Traté en vano de acercarte porque ni siquiera puedo moverme. El frío que siento me hace temblar. Oigo risas a lo lejos, me pregunto de qué ríen, hace frío y no hay nada agradable cerca. Tal vez deba dejarte y hablar con alguien, con quien sea. No, mejor, pararme y tomarte entre en mis manos, me siento impotente ante este deseo de tenerte y sentir ese ligero escalofrío otra vez. Quiero respirar otra vez, vivir otra vez y tenerte otra vez; fundir tu esencia en mi cuerpo, escapar de él y volar a tu lado. Acabar con todo esto de una vez por todas.
Son las tres de la mañana y mis padres no dejan de caminar y tomar café. Brian, mi hermano mayor, ha intentado suicidarse por segunda vez; aunque mis padres desconozcan lo referente al primer intento, sólo lo sabemos él y yo. Esta vez no pude detenerlo, entré a su habitación y lo encontré tirado en su cama, la navaja estaba a su lado y la sangre no dejaba de manar de sus muñecas. Le grité que era un enfermo y me puse a gritar para que mis padres llamaran a una ambulancia. Brian todavía estaba consciente y lo único que hacía era sonreír y pedirme que lo dejara volar. Creo que estaba drogado porque él no haría algo semejante en pleno uso de razón. Él es el modelo perfecto de todo lo que un padre esperaría como hijo
Luego de haber esperado por horas el doctor nos informó que Brian se encontraba mejor y que quería hablar conmigo. Lo comprendo, tampoco me hubiera gustado hablar con mis padres si me animara a imitarlo y sobreviviera por tarada; después de todo él es el hijo perfecto, me imaginaba el sermón que le esperaría. No quería ser él en ese instante.
El doctor nos dejó solos y antes de salir me pidió que no dijera nada que pudiera alterarlo. Obviamente no lo haría, no pretendía lastimar a mi hermano, sólo quería preguntarle por qué quería matarse. Traté de hablar con él, luego de unos minutos en silencio me preguntó si no había nadie detrás de la puerta, le dije que no, que estábamos solos. Volví a preguntarle sus motivos, pero él se paró y caminó descalzo hacia la ventana, la abrió y empezó a subirse al murillo. No sabía que hacer, si gritar para pedir ayuda o detenerlo; opté por lo primero y luego de escuchar los pasos que se acercaban corrí a detener a Brian.
Sé lo que debo hacer y sé que lo debo hacer ahora porque ya no queda nadie quien pueda detenerme. El tiempo pasa inevitablemente, a veces deseo que pase rápidamente, mientras que otras veces deseo que se detenga. Pierdo el tiempo en estas divagaciones, los pasos se acercan y espero, pero qué espero, ¿podría irme? Hace frío y el viento sopla con ligera fuerza. Me siento débil, me desconcierta este ligero temor a quién sabe que. Los pasos van y vienen, cerca y a la distancia.
Miro con angustia la puerta, pero la manija no se mueve, ¿cuánto tiempo ha pasado?, ¿horas?, ¿minutos? Ahora miro a Brian, su mirada parece reflejar la misma determinación que cuando va a contestar una pregunta de la cual conoce la respuesta. La manija se mueve.
– Me cansé de ser perfecto – .Terminó esta frase y se lanzó.
He perdido mi miedo a caer, ahora sé que no estaré a tu lado, de que no volveré a sujetarte en mis manos y de sentir tu filo en ellas. El tiempo transcurre lentamente y sigo, casi, en el mismo lugar. El frío se incrementa y hace a mi mano temblar. Desearía tenerte y acabar contigo mi día, pero nos apartaron, a mi me trajeron a este lugar y a ti te guardaron en una bolsa. De todas formas, gracias por liberarme de tanta presión y de tantas convenciones, gracias por mostrarme un camino a mi libertad. Ahora sólo me queda volar, volar sin alas, volar sin ti.
“Perfecta locura” (por Rocío Huatuco)
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