Se ha ido. Esta vez, cayó el telón de manera definitiva para uno de los más grandes tenores de la historia. Aquí yo no voy a hacer ningún resumen de su vida ni brindar datos. No, eso no me corresponde; ni tengo ganas de hacerlo. Tan sólo quiero compartir las emociones que aquella voz, de la mano de Puccini, despertó en mi alma cada vez que desde un antiguo tocadiscos primero, y desde un reproductor de CD después, el extraordinario Luciano encarnaba al Rodolfo de La Bohéme, aquel poeta humilde y pobre que vibra de emoción al ver por primera vez a Mimí. El aria Che gelida manina, hermosa ya de por sí, en la interpretación de Pavarotti, transmitía toda la dulzura de la que es capaz un alma sensible.
La Bohéme, dirigida por Herbert von Karajan, con Pavarotti en el papel de Rodolfo y Mirella Freni interpretando a Mimí, fue el primer disco de ópera que compré; de segunda, sí, pero en buen estado. Mi hermano, años más tarde, tuvo el acierto de regalarme la misma versión en CD. Maestro, usted estuvo en Lima, allá por el año 1995. Yo no fui a verlo: es que no me encontraba en Lima sino en Alemania. Ahora siento la tentación de coger los CD y echar a reproducirlos. Pero desisto. Mi homenaje será distinto: desempolvaré mis LP de La Bohéme e intentaré echar a andar la vieja tornamesa, para escucharlo como la primera vez, cuando llegué a casa emocionado e impaciente para tocar en aquel viejo equipo la primera ópera que compraba, momento que usted desde la lejanía y la distancia del tiempo, sin saberlo, compartió conmigo.
Descanse en paz, maestro.
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