Acababa de llegar al parque con “Mus”, mi perro, y una pelota de fulbito para no aburrirnos. Estaba un poco cansado, con la barriga un poco llena, y un poco preocupado porque al día siguiente tenía que participar en el concurso de matemática en el colegio. Caminamos hasta casi el medio del parque y allí le saqué la cadena a “Mus”; mientras él corría como un loco de un lado a otro jadeando feliz, yo me senté en el pasto junto a la pelota. De pronto sentí que alguien me miraba y lentamente voltee hacia la pileta que se encontraba a unos cuantos metros detrás de mí. Había un señor sentado en una de las bancas que rodeaba la pileta, que me miraba con ojos dubitativos. Por un momento, absurdamente pensé que se podía tratar de un cazatalentos de algún equipo de fútbol de la ciudad, así que me levanté en seguida y me puse a practicar tiros al árbol con mucho profesionalismo. Estuve haciendo el ridículo con la pelota por unos minutos; sólo Mus parecía entenderme y corría detrás de la pelota y la dejaba a mis pies, siempre babeada. Cuando me disponía a voltear de nuevo, para ver si aquel señor seguía ahí, sentí pasos que crujían en las hojas secas del parque y una voz que me preguntaba “Hola, disculpa, ¿tienes hora?” rápidamente miré mi reloj, me voltee, lo vi y le dije que eran las cuatro y media en punto. Se quedó pensando por milésimas de segundo con la cabeza mirando al cielo, y luego, muy amablemente me dijo un simple: “Gracias”. No alcancé a responderle nada, él ya caminaba con mucha prisa hacia la esquina del parque. Su rostro me era muy familiar, se parecía mucho al de la foto que sacaron en el periódico, el del que mató a un muchacho en un tiroteo. Recuerdo que la historia de la muerte de ese chico se había vuelto un mito en el colegio, todos lo comentaban. Que había sido un buen alumno en el colegio, que siempre tenía buenas notas y que ganaba concursos, que era el preferido de los profesores, que era un buen deportista y que jugaba mucho fulbito. Sólo que estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado, se había encontrado en medio de un tiroteo y una bala le había impactado directo en el pecho, se había desangrado porque nadie pudo auxiliarlo a tiempo, el tiroteo duró lo suficiente para que no llegaran por él. Su cuerpo yacía tendido sobre hojas secas, junto a un perro que se encontraba acostado a su lado y una pelota de fútbol con la que habría estado jugando. Esto le habría ocurrido, por darle la hora a uno de los integrantes de la banda que acababa de robar un banco cerca de aquel parque.
“Continuidad en mi parque” (por Diego Martínez)
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