“Dos por tres por dos” (por Ángela Gaona)

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chica

Desesperado corrió tras del papel que el viento arrastraba por el parque, buscó detrás de cada banca, cada árbol y arbusto; media hora después no hallo nada. Agotado, se sentó sobre el césped y se puso a pensar en Helena y en todo lo que los había llevado a este momento. Una frase le vino a la mente: “señales del destino”, eso habían sido todas y cada una de ellas: señales, cada obstáculo que se les presentó. Recordó cuando ella se tuvo que mudar y cambiarse de escuela durante la primaria por el cambio de puesto de su padre, aquellas fiestas durante la secundaria en las que ambos (luego se enteraron) estuvieron pero en las que nunca se cruzaron siquiera. Recordó aquella en la que si se cruzaron y conversaron, pero de la cual ella se fue sin despedirse mientras el iba al baño (por primera y única vez en la noche), su primera cita y el repentino ataque de asma que le dio cuando estaban a punto de besarse. Ahora que a su padre lo transferían indefinidamente al extranjero era claro. Miró al cielo y solo pudo gritar alzando las manos: ¡TODO! Ellos no estaban destinados a estar juntos. El no atinó a hacer otra cosa que poner sus manos sobre su rostro y sentir como las lagrimas corrían entre sus dedos. Luego, sintió un brazo sobre su espalda. Pensó por un segundo que podría ser Helena, pero no, era su vecina, aquella que vivía a dos casas de la suya y quien era también su mejor amiga de la toda vida. “Tranquilo” -le dijo-. El, con una mezcla de vergüenza y cólera, apartó su brazo, se levantó y se fue alejando sin decir más. Ella se echo en el césped por unos segundos, cruzó los brazos detrás de su cabeza y esbozó una gran sonrisa. Empezó a pensar en todo lo que los había llevado a este momento. Recordó los últimos años y todo lo que había tenido que hacer para que las cosas resultaran de este modo. Recordó cuando convenció a su padre de que transfiriera al de Helena a otro distrito (luego haría lo mismo para que fuera transferido al extranjero) o cuando tuvo que sobornar a la mitad de sus compañeros del colegio para evitar que él y Helena se encontraran en aquellas fiestas en la secundaria. Recordó también, aquella fiesta en la que era inevitable aquél encuentro, cómo lo convenció de no ir al baño para que “no perdiera la oportunidad de hablar con Helena”, como embriagó a la mejor amiga de esta para que finalmente en el momento en que él fuera al baño decirle a Helena que se lleve a su amiga a casa. Pero definitivamente lo que más trabajo le había costado fue arruinar su primera cita. Ella averiguó por la hermana de Helena que era terriblemente alérgica a ciertos perfumes (información que le costo un bastante dinero). Aprovechó que había sido cumpleaños de él y se ofreció a comprarle el perfume de su elección “para que lo use en la cita”. Cuando llegaron a la tienda, lo llevo a todas las perfumerías que tenían aquella fragancia; esto resultó en que la cita fuera interrumpida por una ambulancia que la llevaba de emergencia a la clínica por un caso de asma severo. Ahora por fin la sacaba de sus vidas, por fin las cosas estaban listas, todo era perfecto ¡TODO!, gritó al cielo pensando que ellos estaban destinados a estar juntos. Se levantó y se disponía a irse cuando de pronto sintió que pisaba algo, era un pequeño papel. En el papel estaban la dirección y el teléfono de Helena en otro país, era el papel que él había estado buscando. Lo partió en pedazos, sonrió y empezó a caminar en dirección a casa.

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