Ivette Cajacuri

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Se expresa a través de los labios, de una mirada, de una sonrisa; yo expreso a través de palabras ya conocidas, nada originales. No veo el escribir como una simple actividad, lo imagino como un medio para perpetuar en las conciencias de los lectores, quizá de sacudirlos o de lo contrario abrazarlos. Pero no todo es para ellos, no solo soy manipuladora, sino también egoísta, porque escribir me fortalece, maneja mis miedos y me hace confiar en que la vulnerabilidad no reside aquí. Es decir, creo en una mentira. Al mismo tiempo, me da la oportunidad de sentir como mis personajes, en otras palabras, de evaluar posiciones.

Cuando empecé a explorar las palabras que podían aparejarse con lo que quería transmitir, me di cuenta que las palabras, para mi, se presentan mudas en el mayor de los casos. Pero, luego pensé que ese debe ser el trabajo de un buen escritor: rasgar con las mejores armas la esfera de realidad subjetiva –me refiero a los sentimientos y sensaciones-. Esta idea se inició cuando expuse los fantasmas personales, que se irán presentando uno a uno con el tiempo.

Confieso que tengo un capricho con el alma. Siento que el alma es la parte vital de cada ser humano y que debe explorarse, trabajarse, alimentarse y criticarse. Por eso, siempre que escribo, pienso que ojalá mi texto llegue a esa parte desconocida.

Como debe ser rutinario escuchar o leer, mis textos también los lleno de lo que veo -es muy interesante ser observador mudo- y lo que imagino en ese instante. Se puede ver a dos ancianos sentados en el bus sin hacer nada y mi mente puede crear historias acerca de ellos. Mi mente puede llevarlos a una mansión, a un teatro o al mismo bus. Es un juego revitalizante.

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