vuelve a cantar y le ordena al público que cante el coro. Fear of the Dark, Fear of the Dark, Fear of the Dark, Fear of the Daaaaaaaaaaaarrk. ¡Qué canción! Pronto termina la canción. David es un adolescente más. La chica que no estaba cantando aplaude y grita algo en portugués que él no llega a entender, aunque no sabe si no lo entiende porque es portugués o porque todos sus compañeros fanáticos aplauden y gritan de tal forma que no puede escucharla bien. Mientras Dickinson saluda al público, él presta atención a la muchacha. Con la poca luz de los reflectores del escenario no la puede ver bien como para decir el color de sus ojos, pero si se da cuenta que su cabello es oscuro y de que es joven, tal vez diecinueve. De perfil, la muchacha es hermosa, aunque el maquillaje negro de los ojos opaca un poco esa belleza. David la sigue admirando, aprovecha que está concentrada escuchando a Dickinson hablar. Después de unos minutos, la guitarrea de 2 Minutes for Midnight comienza a sonar y Dickinson regresa al escenario. David es descubierto por la muchacha y se siente cohibido, pero finalmente la muchacha le guiña un ojo. Kill for gain or shoot to maim, but we don’t need a reason. David se sabe esa canción, pero no la quiere cantar. La chica lo ve, y parece preguntarle porqué no canta. El canta una línea de la canción, sin saber muy bien si la está cantando en el momento adecuado o no, y la chica se ríe. Señala hacia el escenario y canta la línea correcta. Él se sonroja, pero espera que con la luz ella no se dé cuenta. Se acerca y le pregunta su nombre. Ella responde en portugués algo que no podía parecerse a un nombre y vuelve a preguntar. Ella se rié y esta vez contesta en inglés. Mi nombre es Ana, Anita. Yo soy David. Con que te gusta Iron Maiden. Me encanta, los escuché hace un par de años. Yo los sigo desde hace años. David ahora desea borrar esa frase, porque se ha puesto en evidencia. Vuelve a su conciencia el hecho de que tiene treinta y seis, pero no quiere transmitirle esa sensación. Ella no dice nada y mira hacia el escenario. Midnight ya terminó y ahora sigue The Trooper. Ella comienza a cantar y David dice para sus adentros que para sólo conocerlos un par de años la muchacha se sabe muy bien las letras de las canciones y se lo dice. Ana sigue cantando We get so near yet so far away y David desiste.

David sigue cantando y disfrutando del concierto. Por un momento Ana, Anita ha quedado sólo a su costado, como parte de la muchedumbre y la música lo lleva de nuevo a su adolescencia. Veinte años han quedado atrás. El concierto ya lleva más de hora y media. La gente sigue gritando, son fanáticos de verdad. The Number of the Beast comienza. Es un clásico de la banda. The number of the beast for it is a human number, its number is Six hundred and sixty six. David espera la frase inicial de la canción pero la banda no la toca. En vez de eso, siente la mano de Ana, Anita que se envuelve en la suya y ella comienza a cantar I left alone, my mind was blank al mismo tiempo que Dickinson. Él aprieta su mano y sigue cantando. Su mano en la mano de Ana, Anita es el sello que lo deja veinte años más atrás. Ya no importaba la esposa ni las tres hijas. Hace veinte años yo no tenía ni esposa ni tres hijas, sólo esta pasión por la banda y es lo que tengo ahora. The night was black was no use holding back ‘cos I just had to see was someone watching me, Ana, Anita y David cantan a coro. Pronto The Number se acaba y Dickinson se despide de la muchedumbre. Las 250mil personas que están allí. Pero hay una canción más, dice Dickinson. Y es en ese momento que comienza a sonar Blood Brothers. Ana, Anita se abraza a él. And if you’re taking a walk troguh the garden of life what do you think you’d expect you would see, just like a mirror reflecting the moves of your life. La juventud ha regresado, ahora Ana Anita y él son uno sólo. Son hermanos de sangre, como la canción. Los dos cantan, es la canción favorita de ella. Él la mira, ella lo mira, se ven a los ojos y ella toma la iniciativa. Le da un beso. No hay nada de que preocuparse, de la noche no pasa. Es amor de jóvenes, de jóvenes que se conocieron una noche y que a la mañana siguiente no van a recordar qué fue lo que sucedió. El beso es eterno, la canción termina And if you’re taking a walk through the garden of life… Adiós Iron Maiden, hola Ana, Anita.

La juventud ha regresado, ahora, en su habitación de hotel, él puede explorar cada centímetro de su cuerpecito. No hay remordimientos, ella tiene diecinueve y él está en sus dieciséis. Si la gente se entera que lo hizo con una mayor de edad lo van a elogiar, ese sentimiento es lo máximo, ser el centro de atención de todo el mundo. El concierto me hizo pasar una noche con una chica de diecinueve, tres años mayor que yo. Es lo máximo. We’re Blood Brothers.

Y a la mañana siguiente, David se despertó. Tengo dieciséis y lo hice con una de diecinueve. Pero Ana, Anita no está. Ella ya tomó sus cosas y se fue. Amor de juventud. Una noche y nunca más te volví a ver, si te veo no te conozco, y si te conozco no me acuerdo. ¡Diablos! No tengo dieciséis, tengo treinta y seis, y estaba esperando encontrarte a mi costado cuando despertara hoy en la mañana. Amor de adultos. No soy joven, no podré volver a acostumbrarme a ser joven. ¿Qué he hecho? Lo he hecho con una de diecinueve. No es posible… con una de diecinueve… ¿qué dirá mi esposa? Ana, Anita, ¿quieres ser mi esposa? No, amor de adultos, y ella no es adulta. Yo no soy joven, lo fui… y nunca más volveré a serlo…
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“Lectura inesperada” (por Diego Martínez)

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lectura inesperada

Salió del ascensor con prisa, cruzó la sala de recepción de la empresa, y con un poco efusivo “Hasta mañana” abrió la puerta que daba a la calle. Eran casi las nueve de la noche, muy pocos autos pasaban por su costado, mientras él buscaba las llaves, se dirigía a su auto, aparcado en el estacionamiento de enfrente. Tomó las llaves, con los dedos iba tanteando para sacar la del auto, la cogió y abrió la puerta, apagó presuroso la alarma y entró. Condujo por las mismas calles de siempre, doblaba las mismas esquinas, escuchaba las mismas canciones de todos los días, y en cuestión de minutos llegó a su casa. Sabía que su esposa estaría despierta todavía, que el niño ya estaría dormido, y “argos” se avalancharía hacia él ni bien cruzara la puerta, y así fue. Luego sentados a comer, hablaron sobre cómo estuvo el día, de cómo él ya estaba aburrido de su trabajo, de que ella se había hecho tarde para recoger a Matías del colegio, de cómo “argos” había roto un florero de la sala. Él escuchaba y hablaba poco, comía con rapidez, sólo pensaba en llegar a su cuarto y leer esas pequeños cuentos que había conseguido una semana atrás en una feria de libros. Dejó a su esposa en la cocina, y subía las escaleras, fue directo a lavarse los dientes, salió y entró al cuarto de su hijo, le dio un beso en la frente, lo cobijó y salió hacia su dormitorio. Se cambió de ropa, cogió el libro de la mesa, se recostó en el sofá que estaba al costado de la cama y prendió la lámpara.
Con mucha comodidad abrió el libro, un hombre misterioso se ponía el gabán mientras miraba por la ventana, cogió el arma y dejó ordenó los papeles que tenía sobre el escritorio. Caminaba de un lado a otro impaciente, esperando el momento preciso para salir tras su víctima. Volvió a mirar por la ventana, miraba hacia el edificio de enfrente, mucha gente salía pero ninguno era el que él esperaba, de pronto lo vio, e inmediatamente cogió su arma, la guardó en el bolsillo interior de su gabán, también tomó los papeles de la mesa y salió del cuarto. Bajó por las escaleras porque así llegaría al primer piso más rápidamente, bajó la velocidad al salir a la sala principal del hotel, caminaba con paso firme, saludó a la señorita de recepción y cruzó la puerta. Tomó un taxi que estaba pasando por ahí, sólo dijo “Siga a ese auto” y se sentó en la parte posterior. Mientras lo seguía, iba pensando en el momento exacto para hacer lo que debía hacer, las calles pasaban y él se ponía más ansioso por llegar al destino, sacó los papeles que indicaban todos los movimientos de su presa, los leía y releía mientras el auto seguía en marcha.
De pronto su lectura fue interrumpida por su esposa que le dejó una taza de te al costado de su mesa, le dio un beso de buenas noches y se acostó en la cama. Él se levantó del sofá y se dirigió a la ventana, la noche estaba fresca y tranquila, cerró las cortinas y volvió a sentarse, tomó un sorbo de té y lo dejó otra vez en la mesa. La lectura lo tenía sumido, quería saber hacia dónde se dirigía este hombre misterioso, quién era su víctima y por qué lo quería matar. El taxi se estacionó junto a un parque, el hombre volvió la mirada y vio al auto estacionado en la otra acera, no dijo nada, sacó unas monedas del bolsillo y pagó la carrera. Salió del taxi y se sentó en unas de las bancas del parque, prendió un cigarro y esperó. Estuvo sentado por unos minutos, tiró el cigarro al piso y se levantó, cruzó la calle y llegó a un jardín. El perro duerme adentro, pero en un cuarto aparte, en la cocina siempre dejan la ventana que da a la calle entreabierta, se trepó con cuidado y entró a la casa. Todas las luces estaban apagadas, llevaba los papeles en una mano y en la otra, el arma. Se acercó a la luz de la calle y trataba de leer lo que decían los papeles, recordó que debía de sacar carne de la nevera para el perro y así lo hizo. Sabía todo lo que había en cada cuarto, se conocía la casa más que sus propios dueños. Con el perro comiendo feliz, no habría mayores dificultades en el primer piso, así que se dirigió a paso lento hacia la escalera.
Volvió la mirada hacia la cama, su esposa dormía plácidamente y el silencio era su único compañero en ese momento. Se volvió a levantar del sofá, y se dirigió hacia el cuarto de su hijo, todo estaba tranquilo, y así debía de ser. Tenía en la cabeza al cuento que estaba leyendo, sentía que tal vez eso podía estar sucediendo, así que volvió a su cuarto, se puso una bata y se dirigió a las escaleras. Bajó poco a poco, peldaño por peldaño, todo estaba oscuro, su vista no podía reconocer las cosas aún y se le hacía complicado bajar a tientas. Llegó al primer piso, no vio nada, todo estaba como siempre, así que volvió a subir, y recostado en el sofá retomó la lectura.
Al llegar al segundo piso, vio luz en el cuarto del fondo, volvió a sus papeles, tendría que ser él, seguía leyendo sus papeles mientras caminaba hacia la puerta, pasaba por otros dormitorios, pero él estaba seguro que él estaría en la del fondo. Mientras se acercaba, tomó el arma en las manos, pero con la mirada puesta en los papeles. Llegó a la puerta y deslizando la manija la fue abriendo.
El miedo lo absorbió, levantó la mirada y miró hacia la puerta esperando a que ésta se abriera, pero no ocurría nada. Se levantó y se dirigió hacia la puerta y en se preciso momento, se comienza a abrir. Espera parado, inmóvil, y de pronto entra su hijo. El alma le volvió al cuerpo, lo abraza y lo echa para que duerma con él. Cierra la puerta del cuarto y antes de irse a dormir le da curiosidad en qué acabaría el cuento, lo toma otra vez y lo vuelve a leer, mientras empieza la lectura escucha unos ruidos en la puerta, pero está muy concentrado para hacer caso.
Al abrir la puerta se queda parado y decide no entrar, sigue leyendo sus papeles y sabe que su víctima no está sólo, su esposa y su hijo están ahí también, y él no estaría dormido como debería sino sentado leyendo un libro. Da media vuelta, guarda sus papeles y el arma, baja las escaleras y sale por a ventana.
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“Mi mami con cerveza y marihuana” (por José Carlos Banda)

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Todo está perfecto. El departamento solo, mi Andreita conmigo, una botella de whisky de doce años que había tomado prestada de mi madre y 200 soles en marihuana. Mi madre va a pasar todo el fin de semana con su hermana en la playa. Yo me salve de semejante aburrimiento alegando a una práctica que debía dar el lunes y que aún me faltaba mucho por estudiar.
-Diiiing- sonó el timbre, cuando todavía faltaban cinco minutos para las diez de la noche.
Puse un disco de Jefferson Airplane en el equipo y fui a abrir la puerta. La impaciencia me hizo abrir sin preguntar quién era. Andrea. El cabello algo despeinado, un polo de los Who y unos jeans muy apretados. Me dio un beso en los labios y camino directamente hacía el equipo de música para subir un poco el volumen. Nos sentamos en el sofá. Nos besamos. Abrimos la botella de whisky. Nos besamos. Brindamos por nosotros y nos volvimos a besar.
Ya tenía todo preparado. Había armado quince cigarros y la marihuana restante la había dejado en un cajón dentro de mi cuarto. Después del segundo cigarro tuve que botar la botella de whisky casi llena por la ventana. Fui al refrigerador para buscar algo más refrescante y regrese con seis latas de cerveza bien heladas. Andrea me recibió en el sofá con un apasionado beso que parecía de nunca acabar. Empecé a acariciar su espalda y poco a poco mis manos iban bajando por ella. Nuestra escena romántica se detuvo cuando los dos fuimos a parar al piso. Yo me había golpeado un brazo al caer, pero ella solo empezó a reír, así que supuse que estaba bien. Ella se puso de pie y fue a cambiar la música. Yo fumé. Ya era el cuarto, cada vez tenía la visión más distorsionada. Ella parecía estar bien. Caminaba con algo de dificultad y no dejaba de reír, pero estaba bien. Pensaba en que no había nada mejor que su sonrisa, que ya empezaba a conocer de memoria. Abrí una lata de cerveza, seguí fumando y me senté de nuevo en el sofá esperando que regrese. Había puesto a los Sonic Youth. Era la mejor decisión. Me guiñó un ojo y se lanzó hacia mí. De casualidad empujó el sofá y de nuevo fui a parar al piso, solo que esta vez si me causó un intenso dolor.
Abrí los ojos y vi la cara de mi madre. Parecía algo nerviosa. Me besó tres veces en la frente, puso su cara sobre mi pecho y me abrazó. Su abrazo me producía nauseas. Al parecer se percato de esto y me soltó. Me ayudo a ponerme de pie y me sentó en el sofá. Me preguntó si me sentía bien, le dije que sí. Le dije que tenía mucha sed y me dio mi lata de cerveza. Todo seguía igual: los Sonic, los ceniceros llenos de ceniza, las latas de cerveza sobre la mesa, el último cigarro de los que armé seguía ahí; pero, Andrea había desaparecido. No quise preguntar. Quizás mi madre nos había encontrado y la había echado de la casa. Lo único que sabía era que me sentía muy bien ahí junto a mi madre. Me sentía protegido. Temblaba. Ella me abrazaba y me decía que me calmara, que todo iba a salir bien. Me sentía mal por Andrea, no sabía qué le había pasado, pero no me importaba. En ese momento me sentía indefenso frente a la vida y solo necesitaba a mi madre, Andrea había pasado a un segundo plano para mí. Sentir eso me defraudaba, pero eso era lo que en realidad sentía y no podía hacer más.
Me puse de pie y empecé a caminar hacia el baño. Necesitaba lavarme la cara para sentirme mejor. Mi madre se ofreció a ayudarme pero dije que podía ir solo.
Salí del baño y me sentí como nuevo. De pronto vi que Andrea se paró del sofá y vino hacia mí a preguntarme si ya estaba mejor. No entendía lo que pasaba. Mi madre había desaparecido y ahora era Andrea la que estaba conmigo.
Me tomó de la mano y me llevó a sentarme junto a ella en el sofá. Me dio un beso en los labios y se quedo abrazada a mí. No me soltaba. Se sentía bien, ella era una mujer. Mi madre era mi madre. Pero había algo que mi madre podía darme y Andrea no. Sentía que Andrea estaba tan indefensa como yo y yo no me sentía un hombre como para protegerla de este horrible mundo. No podía con mi vida y menos con la de ella también.
En ese momento me separe de ella bruscamente. Le pedí perdón y ella me respondió que no sabia de que estaba hablando. Le dije que no era lo suficientemente hombre como para estar con ella. Le dije que me sentía indefenso y no era capaz de protegerla. Protegerme de qué, me respondió. La verdad no estaba seguro de lo que estaba hablando pero le dije que ya no quería seguir con ella. Le dije que la quería mucho pero ya no quería estar con ella. Que era lo mejor, alejarse de un cobarde como yo. Se puso de pie y me miró como nunca me había mirado. Había decepción y quizás un poco de odio en esos ojos. Me puse de pie y le di un beso en la boca. Ella me empujó y yo caí al suelo.
Abrí los ojos y mi madre estaba de nuevo conmigo. Era como un súper héroe, siempre estaba en los momentos precisos para salvarme. Siempre estaba ahí cuando yo la necesitaba. Me abrazó muy fuerte. Note un par de lágrimas en su rostro. Me dijo que todo había salido muy mal esta noche. Se ofreció a llevarme a mi cama para que pueda descansar. Dijo que pasaría toda la noche junto a mí, cuidando mis sueños y que mañana me prepararía un rico desayuno. Yo le respondí con una sonrisa. Le dije que me esperase un momento, que necesitaba fumar ese último cigarro antes de ir a dormir. Me respondió que no había problema. Mi madre era perfecta. Me concedía todo lo que yo pedía y me daba todo sin pedir nada a cambio. Fume y fume. Mi madre se acostó sobre mi regazo y me dijo que yo era todavía un niño, pero que ella quería pasar su vida junto a mí. Dándome todo. Dijo que me amaba. Me ayudó a ponerme de pie y empezamos a caminar hacia mi habitación. Ella lo sabía todo. En ese momento lo único que necesitaba era dormir.
-Diiiiing- pude oír el timbre entre las guitarras de Sonic que sonaban desde hacía rato sin perder la armonía.
Le dije que me esperara un momento que yo iba a abrir la puerta. Caminé hacia la puerta esquivando un par de latas de cerveza que yacían sobre el piso y abrí. Era mi madre y me saludo con un beso en la frente
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Cuento (por Giuliana Zuñiga)

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El maestro Heriberto Gonzáles terminó de dictar la última clase de su carrera en la Gran Unidad Escolar entre aplausos. Sabía que los alumnos no habían entendido nada y que ni siquiera habían hecho el más mínimo esfuerzo por atender su clase. Había visto a varios conversar, a varios dormir e incluso, a uno que otro, hasta roncar.

Tampoco le sorprendía mucho. En los últimos años, casi siempre había sido lo mismo. A los alumnos no les gustaba estar en su clase. Decían que era muy aburrido, que no era dinámico, que no les daba confianza. En cambio, ahora, los niños adoraban a los maestros jóvenes que iban llegando al colegio. Decían que con ellos las clases eran mas llevaderos, más divertidas. El maestro Gonzáles trataba de negar la importancia de esto, aunque en el fondo sabía que le importaba y le dolía mucho que los niños no lo quisieran como antes.

El maestro Gonzáles había entrado a trabajar desde que el colegio recién abrió sus puertas. Había ingresado a enseñar hace unos 40 años. El era el único maestro joven de un grupo de maestros ya maduros y con más experiencia. Había entrado por recomendación de su padre, que era amigo del que era director del colegio en ese tiempo.

Antes los chicos me adoraban-pensó acongojado. Sus clases eran las más solicitadas y él era claramente el maestro favorito de la escuela. Incluso él también se quejaba con los alumnos de lo anticuados y aburridos que también le parecían los otros profesores. Siempre lo trataban como un niño, y hasta su forma de hablar, tan lenta, le parecía aburrida. En esto comprendía totalmente a los alumnos y pensaba que ellos también lo comprendían a él.

Ahora habían pasado los años y todos los antiguos profesores con los que había entrado, ya se habían retirado, o habían fallecido. Y sabía con pesar que ahora él se había convertido en eso a lo que antes se oponía. Sabía que ahora los alumnos y hasta los maestros jóvenes lo evitaba e ignoraban, en vez de valorar la experiencia que poseía.

Luego de la última clase que dictó, agradeció los aplausos, aunque sabía que los niños seguramente lo hacían porque el director se los había impuesto. Sabía que tenían planeado hacerle una despedida una hora mas tarde; sin embargo, cogió su maletín y cruzó la puerta del colegio por última vez, sin despedirse de nadie.

Caminó hasta la parada de autobús. Les estoy haciendo un favor-pensó-¿Quién querría marchar bajo el mediodía, y luego, cansados, estar dos horas escuchando hablar de un viejo del que ya no se tiene nada que decir, y para cerrar con broche de oro, escuchar media hora el discurso de un viejo que ya no tiene nada que decir? ..Si… definitivamente les estoy haciendo un favor.

Un joven, vestido con el uniforme del colegio, y muy agitado ya que había hecho el trecho desde el colegio hasta la parada de autobús corriendo, le preguntó.

-Profesor Gonzáles.. ¿no va a venir a su ceremonia de despedida?

-No Cueto, no voy a ir.

-Pero profesor, ya todos están formados, lo estamos esperando, solo falta usted. Hasta los padres de familia han venido.

– Cueto, me encuentro un poco indispuesto, preferiría…

-Heriberto, por favor, no hagamos escenas. Te están esperando, vamos ya.- lo interrumpió el director. El también había venido corriendo, aunque a mucha menor velocidad que Cueto.

Al profesor Gonzáles no le quedó otra opción que acompañarlos. Absolutamente todos los alumnos estaban formados, sudando bajo el abrazante sol de mediodía. Muchos padres de familia también habían ido aunque el maestro Gonzáles, sabía que solo habían ido a ver marchar a sus hijos. Tampoco era muy popular entre los padres debido a la quejas de él que comúnmente les daban sus hijos. Todos los profesores también se encontraban ahí. Sabía que ellos odiaban quedarse en el colegio, fuera de su horario de trabajo, sobre todo para actividades extracurriculares fofas como esa.

Lo ubicaron en un estrado junto al director. Los alumnos ya estaban listos para empezar a marchar, cuando repentinamente, el profesor Gonzáles tomó el micrófono:

– Se que aún no me compete hablar, y discúlpenme, pero créanme que seré muy breve. Primero quería agradecerles a todos por venir, aunque se realmente ustedes no quieren estar aquí, ya la verdad, yo tampoco. Llevó enseñando cuarenta años y ya creo que es tiempo de dejar a las nuevas generaciones que guíen a estos niños, y estoy seguro de que lo harán bien, ya que hay excelente maestros en esta escuela. Yo pensaba retirarme por mi propia cuenta ya dentro de muy poco tiempo, sin embargo nunca pensé que el colegio, en su afán de reducir costos me pidiera que adelante mi jubilación; claro, por lo mismo que yo cobro pueden traer a dos maestros jóvenes, que enseñaran mejor y que los niños querrán más. Yo no me opongo a esto, hasta los comprendo, y sé que incluso muchos de uds. se alegraron con la noticia de mi supuesto retiro; sin embargo, me parece una vileza de parte del director y del profesorado, no haberle dicho la verdad al alumnado y a los padres de familia y para colmo, hacerme una despedida fingiendo que todo esta bien. No me parece correcto señor director. Solo quería que sepan la verdad y agradecerle de nuevo por venir.

Sin decir más palabras se retiró, sin despedirse del director, que se encontraba muy abochornado, mirando al suelo. Algunos empezaron a aplaudir, y los demás los siguieron; hasta que todo el colegio vibró por los prolongados aplausos que se le brindaron al profesor Gonzáles. Incluso, muchos empezaron a pedir que no se vaya; algunas madres de familia, que habían sido alumnas suyas, tenían lágrimas en los ojos. Él, sin embargo, emprendió de nuevo el camino hacia la parada de autobús.
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“Lugar llamado Kindberg” (por Julio Cortázar)

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kindberg

[…]Lina al borde de la carretera a la salida del bosque en el crepúsculo, qué lugar para hacer auto-stop y sin embargo ya, otro poco de sopa osita, cómame que necesita salvarse de una angina, el pelo todavía húmedo pero ya chimenea crepitando… tengo una carta para nos hippies de Copenhague, unos dibujos que me dio Cecilia en Santiago, me dijo que son tipos estupendos, el biombo de raso y Lina colgando la ropa mojada, volcando indescritible la mochila… kleenex botones anteojos negros cajas de cartón Pablo Neruda paquetitos higiénicos plano de Alemania, tengo hambre, Marcelo me gusta tu nombre suena bien y tengo hambre, entonces vamos a comer, total para ducha ya tuviste bastante, después acabás de arreglar esa mochila, Lina levantando la cabeza bruscamente, mirándolo: Yo no arreglo nunca nada, para qué, la mochila es como yo y este viaje y la política, todo mezclado y qué importa. Mocosa, pensó Marcelo calambre, casi cosquilla (darle las aspirinas a la altura del café, efecto más rápido) pero a ella le molestaban esas distancias verbales […]

“Lugar llamado Kindberg”, magistral cuento de Julio Cortázar (1914-1984), actualiza como pocos relatos el antiguo tópico de la añoranza de la juventud y lo resuelve en una muy particular versión del “tempus fugit” latino (“el tiempo pasa”). Nuestros talleristas emprenden el mismo viaje por un lugar común para someterlo al matiz de sus distintas inclinaciones estéticas. Algunos, más inclinados por el Cortázar fantástico, aprovechan la oportunidad para probar temple en ese tipo de relatos. Último ejercicio del taller. Sigue leyendo

“Lentamente transcurre el tiempo en mi habitación” (por Rocío Huatuco)

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chica

Lentamente discurre el tiempo en mi habitación. El silencio es roto por el monótono sonido de la radio. Algún comentario. Tres canciones. Comerciales. Qué aburrido. Permanezco echada en mi cama en un día cálido de febrero. Necesito salir y tomar aire fresco, aunque sé que en este instante mi cuarto es más fresco que la calle. Miro el ventilador, vueltas y vueltas.
Me quedo dormida. Al rato me despierta y me dice que debemos ir al cine, aunque ella hablaba más para sí que conmigo, su voz se notaba tan lejana, tan extraña. Ella dijo que el jueves habían estrenado una excelente película, pero sé que estaba igual de aburrida que yo y no encontró mejor pretexto para salir que ir al cine.
Una vez en la sala de proyección, todo me parece ajeno. Estoy frente a la pantalla. Las imágenes pasan rápidamente. No comprendo porque la gente grita y se asusta. Al parecer es una película de terror. Me pierdo entre pensamientos y recuerdos. Siento ganas de dormir. Cada vez me siento más débil por el calor. Fue una mala idea salir al cine en estas condiciones. Pero era esto o quedarme igual de aburrida en mi habitación.
Terminó la película. Vamos a cenar. Ella pide pizza y yo sólo miro a las demás mesas. La gente conversa amenamente pero yo no. Hoy me siento lejos de todo. ¿Debí haberme quedado en casa?
Ella se levanta y me lleva a casa. La veo, el cuerpo que empiezo a mirar con mayor atención se parece al mío y a la vez no. Ella soy yo, pero no soy yo. Yo estoy pensando esto, pero ella habla de cosas distintas. Ella ha disfrutado de la película. Ella, incluso, pidió una porción más de pizza. Trato de vocalizar algo para mantener algún contacto con ella. Hablo. Grito. Ella no me escucha, ni siquiera se inmuta. Ella me va dejando y yo tengo que hacer mucho esfuerzo para alcanzarla.
Otra vez en la habitación. Ella sonríe. Habla en voz alta. Ha tenido un excelente día. La película que han pasado era espantosamente terrorífica, no porque diera miedo sino porque estaba espantosamente llena de clichés. Igual, sé que ella no podrá dormir porque tendrá miedo. Me conozco demasiado bien para saber que no podrá dormir. Eso espero. No quiero que se duerma. Ella hace feliz su vida y yo estoy aquí tratando de entrar. Creo que yo soy su pensamiento, el problema es que debería estar adentro y no afuera. Prometo que nunca más volveré a leer libros de ficción si encuentro la forma de volver a estar donde siempre.
La veo. Ella escucha música. Tatarea una que otra canción. Apaga el equipo y mira televisión. Al parecer encontró más divertido ver videos musicales que escuchar música por radio. Creo que está intentado aburrirse para poder dormir y yo no sé cómo impedirlo. Si se duerme tal vez me quede flotando, vendrá una ráfaga de viento y me esfumaré. Me llevaré sus recuerdos y ella se quedará con mi vida.
Tengo que hacer que se despierte. Está a punto de quedarse dormida. Sus párpados se están cerrando. La estoy perdiendo, me estoy perdiendo. Susurro en sus oídos, tal vez así pueda escucharme. Le digo que si se duerme tendrá una existencia vacía. Yo soy la que dirige nuestras acciones, sin mí ella sería nada, sólo un autómata. Pero ahora que lo pienso, ella seguiría existiendo, yo no correría con la misma suerte.
Domingo, domingo. Me quedé dormida en la sala. Me arreglaré. Tomaré desayuno. Trataré de no escuchar este eco en mi cabeza aunque cada vez se vuelve más y más débil. Mañana iré al doctor y le diré que la terapia está funcionando. Qué horrible se siente que esa voz esté intentando entrar a mi cabeza. A veces, se apoderaba de mí y yo terminaba pensando como ella. A veces, creo que se sentía en pleno derecho de invadir mi mente. Ayer no lo logró, me dormí a tiempo. Mañana iré a ver a mi doctor y le diré que la voz se está haciendo débil, es más creo que desde que me he despertado ya no la he escuchado. Sigue leyendo

“Un joven cobrador y una combi” (por César Ruiz)

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combi

Bueno si, la vida siempre fue difícil para mí. Desde pequeño sufrí muchas penurias: incontables hambrunas que padecimos con mis hermanos. Nuestra casita en un asentamiento humano no nos protegía del viento que soplaba inexorablemente, haciéndonos tiritar de frío bajo nuestras prendas ajadas.
Contar la historia de todos mis hermanos sería como narrar La Iliada o La Odisea. Sólo me limitaré a narrar cómo me hice cobrador de una de las tantas líneas de transporte urbano de la gran Lima. Como dije mi familia era pobre, así que tuve que trabajar desde muy pequeño. Mis hermanos ya ocupaban los diversos oficios en los que yo, un niño de 12 años, me hubiera podido desempeñar. Fue así que me decidí por ser cobrador.
A mis padres no les importó el riesgo que correría, en realidad no tenían tiempo de preocuparse y lo más que querían era que sus hijos lleven plata a la casa. Con el tiempo creo que hasta olvidaron mi oficio.

Comencé en la empresa S.T.U. Atahualpa, esa cuyos vehículos tienen líneas azules y verdes. Bajo una madrugada moribunda, cuando el alba ya empezaba a rayar salí a trabajar. Roger era mi compañero, un joven chofer, que a sus 28 años era capaz de convertir una simple vehiculo motorizado “combi” en uno de fórmula 1. “Por los pasajeros”, siempre decía eso cuando apretaba el acelerador a fondo.
Rápidamente aprendí el lenguaje subterráneo de los dateros: “Pampa”, “planchado”, si no, habla habla, sube baja baja sube, sudor, calor, sencillo vuelto, baja en la esquina, policía, tránsito pesado, pampa… policía, pisa pisa frenos, aguántate, sudor, papeleta, lágrimas, sencillo, gaseosa, 20 soles, jefe jefazo amigo, 10 vamos…
Así pues, poco a poco, fui haciéndome ducho en tal oficio. Roger siempre quería trabajar conmigo, y es que yo siempre le indicaba el momento preciso para apresurar la marcha o para emprenderla parsimoniosamente.
Nuestra marcha era interrumpida por los policías; nuestro botín era recoger pasajeros, más que las otras tantas empresas que nos hacían la vil competencia. Cada día era una lucha encarnizada. La primera batalla que yo libraba, era la de levantarme a tiempo. La fría y húmeda mañana me obligaban a permanecer en un agujero negro cálido, que no era otra cosa que mi cama. Cuantas veces hundí la cabeza entre las sábanas, topándome con otras cabezas, tratando de alargar los segundos que me separaban de la hora de la partida. La segunda contienda, ya en las pistas, era contra las otras tantas combis que también circulaban. Y la última batalla, la batalla, era contra los policías, los hombres uniformados que no nos dejaban laborar a nuestras anchas.
Un día, al volver a mi casa de trabajar, mi madre me dijo que el menor de mis hermanos estaba muy enfermo. El pobre se retorcía de dolor en su cuna, pues apenas contaba con 3 años. Le habían aparecido bubones a lo largo del cuello, así como ronchas en la cara y brazos. Todos estábamos muy preocupados. “Es la enfermedad, la misma que se llevo a Manuelito” dijo mi padre. Yo no iba a permitir que las mismas bacterias se lleven a la tumba a otro hermano mío. Si, al día siguiente me esforcé como un loco descarriado para obtener más plata de lo normal. Le exigí al máximo a Roger. Dentro de mí decía “él es como un caballo al que hay que arrear y espolear para exigirle mas velocidad y tirar de las riendas para frenar”. Nunca había laborado con tanta intensidad.
Sube baja… baja… dale, vamos…de frente derecha todo derecha sigue nomás…quédate ahí, sube… baja en la esquina rápido vamos…. Tingo maría todo Bolivia cercado de lima, Tacna, no pasa nada vamos… no pasa nada hasta la otra esquina pisa nomás… oiga no debería manejar tan rápido –vieja entrometida, pensé- ….mete la cabeza un policía -mierda- ya fue se quedó atrás… todo Bolivia Tacna… ya vamos…pasajes, con sencillo por favor, pasajes…. No, el medio está ochenta… ¿a dónde va? Un sol veinte…ah policía despacio nomás, ya pisa ahí, espera pera, sube la señora…vamos….cómo va…dos cinco uno, se va con 3 el rojo, 5 – 5, planchado…vamos bien…íbamos bien, nunca mi canguro se había llenado más de lo normal, así lo indicaba su peso y el chistar de la monedas.
De pronto, y menos mal fue cuando no había pasajeros, unos cuantos solamente, por seguir con el paso acelerado hicimos desviar a pequeño vehículo blanco con rojo de su ruta, estrellándose contra otro carro por esquivarnos. No paramos, seguimos de largo. “Así es la vida” pensé, “una desgracia por otra”.
Iba entre medio contento y medio preocupado todo el camino de regreso a mi casa. La cantidad que llevaba era mucha más de lo que acostumbraba a llevar, el triple aproximadamente. Aún así no serviría de mucho, pero entre todos sumaríamos una cantidad considerable.
Casi me desmorono de la impresión, del susto. Encontré a mi madre destrozada, llorando sin consuelo, mis hermanos solo atinaban a abrazarla. Ellos sollozaban en silencio, ahogando el grito de dolor. “¿Qué pasó?” atiné a decir, “Nuestro pequeño hermano, pues…murió. No fue a causa de la enfermedad, si no que la ambulancia en la que iba se chocó contra otro carro. Murieron todos los pasajeros al instante” “¡¿Qué?!” dije mientras me sujetaba e intentaba abrazarme “Fue a causa de una combi, una combi de líneas azules y verdes.”
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“Pasarela” (por Milan Pejnovic)

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backstage

Desde el momento que entró a mi camerino supe que me traería problemas. Medía por lo menos 1.85 metros, y tenía más espalda que los guardias en la entrada del desfile. Definitivamente era una mujer que imponía su presencia, aunque dudé desde un principio cuanto de mujer tendría. Lo primero que hizo fue empezar a revisar mi camerino, sacando todo de su lugar y desordenando lo que me había costado un día entero ordenar. Al final terminó encontrando las 5 botellas que había escondido cuidadosamente. Después se paró en la puerta, e inspeccionó con la mirada el cuarto entero. Segundos más tarde, agarró una botella que parecía de perfume en el tocador, y la puso junto a las 5 botellas.
– Como vez, no hay forma que puedas esconder las botellas de mi. Tengo un sexto sentido para estas cosas, así que mientras esté acá usted se va a concentrar en el desfile y a llegar sobria al final del evento. ¿Me entendió bien señorita?
– Si – respondí inmediatamente, aun asombrada por la escena que acaba de presenciar.
Le dio una última mirada al cuarto, me miró de forma amenazadora y salió. El desfile comenzaba en una hora, y no sabía que iba a poder hacer sin tomar algo hasta entonces. Tenía que tomar algo, lo necesitaba. No iba a poder salir a desfilar si no encontraba una solución a este dilema.

Hacer de niñera era lo último que había pensado hacer. Pero chamba es chamba y le estaban pagando bien. El que la contrató se veía muy desesperado y había depositado en ella toda su confianza.
– Claudia es una excelente modelo y una excelente persona, pero tiene este pequeño problema… usted sabe… suele tomar mas de lo debido – le explicó el señor cuando la fue a contratar. – Solo tienes que tener cuidado, ya que no hay hombre que pueda resistir su mirada. Todos caen rendidos y ella puede lograr que hagan lo que ella quiere. Mientras mantengas a los hombres alejados al igual que al trago, todo va a estar bien.
– No se preocupe señor, los hombres me suelen tener miedo y el trago es mi peor enemigo. Se como luchar contra los dos.
– Hasta la próxima semana entonces. Nos vemos. Esté puntual.
– Ahí estaré.
Una semana después aquí estoy, en este gran evento del modelaje, cuidando a una modelo alcohólica. El mundo cada vez está más loco. Miro la puerta del camerino de la chica. Solo espero no tener ningún problema.

Faltando media hora para que comience el desfile de modas, una chica sale de forma silenciosa de un camerino, y se va rápidamente hacia la puerta que da a la calle. Una mujer grande y musculosa se esconde detrás de una pared, espiando las acciones de la chica. A penas la ve dirigirse a la puerta, la sigue.
En la puerta hay dos hombres de seguridad uniformados, con frío y bastante aburridos. Cuando escuchan que alguien toca la puerta por dentro inmediatamente la abren. Bastó con que miraran a la chica a los ojos para que se quedaran inmóviles, como si hubieran sido embrujados. Intercambiaron unas palabras, y uno de ellos se separa del grupo, cruza la calle, y desaparece en la transversal. La chica entra de nuevo, y vuelve a su camerino por donde vino, con el mismo cuidado que a la ida.
Una vez que escucha la puerta cerrarse, la mujer grande y musculosa se dirige a la puerta de la calle, la abre, y sale.

Faltaban pocos minutos para el inicio, y el guardia no había tocado su puerta. Lo esperaba ansiosa, necesitando aquello que le podría promocionar. De pronto, un papel se desliza debajo de la puerta. Intrigada lo abre. Lo que leyó la hizo dar un grito de frustración. La maldita esa a la que le habían pagado para cuidarla le había escrito dándole las gracias por la botella de ron y deseándole mucha suerte en la pasarela. Necesitaba tomar. Acaso no entendía. Llevaba todo un día sin probar una sola gota del alcohol. Por unos momentos soñó con un cuba libre, pero la maquilladora tocó su puerta. Era hora de los últimos toques antes de que empiece el show. Pero esto no se había terminado. Sacó su celular e hizo unas llamadas. La que ríe al último ríe mejor.

Alrededor de la pasarela había un sin número de gente, todos esperando ver a las flamantes modelos salir a dar su caminata. Adentro, todo era un pandemonio. Chicas corriendo por todos lados, estilistas desesperados persiguiéndolas y organizadores haciendo arreglos de último minuto. Claudia ya estaba cambiada, aunque estaba lejos de estar tranquila. Aun no había conseguido el trago. Afuera la música empezó a sonar. La desesperación era cada vez más grande. Ella estaba entre las primeras, pero no había forma que salga sin tomar algo. Se deslizo hacia el final de la fila, esperando lograr más tiempo. De reojo pudo distinguir a Miguel, quien se le acerco con dificultad entre la multitud.
– Disculpa Claudia, me costó mucho poder escabullirme entre los de seguridad para entrar acá – explicó sin mirarla a la cara.
– ¿Tienes lo que te pedí?
– Si lo tengo – respondió Miguel mientras le mostraba una pequeña botella que tenía en el bolsillo. – Pero no te lo debería dar. Se lo prometí a tu hermana.
– Mírame a los ojos y dime si realmente crees que voy a tomar más de un sorbo. Solo es remojar los labios – insistió Claudia, mientras le levantaba la cabeza con la mano para que la mire.
Miguel intentó resistir, pero a penas su mirada hizo contacto con la de Claudia, se dio cuenta que cedería y que no podía negarle nada.
– Bueno Claudia, toma, pero solo un sorbo y me lo devuelves.
Claudia le arrebato el pequeña botella
– No te preocupes, yo lo guardaré. Quiero tomarlo justo antes de salir. Además, ya tienes que volver que el guardia de seguridad acaba de pasar por acá y parece que busca a alguien.
Miguel intentó contradecirle, pero no pudo, y viendo su impotencia ante esa mirada, dio media vuelta y se fue. Claudia estaba feliz. Se volteó para mirar la salida hacia la pasarela. Al dar la vuelta, se encontró con una muralla humana que le bloqueaba la vista.
– Te creíste muy inteligente. Pero yo tengo tu celular intervenido y supe lo de Miguel hace un buen rato. Es más, logró pasar porque le dije al de seguridad que mirara hacia otro lado cuando el intentara pasar.
Dicho esto, le quitó la botella y se la metió en el bolsillo. Inmediatamente después, la agarró del brazo y la puso adelante en la fila, para que así sea la próxima en salir.

No le quedó otra que salir. Las luces la atacaron a penas pisó la pasarela, pero ya había practicado mucho para esto. Intentaba controlarse por dentro, diciendo que podría sobrevivir una vuelta en la pasarela sin trago. Ya conseguiría alcohol antes de la siguiente marca de ropa. Pero era muy difícil. Le costaba mucho sonreír, aunque no dejaba de avanzar. El flash de las cámaras era incesante. Llegó al final de la pasarela y se detuvo unos segundos. Miró por unos segundos a la gente que tenía adelante. Eso bastó para que su mirada se encontrara con la de un joven sentado en segunda fila. Ya lo tenía en sus manos. Ella estaba segura que el vendría a buscarla, y que dado el lugar donde estaba sentado se notaba que tenía influencias para no tener que escabullirse como Miguel. Un poco más tranquila, regresó por la pasarela y desapareció.

Seguía habiendo un gran tumulto de gente detrás de la pasarela, preparándose para la siguiente marca. Ella buscó por todos las a la musculosa, pero no estaba por ningún lado. Se mezclo entre varias personas y se acercó lo más que pudo a la puerta que daba al público. En ese mismo instante apareció el joven por la puerta. No había tenido problema alguno para entrar. Tenía en su mano una copa, pero no sabía que podía. Se le acerco lentamente.
– Te viste muy hermosa ahora que saliste – le dijo el joven mientras la miraba directamente a los ojos.
– Muchas gracias – le respondió Claudia.
– Me llamo Antonio. No te preocupes en decirme tu nombre porque ya lo se – explicó con una sonrisa. – La verdad, no creo que alguien acá no lo conozca.
Claudia, segura que este ya había caído, y sin dejar de mirarlo a los ojos, le pidió que le invite un poco de su trago. El respondió inmediatamente que sí, y le dio la copa. Mientras acercaba la copa a su boca, se pudo escuchar un grito a lo lejos, mezclado con la música de la pasarela. Claudia supo quien se acercaba y se apuró en llevarse la copa a la boca. Unos pocos segundos después de que tomó un sorbo apareció, con una cara de indignación y a la vez de frustración. Miró a Claudia, se le acercó y le arrancho la copa. Aun estaba medio llena. Lo lanzo contra la pared, y enseguida llamó a seguridad. Se llevaron al joven entre dos, aunque este no dejaba de mirar a Claudia y sonreír.

Estaba de nuevo a punto de entrar a la pasarela, pero esta vez relajada y lista para asombrar a todos. Había logrado vencer al enemigo, y había al mismo tiempo tomado un poco. Pensé en conseguir un poco más, pero solo un poco, a penas regresara de esta caminada. Pero no pude seguir pensando en eso ya que la otra chica ya había regresado y ya me tocaba. Tomando una gran bocanada de aire, di unos pasos hacía adelante, entrando a la pasarela. Vería a quienes más podría seducir con la mirada.

– No puedo creer que se la creyó – dijo un joven parado en la puerta del desfile, mientras la gente salía del edificio.
– Fue una excelente idea viste. Estaba tan desesperada por tomar algo que ni se puso a pensar en que lo que le diste no tenía nada de alcohol – le respondió una mujer alta y musculosa. – Además, la actuación de los dos fue excelente.
– En verdad si. Y después de eso estuvo tranquila y dominó la pasarela. Pero esa mirada, en verdad me hipnotizó. Sentí que haría cualquier cosa que me pidiese.
– Nunca sabré por qué los hombres son tan débiles y manipulables.
Después de decir esto, se despidió del joven, quien siguió su camino con el resto de la multitud. Ella se quedó mirando al joven por unos segundos mientras se alejaba, y después también se fue.

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“Me miras, te miro, ríes, lloro” (por Álvaro Bretel)

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pasarela

No doy más que el primer paso, apresurada para entrar a la pasarela, cuando a lo lejos veo dos ojos, hermosos, nunca había visto ojos de esta clase en mi vida. Ya acercándome cada vez más, la figura del hombre más precioso del mundo se va armando progresivamente. A cada paso, un detalle más de belleza es agregado a su completo físico. Paso frente a él, se que él me está mirando, siento sus ojos perseguir cada paso que doy.
Tengo que hallar alguna forma para entregarle mi número de celular y el número de habitación en la que me quedaré. No me rechazará, tiene pinta de soltero, tiene pinta de tener plata. No hay duda en que este hombre irá a mi habitación en cuanto sepa cuál es.
Se acabó mi primera pasada, me quedan seis intentos más, seis posibilidades para darle mis datos al misterioso hombre. Por un lado, no parece ser un trabajo complicado, aquel hombre está sentado en la primera fila, justo en un extremo de la pasarela. Por otro lado, todos tienen los ojos fijos en mí. No puedo decepcionar a mi agente de ninguna forma, no puedo decepcionar al diseñador. Se darán cuenta si me agacho y le alcanzo el papel a este extraño. Se darán cuenta si arrojo un papel.
Cojo un papel, un lapicero cualquiera, apunto mi número de celular y el número de habitación, no puedo olvidarme de mi nombre tampoco (aunque hay que admitir que soy famosa, él sabrá mi nombre).
Segunda pasada, primer paso. Todo tranquilo hasta el momento, en este primer intento de darle mi número. Tengo el papel arrugado en mi mano, mi mano puesta en puño, como siempre lo hago, no siendo tan agraciada, ya que ahí radica mi belleza, en los rasgos fuertes, marcados, un tanto masculinos, pero que aún así son de una de las mujeres más bellas del planeta. Claro, mi fotografía emerge en cada calle, ya sea posando en lencería o alguna marca de jeanes. Quien no quisiera pasar una noche conmigo, justo esta, le daré la oportunidad a un extraño (será extraño, pero es hermoso).
Estoy frente a él, tomando cada fracción de segundo para pensar mis movimientos, no podré arrojárselo, mi agente me ve fijamente. No puede dejar de verme, no se si será porque me ve como un producto, o porque en verdad admira la hermosura, gracia, garbo, clase, que puedo irradiar a través de cada uno de mis poros. El primer intento es fallido, no he podido arrojarle el papelito, todos me ven.
Me preparo para una tercera pasada. Poniéndome este nuevo vestido (que calza perfectamente en mí. También, qué vestido no calza en mí, mi figura es espectacular. Soy la envidia de cualquier mujer, y la mujer que todo hombre quisiera tener. En verdad, que hermosa soy y el espejo lo dice), caigo en cuenta de que necesito fuerzas, sorbo un largo trago de vodka puro, servido en una gran copa de cristal, digna de princesas y damas de alcurnia como yo. (No he comido nada desde ayer, ya estamos de noche. De niña, mi madre me dijo que nunca tome alcohol con el estomago vacío, decía que se subía más rápido). Antes de salir a la pasarela, guardo el papelito entre la planta de mi pie derecho y el zapato de taco, supongo que si logro mover con clase mi pantorrilla, el papelito saldrá volando directamente hacia mi hombre misterioso.
Tercer intento, nuevamente decidida. Muevo mi cabeza con elegancia, muevo mi cuerpo con elegancia, todo en mi se mueve como elegancia. Aunque ese trago de vodka ya está causando sus primeros estragos, mi cabeza empieza a sentirse más liviana, siento como se va con el viento. Igual, qué importa, soy hermosa y todos se fijan en eso. Frente al extraño una nueva ocasión, lo veo y el me ve, trato de arrojar mi pie hacia él, pero el papelito no sale despedido, no encamina su trayectoria hacia el blanco que yo le había propuesto. Mi agente me ve de lejos, noto rabia en sus ojos, está enojado por haber hecho un paso tan brusco, pero todo sea por mi hombre misterioso.
Otro cambio de vestido. Ya me está dando calor. Pido que me limpien el sudor de la frente, como tengo esclavos, ellos se encargan. El alcohol ya me está mareando cada vez más. Se acerca mi agente, me amenaza, me ha dicho que no vuelva a dar un paso tan brusco y que si el alcohol sigue subiendo por mi sangre, me despedirá y se encargará de sepultar mi carrera como modelo. Cómo se atreve a amenazarme de esta manera, no sabe con quién se ha metido. Si me despide, pérdida para él. Soy la mujer más hermosa de la historia, cualquiera me contrataría
Un trago más, esta vez un vaso de gin, luego, apurada logro ponerme el vestido encima. Coloco, una vez más, el papelito debajo de la planta de mi pie, esta vez un tanto más cerca al borde. Sé que esta vez, el mi número de celular, mi número de habitación y mi nombre, volarán hacia mi hombre misterioso. Él lo leerá y en la noche tocará mi puerta y me tomará, tendrá sexo conmigo, exquisito sexo. Que suerte la de este hombre, podrá tener entre sus brazos a alguien tan bella como yo.
Primer paso de la cuarta pasada. Siento torpeza en mis movimientos. ¡Maldito sea el alcohol! Me siento muy mareada, se refleja en cada uno de mis pasos, que torpeza. Me es muy difícil distinguir el resto de camino que me falta por recorrer, me es muy difícil reconocer a las personas de la audiencia (pero, aún así diviso a mi hombre a lo lejos), me es muy difícil concentrarme en dar un paso tras otro.
Me encuentro frente a mi hombre misterioso. Sacudo un tanto mi pie, pero… ¡Carajo!, mis pies se traban, siento que me voy a caer.
Todo se torna en cámara lenta, siento como me voy hacia el piso. Esto no puede estar pasando, soy la mujer más hermosa del mundo. Pero cada vez veo el piso más de cerca. Estoy cayéndome justo al costado de mi adonis. ¡Qué vergüenza! Lo miro, él me mira, y veo su rostro. Veo una sonrisa, veo más que una sonrisa. Se está riendo de mí, la mujer más hermosa del mundo. ¡Que se joda, no le daré mi número! ¡Que se jodan todos, despídanme!
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“El audi rojo” (por William Dodds)

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autorojo

¡Qué excelente día había sido! Cuando subí al micro esta mañana no pensé que todo hubiera salido a pedir de boca. Ni un solo policía en las calles, los pasajeros no reclamaron por el alza de los precios, aunque en realidad no deberían reclamar tanto. Mi compañero el chofer Miguelón, como le decimos cariñosamente en la estación, está contento. En este momento el micro está vacío, a pesar que son las siete de la noche. Miguelón y yo estamos disfrutando de un miguelón, esos sándwiches que venden en la avenida La Marina, y de donde sacamos el apodo para Miguel, porque estamos celebrando el día. Hemos ganado en sólo doce horas lo que normalmente hacemos en veinte, y ambos creemos que tenemos el derecho de celebrarlo, aunque sea brevemente.

Fue entonces cuando entra. ¡Qué pareja por Dios! Una tipo de un metro noventa y altura proporcionada, un excelente ejemplar de hombre, con ojos negros súper penetrantes y pelo muy cortito, casi al ras de la cabeza. Está acompañado por una escultural dama de un metro setenta aproximadamente, flaquita, curvilínea, delicadamente voluptuosa, con un largísimo cabello negro peinado con raya al costado y sus par de ojos celestes que entonaban muy bien. Ambos van vestidos muy a la moda, parecía que su ropa era nueva, ¡y a mí me daba una envidia…! Y eso que yo no soy como cualquier cobradorcito de esos que te puedes encontrar en cualquier micro. A mí también me gusta vestir muy bien y a la moda. Debo ser el cobrador más fashion que existe en el medio. Pero volvamos a nuestra pareja. Ellos entran y se sientan. Ella hace un gesto que es casi un gesto repugnante, mientras él simplemente se sienta y pide. La hamburguesa más grande para él y una light para ella. La verdad es que yo había querido también esa Light, pero no quería quedar mal así que me pedí una grande. Y como no quería marcharme sin admirar bien a la pareja, me pedí otra hamburguesa, aunque un poco más chica. Sólo para hacer tiempo. Miguelón me reprocha, porque tampoco se trata de perder el tiempo sin trabajar. Y yo, aunque tengo memoria fotográfica y recuerdo a las personas con sólo haberlas visto una sola vez (lo que me permite hacer amistad entre los pasajeros frecuentes), sé que es muy poco probable que los vuelva a ver, así que quiero quedarme un rato más y admirarlos. Miguelón hace un gesto de impaciencia y se va al micro. No creo que se demore demasiado.

Quince minutos después, la pareja y yo hemos terminado de comer. Ella (que ya escuche que se llama Mai) se limpia las manos en donde puede y él (que escuche que se llama Diego, nombre bonito) se sube al auto sin escucharla. ¡Qué señor auto! Era un Audi TT Roadster del año 2003. No era un carro del año pero de todas formas era un carrazo. Y tenía dos figuras en su asientos que lo hacía ver mucho mejor. Era un convertible de color rojo pasión, totalmente brillante. Déjenme repetirlo, ¡qué señor auto! Ya quisiera yo ir en el asiento del copiloto.

En realidad yo no había terminado de comer, pero igual salgo y me subo al micro rápidamente. Creo que hay esperanzas de poder admirarlos un rato más si seguimos la misma ruta. Y a juzgar por lo poco que he escuchado, me parece que al menos una parte de ella sí la vamos a hacer juntos. Miguelón me dice que ya es hora y partimos. Al principio la Toyota Hiace en la que voy está al mismo nivel que su Audi Roadster. Yo, si tengo que ser sincero, no soy feo, tengo mi pinta, por lo que no me sorprendió la mirada pícara que me dirige Mai, aunque puedo ver que con un gesto de su mano me pregunta qué diablos hacía yo en una combi. Es simple, no hay otra forma de poder pagar todos estos accesorios que me suelo poner, mis collares y pulseritas, que no pueden ser cualquier cosa. Mis padres tampoco son millonarios. Pero Diego y Mai sí lo son. Y Mai me sonríe, pero en realidad ella no pasaría de ser simplemente una amiga con la cual ir a comprar ropa y accesorios. En realidad el que me llama la atención es Diego. Es demasiado varonil. Le tengo envidia a ese cuerpo.

Estamos en un semáforo en rojo. Diego y su amiga están al costado de nosotros, pero un metro más adelante. El micro está vacío y yo aprovecho para bajar y llamar a la gente, poniéndome convenientemente del lado de Diego, pero un poco alejado. No quiero que se dé cuenta tan fácilmente de mis intenciones. Pero el semáforo cambia a verde y yo tengo que correr a mi Hiace, mientras dos señoras se demoran en subir, mientras Diego se va en su Roadster. Miguelón no parece apurado, en realidad se ha dado cuenta de que así se acerca más gente. Y es la primera vez que me molesta que la gente venga y se suba a la combi. Eso me aleja más de Diego. Ya sé que ya estaba por hacerme la ilusión de que no volvería a verlo pero quiero verlo el mayor tiempo posible. Y Miguelón con su santa paciencia. Ya estamos andando, pero Diego y Mai ya deben estar a un par de cuadras. Y Miguelón para cada vez que ve a alguien parado, que para colmo ni siquiera se sube. Diego ya debe estar más lejos, pero por suerte ahora estamos en una cuadra en donde no hay gente y al fondo hay un semáforo en rojo. Diego y Mai están allí, y nos ponemos casi a su costado. Yo me meto y veo que Miguelón ya ha visto a Mai y que la está examinando. Una par de personas se suben. No hay ni una sola de ellas a las que reconozca. Es que a esta hora no suelo estar por esta zona, por eso es que ninguna de mis amigas está en el micro, y es mejor, porque ellas me distraerían un poco.

Cuando el semáforo se pone en verde, Miguelón parece dispuesto a permanecer al costado del Roadster de Diego, y yo digo qué felicidad. Pero las ansias económicas de Miguelón pueden más que sus hormonas y escoge recoger pasajeros antes que seguir mirando a Mai, que por cierto tengo que admitir que está regia la condenada. Y bueno, así es el trabajo. El Roadster se adelantó con toda la potencia de su motor, pero yo consigo ver a Mai que me mira, no sé si burlándose o qué otra cosa, pero me mira. El reloj indica que son las siete y media. Nuestra no-relación ha durado sólo media hora. Y bueno, supongo que tendré que volver a mi trabajo.

La gente sube y baja, y eso nos aleja más del Roadster. Yo sigo con mi fachada y le pregunto a Miguelón y le gustaba esa chica. Él me dice que le encanta porque está buenota. Yo le digo que es gracias a mí que la ha visto porque me demoré en comer mi sándwich, y que podríamos perseguirla porque está siguiendo el mismo camino que nosotros. Y Miguelón acepta, así que acelera. Ojalá Diego no haya volteado en alguna esquina.

Y la Hiace acelera y mi corazón también. Hemos vuelto a alcanzar al Roadster. Creo que estoy dispuesto a sonreírle a Mai y a usar mis encantos para hacerme amigo suyo. Total, aunque cobradorcito y no tan millonario como ella, soy un chico cool y puedo acoplarme a su mundo muy fácilmente. Estoy dispuesto a conversarle y a dejar a Miguelón si es necesario, todo para aproximarme a Diego. Ya nos hemos acercado. No hay nuevos pasajeros. Eso es raro para ser la hora que es, pero no importa. Mai vuelve a sonreírme y yo la miro. Tengo que parecer hombre en este momento, para que podamos establecer contacto. Quiero mirar a Diego. Mai me saluda, Miguelón la mira, el semáforo en rojo, cambia a verde. Mai me dice hola. El Roadster acelera al máximo. Miguelón se demora en arrancar. La Hiace se apaga, Miguelón se demora en prenderla. Yo me desespero.

El Roadster ya está muy lejos. Miguelón se ha detenido varias veces por pasajeros. Y he aquí que puedo verlo. El Roadster rojo, con mi querido Diego y la hermosa Mai, dan vuelta lo lejos. Se fueron hacia la derecha. Y ya no hay oportunidad se seguir siguiéndolos, porque la ruta que la Hiace sigue la hace voltear en la misma esquina pero hacia la izquierda. Adiós Dieguito.

Una cuadra más adelante, le reprocho a Miguelón que es su culpa que la hayamos perdido y él me pregunta qué tanto interés tenía en ella, si al fin y al cabo era probable que se estuviera burlando de mí. Pero él no sabe, y creo que ni siquiera sospecha, que mi real interés no es ella, sino él. Totalmente furioso, tomo todo el dinero en mis bolsillos y me bajo de la Hiace en cuanto puedo. Abandono el barco. Buscaré a Diego aunque sea caminando.

Miguelón no se baja de la Hiace ni aunque sabe que tengo todas las ganancias del día en mis bolsillos. Sabe con demasiada seguridad que volveré mañana, porque mis padres no me van a seguir dando dinero para darme todo esos pequeños lujos que me doy.

Y lo peor de todo es que tiene razón.
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