Archivo por meses: octubre 2006

“Recuerdo constante” (por Héctor Rodríguez)

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borges

Me acuerdo que constantemente tenía aquel sueño : yo, Héctor Rodríguez (seguro de eso), reposando sobre las oscuras sábanas de un catre, aparentemente en el silencioso espacio cerrado de algún hospital, postrado, inerte, inmóvil, seco. Me asombraba e inquietaba la idea, durante los primeros días de aquel insomnio en el sueño , de poder analizarme visualmente, enteramente; casi sentía el placer de palpar, con sumo y devoto cuidado, la aridez de mi piel, la textura de los cobertores, la ondulación de mis cabellos; sin embargo no se me permitió observar mi rostro. Eso me intrigaba sobremanera : sabía que era yo (lo sabía en mi sueño y en mi vigilia), pero mi rostro desconocido, saber que no podía mirarme, como a un espejo maldito y real, era algo atroz para mi. Era preciso adaptarse a esa rutina onírica, constante y recurrente, para indagar de manera fulminante la forma y el contenido de aquel pedazo de carne que me faltaba y que debía pertenecerme. Mi terror (o hasta cierto punto, mi maquiavélica felicidad) estaba en la angustia de verme cercado, casi de manera claustrofóbica, en una prisión en la que yo era actor y espectador, al mismo tiempo. Luego el terror devino en la vigilia. Andaba insoportable el día entero, hasta cuando la sensación lúdica del sueño me espesaba los ojos y caía rendido. No conseguía nada en aquellos ulteriores días.
– Es un sueño estúpido, ¿verdad?-inquiría, de vez en cuando, a algún amigo.
-Relájate, a menos de que el hombre que sueñas pueda matarte, no hay nada de que preocuparse ……jajaja- me dijo Alicia, una noche que retocé con ella.
Ya empezaba a perder la paciencia, hasta que dejé de soñar con aquel extraño sujeto, que era yo. Por aquellos días, encontré en mi biblioteca un arcano libro, fechado en 1942, de Jorge Luis Borges, llamado Historia de la muerte de un hombre en mis sueños . Lo leí con pasión, con fervor, con fe, hasta asustarme por completo; de pronto, con un previo escalofrío que recorrió mis vértebras y una emoción de excitación inexplicable que me aceleró los latidos, sentí que la modorra me embargaba las pupilas, sentí el cuerpo pesado, las manos inmóviles, las piernas entumecidas y el pecho agitado. Me vi de pronto en el sueño, en aquel sueño obtuso, en aquel espejo insomne. Me detuve, me acerqué a la cama y contemplé el cuerpo, lo contemplé ansiosamente, luego di con el rostro : el infierno en el que me sentí al ver aquella cara fue incomparable………luego de sufrir durante un siglo comprendí la magnitud de aquel descubrimiento : era Jorge Luis Borges muerto, era Héctor Rodríguez el espectador. Mi cuerpo estático y mi mente disipada no podían más. Luego, él abrió los ojos y me miró. La oscuridad vino hacia mi. 30 segundos después oí una voz dulce y condenadora :
-Jorge Luis, despierta, soy María-. Sudé frío al abrir los ojos. Sigue leyendo

“Continuidad en mi parque” (por Diego Martínez)

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perro

Acababa de llegar al parque con “Mus”, mi perro, y una pelota de fulbito para no aburrirnos. Estaba un poco cansado, con la barriga un poco llena, y un poco preocupado porque al día siguiente tenía que participar en el concurso de matemática en el colegio. Caminamos hasta casi el medio del parque y allí le saqué la cadena a “Mus”; mientras él corría como un loco de un lado a otro jadeando feliz, yo me senté en el pasto junto a la pelota. De pronto sentí que alguien me miraba y lentamente voltee hacia la pileta que se encontraba a unos cuantos metros detrás de mí. Había un señor sentado en una de las bancas que rodeaba la pileta, que me miraba con ojos dubitativos. Por un momento, absurdamente pensé que se podía tratar de un cazatalentos de algún equipo de fútbol de la ciudad, así que me levanté en seguida y me puse a practicar tiros al árbol con mucho profesionalismo. Estuve haciendo el ridículo con la pelota por unos minutos; sólo Mus parecía entenderme y corría detrás de la pelota y la dejaba a mis pies, siempre babeada. Cuando me disponía a voltear de nuevo, para ver si aquel señor seguía ahí, sentí pasos que crujían en las hojas secas del parque y una voz que me preguntaba “Hola, disculpa, ¿tienes hora?” rápidamente miré mi reloj, me voltee, lo vi y le dije que eran las cuatro y media en punto. Se quedó pensando por milésimas de segundo con la cabeza mirando al cielo, y luego, muy amablemente me dijo un simple: “Gracias”. No alcancé a responderle nada, él ya caminaba con mucha prisa hacia la esquina del parque. Su rostro me era muy familiar, se parecía mucho al de la foto que sacaron en el periódico, el del que mató a un muchacho en un tiroteo. Recuerdo que la historia de la muerte de ese chico se había vuelto un mito en el colegio, todos lo comentaban. Que había sido un buen alumno en el colegio, que siempre tenía buenas notas y que ganaba concursos, que era el preferido de los profesores, que era un buen deportista y que jugaba mucho fulbito. Sólo que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado, se había encontrado en medio de un tiroteo y una bala le había impactado directo en el pecho, se había desangrado porque nadie pudo auxiliarlo a tiempo, el tiroteo duró lo suficiente para que no llegaran por él. Su cuerpo yacía tendido sobre hojas secas, junto a un perro que se encontraba acostado a su lado y una pelota de fútbol con la que habría estado jugando. Esto le habría ocurrido, por darle la hora a uno de los integrantes de la banda que acababa de robar un banco cerca de aquel parque. Sigue leyendo

“Un mal recuerdo” (por Melissa Lazo)

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silueta

Me acuerdo que desperté en mi cama con el reloj de mi padre en la mano que marcaba las 4 de la tarde. Un poco confundida abrí la puerta de mi cuarto y me dirigí a la cocina para buscar algo de comer. Enseguida vi a mi madre al final del pasillo y traté de llamarla, pero no pude. Mi voz se había apagado. Me desesperé y traté de correr hacia ella, pero no tampoco conseguí hacerlo. Se sentía como si tuviera los pies amarrados al suelo.
Los siguientes minutos los recuerdo vagamente, me veo rodeada de varios primos, mis hermanos y algunos amigos gritándoles con todas mis fuerzas, pero ninguno parecía escucharme. Era la primera vez que me sucedía algo así y no sabia que hacer. Vi la puerta de mi casa abierta y corrí en busca de ayuda. Todo había cambiado. Las calles estaban vacías y las tiendas cerradas, no lograba comprender que pasaba.
Asustada trate de regresar a mi casa y sin recordar como logre llegar a la puerta e inmediatamente sentí como si una fuerza me jalara hacia atrás y me tumbara al suelo.
Finalmente logre despertarme y acostada sobre mi cama pude ver el reloj de mi padre en mi mano marcando las 4 de la tarde.

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“El sueño” (por William Dodds)

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lee

‘Me acuerdo del roche que protagonicé hace tres años en una actividad del colegio’, pensó Marco, recostado en la cama de su habitación del campus de la universidad de Yale mientras leía. Se había acordado de la última vez que vio Linda sólo porque su nombre aparecía en el libro que estaba leyendo para coger el sueño. Ya sabía lo que sucedería: no importaba cuánto más leyera, no iba a poder sacarse de la cabeza la espantosa pelea que había tenido con Linda el último día que la vería. No había dejado de pensar en ello desde entonces.

Sólo había sido una tonta pelea al principio, que tenía como el tema el hecho que uno no hubiera invitado al otro al baile de fin de año, para después variar hasta los temas más impensados. ‘Ya no quiero pensar en ello. Fue demasiado vergonzoso’. Marco había sido el que peor había quedado, pues Linda no había vacilado en sacar todos los trapos sucios con tal de no ser ella la perdedora. Así, lo había privado de la amistad de todo el mundo, incluso de sus mejores amigos, tan malas eran las cosas que le había dicho.

Por suerte, Marco, aunque muy dolido, no le dio tanta importancia. Ya el colegio había terminado y se iría a estudiar a la universidad, igual que todos sus amigos. Ya no importaba que sus amigos no le hablasen, ya tendría tiempo de hacer nuevos amigos. Lo que más le había dolido era que Linda le hubiera hecho eso delante de todo el mundo sólo por una tontería. Y, después de tres años, la herida no le había cerrado.

Convencido de que el libro que tenía entre manos no era bueno para su ánimo, dado que el personaje principal se llamaba Linda, decidió dejarlo y cambiarlo al día siguiente por otro. Se volteó y se tapó con las sábanas, aún pensando en Linda, su gran amor de secundaria. No duró mucho tiempo despierto: se durmió a los quince minutos.

Nunca se imaginó que iba a soñar lo que estaba soñando, en especial porque él nunca se acordaba de lo que soñaba. Linda y él estaban en el baile de fin de año, bailando juntos. Marco tenía a Linda abrazada como si nunca más la fuera a ver, casi con miedo de que así fuera. La canción era perfecta, el ambiente era perfecto. Sus amigos no se atrevían a intervenir, a la espera de que Marco le propusiera a Linda que fuera su novia –o al revés. Si así hubiera sido, los tres años que ya llevaba en la universidad hubieran sido tan diferentes… De pronto, en su sueño, Marco sintió que alguien lo llamaba. Sabía que debía despertar. A regañadientes, despertó y contestó el teléfono. La llamada que recibió fue de lo más sorpresiva. La voz de mujer sólo le había dicho:

“Lamento tanto lo que sucedió en el baile de fin de año, Marco. En este momento, me encantaría que todo hubiera sido como acabas de soñar en el sueño que yo he tenido”

Marco supo que era Linda y no dijo nada más. Sólo sintió que su mundo se desmoronaba y que todo se disolvía en el aire. Luego, volvió a dormir.
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“Soñando con alcohol y gomina” (por Álvaro Bretel)

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borrrachos

Al retornar al campamento, después de comprar suficiente alcohol y nicotina, estos chiquillos de catorce años, se cercioraron que el profesor Serra estaba durmiendo. Luego se escondieron tras unos arbustos, sacaron el ron y la gaseosa que habían comprado, prendieron unos cigarrillos y empezaron con la faena. Bebieron y fumaron, y dejaron que las horas pasaran solas. Transcurrido el tiempo, Pablo, ya bajo los efectos del alcohol, balbuceó y se dirigió al grupo, se dispuso a contar otra de sus famosas historias. «Ya escuchen, yo estaba con la Normita, que ricas tetas tenía, cuando se las toqué por primera vez las apreté hasta que le dolieran. Le gustaba que le toque los pezoncitos rosados que tenía, los cogía con los dedos y lentamente…»

Con el sonido de campanas se levantó bruscamente y entró a bañarse. Al rato, salió con la camisa dentro del pantalón y los zapatos bien lustrados, y fue donde su madre. Ésta, hacendosa como siempre, cogió un manojo de gomina y se lo echó a su Pablito en la cabeza, lo peinó con raya al costado. Pablo, listo, colocó sus libros bajo el brazo y se fue al colegio. Lo único que pudo pensar en el día, era en el sueño que había tenido. «Cigarrillos, alcohol, mujeres, ¿será pecado soñar con esto? Tengo catorce años y no debo soñar con esto». Por la noche, después de hacer sus tareas, cenó e inmediatamente se fue a su cuarto. «Jesucito, perdóname, no es mi culpa el que sueñe con esto». Luego de pedirle perdón a su Dios, se echó a dormir.

«¡Oe, qué chucha les pasa! Ya se que estoy jateando en el pasto, déjame. Estoy ebrio y es lo que los ebrios hacen, jatean.». Dispuesto a seguir bebiendo, Pablo contó el sueño que tuvo. «Alucinen que soñé que era un pavazo. Se los juro, era un huevón, mi mamá me peinaba con raya al costado. Y pa cagarla más, rezaba, ni cagando soy así. En verdad, ¡que tal pavo carajo!» Después de estas palabras, Pablo continuó contando acerca del día en que le tocó los senos a Normita. Ya era tarde, uno por uno dejaron la historia a medias y se fueron a sus carpas a dormir. Todos pensaron en las heroicas acciones de Pablo, ¡qué petizo, a esa edad, no quiere tener el honor de juguetear con los senos de una mujer! Por último, el héroe, también se retiró a su carpa. Ebrio, con frío, pero satisfecho de haber complacido a un grupo de libinidosos pendejitos de catorce años, se acurrucó con una manta y durmió.

«Historias llenas de acciones pecaminosas no dejan de atormentarme. Dos noches seguidas, soñando con los senos de una mujer, con muchachitos bebiendo hasta la inconciencia, humo de tabaco y libertinaje». Pablo entró a la ducha tratando de despejar su mente, buscaba evadir esos pensamientos, pero no pudo, atacaron su mente una y otra vez. Vio las imágenes con tanta claridad, que todo parecía ser real. Estaba seguro de que había incurrido en pecado, estos sueños, no eran normales en un niño ¿A qué se debían? ¿Qué diría su mamá si se enterara? ¿Sería castigado por Dios? Pablo salió más temprano que de costumbre con rumbo al colegio, pero antes hizo una parada en la Iglesia de Fátima. Entró y se arrodilló en un confesionario. «Padrecito, he tenido sueños recurrentes llenos de lujuria, vicios y desenfreno. El pecado me agobia en las noches, no quiero volver a dormir».

Pablo, cuando pudo pensar detenidamente, se preguntó a sí mismo, «¿Por qué uno sueña con quien no es?»
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“Me acuerdo, pero no me acuerdo” (por Carlos Quispe)

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Beatas

Me acuerdo cuando confundí a la mamá de mi enamorada con su abuela, felizmente ella nunca se enteró, pero me cuerdo que sucedió durante una procesión del Señor de los Milagros. Mi enamorada me dijo que fuera a ver a su mamá, que debía estar con su abuela, mientras ella compraba canchita. La vi a la señora con su velo blanco y vestido morado, estaba sola así que pensé que era la abuela, además como no se le veía bien tras el velo y todas las mujeres de esa familia eran iguales creí que la abuela estaba por otra parte. Le dije hola pero ella no me contestó porque estaba rezando y esa mujer es de las que reza con tal fervor que parece que está en trance. Ahora que me acuerdo bien ella tenía varias peculiaridades: no le gustaba el Cardenal pero cuando tuvo una oportunidad se le abalanzó para besarlo y alabarlo, tampoco le gustaban las fotografías porque creía que, según una revista, el alma se podía quedar atrapada en la imagen y así otras cosas más que no me acuerdo. No sé porque no puedo acordarme de otra cosa que no sea la procesión y solo cuando hay luz porque otras veces no me acuerdo de nada, a veces creo que es un sueño cada vez que veo la luz, no sé. Me acuerdo del Señor de los Milagros, de su cara pálida, de María Magdalena, de Dios, me acuerdo del humo pero no logro recordar su olor ni el sabor de la canchita. Me acuerdo de haber visto fijamente el retrato del señor de los milagros, de haberme concentrado tanto en él que en un momento me pareció verme en él. Luego me llamaron para una foto, extrañamente la mamá estaba contenta, nos pusimos todos en posición: mi enamorada con la canchita, la abuela con su sahumerio, la mamá con su velo y yo. Después de eso no me acuerdo más, pero a veces cuando hay luz veo figuras de personas posando, de personas sonriendo. Por ejemplo ahora veo unas personas sonriendo, el señor de los milagros atrás de ellas, canchita, velo y sahumerio y sobre estas una inscripción: nunca olvidaré este momento, cada vez que lo vea será como que vivo en él y solo en él. Sigue leyendo