Archivo por meses: octubre 2006

“Naturaleza” (por Carlos Quispe)

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chicas

– Está bien te haré las uñas pero no te prometo nada perfecto.
– Solo hazlo ¿ya?. Oye ¿sabías que Alonso rompió con Juli en medio de la fiesta de promoción de su hermana?
– No, ¿en verdad?, qué bien.
– ¿Por qué dices eso? Juli está destrozada. Alonso es un maldito. Y pensar que se veían tan enamorados, ¿quién iba a saber?
– Yo creo que está bien que hayan terminado, Alonso estaba actuando muy raro y se le estaba yendo a la cabeza. Ya no era él mismo.
– Cállate – dijo con una sonrisa– Yo creo que si vas a tener una relación no debe ser para pasar el tiempo y huevear sino porque ves algo en esa persona que te hace querer estar con ella y eso no desaparece así nomás. Así que creo que es muy estúpido tener una relación con cualquiera a menos que creas que es para siempre. Tú sabes, como nosotras.
– Bien, tus uñas se ven perfectas, pero… ya tengo que irme.
– ¿Ya te vas?, tan rápido, creí que te ibas a quedar toda la tarde. Tengo como dos kilos de canchita y varias películas para ver toda la noche –dijo sonriendo mientras le sostenía la mano para que no se levantase de la cama– Además no hay nadie, en la casa todos han salido, tenemos toda la casa para las dos y Katy no va a venir, ya me llamó.
– No es eso, César va a jugar fútbol y quiere que lo vea –dijo esto mientras jugaba con las tijeras.
– Otra vez, la semana pasada tuve que ir sola con Katy al Jockey porque tú tenías que acompañar a Cesar a su entrenamiento, cuando se supone que tú ibas me ibas a ayudar a escoger mi ropa –dijo esto quitándole las tijeras.
– Ya sé, cálmate. Pero tú sabes, a Cesar le gusta que vaya así que tengo..
– No tienes, tú sabes que siempre hemos sido un grupo –dijo esto mientras le apretaba más la mano y con la otra sostenía las tijeras– Yo te he apoyado en todo, en tus drogas, escapadas, borracheras y así le pagas al grupo. A nosotras no nos gusta, a Katy no le gusta.
– Ella me ha dicho que no le importa. Además yo no tengo que quedarme sola con ustedes para siempre. Yo tengo una vida aparte del grupo. Y acerca de mis problemas yo también te he ayudado en los tuyos –dijo esto mientras le quitaba las manos de encima.
– Vete. Si no quieres estar conmigo entonces vete, no me importa.

Un grito muy fuerte se escuchó por toda la casa cuando la chica estaba por salir . “Viene del baño” pensó y una pequeña sonrisa apareció por un segundo.

-¡¿Qué haces?! Eres una imbécil ¿porqué haces esto? –dijo esto mientras le quitaba las tijeras ensangrentadas a la chica que yacía en el suelo del baño– ¿porqué siempre tienes que cortarte las muñecas?.
-¡Largo! ¡No te quiero ver! –gritó llorando.
-Entonces por qué haces esto, por qué siempre que yo o Katy intentamos tener nuestra propias vidas siempre haces esto. ¿Por qué?. Dime –gritó en la cara de la otra chica que parecía se desvanecía por la sangre que corría de sus muñecas.
-¡No te quiero ver, largo, si no estás comprometida de forma total mejor vete! –dijo esto mientras trataba de alcanzar las tijeras.
– ¿Entonces por qué haces esto? Si no me quieres ver –se levantó para alejar las tijeras de la chica.
-¿Entonces por qué tú haces esto?¿Acaso no éramos felices cuando éramos solo nosotras. Esto es tu culpa, meter más gente cuando todo estaba perfecto, por ser una puta.
A esto último la otra chica la abofeteó y la ella ,en el suelo, susurró:
–Porque te amo, te amo por eso hago todo esto, porque no soporto que estés con otra persona más que conmigo, por eso le dije a Katy que no viniera hoy.
-Lo sé –dijo mientras tomaba una toalla.
-¿Lo sabías?¿por qué te ibas con Cesar entonces?
-Porque te amo también, por eso no puedes salir de tu baño, te amo tanto que no quiero –le amarró las manos y los pies y con la toalla la amordazó– no me gusta amarte tanto, quiero ser libre, no quiero convertirme en otra cosa –Y se fue al juego de fútbol.
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“First crush” (por Ángela Gaona)

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images

-Estás loca, mujer, no puedo.
-Pero, ¿por qué no?
-Por qué es mi padre, no podría-le respondió, casi indignado por la pregunta-.
Se dio un corto silencio.
-¿No me quieres verdad? Por eso, no confías en mí-le dijo, casi sollozando, mientras bajaba la cabeza- ¿Y que hay de aquello que me dijiste cuando nos conocimos?
– ¿A qué te refieres?
– A eso de que “estamos hechos el uno para el otro” ¿Lo recuerdas?
-¿Y eso que tiene que ver? Eres la única mujer que existe en este mundo para mí. Pero lo que me pides… no sé.
– Mira, -dijo ella, tomando suavemente una de las manos de él entre las suyas y mirándolo fijamente a los ojos- tu y yo, podemos ser mucho más, llegar mucho más lejos, solo tienes que confiar en mí.
-No sé -contestó él, evitando la mirada de ella- ¿Estás segura de que tu información proviene de una fuente fiable?
-¡Por supuesto que sí! Algo en sus ojos me inspiró confianza, creo que me dijo la verdad. Y dime, ¿confías tu en mi?-le preguntó, mientras se aproximaba al rostro de él, manteniendo fijas sus miradas-
-Yo, creo… es decir, supongo que…
-¿Lo vamos a hacer o no?- interrumpió ella, impaciente, y alejándose de él-
-Está bien Eva, tu ganas- dijo finalmente -. Dame la manzana.
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“Una llamada perdida” (por William Dodds)

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guitarra

– No pensé que llamarías –dijo ella, a manera de un extraño saludo.
– ¿Cómo supiste que era yo? –replicó él, extrañado.
– Sólo tú podrías llamarme y esperar que yo fuera la primera en hablar, mientras haces sonar levemente las cuerdas de tu guitarra.
– Lo lamento. No puedo evitar ponerme en evidencia.
– Lo sé. Es tu sello personal –dijo, riendo-. Me agrada que hayas llamado.
– ¿Acaso esperabas mi llamada?
– Sabes que la espero desde que te conozco.
– Entonces ya deberías saber porqué…
– Sí, es probable que lo sepa. Pero no me lo digas. Arruinarás el ambiente que estás creando con tu guitarra.
– ¿Te gusta?
– Sí.
– Entonces deberías escuchar lo que tengo que…
– Dame una razón por la que tenga que hacerlo.
– Porque de lo contrario jamás habría llamado.
– ¿De veras hubieras esperado hasta que algo así pasara para tomar el teléfono y marcar mi número? –dijo con tono decepcionado.
– No, no lo hubiera hecho. Ya lo hice –replicó, sin percatarse del tono decepcionado y dejando de tocar la guitarra.
– ¿Por qué tienes que ponerte así?
– Por que quiero que, para variar, me escuches. Aunque sea una vez.
– ¡Pero no quiero que me lo digas! ¿Por qué no puedes actuar como una persona normal y preguntarme por mi vida mientras me cuentas de la tuya?
– Porque eso es algo que hacemos todos los días. Además, no veo motivos por lo que tenga que hacerlo por teléfono. Además, no sé de qué te sorprendes. Aún en persona, sabes que jamás te he contado nada de mi vida ni preguntado por la tuya si tú no me has abierto el camino para ello.
– ¿Pero por qué no puedes hacerlo espontáneamente?
– ¡Estoy a punto de hacerlo pero tú no quieres escucharme!
– No quiero que me cuentes nada de eso.
– ¿Cómo estás tan segura de lo que voy a decirte?
– Porque tú mismo me acabas de decir que sólo me llamarías para eso.
– Lamento haberlo dicho –dijo en voz casi inaudible.
– ¿Qué has dicho?
– Lo que no quieres escuchar.
– ¡Ah! Entonces no me interesa.
– ¡No te entiendo! –exclamó él después de un largo silencio-. Me reclamas todos los días el hecho de que jamás te he llamado por teléfono y, cuando lo hago, ¡no me quieres escuchar!
– No quiero escuchar tragedias.
– ¿Ya lo ves? ¡Hemos estado hablando de cosas totalmente diferentes! Lo que quiero decirte es…
– Pensé que disfrutaría más cuando me llamaras.
– …que compuse la canción que me habías pedido cuando eras una niña –y esperó una contestación, pero ella ya había colgado.
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S/T (por Henry Dyer)

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omnibus

-Vida, ¿qué pasa cuando te pasas los días imaginando?
– Cálmate, oye. Te siento inquieto. Eso depende de qué tanto imaginas. Hay algo así como una línea en la que, con seguridad, se puede medir el grado de separación que se puede tener del mundo tangible.
– …- G. B. estira los músculos del rostro, desvía su mirada para abajo y a su derecha.-
– Dime tú qué recuerdas de tus últimos cuatro días.
– Rompí una noche redundante de costumbres: cogí mi auto y con mi amigo jugamos a los carros chocones. Di una conferencia sobre el artículo determinado y su próxima evolución. Fui el asesino del presidente de la república y luego impedí su asesinato.
-No se escuchó en muchos lados lo del presidente muerto ni de tus fructíferas labores de lingüista, cómo te sientes G…, dónde estás ahora.
– No me trate de conmocionar con sus técnicas de psicólogo barato.
– ¿Puedes decirme qué tienes ahora alrededor tuyo?
– Estamos nosotros, el resto es nada. –dijo G.-
– No es así
– Soy consciente, todo lo digo yo – un joven delgado le quita la billetera a G., baja del Bus y ve que G no ha desviado su mirada de la ventana; es temprano y los periódicos anuncian los choques de autos, la llegada de la semana ‘nuestra lengua’ y la muerte de un líder transitorio-.
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“Un día perfecto para el pez plátano” (por J.D. Salinger)

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jds

[…]
Mientras sonaba el teléfono, con el pincelito del esmalte se repasó una uña del dedo meñique, acentuando el borde de la lúnula. Tapó el frasco y, poniéndose de pie, abanicó en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tomó del alféizar un cenicero repleto y lo llevó hasta la mesita de noche, donde estaba el teléfono. Se sentó en una de las dos camas gemelas ya hecha y-ya era la cuarta o quinta llamada-levantó el auricular del teléfono.
-Diga-dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo único que llevaba puesto, junto con las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de baño.
-Su llamada a Nueva York, señora Glass-dijo la operadora.
-Gracias-contestó la chica, e hizo sitio en la mesita de noche para el cenicero.
A través del auricular llegó una voz de mujer:
-¿Muriel? ¿Eres tú?
La chica alejó un poco el auricular del oído.
-Sí, mamá. ¿Cómo estás?-dijo.
-He estado preocupadísima por ti. ¿Por qué no has llamado? ¿Estás bien?
-Traté de telefonear anoche y anteanoche. Los teléfonos aquí han…
-¿Estás bien, Muriel?
La chica separó un poco más el auricular de su oreja.
-Estoy perfectamente. Hace mucho calor. Este es el día más caluroso que ha habido en Florida desde…
-¿Por qué no has llamado antes? He estado tan preocupada…
-Mamá, querida, no me grites. Te oigo perfectamente -dijo la chica-. Anoche te llamé dos veces. Una vez justo después…
-Le dije a tu padre que seguramente llamarías anoche. Pero no, él tenía que… ¿estás bien, Muriel? Dime la verdad.
-Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo.
-¿Cuándo llegasteis?
-No sé… el miércoles, de madrugada.
-¿Quién condujo?
-Él-dijo la chica-. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada.
-¿Condujo él? Muriel, me diste tu palabra de que…
[…]

En “Un día perfecto para el pez plátano”, J.D. Salinger (Nueva York, 1919) compone sobre la base de diálogos, en dos escenas contrapuestas, una aproximación proteica a su universo de seres sensibles condenados a la vulgaridad del mundo. Teniendo a vista la fuerza expresiva que adquiere una escena en este relato, los talleristas se sometieron a la prueba de delinear un cuento breve en el mero intercambio de palabras entre personajes que se construyen en su propio lenguaje. He aquí los ejercicios que me parecieron destacables. Sigue leyendo

“El fuego le parece horrible” por Abril Cárdenas

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chic

La intensidad con la que el sol quemaba su piel hizo que Adriana imaginara un pedazo de tocino friéndose en la sartén con su propia grasa. El tocino, recordó, no necesita aceite para freírse, se basta por sí solo. Es bueno en sí mismo, como algo que le habían enseñado en Filo el bimestre anterior.
Estiró un poco las piernas mientras recordaba a su profesor escribiendo palabras en griego sobre la pizarra. Eudaimonía, Aristóteles, psyché. ¿Por qué el colegio había contratado a un estudiante universitario afanoso como profesor?
Felizmente ya no lo iba a ver.
-Adriana, me quema mucho la espalda- la vocecita somnolienta de su hermana menor la distrajo.
-Arrímate más a la sombra- respondió Adriana, cortante y mirando al cielo. Le molestaba que María Teresa la distrajera siempre.
Teresa siempre hablaba de sus dolores, de sus desgracias, de sus problemas personales como si fuera una mujer de cuarenta. Adriana le echaba la culpa a su madre por obligarla a ver novelas desde la panza. Ella detestaba las novelas, jamás había visto una completa en sus dieciséis años de vida y le parecía horrible que su hermana, de doce, fuera capaz de contar de principio a fin trece novelas… pero sucedía. También le parecía horrible que su familia hubiera decidido ir a la playa en vacaciones y también sucedía; le parecía horrible la arena y estaba sobre ella. Ese era el origen de una de sus mayores frustraciones: a ella y solo a ella (o eso pensaba) todo lo que le parecía horrible le sucedía, de ley. “Ese tema me parece horrible”, lo tomaban en el examen; “Esa rubia me cae horrible”, al día siguiente la rubia le insinuaba que quería ser su amiga; “Ese color me queda horrible” y el color era elegido para su camiseta de las olimpiadas.
Pero por alguna razón tenía la certeza de que ya no le iba a pasar.
-¿Adriana De María?- la voz de Doña Julia, su madre, sonaba distante.
-¿Mamá?-
-¿Tu hermano está a tu lado?-
-Sí mamá- Al otro lado de Maria Teresa. José María estaba desparramado con los brazos abiertos, uno de ellos sobre el abdomen de Adriana.
-¿Cómo está? ¿Puedes fijarte?-
-No, no puedo- muy cierto, no podía voltearse- pero hace rato lo escuché roncar, seguro se ha quedado dormido-
Movida por una extraña pena, Adriana tuvo que mentirle. Sabía que su mamá se desesperaría si no le daba noticias de José, lo adoraba demasiado, lo protegía como a un bebé a pesar de que tuviera 25 y estuviera a punto de casarse.
¿Por qué su mamá lo protegía tanto? ¿Por qué siempre esperaba que fuera ella la que se hiciera cargo de los demás? ¿La quería? A veces dudaba y por eso las dos siempre se peleaban, pero en ese momento Adriana no podía dudar, la arena caliente hacía humo sus resentimientos.
-¿Mami?- la llamó con miedo.
-¿Hija?-
-Te quiero-
Su mamá no respondió y eso no le importó mucho. Es más, ni siquiera le importó mucho decirle te quiero. En ese momento estaba absorta en otro recuerdo, ninguna fecha en especial: estaba ella en su cama, llorando de dolor y su mamá a su lado, sobándole la cabeza y aunque el dolor fuera el de su pierna rota, sentía que caricia tras caricia iba calmando.
-¿Mamá?- volvió a llamar, cuando un recuerdo más interrumpió súbitamente su inusual estado de ternura- ¿Mi papá?-
Adriana amaba su padre más que a nada y acababa de recordarlo sentado en su escritorio, leyendo a Arguedas con luz baja y los lentes a media nariz. Era el hombre más maravilloso del mundo.
-No salió del carro…-
Sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a gritar el nombre de su padre. Cada inhalación, cada pausa que hacía para gritar más fuerte la volvía más consiente de lo que ya sabía: Que cruzaban un desierto camino a la playa cuando un camión se atravesó, que el auto dio vueltas de campana, que su madre, sus hermanos y ella habían sido disparados fuera, que la sangre proveniente de su espalda ya no refrescaba la arena ardiente bajo ella, que su hermano yacía muerto a su lado y su hermanita respiraba con menos frecuencia cada vez. Que su madre, metros más allá, tenía el rostro sumergido en un charco de su propia sangre y que su papá se consumía junto con el resto del auto, atrapados en el fuego.
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“Perfecta locura” (por Rocío Huatuco)

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suicidio

Traté en vano de acercarte porque ni siquiera puedo moverme. El frío que siento me hace temblar. Oigo risas a lo lejos, me pregunto de qué ríen, hace frío y no hay nada agradable cerca. Tal vez deba dejarte y hablar con alguien, con quien sea. No, mejor, pararme y tomarte entre en mis manos, me siento impotente ante este deseo de tenerte y sentir ese ligero escalofrío otra vez. Quiero respirar otra vez, vivir otra vez y tenerte otra vez; fundir tu esencia en mi cuerpo, escapar de él y volar a tu lado. Acabar con todo esto de una vez por todas.
Son las tres de la mañana y mis padres no dejan de caminar y tomar café. Brian, mi hermano mayor, ha intentado suicidarse por segunda vez; aunque mis padres desconozcan lo referente al primer intento, sólo lo sabemos él y yo. Esta vez no pude detenerlo, entré a su habitación y lo encontré tirado en su cama, la navaja estaba a su lado y la sangre no dejaba de manar de sus muñecas. Le grité que era un enfermo y me puse a gritar para que mis padres llamaran a una ambulancia. Brian todavía estaba consciente y lo único que hacía era sonreír y pedirme que lo dejara volar. Creo que estaba drogado porque él no haría algo semejante en pleno uso de razón. Él es el modelo perfecto de todo lo que un padre esperaría como hijo
Luego de haber esperado por horas el doctor nos informó que Brian se encontraba mejor y que quería hablar conmigo. Lo comprendo, tampoco me hubiera gustado hablar con mis padres si me animara a imitarlo y sobreviviera por tarada; después de todo él es el hijo perfecto, me imaginaba el sermón que le esperaría. No quería ser él en ese instante.
El doctor nos dejó solos y antes de salir me pidió que no dijera nada que pudiera alterarlo. Obviamente no lo haría, no pretendía lastimar a mi hermano, sólo quería preguntarle por qué quería matarse. Traté de hablar con él, luego de unos minutos en silencio me preguntó si no había nadie detrás de la puerta, le dije que no, que estábamos solos. Volví a preguntarle sus motivos, pero él se paró y caminó descalzo hacia la ventana, la abrió y empezó a subirse al murillo. No sabía que hacer, si gritar para pedir ayuda o detenerlo; opté por lo primero y luego de escuchar los pasos que se acercaban corrí a detener a Brian.
Sé lo que debo hacer y sé que lo debo hacer ahora porque ya no queda nadie quien pueda detenerme. El tiempo pasa inevitablemente, a veces deseo que pase rápidamente, mientras que otras veces deseo que se detenga. Pierdo el tiempo en estas divagaciones, los pasos se acercan y espero, pero qué espero, ¿podría irme? Hace frío y el viento sopla con ligera fuerza. Me siento débil, me desconcierta este ligero temor a quién sabe que. Los pasos van y vienen, cerca y a la distancia.
Miro con angustia la puerta, pero la manija no se mueve, ¿cuánto tiempo ha pasado?, ¿horas?, ¿minutos? Ahora miro a Brian, su mirada parece reflejar la misma determinación que cuando va a contestar una pregunta de la cual conoce la respuesta. La manija se mueve.
– Me cansé de ser perfecto – .Terminó esta frase y se lanzó.
He perdido mi miedo a caer, ahora sé que no estaré a tu lado, de que no volveré a sujetarte en mis manos y de sentir tu filo en ellas. El tiempo transcurre lentamente y sigo, casi, en el mismo lugar. El frío se incrementa y hace a mi mano temblar. Desearía tenerte y acabar contigo mi día, pero nos apartaron, a mi me trajeron a este lugar y a ti te guardaron en una bolsa. De todas formas, gracias por liberarme de tanta presión y de tantas convenciones, gracias por mostrarme un camino a mi libertad. Ahora sólo me queda volar, volar sin alas, volar sin ti.
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“No puedo escuchar tu adiós” (por William Dodds)

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padre e hijo

Siendo sordo como era, aquel niño extranjero de nombre impronunciable sabía que nunca entendería al resto del mundo. Sus padres casi lo habían repudiado cuando se dieron cuenta del defecto de nacimiento de su primogénito y no se habían preocupado en buscarle una persona que fuera apta para brindarle el estímulo adecuado para hacerlo crecer como una persona normal. No, en cambio, se dedicaron a todo tipo de cosas excepto a educar a su hijo. No es que el muchachito hubiera crecido sin cariño, no. Su madre, como buena madre, lo adoraba, sin importarle su defecto. Lo que sucedía con ella era que se moría de miedo y trataba de no demostrarle su cariño mientras el padre estuviera presente. Su padre sí lo detestaba, como si fuera un bicho portador de la deshonra. En ese ambiente, el pequeño creció, con muchísimas dudas más de lo normal. Dudas que, dada su situación, nunca conseguiría resolver.

Una mañana como cualquier otra, se levantó al alba. Había tomado la resolución de acostumbrarse a levantarse a esa hora, para evitar el trago amargo de ser despertado por su padre y ver que le gesticulaba algo, visiblemente exaltado. Nunca le había gustado esa experiencia, al igual que cualquier otra en la que estuviera su padre involucrado. Por eso, cuando cruzó el patio y se dio con la sorpresa de que su padre ya estaba levantado, frunció el ceño y se escabulló hacia otra habitación, esperando que su padre no lo hubiera visto. Sin embargo, no había dejado de notar la entrañable expresión de tristeza que surcaba el rostro de su padre. Ya resignado a no saber el motivo de muchas cosas, se adentró en la habitación, observando cada uno de sus detalles, aunque se los supiera de memoria. No dejaba de pensar en lo mucho que le encantaba esa habitación. Se sobresaltó al sentir un par de manos posarse en sus hombros y volteó. Al ver que era su padre, se asustó y lamentó el hecho de haberse dejado ver. Pero se sorprendió aún más cuando vio lágrimas en los ojos de su padre y las gesticulaciones que hacía, que también parecían tristes debido al temblor de sus labios. Después de lo que le pareció una eternidad, su padre lo abrazó por primera vez en su vida y se fue, dejándolo aún más sorprendido, si se podía.

Fuera, en la carretera, el ruido que hacían las tropas era ensordecedor. Marchaban al compás de un tambor que retumbaba en un redoble muy complejo. Mientras se detenían y marcaban el paso, un hombre salió de su casa, los ojos bañados en lágrimas que intentaba secar con la manga de su chaqueta militar, y se presentó ante el general con un saludo muy exagerado y disciplina fingida. Luego entró en la formación y todo el batallón volvió a andar. Poco después, el batallón sólo era una mancha de polvo en el horizonte, y lo único que quedaba en el paisaje era un niño sordo, con cara perpleja, que hizo un gesto de pregunta mientras miraba a su padre irse rumbo a la guerra, sin saber que, probablemente, era la última vez que lo vería.
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S/T (por Giuliana Zúñiga)

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Vicky dormía placidamente, en el dormitorio que compartía juntos a otras 20 compañeras. Su sueño se vio interrumpido cuando, repentinamente, se prendieron las luces de la habitación. Vicky abrió lentamente los ojos y estos se cruzaron con los de sus otras compañeras, que mostraban igual desconcierto que ella. Con un gesto, intentó decirles que no se preocuparan y le indicó a una compañera, Luisa, que apagara la luz, y que ya mañana descubrirían quien había sido la responsable.

Volvió a dormirse de inmediato, hasta que los chillidos de Luisa y el posterior bullicio general que se produjo en la habitación la hicieron despertarse de nuevo. La escena que observó le erizó la piel: Un hombre, se llevaba a Luisa fuera de la habitación, ante los incesantes chillidos de ésta; y, varios desconocidos más buscaban hacer lo mismo con ella y sus demás compañeras. Cuando uno de los desconocidos se acercó a Vicky, esta intento dar pelea como pudo: con las uñas y a fuerza de gritos; pero, el desconocido le espetó un fiero: ¡cierra el pico! y le propinó una bofetada tan fuerte que la hizo perder el conocimiento.

El desconocido llevó cargada a la inconsciente Vicky hasta la parte trasera de un camión donde ahora también se encontraban sus demás compañeras. Estas, ayudaron a Vicky a volver en sí, y juntas sintieron como el camión empezaba a andar. La parte trasera del camión estaba descubierta, y por lo tanto, ella y sus compañeras estaban a la vista de los primeros madrugadores del día, o de los sobrevivientes de la juerga del día anterior; sin embargo, ninguno de los que las vio notó la peligrosa situación que se encontraban; o hizo ademán alguno por ayudarlas.

Finalmente, el camión detuvo su marcha. El mismo hombre que le había pegado una bofetada hace solo unas cuantas horas, la bajo del camión y se la entregó a una mujer, que esperaba ansiosa a poca distancia.

-¿Ésta? –pregunto la mujer con un gesto despectivo al hombre, mientras este le entregaba a Vicky.
-Sí pues Maria, te estoy dando las más gorda, solo por tratarse de ti.
-¡Pero fíjate lo flaca que esta! Yo no te voy a pagar lo que acordamos por una gallina escuálida como esta, mis caseras se me van a molestar …
-No se, tu mira cuanto me das, pero entra de una vez porque yo tengo que seguir entregando a las otras gallinas…

La mujer hizo un ademán de despedida y dio media vuelta para dirigirse, como todos los días, a su puesto en el mercado; mientras Vicky, volteaba la cabeza para ver por última vez a sus compañeras.

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“Dos por tres por dos” (por Ángela Gaona)

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chica

Desesperado corrió tras del papel que el viento arrastraba por el parque, buscó detrás de cada banca, cada árbol y arbusto; media hora después no hallo nada. Agotado, se sentó sobre el césped y se puso a pensar en Helena y en todo lo que los había llevado a este momento. Una frase le vino a la mente: “señales del destino”, eso habían sido todas y cada una de ellas: señales, cada obstáculo que se les presentó. Recordó cuando ella se tuvo que mudar y cambiarse de escuela durante la primaria por el cambio de puesto de su padre, aquellas fiestas durante la secundaria en las que ambos (luego se enteraron) estuvieron pero en las que nunca se cruzaron siquiera. Recordó aquella en la que si se cruzaron y conversaron, pero de la cual ella se fue sin despedirse mientras el iba al baño (por primera y única vez en la noche), su primera cita y el repentino ataque de asma que le dio cuando estaban a punto de besarse. Ahora que a su padre lo transferían indefinidamente al extranjero era claro. Miró al cielo y solo pudo gritar alzando las manos: ¡TODO! Ellos no estaban destinados a estar juntos. El no atinó a hacer otra cosa que poner sus manos sobre su rostro y sentir como las lagrimas corrían entre sus dedos. Luego, sintió un brazo sobre su espalda. Pensó por un segundo que podría ser Helena, pero no, era su vecina, aquella que vivía a dos casas de la suya y quien era también su mejor amiga de la toda vida. “Tranquilo” -le dijo-. El, con una mezcla de vergüenza y cólera, apartó su brazo, se levantó y se fue alejando sin decir más. Ella se echo en el césped por unos segundos, cruzó los brazos detrás de su cabeza y esbozó una gran sonrisa. Empezó a pensar en todo lo que los había llevado a este momento. Recordó los últimos años y todo lo que había tenido que hacer para que las cosas resultaran de este modo. Recordó cuando convenció a su padre de que transfiriera al de Helena a otro distrito (luego haría lo mismo para que fuera transferido al extranjero) o cuando tuvo que sobornar a la mitad de sus compañeros del colegio para evitar que él y Helena se encontraran en aquellas fiestas en la secundaria. Recordó también, aquella fiesta en la que era inevitable aquél encuentro, cómo lo convenció de no ir al baño para que “no perdiera la oportunidad de hablar con Helena”, como embriagó a la mejor amiga de esta para que finalmente en el momento en que él fuera al baño decirle a Helena que se lleve a su amiga a casa. Pero definitivamente lo que más trabajo le había costado fue arruinar su primera cita. Ella averiguó por la hermana de Helena que era terriblemente alérgica a ciertos perfumes (información que le costo un bastante dinero). Aprovechó que había sido cumpleaños de él y se ofreció a comprarle el perfume de su elección “para que lo use en la cita”. Cuando llegaron a la tienda, lo llevo a todas las perfumerías que tenían aquella fragancia; esto resultó en que la cita fuera interrumpida por una ambulancia que la llevaba de emergencia a la clínica por un caso de asma severo. Ahora por fin la sacaba de sus vidas, por fin las cosas estaban listas, todo era perfecto ¡TODO!, gritó al cielo pensando que ellos estaban destinados a estar juntos. Se levantó y se disponía a irse cuando de pronto sintió que pisaba algo, era un pequeño papel. En el papel estaban la dirección y el teléfono de Helena en otro país, era el papel que él había estado buscando. Lo partió en pedazos, sonrió y empezó a caminar en dirección a casa.
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